Un minuto antes de la oscuridad, Apocalipsis suave, Cenital… las novelas sobre un colapso surgidas al viento de la última crisis económica han sido numerosas y variadas. Entre todas he encontrado el mayor atractivo en las centradas en las catástrofes personales, aquellas con el foco puesto sobre la parte de la historia que, creo, permite un desarrollo más equilibrado y cercano. En esta vertiente se puede encuadrar esta novela donde Lionel Shriver parte de una futura debacle económica de EE.UU. para radiografiar su impacto sobre una familia de clase media-alta de la costa Este: los Mandible. Cuatro generaciones que le sirven a la autora de Tenemos que hablar de Kevin para tratar nuestra propia postura ante los avatares socioeconómicos de los últimos años a través de los grupos de población claves: los promotores, los baby boomers, los milennials y los hijos de estos últimos, destinados a sobrevivir en unos EE.UU. que poco tienen que ver con los que conocieron sus abuelos.
Shriver sitúa Los Mandible dentro del campo de la literatura prospectiva. La mayor parte de su extensión tiene lugar en un período de un par de años a partir de 2029, el momento en el cual el país padece la decisión de un grupo de potencias extranjeras de abandonar el dólar como moneda patrón. Las medidas articuladas para capear la tormenta monetaria se vienen abajo y el presidente toma esa decisión tan debatida cada vez que Grecia necesita renegociar las condiciones de su rescate: no pagar su deuda soberana. Desde ahí la trayectoria es un cuesta abajo y sin frenos, paños calientes ni medias tintas mientras EE.UU. se convierte en un estado fallido donde cualquier parecido con el actual estatus quo es mera coincidencia.
La docena de personajes introducidos en los primeros capítulos, cuando Shriver traza el árbol familiar y las relaciones existentes, fijan la constelación de Los Mandible. Un dibujo inalterado a lo largo de las más de 300 páginas que utiliza para no dejar dudas sobre una visión tradicional de esta institución como último refugio ante el desempleo creciente, las hipotecas imposibles de pagar, los asaltos, la violencia…
Una escritora, una asistente en una residencia de la tercera edad, un profesor universitario, una terapeuta alternativa (cuando la situación económica es boyante es más fácil sacar el dinero a los crédulos), un guía especializado en salidas a la naturaleza… Todos ellos mantienen roles escorados hacia los instrumental. Tienen los suficientes rasgos propios y sus pequeñas contradicciones pero es difícil perder de vista su condición como representantes de los actores que sufren las consecuencias de una caída de la cual, de alguna forma, también son responsables. Una nutrida legión de damnificados enfrentados al fin del sueño americano, obliterados del paraíso en el que esperaban vivir, entre la cual se alza el personaje más destacado: Willing, miembro de la cuarta y última generación de Mandibles.
Entre los bisnietos del gran patriarca, Willing es el mejor preparado para tomar su testigo. Es una esponja intelectualmente inverosímil capaz no sólo de asimilar la fragmentada información disponible sino de reaccionar para adelantarse a las consecuencias más negativas. Dueño de la iniciativa necesaria para empujar a su familia hacia acciones que, de otra manera, no habría tomado. Su ingenio, sus reflexiones, su cosmo visión suponen el contrapeso perfecta para las inercias del resto, entregados a interpretar papeles con los que resulta sencillo identificarse porque no dejan de ser los nuestros. Viajeros de un barco con una vía de agua imposible de sellar a la espera de rescate durante un hundimiento lento y, con toda probabilidad, inevitable. Un grupo que mantiene la fe en el sistema sin importar las veces que les ha fallado, y habla sin pausa ni pudor sobre una situación inabarcable.
