Guardo un gratísimo recuerdo y un tremendo cariño por la mayor parte de lo que Ursula K. Le Guin escribió entre finales de los 60 y la década de los 70. Sin embargo sigo particularmente atraído por lo logrado en sus dos últimas novelas de Terramar: Tehanu y En el otro viento; cómo en una serie tan a la contra de la fantasía post El Señor de los Anillos y supuestamente clausurada en La costa más lejana fue capaz de ir más allá y narró aspectos hasta entonces inexplorados, caso del aprendizaje de la vida una vez se ha perdido un poder casi absoluto o la cesión de la responsabilidad a las nuevas generaciones. En esa exploración de nuevos senderos según Le Guin ha sumado años y ganando experiencia vital, Lavinia está hermanada con estas historias de Terramar y supone un nuevo logro en una carrera plagada de ellos.
Le Guin parte de La Eneida para ofrecer el punto de vista femenino del segmento final de la epopeya. Un poco a la manera de Marion Zimmer Bradley y sus relecturas de La Iliada o el ciclo Artúrico, la autora de La mano izquierda de la oscuridad recupera el pulso de sus mejores obras gracias a la voz de su narradora: Lavinia, la única del rey del Lacio, destinada a convertirse en la mujer de Eneas.
Sé que suena un poco ridículo escribir que ella es Lavinia; nada más lejos de la realidad. Basta el primer capítulo, cuando se presenta a sí misma y revela su origen, para apreciar la belleza de su voz y su naturaleza:
Sé quién fui, y puedo decirte quién podría haber sido yo, pero ahora sólo estoy en esta línea de palabras que escribo. No estoy muy segura de la naturaleza de mi existencia y me asombra encontrarme escribiendo. Hablo latín, claro, pero ¿aprendí a escribirlo? No parece muy probable. Sin duda existió alguien con mi nombre, Lavinia, pero podría haber sido tan diferente de la idea que yo misma tengo sobre mí, o de la idea de mi poeta sobre mí, que pensar en ella sólo me confunde. Hasta donde yo sé, fue mi poeta el que me otorgó realidad. Antes de él, sólo era la más nebulosa de las figuras, poco más que un nombre en una genealogía. Fue él quien me dio la vida, quien me dio a mí misma, y de este modo me capacitó para recordar mi vida y recordarme a mí. Y lo hago con viveza, con emociones y sentimientos que percibo con intensidad a medida que los pongo por escrito, puede que porque lo que recuerdo sólo cobra existencia a medida que lo escribo, o lo hiciera sólo a medida que lo escribía él.
Lavinia se presenta como un personaje mitológico consciente de cómo ha pasado a la posteridad, vacío porque Virgilio no le dio palabra en La Eneida y, sin embargo, inmortal mientras el poema continúe siendo leído, representado, recordado… Como tal, esa figura desvaída, hueca, toma la narración deseosa de quitarse el velo para reivindicar, mediante su interlocutora, su vida. No más grande que la del resto de los personajes recreados por Virgilio pero tampoco menos importante. Una mujer de su tiempo, una península itálica entre histórica y mítica, entregada a sus roles y aprovechando cada mínimo margen de libertad para acercarse a su felicidad. Una felicidad ligada a la de su familia.
Aunque el contexto, los conflictos entre las diferentes tribus del centro de la península itálica tras la llegada de Eneas, es el de un poema épico, Le Guin desplaza las coordenadas de la historia. Hay conflictos y batallas pero se observan siempre desde la distancia; bien relatadas por aquellos que las han vivido o visto, bien contadas por Lavinia tal como las observa desde lo alto de una muralla, con la aristeia cediendo su punto épico a algo más mundano, menos memorable. Mientras, la centralidad de la novela queda ocupada por el modus vivendi del pueblo y, sobre todo, las mujeres de la corte, sus labores como mediadoras con los dioses del hogar y su tarea como intendentes. También gozan de especial relevancia la preocupación de Lavinia por sus relaciones personales y el futuro de sus hijos; su relación con sirvientas o esclavas; la tensión con Amata, su madre… Esta traslación hacia terrenos a los que pocas veces se les ha prestado atención en relatos de temática fantástica, acrecienta la riqueza de Lavinia.
Hay conspiraciones y complots, pero en un segundo plano y sin caer en el manierismo. Las motivaciones de los principales actores están asentadas a la perfección y salvo Amata y su obsesión con casar a Lavinia con Turno, que sí roza un cierto maniqueísmo, el resto se mueven dentro de una verosímil gama de grises. De hecho Lavinia queda lejos de presentarse como un modelo de conducta sin debilidades. Llega a poner delante su propio interés frente al de sus súbditos, tal y como se ve cuando rechaza a Turno, obsesionada por satisfacer la profecía que la compromete a Eneas, y, en consecuencia, dar origen a una guerra donde morirán muchos inocentes.
La voz mediante la cual Le Guin insufla vida a Lavinia es una delicia. Un estilo exquisito, muy austero en las descripciones, acorde a lo que entonces debían ser pequeños poblados de costumbres frugales, y genialmente enhebrado. Con una concatenación de frases y una secuencia de los recuerdos de lo más apropiados para esta adaptación moderna de un poema épico destinado a ser enunciado oralmente por los contadores de historias. En este sentido, es obligado felicitar al traductor, Manuel Mata, por su excelente labor.
Lavinia es, por el momento, el broche de oro a la carrera de una escritora que durante 50 años ha marcado el paso de la ciencia ficción y fantasía. Una novela repleta de talento y sabiduría que me invita a encarar con optimismo la lectura de su obra inmediatamente anterior: la saga de los anales de la Costa Oeste.
Lavinia, de Ursula K. Le Guin (Booket, col. Literatura Fantástica, 2012)
Lavinia (2008)
Trad. Manuel Mata
320 pp. Bolsillo. 8,95€
Ficha en La tercera fundación