No es país para viejos y sus parecidos con la ciencia ficción lúgubre

No Country For Old Men

No era la mejor idea. Le iba a enviar a Nacho un texto sobre la elipsis en La carretera donde venía a decir que esos agujeros argumentales y hasta cierto punto temáticos expanden mucho el radio de la novela. Llegaba a decir que la novela ‘es puro presente sin futuro’. Bueno. Pues muy bien. Se ha escrito mucho sobre eso y en esta misma página hay textos más interesantes, más sugerentes sobre La carretera que el apunte que había pensado como colaboración veraniega para C.

Pero como llevo algo más de un año metido en una fase muy Cormac McCarthy, he caído ahora en que la otra novela más o menos menor (pero absolutamente cautivadora y pesadillesca), de su obra, también merece su apunte propio en esta página, un apunte que no me ha dejado en paz desde que la leí, por primera vez, hará ahora cuatro o cinco meses.

Creo que se le pueden buscar parecidos sorprendentes a No es país para viejos. Ese western contemporáneo y urbano e hiperviolento recupera el espíritu, aunque suene raro, de Alien, de Terminator, de la saga de los Berserker de Fred Saberhagen. Ya en esa primera página en la gloriosa cursiva característica de su autor nos dice el narrador –uno de ellos– que una vez envió a un chico a la cámara de gas, que el chico no mató por pasión ni por rabia ni enfado sino por cálculo, porque quería y sabía desde siempre que tarde o temprano lo iba a hacer. Y en esa primera página y media afina McCarthy el tono y la temperatura del texto de un mundo amoral y sanguinario. Sitúa ese mundo marcado por el horror de la ultraviolencia gratuita en 1980, o sea que para cuando se publica estamos viviendo en el sucedáneo de esa involución.

Es ese el mundo que no es para viejos, porque en Anton Chigurh –la imparable máquina asesina que siempre cumple– hay una determinación casi sobrehumana para matar. No se para ante nada y ese camino hacia la tortura y el asesinato salvaje y mecánico es como una larga vía de tren sin fin. En Alien pero sobre todo en Terminator vemos esa misma determinación, es un avanzar imparable y esa vocación para matar es tan dura, tan arcaica, que parece que el mundo caiga desflecado ante su paso.

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Soy lo que me persigue. El terror como ficción del trauma, de Ismael Martínez Biurrun y Carlos Pitillas Salva

Soy lo que me persigueLa mayoría de los libros que analizan un género suelen afrontarlo desde una perspectiva bien personal, bien académica, ajustándose sobre todo a cualidades narrativas, ideológicas, estructurales. En Soy lo que me persigue, Ismael Martínez Biurrun y Carlos Pitillas Salva no descartan esta base y, según avanzan las páginas, incrementan el acercamiento clásico al terror. Sin embargo, en su mayor parte se aproximan desde una herramienta utilizada en escasas ocasiones: la psicología. Algo insinuado con el subtítulo que acompaña al libro, El terror como ficción del trauma, pero que llega a tener una profundidad que cuesta anticipar. Esta propuesta rinde buenos frutos e ilumina nuevos recovecos de una poética bastante estudiada, sobre todo desde su reflejo de los acontecimientos históricos y sociales o su manera de despertar y alentar emociones de diversa índole.

En la primera parte del libro Martínez Biurrun y Pitillas Salva asientan las bases psicológicas del trauma. Lo inician con su equiparación con una fractura de Ronnie Janoff-Bulman, pasan por Freud, y llegan al meollo con el psicoanális de Lacan. Quizás la parte que más me ha costado aprehender por el uso de una nomenclatura (lo real, lo imaginario, lo simbólico) que tengo demasiado arraigada desde otros campos. Para proporcionar un asidero y una brújula al lector, cada concepto teórico se acompaña con su manifestación en el mundo de la ficción y cómo en el cine y la literatura han puesto de manifiesto cada una de estos aspectos. Así, por ejemplo, la mencionada ruptura les permite hablar del fenómeno de El doble o de las identidades diversas a través de películas como Enemy o La mitad oscura, o del cuestionamiento del yo como realidad sólida en La maldición de Hill House o La casa de hojas. Esa manera característica de dejar al espectador/lector inerme ante las atrocidades de las cuales puede ser capaz el ser humano, emergencias de un pasado olvidado y nunca dejado atrás, sucesos imposibles de conceptualizar… Todos los elementos habituales del terror desnudan sus significados y aportan claridad desde la psicología, siempre de la mano de los mejores ejemplos, en un equilibrio muy medido. Lo formal y sus representaciones se suceden con continuidad sin que ninguna de las dos partes monopolicen más de la cuenta un capítulo.