Entre las extensas peroratas intercambiadas durante sus encuentros personales, las cumbres familiares, las cenas con amigos, una idea se afianza e impone sobre el resto: su incomprensión. En el aire sobrevuela un interminable juego de la culpa durante el cual Shriver se ríe de las líneas detrás del pensamiento liberal o el conservador, de una manera incisiva cuando insufla a los hechos de una gravitas demoledora. Es ahí donde emergen las mejores páginas de Los Mandible. Lamentablemente en otras un tono pueril, rayano en la charlotada, le hace perder puntos. Especialmente un cierto sesgo antihispano detrás de la caracterización del gobierno y las medidas del primer presidente latino de EE.UU. bajo cuyo mandato colapsa la economía. Es aquí donde el estilo, dominado por un narrador ominisciente con un discurso levemente irónico tan irregular que abarca de lo solemne al chascarrillo de la FOX, padece una de sus grandes taras: la carencia de una voz uniforme. La otra más llamativa es la verborrea que se apodera de los personajes. Llega a resultar cansino por lo inútil de los soliloquios articulados. No hay grandes disertaciones, las argumentaciones se enroscan sobre sí mismas cuando tratan hechos elocuentes sin necesidad de explicación. Más ligera Los Mandible se hubiera beneficiado de una agilidad con la que en muchos fragmentos no cuenta y habría llegado más aseada hasta su último tercio. El momento a mediados de siglo donde, tras un salto temporal de casi quince años, llega a su conclusión.
Es en ese último tercio donde emerge lo mejor de Los Mandible. Si hasta ese instante la novela era una actualización de la Gran Depresión al futuro cercano, Shriver se desembaraza de esta perspectiva y embarca al lector en un viaje de carretera por unos EE.UU. en recuperación en el ecuador del siglo XXI para plantear las consecuencias del naufragio mediante dos distopías aterradoras. En un extremo del ring, las secuelas de la automatización y la eliminación del dinero físico; el ascenso de un estado con rasgos totalitarios donde no existe la intimidad y la mayor parte de la población desempeña labores escasamente cualificadas y pésimamente pagadas. Mientras, grandes áreas se han vendido al mejor postor; el granero del mundo se ha convertido, por fin, en el granero del mundo. Frente a esta “utopía” hija de la fábrica de pesadillas de Silicon Valley queda una irreductible aldea gala. Nevada ha abandonado la Unión y ha hecho realidad el sueño de Robert A. Heinlein: sin gobierno, sin seguridad social, sin regulaciones. Cada individuo es dueño de su propio destino… en la medida de sus posibilidades.
El narrador, siempre pendiente de Willing, no esconde sus preferencias sobre este último escenario representado por esa capacidad de elección, más o menos limitada, que alienta los deseos de progresar y abrir horizontes. Una opción vedada en el laberinto kafkiano en que se han convertido los otros 49 estados. El precio a pagar, comenzando con una mengua en la esperanza de vida debido a la imposibilidad de acceder a un sistema sanitario organizado, se percibe como un peaje asequible a la hora de poner unos nuevos cimientos para el sueño americano y, de paso, refundar la familia. Willing se encuentra las condiciones ideales para recuperar la iniciativa que le permitió crear la fortuna a su bisabuelo. Dejando a un lado cualquier intencionalidad política, es aquí donde Shriver dota a Los Mandible del vigor y la regularidad de los que adolecía. Lo que acrecienta un poco mi incomprensión hacia ese primer acto tan dilatado y, en cierta forma, proceloso donde los fogonazos de mala leche y rabia quedan ahogados por los pasajes insípidos y reiterativos. Con un poco de elipsis y un relato menos pormenorizado, Los Mandible habría sido una gran novela. Así, queda como una obra irregular donde los aciertos no terminan de equilibrar del todo las sombras.
Para terminar, quisiera dejar un comentario sobre un detalle de la traducción que cuanto más me encuentro más ridículo me parece: la obsesión por traducir las unidades que utilizan en otros países (y épocas) al sistema métrico decimal. En este caso más que en lo referente a cantidades comunes, como transformar las millas a kilómetros o los grados Fahrenheit a Celsius, en esta edición se llega a aspectos difíciles de entender como darte el precio de todo tipo de frutas y verduras en dólares por medio kilo. Supongo que para respetar la equivalencia de dólares por libra. Puestos a entrar en este tipo de conversiones se podría haber utilizado una proporción para mantener el estándar de expresar el precio por unidad de medida. Pero no deja de ser un pequeño ejemplo de una faceta de la traducción que cada vez encuentro más absurda.
Los Mandible. Una familia: 2029-2047 (Anagrama, Col. Panorama de narrativas 948, 2017)
The Mandibles. A Family: 2029-2047 (2016)
Traducción: Daniel Najmías
Rústica. 520pp. 24,90 €
Ficha en La web de la editorial