En su asalto al primer plano de la literatura de género, Guillem López ha sabido reinventarse. Challenger, La polilla en la casa del humo y Arañas de Marte constituyen una terna de obras aconvencionales que han tomado distancia de la fantasía heroica de sus primeros títulos para abrirse a una visión del mundo desencantada, caótica, con la voz de sus narradores y la estructura del relato en el centro de sus historias. Una sintonía nada casual con el zeitgeist de este arranque de siglo XXI. Sentía mucha curiosidad por sus siguientes pasos; si se mantendría en ese plano o daría un nuevo giro. El último sueño, su nueva novela recién publicada por Minotauro, decanta esta disyuntiva con una respuesta ambivalente: integra las dos etapas de su carrera en un relato de aventuras que acontece en el escenario de La polilla en la casa del humo.
La ciudad de Paraíso lleva los estratos sociales grabados a fuego en su geografía. Las clases privilegiadas ocupan el centro de la urbe, un recinto presidido por el gran Zigurat. En las barriadas desparramadas a su alrededor, en una intrincada maraña de callejuelas, plazas, edificios y puentes, bandas de delincuentes compiten por territorio, influencia, dinero, en un delicado equilibrio tolerado por los guardianes del orden establecido mientras no haya excesivos desmanes. En el primer capítulo una fugitiva, Midkemia, es salvada por los miembros de una de estas bandas, Los Abandonados, de los acólitos de quienes la han retenido los últimos años. Su presencia es esencial para el mantenimiento de la fuente de energía que alimenta la ciudad: la Kamé. Un recurso extraído de unas criaturas, las Kas, encadenadas durante siglos en lo más recóndito del Zigurat y drenadas sin pudor para obtener esa forma de energía. Sin Midkemia la Kamé puede dejar de fluir y La Cofradía no se anda con chiquitas cuando la especia está en riesgo.
Los Abandonados se encuentran a su vez en su propia encrucijada. Son una banda minúscula cuya estabilidad depende de las alianzas y el respeto al manual del buen gangster. A pesar de su estricta observancia del código, uno de los grupos más temibles, Los Tecnos, parecen haber iniciado una guerra en su contra. Y se saben perdedores. Esta amenaza aviva las tensiones entre el líder de Los Abandonados, Adaxas, a punto de dejar de serlo al aproximarse su vigésimo cumpleaños, y su intempestivo lugarteniente, Yiel.
Existe en El último sueño otro personaje digno de mención: Nimbará, el primer ministro del gobierno al servicio del sumo sacerdote, líder religioso y político de Paraíso: Kebémon. Más o menos una cuarta parte de los capítulos se dedican a desarrollar sus ambiciones para ser califa en lugar del califa, el contrapunto de la peripecia urbana que entrelaza a Midkemia con Adaxas, Yiel y el resto de Abandonados. Las intrigas y maquinaciones de Nimbará abren las puertas a la corrupción y las ambiciones desatadas de la casta dirigente, una parte de la cual está embarcada en un complot para demoler la Teocracia que rige Paraíso. Desean reemplazarla por un sistema más de nuestro tiempo, con el poder económico marcando desde las bambalinas el rumbo de la sociedad mediante un gobierno títere. Convertirse en esa mano oculta que nos mola ver detrás de los parlamentos, mercados, medios de comunicación, subvirtiendo el mandato democrático del pueblo.
Estos lapsos para observar qué se cuece por la cima del Zigurat, más podrido que los sótanos y callejuelas que habitan los Abandonados, me parecen lo menos logrado de El último sueño. Nimbará, Kebémon y el resto de nombres a su servicio se comportan como villanos de opereta, con el carisma bajo mínimos y aficionados a los parlamentos sin alma. El principal interés de sus capítulos radica en averiguar cómo el control de la Kamé modela Paraíso y cómo este recurso pretende cambiarse por otro más aterrador. Sin embargo el aspecto proyectivo, los vínculos entre el mundo creado por López y nuestra Europa contemporánea, se establecen a través de un discurso a mi modo de ver demasiado directo, rozando lo burdo. La lucha contra ese poder manipulador y corrupto, obsesionado por perpetuarse en un trasfondo de agotamiento de una fuente de energía, se enfatiza con un tono Pérez Revertiano gratuito con alguna escena más risible que patética o maquiavélica, caso del diálogo que resuelve la relación de Nimbará con Salma.
Me ha funcionado mejor la fantasía de ladrones, pícaros y guerras de bandas que el blurb promocional une con Gangs of New York y las partes más callejeras del Bas-Lag de Miéville. Servidor no puede dejar de conectarla con Metropol; aquella meritoria novela de Walter Jon Williams en el origen del new weird, hoy en día olvidada. En esta vertiente es un acierto cómo el autor de Challenger y Arañas de Marte ha enfocado a Midkemia. La protagonista de El último sueño lucha en cada oportunidad por ser ella misma, ajena a las expectativas de todos los que la rodean en un entorno nada propicio. Una mayoría de los personajes se define y lo define todo en virtud de los roles que deben o se supone que deben mantener (y sus frustrados deseos de escapar o conservarlos), tal y como se esperaría de una sociedad cuyo funcionamiento se asemeja a una suma de engranajes; predecible, manejable, dispuesta a morir en las llamas como el perro del famoso meme. En este contexto en descomposición lo revolucionario está en mantenerse fiel a una visión del mundo ajena a lo que siempre ha sido, alentada por una empatía que, de aparecer, lo hace desde el sentimiento de pertenencia a un grupo heterogéneo. La esperanza para la condición humana se alumbra, una vez más, desde el alma de los parias.
El escenario, comedido en su decadencia, ayuda a mantener a los personajes y sus temas en el foco, aunque personalmente hubiera agradecido alguna descripción o una retórica más elaboradas. Su frugalidad unida a una cierta previsibilidad de la trama conducen la narración en ocasiones por una zona átona de la que escapa sobre todo en un final climático. Bien tramado, en concordancia con esa faceta de fantasía urbana con toques tecnológicos.
El último sueño es un libro con bastante sentido que, creo, acierta a sobreponerse a sus flaquezas con un relato de aventuras aseado. A raíz de lo que escribía por aquí sobre el año en blanco del Premio Minotauro, es sintomático que haya escapado al galardón. Que Guillem López no lo presentara al certamen o el jurado no lo considerase merecedora del premio es lo de menos. En vez de atraer buena factura o talento, el Minotauro lo disuade y prefiere reconocer despropósitos como Nieve en Marte. Queda el consuelo de que al menos esta vez hayan arrebatado una novela de fantasía satisfactoria a la competencia.
El último sueño (Minotauro, col. Fantasía, 2018)
Rústica. 400pp. 19,95 €
Ficha en La tercera fundación