Desde luego, hay que reconocer que ambición no le falta a este libro, nada menos que un recorrido por el fantástico europeo intentando tocar todos los palos artísticos, desde la literatura y el cine a la pintura y el diseño gráfico, de la fantasía al terror y la ciencia ficción, ahí es nada. Y si este atrevimiento resulta de lo más refrescante, no es menos cierto que, en conjunto, el libro acaba siendo un tanto fallido en sus resultados, aunque muy valioso por alguna de sus partes.
Me explico. El principal problema de un empeño de estas características es la longitud. Intentar tocar una temática tan ecléctica, variada y ambigua como lo fantástico en Europa en menos de 190 páginas no deja de ser una utopía descabellada y, como tal, imposible. Y de ahí se resiente este volumen, de su total inconcrección, de la falta de un espíritu uniformador, de una cierta coherencia entre los diversos ensayos. Porque uno no sabe si estamos ante un repaso a la historia del arte fantástico europeo o, como indica el título, son, simplemente, «cinco miradas sobre lo fantástico en el Viejo Continente», ya que cada autor hace de su capa un sayo y toma caminos un tanto caprichosos y contradictorios respecto al título y respecto a las intenciones del libro.
La sensación final tras la lectura es la de hallarnos ante un cajón de sastre, un cul de sac en el que cabe cualquier cosa con tal de que hable de lo fantástico y de lo europeo. Y en el que a veces se retuerce un poco estos dos conceptos básicos con tal de que encajen en el discurso de cada uno de los ensayistas. Porque una de las ideas que subyace debajo de todo el texto es la diferencia entre el fantástico europeo –elitista, minoritario y de gran calidad– y el norteamericano –popular, ínfimo y de éxito–. Idea, cuando poco, discutible y que se tensa hasta extremos inaguantables al afirmarse, por ejemplo, que la obra de Riddley Scott –Blade Runner y Alien– es plenamente europea por la nacionalidad británica del director –que sean producciones de Hollywood parece que cuenta menos–. O intentar colar como obras fantásticas algunas de las películas de la Nouvelle Vague francesa –como El año pasado en Marienband de Alain Resnais– para resaltar el marchamo de calidad y elitismo.
Por supuesto, otra cosa son los ensayos propiamente dichos. Como toda antología, esta resulta irregular, pero algunas de sus partes son tan apasionantes e intensas que bien suplen las carencias de las demás y salvan el conjunto de la obra. En general, aquellos ensayistas que han intentado realizar una visión de conjunto del tema a tratar fracasan miserablemente por una mera cuestión de espacio: imposible tratar tanto en tan pocas páginas.
Algo que reconoce de facto, por ejemplo, José María Latorre en “Lugares de los fantástico y los siniestro” al afirmar: «Trazar en sólo quince folios una geografía fantástica europea es, teniendo en cuenta su variedad y su interés, una labor titánica que únicamente podría llevar a cabo con acierto un maestro de la miniatura». En este caso, Latorre no tiene esa maestría y su ensayo se convierte en un sonoro fracaso. Al intentar comprimir en tan poco espacio una historia de la literatura fantástica europea sólo consigue enumerar de forma arbitraria una serie de nombres y obras que cualquier buen lector conoce de sobra. En eso queda todo el ensayo, en un catalogo errático de autores agrupado por nacionalidades y con un criterio más que extraño, ya que la cronología nunca queda clara –aparentemente habla de finales del XVIII a principios del XX pero se cuela de rondón, por ejemplo, Dino Buzzati, bastante más tardío– y la ciencia ficción queda excluida –aunque se menciona de pasada a Julio Verne y H. G. Wells–.
Y es una pena, porque hay atisbos de que Latorre podría haber hecho algo más original e interesante, como cuando menciona de pasada las posibles conexiones entre música y literatura fantástica –en especial a la hora de hablar de E.T.A. Hoffmann que compaginó ambas artes–. Eso sí, del propósito inicial, realizar un geografía de la literatura fantástica europea, nada de nada. Nunca queda clara cual pude ser la relación entre nacionalidad y obra, paisaje y sensibilidad artística.
Y lo mismo puede decirse de Carlos Arenas en “Ilustración, diseño y fantasía: del papel al celuloide”, un repaso a los últimos 30 años de ilustración fantástica y su proyección en el cine –cómics, carteles, storyboards, portadas de discos, libros, diseño conceptual de una película, etc–. Para mí, que soy un profano en el tema, el artículo me ha parecido interesante pero cualquiera que esté ducho en el mundo del cómic sentirá una ligera frustración cuando simplemente se encuentre con un listado de autores y de las películas en las que han colaborado –que, por cierto, han sido seleccionadas sin ningún criterio de calidad, en el mismo saco se mete Alien y Underworld–.
