En una entrevista a raíz de El gigante enterrado, Kazuo Ishiguro reconocía su tendencia a escribir el mismo libro una y otra vez. Apenas he leído la mitad de sus novelas pero encuentro entre ellas tantas conexiones que me cuesta no darle la razón. De hecho su obra más reciente, Klara y el Sol, abunda en una mirada y una serie de temas inevitablemente ligados no ya a Nunca me abandones. Es fácil encontrar concomitancias con Los restos del día o, incluso, con la fantasía medieval de El gigante enterrado. En las ideas que aborda, en la aproximación a estas a través de su narrador, en la creación de su voz y su tono, y, sobremanera, en el estado que te puede dejar cuando la lectura se prolonga más allá de la última página. Aunque en Klara y el Sol todos estos efectos se sienten atenuados, mitigados por el proceso en el que parece volcarse más tiempo en la concepción de su obra: la elección de su narradora.
Klara es una Amiga Artificial, una ginoide con una inteligencia ideada para servir de compañera a niños o adolescentes. En la primera parte del libro la vemos sometida a las rutinas de la tienda donde aguarda su venta; básicamente ocupar distintas posiciones según las necesidades del vendedor. Mientras ocupa el escaparate se entrega a la observación de la calle. En primera persona, detiene su mirada sobre estampas ordinarias (el gran edificio que domina el paisaje e interactúa con el sol; el tráfico…) y extraordinarias (situaciones y gestos de las personas que atraviesan su campo de visión), y elabora su percepción de la realidad, limitada por los escasos conocimientos sobre las actividades humanas. Estas páginas suponen la inmersión en los ojos de ese narrador que, por su manera de percibir nuestra cotidianidad, necesita de una interpretación. Pero no es esta otredad la que complica tanto el conocimiento de ese futuro cercano y de los detalles específicos de la familia a la cual servirá; es su papel de acompañante de Josie, su dueña. Cuando es adquirida, su entorno queda reducido a los espacios donde está la adolescente y su información del contexto restringida a lo que pueda ver o escuchar en conversaciones llenas de referencias veladas, sobrentendidos, generalmente crípticas hasta que, por acumulación o un diálogo expreso, las sospechas cristalizan.
Como narradora, Klara está a la altura de lo que puede esperarse de Ishiguro. Su voz, su punto de vista, su tono componen una personalidad mediante la cual se defamiliarizan los comportamientos y temas tratados para devolverlos sobre el lector con un grado de extrañamiento que estimula la curiosidad y amplifica su recepción. Su ingenuidad o su servidumbre invitan a verla como una deriva de los protagonistas de Nunca me abandones o Los restos del día. Sin embargo, esta simplificación se resquebraja cuando asimila situaciones a las que ejerce cotidianamente como ginoide (esa constante identificación de la radiación solar con la alimentación) o una percepción maquinal que se vislumbra a través de descripciones donde el soporte sintético se pone de manifiesto (y llega a actuar no ya sobre lo que ve sino sobre lo que recuerda). Este testimonio depara una nueva exploración de la entrega y el servicio desde un personaje que desconoce la rebelión. Y en sinergia con las dos familias humanas con las que interactúa (la de Josie y la de su amigo Rick), asienta semblanzas de diferentes formas de amor.
Hasta casi el desenlace, su limitada percepción hace que cada insinuación, cada recoveco, se experimenten como una pequeña intriga. El misterio se extiende al escenario, un futuro cercano distópico que no termina de afianzarse porque quien nos lo cuenta no tiene la oportunidad de vivirlo como tal. Bien porque apenas abandona una esfera de relaciones muy estrecha, casi aislada del mundo exterior; bien porque sus preocupaciones son otras.
Frente a una ciencia ficción contemporánea donde las IAs tienden a afrontarse con una complejidad que ha dejado atrás el candor de tiempos pretéritos, Ishiguro ha concebido Klara y el Sol como su “El hombre bicentenario”, una indagación en lo humano desde una personalidad blanca, macerada en una ingenuidad propia de un niño. Gracias a esta concepción y su cercanía, traba un discurso sobre la infantilización de una sociedad caracterizada por una serie de personajes que, sobre todo, toman decisiones sin asumir unas consecuencias que vuelven sobre ellos inevitablemente y necesitan la mediación de una figura terapéutica, Klara, cuya única acción muchas veces se reduce a ofrecer cercanía, la posibilidad de abrirse y contarle algo. Este paso atrás en la idea de IA, a ratos un cruce entre un Furby y aquellos programas de chat de hace dos décadas que simulaban mantener una conversación contigo, presenta sus rasgos atractivos. Uno es la creación de un pensamiento mágico centrado en la voluntad de curar la enfermedad que padece Josie con una acción irracional. Otorga relieve a Klara y enfatiza esa función sanadora que Ishiguro asigna a la tecnología.
