Cantante muerto, de Michael Moorcock

Cantante muertoHay en este relato de Michael Moorcock, (sip, relato) un capítulo en el cual un redivivo Jimi Hendrix conversa con el trasunto de un pipa de Hawkwind sobre qué había de auténtico y qué de impostura en sus canciones. Tres páginas magníficas sobre a qué debes dedicar tu arte, hasta qué punto puede haber espacio para carga política en la belleza de una composición musical, qué queda con el paso del tiempo… Este mazazo, escrito en el despertar del sueño contracultural, es el nudo de un argumento que hasta entonces era un cuento fantástico de perfil bajo. El viaje de esa personificación de currela de conciertos, Shakey Mo, y un supuestamente retornado Jimi Hendrix por las carreteras del Reino Unido de mediados de los 70.

Mo, habitual proveedor de Jerry Cornelius, conduce entre la vigilia y la alucinación de las sustancias recreativas por unos lugares apenas transformados por la mano del hombre (Lake District, las Highlands, Skye). Lejos de las interferencias de Londres y ese epicentro que fue Ladbroke Grove, se destila un Easy Rider sobrio, pulcro, mínimo, sin fricciones. El entorno ideal para hacer resonar la manifestación del desengaño tras la desaparición del swinging London, reforzado mediante un último capítulo a la altura de ese diálogo. Un desenlace emocionante y con su carga que me ha hecho olvidar lo poquita cosa que es el libro en la edición de Aristas Martínez.

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Fracasando por placer (XXVII): Nueva Dimensión 114, ed. Dronte, julio de 1979

Nueva Dimensión 114

Para leer un ND que no tenga ya archisabido tengo que rebuscar un poco, lo que también es agradable. Recuerdo que este número tardé en localizarlo algo más que otros, y para entonces ya había leído dos de los cuentos incluidos, que tuvieron alguna fama, y había criado algún prejuicio sobre la novela corta principal, que en los correos de números sucesivos todo el mundo puso a caer de un burro.

El contenido por el que es recordado este número concreto es uno con una historia bien conocida, «Gu Ta Gutarrk», de Magdalena Mouján Otaño. En breve (porque esta historia la conoce todo el mundo), iba a publicarse en el número 14 de Nueva Dimensión, allá en el proceloso fin de los sesenta, pero las autoridades (en concreto el ministerio que dirigía Manuel Fraga, más tarde antecesor de Pablo Casado en otros cargos) ordenaron el secuestro preventivo de la revista. El perverso mecanismo de la censura franquista consistía no en leerse previamente cada contenido, sino en que los editores supieran que si algo no les gustaba, se sacaban de la venta todos los ejemplares y se ocasionaban pérdidas económicas mucho más dolorosas que cualquier sanción.

No sé en detalle cómo, pero ND consiguió hacerse con los ejemplares y sustituir cuadernillos para que donde estaba el relato hubiera un cómic. El tropiezo creó cierta escandalera en el fandom internacional y estuvo a punto de llevarse a la revista por delante. Se dice que algún ejemplar original sobrevivió (el que tengo en mi colección no es uno de ellos). Ya en 1979, cien números después, Domingo Santos decidió darse el homenaje de repescar el cuento, al hilo de los nuevos tiempos. Fue bien recibido y se incluyó en la antología sobre ciencia ficción latinoamericana que apareció en Super Ficción de Martínez Roca, donde yo lo leí.

En resumen, el cuento va sobre vascos. Vascos como gente totalmente aparte de los demás, no ya españoles, sino de la raza humana, según se nos explica ya en la primera página. Es graciosillo, está escrito con modismos localistas y construcciones oracionales inversas de esas tan de Bilbao, por una señora argentina que los debió oír a su familia teniendo en cuenta sus apellidos (el primer redactor jefe que tuve se apellidaba Otaño, un vasco recio de sentido del humor demoledor y entrañable recuerdo). Pero tiene mal aguantar cincuenta años después de que se escribiera originalmente.

