Cuando una gran parte de los lectores ha perdido la noción de qué es una distopía y qué un apocalíptico (o postapocalíptico), la lectura de It’s the End of the World es toda una satisfacción. Adam Roberts no utiliza ni una sola vez el término distopía para describir las diferentes vertientes de lo apocalíptico y por qué es un tema central a la hora de contar historias desde los primeros textos escritos. Una vitalidad ratificada a lo largo de la historia de la literatura, realimentada por la actualidad del último año y medio a la que no se sustrae este blog, tal y como lo demuestran diversos textos escritos por Julián Díez, Santiago L. Moreno o Mario Amadas.
Roberts suena en España por Ejército Nuevo Modelo, la novela de ciencia ficción bélica con sustrato transhumanista publicada en 2016 por Gigamesh. Escritor prolífico, compagina su labor creativa con la enseñanza de Literatura Inglesa y Escritura en una de las múltiples facultades asociadas a la Universidad de Londres. Tiene una amplia bibliografía en el campo de la no-ficción e It’s the End of the World es su ejemplo más reciente. Un ensayo terminado durante el confinamiento de primavera de 2020 que se alzó con el Premio Británico de Ciencia Ficción al mejor libro de no-ficción. El aroma oportunista tanto en la publicación como en el galardón es inevitable. Sin embargo, basta leer la introducción para quitárselo de la cabeza. Roberts desenmaraña el corpus de ideas alrededor del fin del mundo y lo sistematiza a través de un discurso capaz de llegar a una serie de conclusiones. Algunas previsibles; otras, ¡bien por él!, no tanto.
De manera inexcusable el primer capítulo trata el concepto de fin del mundo unido a lo divino desde diferentes mitologías. El diluvio universal, la contienda entre entidades todopoderosas en las leyendas chinas y vikingas, el Apocalipsis de San Juan, se presentan desde una perspectiva histórica para, a continuación, exponer su posterior relevancia desde dos nociones: primero, la idea de falso final y tabula rasa para un nuevo comienzo (ese componente postapocalíptico, pan nuestro de cada día); y, segundo, ese camino para conciliarnos con un acontecimiento terrible e inevitable que nos aguarda en algún momento de nuestras vidas. En palabras del propio Roberts:
Our fascination with the end is always a contradiction. We feel death gives life meaning, we know it is inevitable and we are drawn to the excitement the end promises; but at the same time we cannot accept or understand the reality of it. We especially don’t want anything to end in the chaotic, unresolved way the universe might impose upon us. And so we continue to imagine it, over and over, in our search for meaning, for a moment of transcendence; a way to transform its finality into an experience we can finally comprehend.
Los muertos vivientes, la tecnología, catástrofes planetarias y ecológicas, causadas o no por el hombre (esa emergencia climática)… No hay sorpresas a la hora de trazar mapas de posibles finales para nosotros, nuestra especie, nuestro planeta. Tampoco en la estructura de cada capítulo. En la introducción Roberts parte de alguna obra clave para desarrollar ese aspecto a partir de un tratamiento en el que la literatura, el cine o los videojuegos son tan importantes para apoyar el discurso como la filosofía. Y a partir de ahí llega la mordiente de It’s the End of the World: la versatilidad con la cual Roberts enhebra los referentes para exponer las ideas y conectarlos con su visión, siempre presta a la pequeña nota de humor. Un detalle que además de atenuar el dramatismo imprime una chispa sabrosa a su retórica.
La noche de los muertos vivientes y 28 días después junto a The Girl with All the Gifts y Maggie; La guerra de los mundos o Estallido junto a Música en la sangre o “Esterilidad forzada“… Roberts acompaña las menciones clásicas junto a otras mucho menos citadas, en numerosos casos bastante recientes. Así, al tratar el Apocalipsis ecológico por causas humanas, junto a El día de mañana o Cuando el destino nos alcance acude a un símil entre nuestra explotación de los recursos y la forma en la cuál esta se representa en videojuegos. Esa transformación en algo usable de cualquier elemento/mecánica, da igual que sea un metal encontrado en una montaña o una mujer que atiende la posada que has comprado para proporcionarte unos ingresos semanales, es para Roberts un símbolo de nuestra relación con el planeta: es un medio. Una cuestión que le permite acudir a la base de la ética Kantiana como algo a recuperar, y de máxima actualidad desde el momento en que la conecta con Terry Pratchett. Cierto es que esta situación deja a un lado la base del problema: ese capitalismo que lo anega todo. Pero es apenas un botón de cómo opera el libro a la hora de enlazar la ciencia ficción con esa búsqueda de sentido a las historias sobre el fin del mundo y lo que podemos extraer de ellas.
En esto siempre es perspicaz y, en ocasiones, provocador, como la manera en que vincula uno de los dilemas centrales de Dark Souls y su estética decadente, con el punto decisivo del antropoceno en el cual nos encontramos. ¿Debe el protagonista del juego continuar su lucha por recuperar los paisajes para una humanidad perdida o abrazar ese terrible y hermoso nuevo mundo no-humano que se abre ante él? Parece complicado que It’s the End of the World termine llegando a España, aunque Capitán Swing o Blackie Books ya han publicado libros en esta línea. Ojalá alguno de sus editores lo descubran.
It’s the End of the World, de Adam Roberts
Elliott & Thompson, 2020
202 pp. Tapa dura. 20,71€