Dioses de jade y sombra, Silvia Moreno-García

Dioses de Jade y SombraCon Gótico Silvia Moreno-García desarrolló las características más evidentes de este tipo de relatos en una novela bien tramada. Mientras su protagonista desentrañaba los misterios de la mansión High Place, resonaban con firmeza sus alegatos frente a la colonización y la renuencia del viejo orden a dar paso al nuevo. También, caía en la problemática de utilizar códigos anglosajones en un relato que, además, demasiadas veces daba igual dónde sucediera. De ahí mi interés en acercarme a este Dioses de jade y sombra, novela publicada en EE.UU. un año antes que Gótico y en la cual Moreno-García se acercaba a una imaginería plenamente mexicana. Un ingrediente sazonado con un recorrido por un país en la década de 1920, sometido a fuertes tensiones entre el arraigo de la tradición y la llegada de la modernidad. Algo subrayado desde los mismos orígenes de su protagonista, Casiopea Tun, en una aldea de Yucatán.

Huérfana de padre, con su madre sometida a su familia, Casiopea mantiene un espíritu rebelde frente a los caprichos de el patriarca, su abuelo Cirilo, y su primo Martín. Este yugo se abre para ser reemplazado por uno nuevo. Jugueteando con un cofre en posesión de Cirilo libera de su cautiverio a Hun-Kamé, dios de la muerte, y queda unido a él por un hechizo de sangre. Para liberarse debe ayudarle a recobrar una serie de partes de su cuerpo arrebatadas al quedar cautivo, ganar el poder perdido y regresar con él a Xibalbá para recuperar de nuevo el trono del mundo subterráneo, en manos de su traicionero hermano Vucub-Kamé.

Desde las primeras páginas, hay múltiples detalles que hacen pensar en Dioses de jade y sombra como una novela juvenil. La materia prima del argumento es puro cuento clásico. La explotación de madre e hija, el comportamiento de sus familiares… definen una decantación entre buenos y malos durante más de la mitad de su extensión sin matices. El argumento queda delimitado en dos hilos: el principal con el viaje de las fuerzas del bien (Casiopea y Hun-Kamé) desde Yucatán a Baja California; y detrás de ellos, en un curso secundario, unas fuerzas del mal conspirando para sabotear su objetivo a través de Vucub-Kamé y Martín. Amo y siervo apelan a satisfacer ambiciones terrenales no consumadas, el miedo a las posibles consecuencias tras el fracaso de Casiopea. Sin éxito.

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El jardín del tallador de huesos, de Sarah Read

El jardín del tallador de huesosLos pastiches me caen en gracia, así en general. Fácil que soy, me basta con que alguno de los elementos apilados en sus entrañas sea novedoso y potencie su mordiente, o el conjunto se reordene de manera que le dé aire fresco. Así, que una novela ocurra en 1926 y remita a una historia más propia del final de la era victoriana no supone una barrera infranqueable. Más cuando su escritura se aleja del estilo de la época y actualiza sus formas, reduciendo la carga de las descripciones y poniendo el peso sobre la acción y los diálogos. Sin embargo, cuando esta es su única aportación, y el resto se sostiene en una base descuidada que, además, tensiona la suspensión de la incredulidad, cuando no la trasgrede, me cuesta dar cuartel. Aunque vengan en una envoltura tan sugerente como El jardín del tallador de huesos, ganadora del premio Bram Stoker a la mejor novela debut de 2020.

Charley, huérfano de madre, es enviado al internado de Old Cross por su padre, militar de carrera con destino itinerante por el Imperio. En este colegio de pretendida elite el niño es recibido por sus compañeros mayores con la hostilidad esperada, un rechazo acrecentado cuando descubren su fascinación por diferentes tipos de artrópodos. En los prolegómenos de su primera noche obtiene la primera muestra de “simpatía” de los veteranos, en una acogida a la que se une el “fantasma” del lugar; una presencia que, al caer la noche, recorre los pasillos de Old Cross y ejerce de heraldo del misterio a desentrañar. Algo tan poco dado al cambio como esta institución de enseñanza que afirma formar los futuros caballeros del Imperio, encierra una historia de cambio. El edificio fue originalmente una abadía que, se supone, después de la disolución de las órdenes monásticas por Enrique VIII, tuvo mejor suerte que las más conocidas de la comarca de York. Pasó a ser propiedad de una familia de rancio abolengo que terminó perdiéndola a finales del XIX. Así nació el internado.

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Gótico, de Silvia Moreno-García

GóticoHay muchas cosas que Silvia Moreno-García hace bien en Gótico. La más relevante la sugiere el propio título: ofrece un relato gótico en toda su amplitud. Desarrolla un argumento con una fuerte componente romántica a través de unos personajes y un lugar narrativo que remiten a un imaginario clásico, a los que Moreno-García aporta un cariz contemporáneo que tarda un poco en ganar momentum. De hecho, esta historia de una joven que acude a socorrer a su prima, Catalina, casada con un hombre de origen inglés perteneciente a una familia de rancio abolengo muy venida a menos, quizás sea el mayor disuasor para acercarse a Gótico. Lo atractivo, y lo que me ha llevado a disfrutar de su lectura, es lo que ocurre en los entresijos del arquetipo; la tarea de recreación y resignificación de los elementos que componen la narración, comenzando por el misterio en las entrañas de High Place, la inevitable mansión escenario de la novela.

Cuando la protagonista, Noemí Taboada, llega hasta la pequeña ciudad donde se encuentra el edificio, Moreno-García enfatiza su alejamiento del resto del país donde se encuentra. Por las reglas que operan en su interior, su aislamiento físico en un paisaje montañoso sin infraestructuras dignas de tal nombre, y su traumática historia para la población local. La casa fue levantada sobre una mina de plata explotada por los españoles que vivió un nuevo proceso de colonización cuando una familia británica, los Doyle, se hizo con ella a mediados del siglo XIX. Esta repetición de la jugada, con su abuso de los nativos, es la que cobra relevancia cuando se comenta la extraña plaga padecida durante el Porfiriato, que exterminó a la práctica totalidad de los trabajadores, y la ruina económica ocasionada por la Revolución, y un turbulento suceso familiar cuyos detalles tardan en conocerse. Los Doyle intentan paliar la situación a través del matrimonio del heredero, Virgil, con Catalina, aunque esta aqueja una enfermedad que lleva a Noemí hasta allí; a averiguar qué ocurre con su prima y, necesariamente, resolver el enigma de detrás de High Place.

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