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Fracasando por placer (XII): Zikkurath nº6, enero de 1982

Zikkurath Logo

La historia de la ciencia ficción está muy condicionada por dos factores relacionados: la relevancia de la participación de los lectores, más significativa que en cualquier otro campo literario hasta tiempos recientes, y la división fundamental que existe entre ellos. Hay tres tipos de personas atraídas por la cf: las que buscan en esencia literatura de aventuras en un escenario futurista o exótico, una temática que durante un prolongado periodo se refugió casi únicamente en nuestro campo, y en rigor es la fundadora del género en cuanto a tal; las que quieren encontrar especulaciones científicas sólidas, que satisfagan su imaginación, que llegaron sobre todo de la mano de Astounding y su revolución, a partir de 1939, y que fue la chispa impulsora de pioneros como Mary Shelley o Verne; y quienes piensan que la cf es una literatura de posibilidades, no convencional, igual que poco convencional para nuestro entendimiento será el futuro (y no hay más que mirar el presente), una puerta que vislumbró Poe en Eureka, a la que quitaron el cerrojo Galaxy y The Magazine of Fantasy & Science Fiction en los cincuenta y que se abrió de par en par en los sesenta.

Por supuesto, hay lectores y escritores que suponen intersecciones de esos conjuntos (el propio Poe escribió también el primer gran cuento hard de la historia, «Un descenso al Maelstrom»), pero los integrantes más fieles de uno u otro bando suelen mirar a los demás con desconfianza. Mi impresión es, además, que cada uno piensa que en realidad los otros dos se entienden entre ellos, con acusaciones claras; para los primeros, los otros dos son finolis que leen cosas difíciles y poco entretenidas; para los segundos, los demás no entienden lo que es la cf de verdad, que se llama CIENCIA ficción al fin y al cabo; y para los terceros, el resto tienen visiones parciales y limitadas de hasta dónde puede llegar un género que hable de lo no real pero verosímil. La convivencia en el mismo territorio de estas distintas versiones es, sin duda, la que dificulta tanto una definición unificada de la cf: se pueden hacer propuestas que atiendan como mucho a dos de esos criterios, pero no a los tres.

En líneas generales, la parte más positiva que creo que aportamos al género los terceros (no creo que a estas alturas nadie que me conozca tenga dudas de en qué grupo me sitúo a priori, por generalizar) fue la ruptura de convencionalismos a distintas escalas. Siempre con lo injusto que resulta hacer generalizaciones, mientras los herederos de Edgar Rice Burroughs y de John W. Campbell estuvieron al mando del cotarro, es cierto que la cf fue hija de su tiempo y de sus convencionalismos; desde el punto de vista de hoy puede considerarte tirando a machista, ocasionalmente xenófoba, sin gran interés por los aspectos literarios etc. Pero, como ya he comentado aquí, eso quedó atrás hace cincuenta y cinco años, se dice pronto. Fue entonces cuando un autor negro y homosexual, Samuel R. Delany, empezó a acaparar premios; cuando uno de los grandes de las etapas anteriores como Frederik Pohl publicaba un relato, «El día millón», que fue considerado casi un clásico instantáneo y hablaba con normalidad de transexualidad, entre otras muchas cosas; cuando toda la comunidad de autores supo que Arthur C. Clarke era homosexual y guardó un respetuoso silencio; cuando empezaron a proliferar las mujeres en las páginas de las revistas, y el feminismo se convirtió en un tema central en la parte del género que más interesaba a la crítica y tiraba del carro creativo.

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Fracasando por placer (VIII): Nueva Dimensión nº 46, mayo de 1973, y parcialmente Adventures in Time and Space, Raymond J. Healy y Francis J. McComas, 1946

Nueva Dimensión 46

Ahora es muy fácil, pero ser aficionado a estas cosas ha sido históricamente un calvario. El mayor problema, el más obvio, eran las traducciones, claro. Pero la edición ha sido muy mala, penosa. Las puñaladas te podían llegar de los lugares más inesperados. Uno podía pensar que tenía un libro estupendo, que había cubierto la obra de tal o cual autor, y mira, pues no. Porque resulta que en la edición española faltaban treinta páginas de la novela. Porque era una antología y no habían metido tres cuentos. Porque el editor prefería que sus libros tuvieran por lo general 196 páginas y no más. Y ni siquiera yendo a las fuentes originales se podía uno fiar. Aquí viene el ejemplo. Uno muy alambicado y que me ha mantenido en el engaño hasta hace cuatro días.

No leí en su momento el número 46 de Nueva Dimensión porque sabía que no era lo que decía en la portada. En ella se lee: «Aventuras en el tiempo y el espacio. Selección de Healy y McComas». Es un número muy delgadito, sin páginas verdes, sólo seis cuentos y un cómic tontorrón, apenas 128 páginas. Se debió vender mal o algo, porque era súper fácil de encontrar en su momento en la Cuesta de Moyano, y hasta la imagen de portada estaba muy vista; debió salir en algún 1984 o así. Es de una época en que la revista estaba como pachucha, sacaban solo material refritado. Después del cincuenta volvieron a cobrar vigor, escoger cuentos variados y hacer números a medida, con material informativo, ensayos y demás.

