«Sólo el sinsonte canta en la linde del bosque» es la misteriosa frase que se repite a sí mismo el protagonista una y otra vez a lo largo de la novela. Por lo visto, el sinsonte es un pájaro que se caracteriza por su habilidad para imitar el canto de otras aves y precisamente muchos de los personajes que aparecen en la novela aspiran a ser lo que no son. Le sucede incluso a Spofforth, el robot más perfecto jamás construido, cuyo mayor anhelo es sentir lo mismo que los seres humanos. Walter Tevis lo ilustra en la gran escena con la que arranca el libro y que sirve de presentación a este atormentado personaje. Tras haber subido a pie hasta lo más alto del Empire State y haber activado sus circuitos del dolor, Spofforth intenta lanzarse sin éxito al vacío para quitarse la vida. Unos sistemas de seguridad incluidos por sus diseñadores se lo impiden aunque sea lo que más desee en el mundo. Le ocurre como a Multivac, el gigantesco ordenador que aparece en el relato titulado “Todos los problemas del mundo” escrito en 1958 por Isaac Asimov, que, agotado después de escuchar y resolver durante años los problemas de la humanidad, quiere poner fin a su existencia.
Publicada en 1980, Sinsonte nos presenta un mundo en el que las personas viven en un estado de abulia total, en el que las emociones han sido adormecidas para evitar lo que, por otra parte, Spofforth parece buscar, una pulsación, un recuerdo que demuestre que es algo más que un máquina. Mientras que el robot quiere sentir, los humanos parecen querer dejar de hacerlo. Cada vez que alguien se ve alterado, por insignificante que sea el motivo, se echa a la boca un puñado de pastillas «sopor» para que lo devuelva a esa reconfortante nube de inconsciencia y lo libere de las inoportunas turbaciones humanas. Esta novela probablemente desconcierte aún más a los que acostumbran a confundir las novelas apocalípticas con las distópicas. La distopía que describe Tevis en Sinsonte es tan perfecta o tan imperfecta, depende del punto de vista, que conducirá inevitablemente a la humanidad a su fin.
Las distopías suelen reflejar en muchas ocasiones los miedos de una época. Así sucede por ejemplo en 1984, la célebre novela de George Orwell, fruto seguramente del temor al totalitarismo que regía la Unión Soviética. En otro clásico archiconocido como es Fahrenheit 451 (1953), de Ray Bradbury, el miedo a que el estado prohíba los libros lo suscita la «caza de brujas» desencadenada por el senador republicano Joseph McCarthy en los años cincuenta. He escogido la novela de Bradbury, de entre otras muchas distopías que me podrían haber servido de ejemplo, porque en ella, al igual que en Sinsonte, la literatura juega un papel destacado. En el futuro imaginado por Tevis los libros no están prohibidos, no es necesario, porque no hay nadie que pueda leerlos, a excepción de un hombre llamado Paul Bentley del que hablaré más adelante. Volvamos a la idea con la que inicié este párrafo, la de que las distopías son el reflejo de los miedos de una época determinada. ¿Pero cuáles podrían haber sido los miedos que indujeron a Tevis a escribir su propia distopía? ¿El miedo a una sociedad obligada a reprimir las emociones? A juzgar por lo que ponen en la tele, los temores de Tevis parecen infundados. En los concursos y realities que proliferan lo que es reprimirse se reprimen más bien poco. El derroche de humanidad al que asistimos, el abigarrado festival de abrazos, besos, gritos, lloros y las emociones a flor de piel que viven los participantes a grito pelado parecen indicar más bien lo contrario. En cualquier caso en los años previos a los ochenta, la televisión estaba cada vez más presente en los hogares y la creencia de que algún día nos convertiríamos en meros espectadores de la vida, en seres que se limitan a vegetar, a lo mejor no era tan descabellada. Hoy pensaríamos que en lugar de la tele son los móviles los que fomentan esa sociedad alicaída de autómatas que Tevis retrata en la novela. Si además tenemos en cuenta que el consumo de drogas iba en aumento, que las fábricas se automatizaban cada vez más, todo esto llevado al extremo podría degenerar en una humanidad anestesiada y con demasiado tiempo libre como la de Sinsonte. Basta con echar un vistazo a Japón, uno de los países más avanzados del mundo, donde el contacto humano es cada vez más ocasional y quizás apreciemos cierto paralelismo con el comportamiento poco sociable de las personas que aparecen en el libro.
En este mundo decadente, sin niños, sin ideales, con robots ocupándose de todo pero en el que nada funciona como debe y en el que ni siquiera los «sopores» bastan para impedir los numerosos suicidios, aparece Bentley, el único hombre que sabe leer. Spofforth enseguida se interesa por él y lo contrata para que lea los subtítulos de unas películas mudas que ha encontrado. Bentley acepta sin pensárselo, no sabe que las viejas cintas le descubrirán un mundo que le hará replantearse convenciones que tenía asumidas. Se sorprenderá al ver que en el pasado la gente no vivía en soledad sino que se agrupaba formando algo que llamaban familia pero lo que más le admirará es ver que no ocultan sus sentimientos.