Hace unos días Christopher Priest desguazaba Klara y el Sol con un texto descarnado. Según sus impresiones, la puerilidad detrás de la construcción del relato y lo desvaído del escenario socavan para él la recepción de la historia. Priest se refiere específicamente a esa concepción de Klara como una IA añeja, completamente superada por la ciencia ficción y los acontecimientos, pero se pueden ver más muestras. Detalles que, sin duda, volverán a soliviantar a una parte de lectores más afines a la cf. Yo mismo aprecio que la liviandad en el retrato de los aspectos más oscuros acusa una blandura ajena al mundo desde el que está escrito. No obstante, Ishiguro mantiene una riqueza interpretativa de una variedad de asuntos de actualidad (las nuevas formas de educación, la exacerbación del individuo frente a la comunidad, el miedo al otro) donde vuelven a aparecer, reformuladas, ideas tan suyas como la relevancia del arte para aflorar aquello que no se manifiesta abiertamente o la importancia del recuerdo de lo vivido, en un final donde el olvido se vuelve a colar con una amargura complementaria a la de El gigante enterrado.
Sin embargo, reconozco que, salvo este instante al final, apenas me he emocionado. Varias semanas después de haberla leído, mantengo un buen recuerdo de las cuestiones tratadas, alabo la construcción de su narradora, pero no puedo sustraerme a la distancia con la que he vivido la mayoría de situaciones dramáticas. Sobre todo porque es una historia donde los conflictos se viven ajenos a Klara. Algo inevitable al contar una historia sin apenas dobleces, consistente con las elecciones tomadas para contar este relato problemático desde el momento que su novum, si es que lo tiene, es claramente utópico y vive imbuido en una distopía.
En una época en la que Black Mirror ha convertido la ciencia ficción admonitoria con rasgos antitecnológicos en una ola multitudinaria, con Klara y sus efectos positivos a su alrededor, Ishiguro recupera una visión optimista sobre la tecnología. En ese entorno frágil donde las relaciones o el curso de la sociedad se intuyen dañados, planta un objeto que, en la medida de sus posibilidades, sana mientras se comporta con una humanidad interpretada en su sentido más aspiracional; por su capacidad de escucha, por su voluntad de ayudar, por su espíritu de sacrificio, pero también por cómo construye una visión del mundo entre lo racional y lo irracional. Esta idea de creación comportándose dentro de unos parámetros humanos, incapaz de desarrollar valores ajenos a aquellos desde los cuales surgió, mueve todo en Klara y el Sol. Una noción mucho más concreta que ese “¿Qué significa ser humano?” que preside la faja que envuelve el libro, y que amenaza con ser una guía errónea para conversar sobre una novela que no tiene nada que ver con ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? ni otras historias que sí han buscado responder tal pregunta. Ishiguro apuesta por una respuesta tibia que vuelve a situar una de sus novelas dentro del terreno de la ciencia ficción. De manera bastante menos lograda que Nunca me abandones, pero sin abandonar el terreno de lo satisfactorio. Sobre todo porque siempre deja abierta la puerta a la discusión.
Klara y el Sol (Anagrama, Col. Panorama de narrativas 1046, 2021)
Klara and the Sun (2021)
Traducción: Mauricio Bach
Rústica. 384pp. 20,90 €
Ficha en La web de la editorial
Qué gran reseña. Muchas ganas de leer la novela.
Muchas gracias. He tenido que dejar fuera muchas cosas porque se me estaba yendo de madre. Mismamente he borrado todo lo referente a lo que pretendía hacer la madre con Klara. A veces es mejor centrarse en dos detalles que aporten algo a la discusión más que apuntar ocho que se queden en una sucesión de ideas. Y esta novela se presta mucho a ello.
A ver si cuando la leas encontramos un espacio para hablar. O, al menos, escuchar lo que piensas del libro.
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