Es digno de estudio cómo el fandom, tan capaz de sobreprestar atención a novelas que apenas se ven en un puñado de librerías, pasa por alto otras como ésta, a mitad de camino entre la ciencia ficción y la fantasía, publicadas por editoriales de amplia distribución cuyos servicios de prensa y redes client… de colaboradores no abarcan su terreno. Una vez más hemos perdido la oportunidad de otorgar en tiempo y forma nuestro reconocimiento (reseñas, ¡premios!, ¡¡agasajos a su autora!!) a un libro que, con desparpajo, aúna el encanto del realismo mágico y la diversidad del cyberpunk de Mirrorshades (ése que cuesta ya reconocerlo como tal) para componer un excéntrico retrato de un país y los tiempos que nos ha tocado vivir. En menos de 200 páginas.
Lo más convencional de La mucama de Omicunlé, y casi el único aspecto en que sigue algún tipo de fórmula, está en su estructura: Rita Indiana secuencia una serie de historias cuya congruencia, al principio en cuestión, se sustancia con cada nuevo capítulo. Su primera protagonista, Acilde, es la mucama de Esther Escudero. A mediados de la próxima década, Acilde se prostituía en las calles de Santo Domingo para reunir dinero y pagarse un cambio de sexo gracias al Rainbow Bright; un tratamiento bioquímico que mutará su cuerpo y la transformará en un varón. Así conoció al marido de Esther quien contrató sus servicios al confundirla con un chico y la terminó llevando a su mansión para convertirla en su criada. En la vivienda descubre un cuarto donde se custodia un ánfora con una exótica anémona en su interior, vestigio de una especie extinta tras la catástrofe ecológica que asola los mares y, básicamente, todo el planeta. Un recurso sobre el cual Acilde y su compinche Morla ponen su mirada para hacer fortuna.
A las 30 páginas, cuando el lector seguramente ya se ha hecho con este escenario, desplegado con un código tan claramente de ciencia ficción, Indiana retrocede veinte años y pone en juego a un nuevo protagonista. Argenis es otro paradigma de esa juventud dominicana obligada a sobrevivir en el arroyo, desplazada por los enchufados de los sucesivos gobiernos herederos de Trujillo. Poseedor de un enorme talento para la ilustración, Argenis atiende el teléfono de una línea directa que echa el tarot por unos dólares. De este pozo lo saca un mecenas para incorporarlo al Sosúa Project; una comunidad bohemia en una playa semivirgen. Alienado del grupo, atormentado por sus dudas sobre su identidad y una cierta arrogancia postadolescente, Argenis padece un embarazoso accidente de buceo tras el cual experimenta un desdoblamiento: en su día a día se entrecruzan su vida en Sosúa y una existencia paralela como bucanero en los tiempos de la colonización.
El encadenamiento entre esas “visiones” y la vigilia, cómo la realidad de Argenis se enmaraña con la de un personaje del siglo XVII, reafirma el compromiso de Rita indiana de saltarse las convenciones en una novela sin concesiones hacia las limitaciones genéricas. La sucesión de acontecimientos, escenarios, personajes, temas llega a ser vertiginosa, incluso abrumadora, con deslices hacia lo extravagante caso de la escena en la cual Acilde se somete al Rainbow Bright; una transformación descrita con el insano afán por el detalle de un Clive Barker caribeño. Sin embargo este dinamismo se alza sobre cualquier otra consideración y se reivindica como una de las principales virtudes de una narración que derrocha vitalidad, ambición y exotismo, con un uso del lenguaje donde los cultismos y la jerga se suceden en un maridaje vibrante.
Entretejidas a la trama emergen cuestiones paradigmáticas para entender los grandes retos de las naciones del Caribe, caso de las secuelas de los gobiernos de los sátrapas totalitarios y supuestamente democráticos, redondeadas con los peores desmanes populistas al situar al frente de la República Dominicana a un presidente de esta cuerda. Las tensiones a las que se ven sometidos dos personajes no normativos como Acilde y Argenis están excelentemente incorporadas y la ironía en la que macera Indiana cada recoveco de su relato encuentra su clímax en el incisivo tratamiento de los aspectos creativos y comerciales del arte.
Mención aparte merece el elemento más llamativo del heterodoxo lugar narrativo: el culto afroantillano. Durante su adolescencia, la patrona de Acilde fue iniciada en sus misterios y recibió el nombre de Omicunlé; el manto que cubre el mar y futura protectora de Yemayá Esta críptica descripción cobra todo su sentido en las últimas páginas, y vertebra una manera de entender la relación con la naturaleza ajena a nuestra experiencia pero esencial para el compromiso ecológico de la historia. Un sincretismo que, como he intentado describir, trasciende lo religioso y baña cada página de La mucama de Omicunlé. Una lectura excitante, desacomplejada, burlesca, frenética y cautivadora que lleva el mestizaje impreso en su ADN. La recomiendo sin ambages.
La mucama de Omicunlé (Periférica, 2015)
Rústica. 184 pp. 17.90 €
Ficha en la web de la editorial