Otro suceso más va a trastocar su vida: se trata de su encuentro con Mary Lou. La conoce en el zoo, donde vive rodeada de animales artificiales y de los pocos visitantes que llegan durante el día, sobre todo niños, aunque no sean de carne y hueso. Parece sacado de un relato de Philip K. Dick, pero también hay claras referencias a la Biblia, sobre todo cuando delante de una serpiente Mary Lou arranque de un árbol de plástico un fruto (¿el fruto del conocimiento?) y se lo dé a Bentley. A partir de entonces el mundo para Bentley ya no será el mismo. No es la única alusión que se hace a la Biblia. Más adelante leerá un fragmento que le llevará a hacerse la siguiente reflexión: «Si alguien me dijera mí: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, querría con todas mis fuerzas, creer en sus palabras. Eso es lo que quiero: un camino, la verdad y vivir». Los únicos referentes los encuentra en el pasado que ha descubierto gracias a los libros: «Hubo grandes hombres dotados de inteligencia fuerza e imaginación. Como san Pablo, Einstein y Shakespeare… Pero ahora no hay más que Robots. Robots y el principio de placer. La mente de todo el mundo es ahora como una película barata.»
La novela discurre por diferentes fases, lo que hace que su lectura sea aún más absorbente y entretenida. Por un lado responde al esquema básico de gran parte de la ficción (chico encuentra chica) pero por otra parte también cuenta el regreso al hogar del héroe fortalecido tras sufrir miles de vicisitudes. Es principalmente una distopía pero en ella tiene también cabida el relato de un mundo devastado donde el protagonista deberá sobrevivir con lo que encuentra en el camino (en su periplo se topará con una comunidad de creencias religiosas extrañas o con una fábrica que parece seguir la lógica absurda de Alicia en el país las maravillas). Pero es además una novela de robots, con uno, Spofforth que sobresale de entre los demás, necios y carentes de iniciativa. La novela es un catálogo completo de ciencia ficción, además de traernos a la memoria a los ya mencionados Bradbury, Dick y Asimov, también, si nos dejamos llevar por el entusiasmo, encontraremos reminiscencias de Barbagris (1964) de Brian W. Aldiss o de El cuento de la criada (1985) de Margaret Atwood.
Como ocurre en otro de sus libros más conocidos, El hombre que cayó en la Tierra (1963), el arte tiene una vital importancia para sus protagonistas. En el caso de Sinsonte son el cine y la literatura, que al parecer es lo poco que Tevis rescataría de la civilización. Especial atención merecen sus múltiples referencias a la poesía. En este sentido Tevis cita a T.S. Eliot, el poeta de la angustia vital del periodo de entreguerras, en varias ocasiones, en concreto con un texto que pone de manifiesto su desencanto por tener que vivir en un mundo que no le gusta (Eliot habría preferido vivir en una época anterior a la suya):
Mi vida es ligera, a la espera del viento de la muerte,
Como una pluma en el dorso de mi mano.
La muerte es una constante en el libro, no sólo la individual sino también la colectiva, que anticipa el final de una era (en un momento dado uno de los personajes dice: «Cuando nosotros muramos, no quedará nadie. No sé si eso es malo o bueno.»). Aún así la novela, a pesar de la desazón que provoca, no transmite la misma melancolía que destila El hombre que cayó en la Tierra.
Es posible que muchos consideren Sinsonte una novela conservadora por la defensa que hace de la familia, de los sentimientos… y por la desconfianza que manifiesta ante ciertos avances tecnológicos, los que, desde el punto de vista del autor, al tiempo que nos liberan de nuestros pesares nos despojan de gran parte de lo que somos. Admito que en algunos momentos se nota que fue escrita hace cuarenta años, y habrá a quienes su mensaje final en estos tiempos en que se cuestiona la herencia del pasado parecerá incluso retrógrado. Siento ponerme algo moñas, no lo puedo remediar, pero creo que hay valores como el amor o la capacidad de emocionarse a los que no podemos renunciar si queremos seguir siendo lo que somos, seres humanos.
Sinsonte (Sinsonte, 1980), de Walter Tevis
Ed.Impedimenta, 2022. Traducción de Jon Bilbao
Rústica con sobrecubiertas. 341 pp. 23,95€
Ficha en la Tercera Fundación
Leer Walter ha sido algo mágico para mí en este último par de años, son tan satisfactorias sus obras. Gracias por tu tomarte el tiempo en hacer este artículo, me gustó coincidir y ver otro punto de vista que no tenía planteado .