Están mucho más conseguidos aquellos ensayos en los que sus autores realmente han cumplido con el subtítulo del libro y han recogido, realmente, una mirada sobre un aspecto concreto de lo fantástico, profundizando en el tema y llegando a conclusiones brillantes, sugerentes y fascinantes. La veterana Pilar Pedraza en “Mansiones imposibles, criptas y ciudades violadas” estudia cómo el «lugar» puede convertirse en un elemento de un film tan poderoso y evocador que acabe eclipsando a los actores y se alce con el rol de protagonista absoluto. En este sentido divide su estudio en base a su título en tres capítulos y repasa de forma intensa cómo las mansiones, las criptas –símil de los lugares cerrados y muertos– y las ciudades atacadas por alguna amenaza maligna pueden convertirse en poderosas metáforas de las ideas, generalmente sombrías, de cada director. Para ello repasa con cierta profundidad obras como Malpertuis de Harry Kümel, Inferno de Dario Argento, El año pasado en Marienband de Alain Resnais y un largo etcétera. Sólo se me ocurren tres peros: el que muchas de las películas sean bastante desconocidas o artísticamente discutibles, el uso de otras cintas que personalmente nunca habría situado entre el cine fantástico y la brevedad con que son tocados los dos últimos capítulos. Por lo demás, un trabajo tan satisfactorio como bien escrito.
En “Visiones del fin del futuro en el fantástico europeo” Jesús Palacios logra otro ensayo de lo más conseguido. La idea es realizar un recorrido por las cintas europeas anteriores a Blade Runner para demostrar que esta película no surgió de la nada sino que hunde sus raíces en muy sólidos precursores. La premisa inicial es falsa en parte, como ya he indicado anteriormente –¿ Blade Runner europea?–, pero la tesis que, a la larga, Palacios defiende no deja de ser fascinante y la comparto plenamente: cierto tipo de ciencia ficción no habla del futuro sino del presente, Blade Runner mostraba el pasado mañana y, en algunos aspectos, acertó de tal manera y tan pronto que da miedo pensarlo y eso es algo que ya ha ocurrido otras veces en el cine europeo. Para demostrar esta idea Palacios analiza películas como Lemy contra Alphaville de Godard –rodada íntegramente en localizaciones reales–, Farenheit 451 de Truffaut –donde de nuevo podríamos preguntarnos hasta que punto es una película europea–, Solaris, Stalker y Sacrificio de Tarkovski, etc, etc. De nuevo se plantea como problema que muchas de estas cintas son poco conocidas pero he de reconocer que el estudio de Palacios es uno de los más redondos y convincentes de todo el libro.
Finalmente, tenemos el, para mí, más apasionante de todos los ensayos: “El héroe vs el monstruo. La lucha de lo apolíneo contra lo dionisíaco” de Antonio José Navarro. Este autor hace un repaso evocador y certero por algunos de las obras de la pintura occidental que recrean la lucha de un héroe contra un monstruo. La mayoría son cuadros mitológicos –Hércules y la Hidra de Lerna, Thor y la serpiente Midgard, Perseo y Cetus– pero también religiosos –San Jorge y el dragón–. Navarro salta de un pincel a otro, de un estilo al siguiente, con desparpajo y gracia. Por su pluma pasan Rubens, Füssli, Doré, Uccello, Ingres, Rafael, Moreau, Zurbarán y, entrando en el mundo de cine, incluso, los peplum italianos más infames. De todos ellos saca alguna idea interesante, algún apunte inédito que le sirve para apuntalar su teoría. A la vez, y sin perder un ápice de su descaro, disecciona y analiza minuciosamente y de forma muy amena las diferentes leyendas de las que parten los cuadros.
En ningún momento cae en la pedantería, en lo oscuro, en lo snob. Más de un catedrático de Historia el Arte podría aprender de esta forma de contar lo que hay detrás de una obra pictórica de tal manera que cualquiera pueda entenderlo, sin necesidad de una compleja formación previa. En esencia, Navarro viene a afirmar que las diferentes representaciones de la lucha del héroe con el monstruo son una encarnación de la dualidad de la naturaleza humana, lo apolíneo y lo dionísiaco, lo masculino y lo femenino, el orden y el caos. Los contrarios que se enfrentan pero que son igualmente necesarios para el normal funcionamiento del mundo. Es cierto que en cada época hay matices que pueden oscurecer este mensaje –el afán contrarreformístico en la época de Ruben, el erotismo en el fin de siglo francés– pero, en esencia, este permanece a lo largo de los siglos y los autores. Aunque abusa un tanto del vocabulario y las teorías psicoanalíticas, Navarro consigue llevar al lector a su terreno y convencerle de una forma tan elegante como eficaz de sus premisas.
Por acabar, un libro al que le va al pelo el refrán el que mucho abarca poco aprieta pero que se redime gracias a algunos de sus ensayos como el de Pedraza y, especialmente, los de Navarro y Palacios.