Sospecho que James P. Hogan a la hora de escribir Operación Proteo no se propuso, en ningún momento, revolucionar la ciencia ficción o crear una obra literaria perdurable y emocionante. Y, desde luego, lo consiguió; este libro no es ninguna de estas cosas. Creo, más bien, que intentó elaborar un producto de consumo rápido sin mayor trascendencia y cuyo único objetivo fuese hacer pasar un buen momento a un lector cómplice que buscase una obra de evasión sin pretensiones, un pasarratos destinado a unas vacaciones playeras o a un viaje largo de tren o avión. Y en este sentido, he de reconocer que Hogan acierta de lleno. En efecto, Operación Proteo se lee, a pesar de su tamaño, en un suspiro y proporciona una sana e inocua diversión que se olvida tan pronto como uno cierra la última hoja. Nada en este libro es perdurable ni digno de reseñar. Pero, igualmente, es difícil no dejarse atrapar por la historia y leerla con una sonrisilla de deleite en la cara.
Operación Proteo, por tanto, tiene más que ver con los bestseller al uso que con la ciencia ficción con pretensiones. Es cierto que en esta novela hay un cierto aroma a Cronopaisaje de Gregory Benford, pero, siendo sinceros, pesa más la parte de superventas que la especulativa: múltiples personajes de una pieza y más bien planos, variados escenarios, tensión sin límites, buenos intachables y malos de tebeo, continuas vueltas de tuerca, romanticismo, acción, falta total de verosimilitud –sin complejos, eso sí– y, cómo no, el consiguiente final feliz. De hecho, tengo la sospecha de que esta novela podría haberse escrito sin la parte de ciencia ficción y funcionar casi exactamente igual; lo único que hubiera ocurrido es que en la librería se colocaría en la sección de hazañas bélicas en vez de en la de literatura fantástica.
Estamos en 1975, pero no en nuestro 1975. E.E.U.U. se mantuvo neutral durante la Segunda Guerra Mundial y, como consecuencia, nazis y japoneses ganaron la guerra y se hicieron con el control del mundo. Para estas fechas, sólo América del Norte y Oceanía se enfrentan a las potencias totalitarias y, después de una larga guerra fría, parece que la democracia va a ser borrada del mapa. Es en este contexto donde nace la Operación Proteo que da título al libro: la creación de una máquina del tiempo cuya finalidad es mandar un comando a 1939 que consiga que la Segunda Guerra Mundial acabe con una victoria aliada.
Evidentemente, Hogan se mete de lleno en el proceloso océano de las paradojas temporales, pero consigue salvar este escollo con una idea original que es, probablemente, el único momento en que todo el libro remonta algo el vuelo. La premisa de la que parte es que, realmente, la protagonista de Operación Proteo no es una máquina del tiempo sino una máquina que viaja a universos paralelos. De esta forma, el comando estadounidense no cae en su 1939 sino en nuestro 1939. A partir de ahí, el libro se embarca en un corre corre que te pillo que sólo mantiene su interés mientas uno se lo va leyendo. Los protagonistas deciden olvidarse de su mundo y ayudar al nuestro a derrotar a los nazis que, como no es para menos, cuentan también con su propia máquina del tiempo y la ayuda de otro universo paralelo.
La trama salta sin concesiones de un país a otro –de E.E.U.U. a Inglaterra y de ahí a Alemania–, de un universo a otro y de una época a otra –1975, 1939 y el 2025–. Hogan se inventa sobre la marcha un par de leyes de mecánica cuántica que justifiquen muchas de las barrabasadas y contradicciones que pueblan el libro y mezcla sin pudor personajes reales –Churchill, Roosevelt, Einstein– y ficticios.
Todo suena tan absurdo como parece y, de vez en cuando, se llega a momentos de auténtico bochorno. Pondré un par de ejemplos: Einstein consigue desentrañar las leyes cuánticas que rigen el funcionamiento de los viajes entre universos ¡leyendo el borrador de un cuento de Isaac Asimov en 1939, cuando sólo era un aspirante a escritor y estudiante de química! O si no, ese momento culminante en que seis comandos americanos prácticamente desarmados consiguen destruir la máquina alemana situada en un complejo subterráneo debajo de una fábrica de armas y custodiada por un batallón de las SS –y además sobreviven todos–.
Vale, suena a serie B de la mala y, efectivamente de eso se trata. Pero, todo hay que decirlo, para determinado público puede ser divertido. Así que, como resumen, que nadie espere encontrar aquí el libro de su vida. Pero, eso sí, como desengrasante después de la digestión de obras mucho más “densas” Operación Proteo no tiene igual y es perfectamente recomendable como lectura veraniega o para momentos similares.
Un último apunte, la traducción impecable, la edición estupenda –ya les gustaría a muchos editores de ciencias ficción con libros bastante más atractivos acercarse a los niveles de Ómicron–. Ahora, 23 euros por una obra serie B sin pretensiones, a pesar de su tamaño, son muchos euros.