Historia natural, de Justina Robson

Historia natural

Historia natural

En las sociedades esclavistas de la Antigüedad, la esclavitud se consideraba la alternativa «humanista» al genocidio de los pueblos derrotados y, como ocurría en Roma, llegó a convertirse en uno de los pilares económicos del Imperio. Cosa que no provocaba ningún tipo de conflicto moral entre nuestros ilustres antepasados. El mismísimo Aristóteles, popular intelectual de la época, definía a los esclavos como «herramientas que hablan» negándoles así su capacidad de pensar y, por tanto, la identidad propia. Felizmente superados aquellos tiempos de trabajo no asalariado, no sería de extrañar que en un futuro se necesitara echar mano de alguno de estos venerables modelos de contratación de probada eficacia. Pero de un modo más tecnológico. ¿Qué ocurriría si la expansión humana por el Sistema Solar exigiera nuevas herramientas, herramientas que hablaran? ¿Cómo sería su estatus de ciudadanos y nuestra relación con ellos? ¿Conservarían una psicología humana? ¿Cuál sería el precio a pagar por la conquista del espacio? ¿Y la conquista de la libertad? Éstas son más o menos los interrogantes que se plantea Historia natural de la británica Justina Robson, una space opera de la escuela británica a medio camino entre Un mundo feliz, Cismatrix y el enfrentamiento mutante/humano de la Patrulla X.

En un futuro más o menos indefinido, la raza humana ha iniciado la conquista del espacio donde nuevos retos exigen nuevas herramientas. Así, los científicos terrestres modifican los genotipos humanos hasta crear seres cuyo aspecto es radicalmente diferente a lo que hasta ahora habíamos reconocido como perteneciente a nuestra especie. Naves solitarias con aspecto de manta raya que exploran el espacio profundo escuchando viejas canciones de Don McLean y otros clásicos de la M80. Titanes á la Galactus terraforman planetas desiertos dejando tras de sí una estela de vida en ebullición. Enormes ángeles de aspecto mitad cangrejo, mitad perro, con la piel abrasada por los microimpactos sufridos al entrar en la atmósfera terrestre, transportan materiales y personal a las estaciones espaciales. Son criaturas que se nos antojan semidioses pero que aún conservan toda la complejidad de la psicología humana. Añoran su humanidad, tiranizados por la forma y la función para la que fueron creados, especímenes únicos de razas inexistentes condenados a vivir en la soledad y el aislamiento, formando parte de una sola mente insectil o habitando planetas gaseosos y ardientes. Seres todos ellos que se refugian en el espacio emocional/virtual de Uluru, único lugar donde pueden sentirse seres humanos completos, ansiando la independencia de «los viejos monos».

Hasta que, en su vagabundear por el espacio, la Viajera Lonestar Isol sufre un encontronazo con los escombros de un antiquísimo naufragio espacial. Afortunadamente entre los restos de dicho naufragio se esconde un pedazo de Material desconocido que, incrustado en el cuerpo/casco de Isol, le permite convertir en realidad todo lo que le pase por la cabeza. A punto de morir por el impacto con los restos del desastre Isol escapa por los pelos gracias al Material, teleportándose aleatoriamente por el universo hasta dar con un planeta que podría ser la Tierra Prometida de su pueb…, err, un lugar donde los Forjados pudieran iniciar una nueva vida y escoger su propio futuro libres de la tiranía de la forma-función. Pero de vuelta en la Tierra la cosa no es tan fácil. A pesar de sus superpoderes, los Forjados mantienen una extraña relación de sumisión/esclavitud con sus padres/creadores situada a medio camino entre el síndrome de Frankenstein, la rígida actitud paterna ante la rebeldía de unos hijos desagradecidos y un opulento terrateniente que ve cómo la rebelión de los siervos pone en peligro el próspero futuro de sus latifundios. Así que, finalmente, se toma una decisión política: la emigración sólo podrá culminarse decretando ese planeta como absolutamente no habitado, para lo que se escoge a una arqueóloga humana “imparcial” que visite dicho planeta en persona y decretar si es viable para ser colonizado por los Forjados. A partir de ahí se desata una intriga de espionaje político/científico/industrial sobre el Material y la Teoría M –una especie de variación de la Teoría del Todo– que sostiene sus impredecibles cualidades. Intriga construida mediante la alternancia de los puntos de vista de tres personajes principales que funcionan casi como arquetipos: Zephyr –la arqueóloga que asume el punto de vista más cercano al lector–, Córvax –el Forjado curtido y amargado que apenas cree en nada y menos en la Revolución– e Isol –la Forjada revolucionaria e íntegra–.

