Si no me falla La Tercera Fundación, James Morrow apenas tiene dos novelas publicadas en España: Su hija unigénita y Remolcando a Jehová; sendas sátiras sobre el cristianismo construidas sobre el absurdo de la lectura literal de sus dogmas, textos… En 1986, cuatro años antes de escribir la primera de ellas, Morrow había sorprendido al mundo de aficionados a la ciencia ficción y la fantasía con This Is The Way The World Ends, una mirada menos ácida y cargada de una enorme tristeza sobre uno de los temas claves para entender la segunda mitad del siglo XX: la Guerra Fría y el miedo a un holocausto nuclear.
Morrow alimenta This Is The Way The World Ends con el pánico nuclear, alentado durante los años 80 por la Iniciativa de Defensa Estratégica y una serie de ficciones que volvieron a poner de actualidad los efectos de la radiactividad sobre la población (The Day After, Cuando el viento sopla). Su protagonista, George Paxton, un hombre común que talla lápidas en un cementerio, se enfrenta al dilema de cómo conseguir un traje SCOPAS; el equipo de protección esencial para sobrevivir a la radiactividad. No tanto por él como para proteger a su hija pequeña. Después de firmar un contrato extravagante consigue uno para, en su regreso a casa, observar en el horizonte la detonación de un misil y el posterior hongo atómico; el aldabonazo de inicio a un holocausto nuclear. Entre los cascotes de una ciudad destruida, mientras intenta reunirse con su familia, sufre un violento encuentro con otro superviviente y, a punto de morir, es salvado por la tripulación de un submarino con destino La Antártida. La única zona del planeta a salvo de las detonaciones por el momento.
Prácticamente desde su primera página, Morrow pone en acción su buen hacer para la sátira. En este caso concreto de los EEUU de los 80, visible en toda una serie de situaciones como la fiebre por los trajes SCOPAS. Un producto hiperdemandado pero de dudosa utilidad, alrededor de los cuales se ha desarrollado un marketing brutal y cuya posesión mide el estatus social. Aunque lo realmente inquietante es cómo los trajes se han convertido en el último desequilibrio en la carrera de armamento: al inutilizar los desagradables efectos de la radicación, son vistos por los soviéticos como una amenaza para la estabilidad de la política de destrucción mutua asegurada. Esta absurda idea es la punta del iceberg de la labor de deconstrucción de Morrow sobre todo el argumentario de la Guerra Fría. Las estrategias de disuasión, la escalada nuclear con vistas a ganar seguridad, se ponen en juego a través de algunos de los compañeros de viaje de Paxton. Un político, un militar, un empresario, un reverendo, son los portavoces de una dialéctica sin pies ni cabeza que gobernó la política de su país y de una parte sustancial de la humanidad durante varias décadas.
This Is The Way The World Ends es el discurso de un pacifista convencido cansado de vivir bajo la amenaza del átomo que ataca la pasividad del ciudadano medio representado por Paxton; bien sordo a las noticias sobre la escalada armamentística, bien un militante encendido por las soflamas destinadas a justificar una política suicida. Sea como fuere, por acción u omisión, un cómplice sin el cual el desastre no tendría lugar.
En la presentación de la edición SF Masterworks, Justina Robson contextualiza This Is The Way The World Ends y la obra de Morrow como ficciones nietas de Jonathan Swift, hermanadas con la obra de Kurt Vonnegut y Philip K. Dick. Asimismo, como queda claro durante su lectura, tiene mucho de la mirada de Carroll y Alicia a través del espejo. Por tanto, como explicaba hace un mes en la reseña de Tik-Tok, no se puede esperar en sus páginas una ciencia ficción heredera de Wells, Verne y Campbell, Jr. Abundan las situaciones surrealistas que se dan de piñas con el sentido común. La novela demanda una mente abierta a imágenes que tensan el pacto de ficción más allá de donde suele ser habitual en la ciencia ficción de pro caso, por citar un único ejemplo, del submarino donde viajan hacia la Antártida. Por sus dimensiones y equipamiento, bien parece un portaaviones.
Pero a pesar del humor, el tono es sumamente triste. Morrow no sólo indaga en las pérdidas personales de los protagonistas. A su altura sitúa todas las “extinciones” aledañas, pasadas y futuras, puestas de manifiesto a través de un Paxton obsesionado con haberse quedado estéril y, por tanto, sin posibilidad de crear una nueva familia, y la irrupción en la historia de la descendencia cercenada de la humanidad. Generaciones y generaciones cuya posible existencia quedó volatilizada en cuanto el primer misil salió del silo, ahora en busca de justicia. Su último consuelo.
La novela tiene sus puntos flojos. Hacia la mitad hay una cincuentena de páginas ciertamente áridas que podrían haberse eliminado sin perder complejidad. Cuando Morrow se pone ñoño y empalagoso, se pone muy ñoño y muy muy empalagoso, cayendo en una retórica pastelosa que puede saturar incluso a los amantes del dulce. Además, leída 30 años después de ser escrita, la historia ha perdido parte de su efectividad. Lejos de haber escrito una fábula atemporal con una lectura más allá del momento para el cual fue escrita (como, por ejemplo, la excelsa Jinetes de la antorcha de Norman Spinrad), This Is The Way The World Ends es carne de los 80. Una melancólica y meliflua sátira sobre parte de los crímenes que la propia humanidad ha cometido contra sí misma durante el último siglo.
This Is The Way The Worlds Ends, de James Morrow
Gollancz, 2012 (publicada originalmente en 1986)
308 pp. Bolsillo. £8,99