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No te esperes una mariposa. Sobre la serie B

Forbidden World

“Don’t expect a butterfly”. Esta frase tan contundente, tan bonita, no deja de ser una advertencia: la dice una de las tripulantes de la nave espacial en la película Forbidden World, de Allan Holzman, y se refiere al enigmático contenido de una crisálida –conocida por la tripulación como ‘Sujeto 20’– que tienen cuidadosamente guardada en una incubadora. No saben qué es. Tampoco saben cuándo nacerá lo que contiene. Por lo que puede llegar a ser, por su potencial maldad, la temen.

Si digo que la película está producida por Roger Corman muchos imaginarán el tipo de película que es. Alguien malintencionado dirá que es la versión cutre de Alien. Pero nada más lejos de la realidad. Sí, es una película de bajo presupuesto y, sí, como en la de Ridley Scott, hay un alienígena a bordo. Pero no es sólo eso.

Jorge Fernández Gonzalo ha escrito en su Filosofía zombi que “todo remake plantea un efecto deconstructor”, que el remake lo que hace es “establecer parámetros de diferencias, pautas de contraste, desvíos” y, sobre todo, que “comprende una reimaginación, no una reescritura”. Inevitablemente hemos acostumbrado nuestra mirada al cine de presupuesto, a los cánones de calidad que nos plantea, y hemos aceptado sus logros como lo único realmente válido. Por eso, cuando vemos Forbidden World hemos de reajustar la mirada, afinar nuestras expectativas para entender y asimilar plenamente la manera en que un clásico (en este caso Alien) se legitima como tal a través de unos códigos nuevos, a través de una reimaginación (caso de que la película sea sólo un remake), y centrarnos en esas pautas de contraste, en los desvíos creativos que la obra, en sí misma, contiene. O, simplemente, tenemos que afinar nuestras expectativas ante algo diferente, ante algo nuevo que se quiere alejar de lo convencional y del aburrimiento del buen gusto (del “buen gusto”). El monstruo es menos sofisticado que el de Scott, cierto, pero no por ello la película es peor, ni su capacidad metafórica es menor.

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Fracasando por placer (VIII): Nueva Dimensión nº 46, mayo de 1973, y parcialmente Adventures in Time and Space, Raymond J. Healy y Francis J. McComas, 1946

Nueva Dimensión 46

Ahora es muy fácil, pero ser aficionado a estas cosas ha sido históricamente un calvario. El mayor problema, el más obvio, eran las traducciones, claro. Pero la edición ha sido muy mala, penosa. Las puñaladas te podían llegar de los lugares más inesperados. Uno podía pensar que tenía un libro estupendo, que había cubierto la obra de tal o cual autor, y mira, pues no. Porque resulta que en la edición española faltaban treinta páginas de la novela. Porque era una antología y no habían metido tres cuentos. Porque el editor prefería que sus libros tuvieran por lo general 196 páginas y no más. Y ni siquiera yendo a las fuentes originales se podía uno fiar. Aquí viene el ejemplo. Uno muy alambicado y que me ha mantenido en el engaño hasta hace cuatro días.

No leí en su momento el número 46 de Nueva Dimensión porque sabía que no era lo que decía en la portada. En ella se lee: «Aventuras en el tiempo y el espacio. Selección de Healy y McComas». Es un número muy delgadito, sin páginas verdes, sólo seis cuentos y un cómic tontorrón, apenas 128 páginas. Se debió vender mal o algo, porque era súper fácil de encontrar en su momento en la Cuesta de Moyano, y hasta la imagen de portada estaba muy vista; debió salir en algún 1984 o así. Es de una época en que la revista estaba como pachucha, sacaban solo material refritado. Después del cincuenta volvieron a cobrar vigor, escoger cuentos variados y hacer números a medida, con material informativo, ensayos y demás.

El caso es que Adventures in Time and Space es citada con frecuencia como la primera gran antología de cf de todos los tiempos, allá por 1946. Uno de sus promotores es un señor del que ustedes saben lo mismo que yo, este tal Healy. El otro, McComas, fue junto a Anthony Boucher uno de los padres de The Magazine of Fantasy & Science Fiction, razón por la cual me merece las máximas consideraciones.