El caso es que Adventures in Time and Space es citada con frecuencia como la primera gran antología de cf de todos los tiempos, allá por 1946. Uno de sus promotores es un señor del que ustedes saben lo mismo que yo, este tal Healy. El otro, McComas, fue junto a Anthony Boucher uno de los padres de The Magazine of Fantasy & Science Fiction, razón por la cual me merece las máximas consideraciones.

El hecho es que yo sabía además que esa antología no podía componerse de esos seis cuentos: demasiado poco. Lo confirmé en una de mis visitas a una Worldcon. Buceando entre las maravillosas librerías de segunda mano que uno puede encontrarse por allí, conseguí un ejemplar de Adventures in Time and Space de la prestigiosa casa inglesa Grayson & Grayson, tapa dura, fechado en 1954 y con cuatro relatos más. Incluyendo clasicazos que los de Nueva Dimensión no tuvieron a bien incluir en una segunda entrega en la revista como, nada menos, Anochecer de Isaac Asimov, el considerado en muchas listas como mejor relato de cf de todos los tiempos. Un cuento que, por cierto, en mi mocedad me costó bastante encontrar, y que había sido publicado pocos años antes que este número de ND en un pestilente volumen de la colección Galaxia de Vértice, razón por la que me imaginé que no había sido incluido por la gente de Dronte.

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Está lleno de estrellas, de Rafael Marín

Está lleno de estrellasPara los aficionados que todavía conocen Nueva Dimensión como algo más que esa revista de la que usted me habla, existen números de peso, y uno de los más compartidos suele ser el 129. Entre sus relatos figuraba “Nunca digas buenas noches a un extraño”, la ficción que puso el nombre de Rafael Marín (Trechera) en el mapa. Una historia de género negro que ocupaba la mayor parte de su extensión y terminó ganando incluso a los lectores más hostiles hacia la publicación de textos escritos en España. Desde su aparición en 1980 el currículum de Marín acumula colecciones de relatos (Unicornios sin cabeza, La sed de las panteras, Son de piedra y otros relatos…) y novelas (Lágrimas de luz, La leyenda del navegante, Juglar o La ciudad enmascarada, Don Juan). El conjunto forma una de las bibliografías esenciales de la literatura fantástica española reciente fruto de una labor incansable extendida al mundo del tebeo, docenas de traducciones, su faena como estudioso y divulgador o, incluso, creador de opinión, en la cual sobresale su actividad en su blog Crisei (tristemente abandonado), los múltiples foros de Dreamers, listas de correo y un largo etcétera.

En la introducción de Está lleno de estrellas Luis G. Prado destaca que, en esta tarea de cuatro décadas, además de una búsqueda continua de nuevos cauces expresivos, Marín evidencia una vitalidad digna de ser recordada; bien a través de la lectura de su obra, cada vez más difícil de conseguir, bien a través de este libro donde el autor de Mundo de dioses se cuenta a través del encadenamiento de dos tipos de breves textos. Por un lado el relato de su carrera como escritor y traductor, desde la ternura de sus primeros pasos hasta la actualidad. Y por otro mediante el contexto cultural que marcó el desarrollo de sus gustos o la evolución de la ciencia ficción, la fantasía y el terror en el imaginario colectivo; el conjunto de tebeos, series de televisión, películas y libros que suponen una parte sustancial del bagaje del cual surgen o con las cuales se emparientan sus creaciones más ligadas al ámbito fantástico.

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Fracasando por placer (I): Nueva Dimensión nº 98, 1978

 

The Marching morons

Durante años, tuve la intención de contribuir a elevar el debate en el fandom español a través de mis reseñas, de conseguir llamar la atención de contenidos interesantes que pudieran pasar inadvertidos. El número de lectores no ha crecido (sí el de participantes en ese debate, hasta generar un nivel de ruido abrumador), el nivel tampoco ha mejorado, y en líneas generales se puede considerar que mis intenciones no tuvieron éxito alguno. Quizá por eso dejé de escribir ese tipo de material sin proponérmelo, por pura pereza. Sin embargo ahora se me ocurre que quizá todo se resuelve tan sólo si abandono toda esperanza relevante, si asumo el fracaso. Así que la idea que arranco aquí es la de hacer reseñas de contenidos que leo por gusto (discutible), por mucho que esos materiales no le importen a nadie. Y aprovechar el tirón para contar cosas que quizá sí interesen a alguien, pero que desde luego no aportarán nada significativo.

