Es una verdad generalmente aceptada dentro de la literatura que los personajes activos son los más interesantes. No es el caso de Gordo Charlie, un personaje que logra ser interesante a la vez que exageradamente tímido. Charlie emplea más energía en avergonzarse de faltas reales o imaginadas y en pedir disculpas innecesarias que en hacer cosas. No es gordo, pero vaya donde vaya le resulta imposible librarse del mote que le adjudicó su padre.
Ahora Gordo Charlie va a casarse y, obligado por su novia, intenta contactar con su padre e invitarlo a su boda. Desde el punto de vista de ella no hay mejor ocasión que una boda para que Charlie recupere el contacto con su familia. Padre no hay más que uno, al fin y al cabo. Charlie, en cambio, sabe que en el caso de su padre incluso uno es demasiado. Porque el Sr. Nancy es todo lo contrario que Charlie: juerguista, mujeriego, bromista… en resumen, la quintaesencia de todo aquello que Gordo Charlie encuentra embarazoso.
Sin embargo, al intentar localizarlo, Gordo Charlie descubre que su padre falleció recientemente mientras cantaba en un karaoke y coqueteaba con un grupo de mujeres más jóvenes que él. No tiene más remedio que asistir a su funeral y reencontrarse con las amistades de su padre. Éstas le revelan que su padre no era un simple ser humano, sino que se trataba de un dios. Anansi, concretamente, el dios bromista de la mitología africana que arrebató las historias y leyendas al cruel Tigre convirtiéndose en el protagonista de todas ellas. Por si esto fuera poco, también le comunican que tiene un hermano al que nunca ha conocido.
Naturalmente Gordo Charlie, como persona racional que es, no acepta nada de esto. Sin embargo acaba descubriendo que hay mucho de verdad en la historia. Difícilmente puede negarlo cuando recibe la visita de su hermano, un juerguista amoral pero irresistible que se parece a su padre mucho más que su hermano. En muy poco tiempo y casi sin proponérselo consigue quitarle la novia, hacer que pierda su trabajo y que sea encarcelado por fraude. Los intentos de Gordo Charlie por librarse de tan molesto pariente no harán sino empeorar las cosas.
El argumento parece el de una comedia y, en efecto, el tono de Los hijos de Anansi es en general ligero y lleno de buen humor. No es un humor que invite a reírse en voz alta, pero sí a leer con una sonrisa en los labios. Y es que Neil Gaiman no parece esforzarse por hacer bromas pero en muchos momentos transmite la sensación de estar pasándoselo bien al contar la historia. Como resultado, las situaciones y diálogos a menudo son divertidas.
Este sentido del humor está complementado con algunos momentos de auténtico horror muy propios de Gaiman, como los protagonizados por Grahame Coats, el siniestro jefe de Gordo Charlie. Coats es un ladrón cruel y de la peor especie. No duda en traicionar a los que confían en él y robarles el fruto de toda una vida de trabajo, a la vez que se convence a sí mismo de que en realidad la víctima es él.
La psicología de Coats, aunque repugnante, es creíble porque todos reconocemos que efectivamente existen personas que se autojustifican así. Ése es otro de los aciertos de Gaiman. Sus dotes de observación y su sensibilidad a la hora de plasmar a los personajes permiten que éstos trasciendan el tópico y den muestras de la humanidad que permite al lector identificarse con ellos y llegar a interesarse por su suerte. Un ejemplo puede ser la madre de Rosie, que se redime de su papel de insoportable suegra metomentodo con la dignidad de su comportamiento cuando su vida y la de su hija se ven amenazadas.
El tono de la novela es cercano al lector, como podría ser el de un contador de historias que narrara en voz alta para entretener a su audiencia. Muchos lectores de género fantástico buscan exclusivamente épica, aventuras y un ritmo trepidante. Hay que dejar claro que no es ninguno de éstos el punto fuerte de Los hijos de Anansi. Algunos momentos de la novela podrían calificarse como comedia costumbrista, otros poseen un mayor componente de acción, pero recuerdan más a los relatos mitológicos o a los cuentos de hadas en clave moderna que a un thriller repleto de persecuciones.
En cambio, los lectores que busquen una historia bien contada, llena de la fantasía de Gaiman, de un gentil sentido del humor y del encanto y los ocasionales momentos de horror de las leyendas, pueden hacerse con este libro sin el menor reparo. Quizá carezca de la hondura de otras obras del mismo autor, pero esto no juega necesariamente en su contra. Será difícil que se aburran o se arrepientan del tiempo empleado en su lectura.
Los hijos de Anansi es una novela ligera, ágil, divertida de leer y difícil de clasificar. Está narrada con maestría por un consumado contador de historias y sólo la elevada proporción de elementos fantásticos dificultan que se la pueda colocar junto a las obras de reconocidos escritores de fuera del género que no tienen problema en emplear elementos fantásticos en sus obras. En cuanto a calidad puede competir en pie de igualdad con ellas.
Cuenta la leyenda que Anansi, además de ser el dios del engaño y las arañas, es el dueño de los historias. Se las robó al Tigre, y de esta forma las historias dejaron de ser duras y crueles para convertirse en mentirosas y juguetonas. Está claro que Neil Gaiman se mete aquí en la piel de Anansi y quiere disfrutar y hacernos disfrutar con una buena historia, más relajada y menos oscura que su anterior novela, American Gods. Sólo me queda recomendaros que os unáis al corro de oyentes y os sumerjáis en el cuento.