El hecho es que yo sabía además que esa antología no podía componerse de esos seis cuentos: demasiado poco. Lo confirmé en una de mis visitas a una Worldcon. Buceando entre las maravillosas librerías de segunda mano que uno puede encontrarse por allí, conseguí un ejemplar de Adventures in Time and Space de la prestigiosa casa inglesa Grayson & Grayson, tapa dura, fechado en 1954 y con cuatro relatos más. Incluyendo clasicazos que los de Nueva Dimensión no tuvieron a bien incluir en una segunda entrega en la revista como, nada menos, Anochecer de Isaac Asimov, el considerado en muchas listas como mejor relato de cf de todos los tiempos. Un cuento que, por cierto, en mi mocedad me costó bastante encontrar, y que había sido publicado pocos años antes que este número de ND en un pestilente volumen de la colección Galaxia de Vértice, razón por la que me imaginé que no había sido incluido por la gente de Dronte.

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El viaje del Beagle espacial, de A. E. van Vogt

El viaje del Beagle espacialUno de los fracasos editoriales más sonoros de la ciencia ficción en España fue el intento de P&J por recuperar el espíritu de las colecciones de bolsillo a finales de los 90. El gatillazo detrás de Mundos Imaginarios fue de tal magnitud que, tras la primera tanda de seis libros, la segunda remesa de novedades, ya impresa, no llegó a distribuirse en España. Se envió directamente a Sudamérica para, años más tarde, retornar a través de un puñado de librerías de ocasión. Vista con la distancia de las casi dos décadas transcurridas, la persona detrás de Mundos Imaginarios, Marcial Souto, cuidó la selección de títulos y autores: había buenas colecciones de relatos de los 50 y 60 (Sturgeon, Aldiss, Zelazny), novelas inéditas de grandes escritores (Dick, Silverberg, Sheckley), Mario Levrero. Sin embargo su criterio se estrelló con la cruel pérdida de popularidad de las colecciones de ciencia ficción y su distancia respecto al apetito de los nuevos lectores. Quizás con el público de los 60 y 70 su gusto clásico habría sobrevivido. Con el cambio generacional, la catástrofe estuvo servida.

Entre los títulos figuraba la reedición de El viaje del Beagle espacial, libro principalmente recordado por ser una de las posibles inspiraciones de Alien. Las semejanzas entre el guión escrito por Dan O’Bannon y dos de los cuatro relatos de este fix-up (“Black Destroyer” y “Discord in Scarlet”) le permitieron a A. E. Van Vogt denunciar a la 20th Century Fox por plagio y, tras un acuerdo económico, hacerse con un suculento talón económico. Aparte de este interés colateral, averiguar por uno mismo cuánto de Alien puede haber en sus páginas, poco más bueno puedo decir sobre él. Tras leerlo en tres cuartas partes (no pude con la última historia), no me duele en prendas incluirlo dentro de la categoría de antiguo, en las antípodas de lo clásico.

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Algunos apuntes sobre Stranger Things y el papel de la mujer en la ficción de horror

Stranger Things

Tengo que reconocerlo: mis hijos y yo lo pasamos genial viendo Stranger Things. La serie de los hermanos Duffer para Netflix nos encantó exactamente por las razones por las que fue diseñada para encantarnos: a mí por la nostalgia ochentera, a mis hijos por todo lo demás. Lo cual es digno de celebrarse, creo: comprobar que la (calculada) honestidad de la propuesta, totalmente libre de ironía, y ese sentido de maravilla más emocional que visual calan todavía en las mentes de los chavales a pesar de las miles de horas quemadas ante Hora de aventuras y la PS4.

Podemos lamentarnos por la falta de originalidad —el límite entre el homenaje mitificador y el refrito comercial es difuso—, pero lo cierto es que la fórmula narrativa de Spielberg sigue funcionando treinta años después. Vaya si funciona. Ahora bien, la naïveté que rezuman los personajes también se le exige al espectador para pasar por alto unos cuantos disparates de guión; pero recordemos que las películas de Spielberg nunca estuvieron dirigidas a cuarentones sino a chavales de la misma edad que los Goonies, y en aquel entonces lo único que pedíamos era una buena aventura.