Nueva Dimensión

Bien, mi elección totalmente aleatoria y carente de justificación es en esta ocasión la de uno de los números de la etapa de transición en la que Nueva Dimensión, la más longeva revista de ciencia ficción nunca publicada en España, estaba a punto de irse al garete. La distribuidora les había hecho un agujero importante. Domingo Santos seguía trabajando en una sucursal bancaria (se explica en el propio correo de la revista), mientras los otros dos integrantes del triunvirato fundador, Luis Vigil (que se escribe un editorialito contra la pena de muerte) y Sebastián Martínez, estaban totalmente en otras cosas. Parece ser que Carlo Frabetti y Augusto Uribe llevaban una notable porción del trabajo, y poco después Santos se quedaría como responsable a tiempo completo, aunque no borrara de la mancheta de crédito a sus viejos socios Vigil y Martínez.

Es, por tanto, un número un poco de retalillos. Fue recordado luego, sobre todo, por la inclusión de un texto que el doctor José Botella Llusía había publicado unos meses antes en El País. Botella, ex rector de la Complutense, fundador de la Sociedad Española de Fertilidad y tío de Ana Coffee With Milk in Plaza Mayor, tuvo la peregrina idea de mojarse con la cuestión de la disgenesia bajo el título «¿Vamos hacia una subespecie humana?». Con frases de tan rico sabor a turrón como «temo que una de las consecuencias negativas de la, por otra parte, necesaria limitación de los nacimientos, sea una proliferación de los subnormales». Lo cual viniendo de un señor que estudió en los años treinta en Alemania digamos que ya tal.

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Una chispa

Entre los hábitos que mantengo en relación con la cf está el de leer revistas o antologías de forma salteada, caprichosa. Es fácil conseguir viejos ejemplares de Asimov’s, The Magazine of Fantasy & Science Fiction, Astounding o Galaxy a través de la red, si no buscas uno concreto con algún contenido mítico (la primera publicación de «Flores para Algernon», el primer cuento de «La torre oscura»…). La suscripción a las que aún siguen vivas es relativamente económica, sobre todo en formato electrónico, y aún lo es más el adquirir la interesante Clarkesworld o leerla online (gratis). Para mí, por la forma en que me introduje en el género, la verdadera esencia del placer que me produce la cf está en los formatos cortos; sumergirme en la incertidumbre de un mundo nuevo una y otra vez, ideas frescas, en ocasiones sorpresas magníficas, en la mayoría simplemente sueños adocenados pero que me remiten a unos códigos que me son familiares, hacia los que no puedo evitar cierta indulgencia. Es verdad que en los contenidos actuales abunda más el relato de fórmula, de taller literario, que en su predictibilidad y esquematismo tiende a generarme antipatía, pero tampoco faltan textos mucho mejores.

Una señal de madurez es que ya apenas buceo en el material complementario que aparece en esas revistas. En mi adolescencia, reunía de forma esforzada mi colección de Nueva Dimensión en la Cuesta de Moyano y, de vuelta a casa en el autobús, siempre leía con avidez las páginas verdes. Absorbía cada pedazo de información para saber más de los autores que me llamaban la atención, encontrar referencias a libros que no conocía o seguir con diversión las peleas del momento en la sección del correo. Leo o releo de vez en cuando también Nueva Dimensión (que sigue manteniendo un nivel aceptable en cuanto a calidad de contenidos y traducciones en comparación con otras cosas de la época), también las otras revistas españolas, pero casi nunca miro ya esas secciones. Sólo me interesan las historias, en ocasiones los ensayos.

De vez en cuando, como decía, salta la sorpresa: encuentras un relato que no recordabas y te sorprende por su estructura, por una idea original, por un instante perturbador. Algunos ya son bien conocidos y forman un bagaje histórico formidable: «El día millón» de Frederik Pohl, un cuento de diez páginas escrito hace cincuenta años por un autor ya cincuentón, es una suerte de enmienda a la totalidad al adanismo imperante en el género de hoy. Y es sólo uno de un centenar de ejemplos. Lamentablemente, nadie pondrá hoy bien en twitter este cuento, porque el pobre Pohl ya no está en condiciones de devolver el favor. Aunque sí Samuel Delany: quienes no estuvieron allí podrían informar a ese hombre que no ocultaba su bisexualidad (difícilmente tampoco el color oscuro de su piel) de que el género en su conjunto era un campo que marginaba unánimemente la gente como él en esa época, cuando ganó el Nebula de novela de forma consecutiva a los 25 y 26 años… Hace más de cincuenta.

