The Bulletproof Coffin, de David Hine y Shaky Kane

The Bulletproof Coffin

En 1977 David Hine y Shaky Kane (seudónimo de Michael Coulthard) se conocieron en un garito punk de Exeter. Por aquel entonces Hine editaba un proyecto universitario llamado Joe Public Comics, donde apareció la primera historieta de Kane, “Hitler on Ice”.

A finales de los ochenta, Bret Ewins y Steve Dillon fundaron la revista de historietas y música pop, Deadline, donde una emergente generación de dibujantes británicos afianzó su arte; Brendan McCarthy, Duncan Fegredo, Jamie Hewlett, Warren Pleece, John McCrea, Phillip Bond… y David Hine y Shaky Kane. Alguno hizo más o menos fortuna con el cine y la música, la mayoría, siguiendo la tradición inglesa, emigraron al sello Vértigo de DC y luego al mainstream, y otros, como McCarthy, sólo publicaron puntualmente alguna cosa, mientras se buscaban la vida con otros proyectos. David Hine acabó trabajando como guionista en las dos grandes, Marvel y DC (varias miniseries de X-Men, Daredevil, Civil War, Detective Comics…), y Shaky Kane, salvo alguna aparición esporádica, como la portada para el episodio homenaje a los Cuatro Fantásticos de la Doom Patrol de Morrison, o los dos números de Black Star Fiction Library, no se ha prodigado mucho más.

En 2008 Hine y Kane volvieron a encontrarse en el ascensor de un hotel mientras asistían a una convención de comics. En 2010 apareció la obra que volvió a reunirlos, The Bulletproof Coffin, dentro de la iniciativa de Image Comics de publicar tebeos creados por autores “independientes”; Orc Stain, King City o la reedición de Strange Embrace del propio Hine.

The Bulletproof Coffin es un tebeo de David Hine y Shaky Kane, donde Steve Newman un tipo que trabaja vaciando las casas de gente que muere sola y olvidada, encuentra varias cajas repletas de tebeos del legendario sello Golden Nugget Comics. Los tebeos de la Golden Nugget fueron obra de dos genios, David Hine y Shaky Kane, durante los años sesenta. Lo que en un principio era un lavadero de dinero de la mafia, se convirtió en la editorial que conjuró una nueva mitología americana, escrita y dibujada por estos dos titanes, estos Simon y Kirby, estos Lee y Ditko. Pero todo acabó cuando la compañía de comics Big 2 compró todo el negocio y destruyó el espíritu de Golden Nugget. Hine continuo trabajando para ellos, produciendo basura superheroica de ínfimo nivel y Kane desapareció del mapa, apareciendo ocasionalmente en comics porno bajo el seudónimo de Destroyovsky (candidato desde ya a mejor seudónimo de la historia).

Newman regresa a casa con sus tesoros. Y una vez allí, completamente alienado de su esposa, sus dos hijos y su perro rosa asexuado, se refugia en su desván – ataúd, aislado en un infierno de cultura pop donde va acumulando todos sus hallazgos; posters de películas, vídeos, muñecos, tebeos, novelas pulp, la parafernalia habitual. Y se pone a leer. Los tebeos de la Golden Nugget son historias enloquecidas de la Silver Age de tono morboso, siniestro y sangriento. Estas no son las historias del Batman arcoiris, esto son tebeos de superhéroes que habitan un descarnado universo ditkiano de crímenes, terror y misterio, héroes implacables y violentos; historias de bondage, drogas, violaciones y venganza que alimentan la soledad sudorosa de Newman. Vamos, lo normal. El propio tebeo refleja el tono de esas historias, nos hallamos ante un relato de suspense y misterio, avanzando cautelosamente por un laberinto de espejos deformantes y máscaras, de ficción que intoxica la realidad y una realidad que es muy difícil de distinguir de la ficción.

Pero a Newman se le aparecen todos los envejecidos héroes de la Golden Nugget y descubre que el fallecido poseedor de los tebeos era, nada más y nada menos, que Coffin Fly, otro legendario superhéroe de la casa. Y claro, acaba por calzarse su disfraz. De repente, en el techo de su desván aparece una escotilla y Newman, ya plenamente transmutado en Coffin Fly, se sumerge en una demenciada fantasía postapocalíptica pilotando su monstertruck, el Bulletproof Coffin, y luchando contra los zombies veteranos del Vietnam junto a Ramona, la Sheena del universo Golden Nugget. A partir de ahí, la historia se convierte en una carrera desenfrenada, atravesamos una y otra vez el juego de espejos, la narrativa salta del tebeo dentro del tebeo al propio tebeo siguiendo los demenciados giros de guión con una naturalidad y fluidez asombrosas. Ahora es otro aspecto de la Silver Age el que asoma, el tebeo absurdo, extravagante, tonto si quieren, pero nunca predecible.

Pero aparte de todo eso, del homenaje a una era desaparecida o el pastiche posmoderno, The Bulletproof Coffin es también una pistola de rayos de control mental, un brebaje tóxico que, mientras se lee, nos obliga a reflexionar sobre la metaficción como herramienta básica con la que trabajaban los tebeos de la Silver Age y, por extensión, los tebeos de superhéroes, las corrientes turbulentas que recorrían esas mismas historias y las cosas que se pueden hacer en un tebeo, es decir, la tensión que existe entre la libertad absoluta que ofrece el medio y las restricciones que impone la industria, el público y los propios autores. The Bulletproof Coffin es el producto de la colisión entre las reflexiones de Hine sobre su trabajo a sueldo en Marvel y DC con superhéroes comerciales modernos, y la visión “artística” del que no se ha “vendido” a la industria, es decir, de Kane y sus maravillosas y enloquecidas viñetas pop, fusión de Kirby, Ditko, Geoff Darrow y José Muñoz. La visión de un enamorado de la Silver Age, cuando los tebeos de superhéroes estaban locos, solo podían existir en los tebeos y jamás se habrían convertido en películas taquilleras llenas de estruendo y de furia.

Y el resultado de estas tensiones es la desaparición final del universo de Golden Nugget y, por añadidura, el de The Bulletproof Coffin, que se va difuminando lentamente, dejando paso a nuestra realidad. Una realidad de abogados y superhéroes que no son más que productos corporativos muertos, animados sólo por la voluntad de amasar millones de dólares con otra película ramplona. La lógica empresarial se impone y nadie es inmune, ni los propios autores, tampoco se les puede culpar, todos haríamos lo mismo. La locura y la magia han desaparecido, zombis enamorados que se van desvaneciendo poco a poco en una viñeta recién entintada, un boceto, un folio de guión, la página vacía.

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