La (aparente) ingenuidad del relato no evita que nos hagamos algunas preguntas sobre el contenido ideológico de la serie. Que lo hay, por supuesto. El envoltorio retro facilita de hecho la identificación de algunos valores tan estadounidenses como conservadores: por ejemplo, la idea de que el Estado está detrás de todas las grandes conspiraciones contra los ciudadanos y de que cada uno debe aprender a defender a su familia y a sí mismo. La navidad. La familia. El sheriff. La pequeña comunidad donde nunca ocurre nada malo. Etcétera.

Pero hay un aspecto en el que me interesa fijarme por encima de todo eso, y tiene que ver con el papel de la mujer y los estereotipos sexuales.

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Robocop vs Terminator, de Frank Miller y Walter Simonson

RoboCop vs TerminatorCuando Dark Horse se lio a comprar licencias de películas para producir cómics a finales de los años 80, supongo que pareció la típica maniobra para hacer dinero fácil en un mercado en expansión. No se puede negar que había mucho de ello. Pero lejos de caer en la mera explotación comercial, se preocuparon de poner unos buenos cimientos en los márgenes del todopoderoso cómic de superhéroes con los autores de segunda fila que podían permitirse. Randy Stradley, Phil Norwood, Chris Warner, Mark A. Nelson, Mark Verheiden, Tom Veitch, Cam Kennedy son los primeros nombres asociados a los tebeos de Predator, Alien, Star Wars… Gente en las antípodas de la etiqueta “hot” y, salvo excepciones, con unas carreras de perfil muy bajo, si alguna vez llegaron a despegar.

El número de combinaciones que puedes establecer dentro de cada franquicia está limitado a la flexibilidad del material de partida. Y salvo que tu cerebro sea como el de Alan Moore, estos bichos dan para lo que dan. Sin embargo se hicieron buenos tebeos. En particular guardo un grato recuerdo de la franquicia Alien de la cual salieron una serie de series limitadas con un acusado rasgo de aventura espacial que conducían las historias en una dirección diferente a la que después tomarían en el cine, con los aliens llegando a la Tierra y proliferando por todo el planeta; lanzando ideas que después serían reutilizadas como el uso militar de los bichos por parte de un general zumbado o unos navegantes deseando exterminar a la especie humana mediante esas criaturas. Incluso llegaron a destacar algunas de las combinaciones entre franquicias: el primer Aliens vs Predator, un par de Batman vs Predator, el Tarzan vs Predator o aquel Superman vs Aliens en el que Kevin Nowlan hacía que Dan Jurgens pareciera otra cosa. El resto son de más vergüenza ajena.

Los más significativos fueron traducidos en su momento, a excepción de éste. Paradójicamente uno de los primeros y creado por dos de los autores más señalados surgidos del cómic de los 70. Dos autores totales que durante la década anterior se habían hecho un nombre mayormente poniendo su arte al servicio de personajes de superhéroes de Marvel y DC: Frank Miller y Walter Simonson. Supongo que por un tema de derechos, RoboCop vs Terminator había permanecido inédita hasta hace unos meses. 23 años después de ser publicado. Se dice pronto.

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Europa imaginaria

Europa imaginaria

Europa imaginaria

Desde luego, hay que reconocer que ambición no le falta a este libro, nada menos que un recorrido por el fantástico europeo intentando tocar todos los palos artísticos, desde la literatura y el cine a la pintura y el diseño gráfico, de la fantasía al terror y la ciencia ficción, ahí es nada. Y si este atrevimiento resulta de lo más refrescante, no es menos cierto que, en conjunto, el libro acaba siendo un tanto fallido en sus resultados, aunque muy valioso por alguna de sus partes.

Me explico. El principal problema de un empeño de estas características es la longitud. Intentar tocar una temática tan ecléctica, variada y ambigua como lo fantástico en Europa en menos de 190 páginas no deja de ser una utopía descabellada y, como tal, imposible. Y de ahí se resiente este volumen, de su total inconcrección, de la falta de un espíritu uniformador, de una cierta coherencia entre los diversos ensayos. Porque uno no sabe si estamos ante un repaso a la historia del arte fantástico europeo o, como indica el título, son, simplemente, «cinco miradas sobre lo fantástico en el Viejo Continente», ya que cada autor hace de su capa un sayo y toma caminos un tanto caprichosos y contradictorios respecto al título y respecto a las intenciones del libro.

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