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Domingo Santos, In Memoriam

Pedro Domingo Mutiñó

Hacer un panegírico de alguien es siempre complicado sobre todo si ese alguien lo consideras una figura relevante en tu ámbito vital. Me enteré del fallecimiento de Domingo Santos, nacido Pedro Domingo Mutiñó, por un whatsapp de mi amigo Rafael Marín que a su vez había recibido una llamada telefónica de Ángel Torres Quesada al que la familia de Santos le había comunicada la triste noticia. Santos y Torres fueron amigos durante muchos años y mantuvieron esa amistad hasta el final. La muerte de Santos ha sido muy dura para muchos, en especial para su familia, y en particular para Torres.

Precisamente conocí a Santos a través de Ángel Torres que me lo presentó en la HispaCon de Barcelona en 2002, creo recordar. Él había colaborado en un libro en el que yo también participaba, La ciencia ficción española de editorial Robel y después de la presentación del mismo, en la barra del bar—benditas barraCones—, Torres me presentó a Domingo Santos, desde ese momento Pedro. En esa ocasión tuve la oportunidad de conocer en persona a un mito viviente, nada más y nada menos que ¡uno de los responsables de Nueva Dimensión!, la revista que me llevó a comprender que no estaba solo en el mundo de la ciencia ficción y la fantasía. Porque hasta que ND cayó en mis manos me consideraba un rara avis en mi ciudad natal, Cádiz, casi un marginado en cuestión de literatura fantástica. Nadie en mi entorno compartía mis aficiones, y eso me hacía un solitario, al menos en ese aspecto. La creación de ND por parte de Domingo Santos, Luis Vigil y Sebastián Martínez, tuvo lugar en 1967 y su primer número se lanzó en enero de 1968. Para aprovechar la distribución de Pomaire, la revista tuvo un formato igual a la francesa Planète, que en su edición española imprimía esa editorial. Así nació el peculiar formato original de ND. Este sería uno de los mayores logros de Pedro como editor: mantener una revista de ciencia ficción en España durante 15 años y 148 números.

Pero la revista no fue su forma de vida. Digamos que ND era casi un hobby para sus creadores. Pocos beneficios daba y sí mucho trabajo, por lo que debían dedicarse a otras tareas para poder comer. Pedro enfocó una de sus labores en la traducción que compaginó con la edición y con la escritura de la que hablaré más adelante. Por ejemplo fue el traductor de Forastero en tierra extraña, de Robert Heinlein, A vuestro cuerpos dispersos, de Philip José Farmer o Dune, de Frank Herbert.

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Cuentos para Algernon. Año III, selección de Marcheto

Cuentos para Algernon Año IIIHan pasado cuatro años desde el nacimiento de Cuentos para Algernon, un proyecto donde mensualmente se traduce ciencia ficción, fantasía y terror de los autores más señalados que publican en las revistas anglosajonas. Cuatro años de una web amateur cuya impulsora, Marcheto, ha dado a los aficionados la oportunidad de conocer levemente la actualidad del relato en EEUU y Gran Bretaña. Entre los escritores seleccionados tanto ha habido nombres aquilatados como otros más desconocidos, en su mayoría apenas traducidos en España. Esta apuesta en un contexto de mercado en contracción donde la narrativa breve, muy especialmente en el formato antología no temática, tiene un hueco cada vez más reducido, dota a Cuentos para Algernon de su incomensurable valor añadido. Año a año me acerco a estos volúmenes recopilatorios, liberados como el resto de su web de manera gratuita, para participar de esta celebración del relato sobrina nieta de cabeceras como Nueva Dimensión, las Selecciones de Bruguera o las más recientes Artifex o TerraNovas&Co.

Por empezar por un clásico, en este Año III destaca Avram Davidson, un escritor cuya relevancia en España se ha perdido. Como parte del especial de humor se presenta “El hornillo eslovo”. En él plasma el desarraigo de las segundas y terceras generaciones de inmigrantes, el olvido de ese bagaje de usos y costumbres mantenido por sus antecesores durante siglos, mientras se las ingenia para recordar el choque cultural de la primera generación al llegar a su país de adopción y las estúpidas diatribas étnicas arrastradas hasta el nuevo continente. La brillantez está en el ingenio detrás de cómo germina cada faceta a través de la narración y unos diálogos con chispa. Me ha dejado con las ganas de leer más historias suyas.

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