Justina Robson

Justina Robson

El primer obstáculo contra el que ha de luchar Historia natural es el handicap que suponen los límites de la ciencia ficción. Resulta difícil traspasar el umbral de plausibilidad cuando una majestuosa nave espacial con aspecto de animal marino de diseño italiano se expresa como una azafata de congresos. Que gigantes que terraforman mundos y han pasado décadas en hibernación, que han visto cosas que nosotros no podríamos ni imaginar, que han realizado tareas de dioses puedan aún comunicarse con los humanos de igual a igual y, más aún, que les rindan servidumbre. Bajo cualquier aspecto, cualquier función para la que nos hayan diseñado, aún en millones de años en el futuro, ¿realmente seguiremos expresándonos como humanos? ¿Es la mente la que gobierna el cuerpo o es el cuerpo el que gobierna la mente? La tesis de Robson es que sí, que aún seguiríamos con las mismas necesidades emocionales, que nos rebelaríamos a nivel celular ante esa aberración que supone crear un ser casi mitológico como Isol, una viajera condenada a la soledad, extirpadas sus emociones en laboratorio. Por otro lado los seres humanos, aparte de haber logrado por fin el ansiado pacto fáustico con la red, no parecen haber avanzado mucho desde los viejos tiempos de la Antigüedad en su consideración del estatus casi de esclavos que sufren los Forjados. Pero para plantear el conflicto social y humano que supone la creación en laboratorio de seres al servicio de la humanidad, Robson evita la ardua tarea de crear una sociedad futura plausible cuya dinámica social ha de resultarnos totalmente ajena, limitándose a extrapolar un poco, por lo que la ambientación resulta algo fallida; a ratos parece que nos situamos en una Inglaterra de hoy mismo, habitada por gente rara que pulula por la calle o abarrota el tráfico aéreo.

Más interesante resulta el enfoque político que acaba imponiéndose en la novela por encima de la naturaleza humana rebelándose ante la tiranía de la forma–función o la trama científica que más o menos funciona como un mcguffin. A la luz de la tensa relación entre los Forjados y los Humanos que ya tenemos claro que no es más que una sencilla extrapolación de la tradicional relación entre explotador y explotado de toda la vida, se plantean reflexiones más profundas sobre el derecho de las minorías oprimidas a escoger su propio camino y la naturaleza de las revoluciones. Es quizá el mayor acierto temático de la novela, la visión desencantada del cambio revolucionario como movimiento burgués de un grupo de élite más interesado en el ascenso social y la toma del poder a costa de la masa de desheredados. En este caso, cómo la Revolución de los Forjados arranca desde los Forjados ilustres, aquellos que poseen una reputación y unas relaciones de privilegio con la cúpula del poder humano. Porque debajo de la brillante presencia de esos Forjados hermosos e inaccesibles se esconde la situación de los que verdaderamente no tienen nada, ni siquiera la capacidad de plantearse la Revolución porque están demasiado ocupados sobreviviendo, como es el caso los Forjados degenerados, las criaturas resultantes de los experimentos fallidos en la prehistoria de la Forja. Y por otro lado, la Revolución de los Forjados funciona como metáfora del muy poderoso impulso de creer en nuestra verdad, el precio de llevar nuestros ideales hasta sus últimas consecuencias. Tal y como ocurre con Isol, activista convencida –y honesta– del movimiento forjado; el triunfo de los ideales es la imposición de nuestra propia realidad al mundo exterior que no conoce ni le importan nuestras ilusiones.

Lamentablemente, a pesar de estas interesantes ideas y de un arranque y un primer desarrollo prometedores donde destacan las majestuosas visiones de los Forjados convertidas en potentes ilustraciones que parecen salidas del pincel de un Jack Kirby fascinado con la Nueva Carne, la novela se diluye cuando Robson elude mancharse las manos y entrar a fondo en el conflicto político planteado, decantándose por una tercera posición vagamente metafísico–trascendental. No es malo reconocer que uno no tiene respuestas para las Grandes Cuestiones planteadas –más importante es saber hacer las preguntas correctas que estar absolutamente convencido de poseer todas las respuestas–. Lo malo es que ese final trascendente deja abiertos multitud de cabos sueltos y los personajes –Corvax, Isol, Zephyr, los Forjados y la humanidad entera– no solucionan sus conflictos desde la reflexión interior después de haber aprendido algo de los acontecimientos sufridos, sino que dichos conflictos son obviados y superados desde la acción exterior, cuasi mágica, del Material. Quedando así el lector con una fastidiosa sensación de coitus interruptus, sin nada más tangible que echarse al cacumen que el insuficiente «lo bonito de la vida es que no hay quien la entienda», que cierra la novela de manera excesivamente elusiva.

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