Desde que tengo uso de blogs me he preguntado hasta qué punto la realidad política y social se ha visto reflejada en la ciencia ficción española; si ha sido una cuestión relevante en sus distintas épocas y ha emergido a través del escenario, el argumento, los temas de la narración. Hasta hace una década mis impresiones eran más bien negativas, salvo las excepciones de rigor. Tras la reseña de Factbook me dio por hacer una pequeña relación de títulos escritos al calor de la crisis económica y la eclosión del 15M. A bote pronto, el efecto de un conjunto de preocupaciones sistémicas parece evidente; ya sea desde lo apocalíptico (Cenital, Un minuto antes de la oscuridad), lo distópico (Planeta Dónald, Mañana cruzaremos el Ganges, Lágrimas en la lluvia, Nos mienten), o las gamas intermedias (Kuebiko, Muerto el sol). Los títulos de este listado proyectan rasgos de nuestro presente para abordar el agotamiento de los recursos naturales y sus consecuencias, el cuestionamiento de los valores democráticos en pos de una mayor seguridad, el temor al desencadenamiento de una nueva guerra civil o la fragilidad del estado del bienestar. Crímenes del futuro se suma a esta alineación mediante tres historias ligeramente interconectadas donde se manifiestan ecos de esta España camino del primer cuarto del Siglo XXI.
Juan Soto Ivars apuesta por un futuro próximo primo hermano del imaginado por Miguel Martín Echarri en Muerto el sol. El decrecimiento, gestionado desde la desregulación, ha llevado al país a convertirse en una rima de la España de finales del XIX y gran parte del XX. Al menos así la reconozco en un entorno rural gobernado por caciques que, a modo de nuevos señores feudales, mantienen bajo control a unos campesinos cuya mayor aspiración es que sus hijos abandonen las escuelas y acudan a echarles una mano a los cultivos. De este contexto emerge Julia, una niña cuyo talento anima a empujarla en sus estudios. De aprobar un examen estatal, accedería a una beca y podría acudir a la Universidad. En Madrid.
Las primeras 125 páginas, bajo el título de “Los decapitados”, toman la forma de un relato de maduración y descubrimiento por parte de Julia, un poco a lo Lenú de Elena Ferrante. Primero en su pueblo de Extremadura y más adelante ya en la capital de una España regentada por un gobierno corporativo que básicamente sólo se preocupa del buen fluir del libre mercado. Julia se da de bruces con un clasismo descomunal, es ignorada por sus compañeras de residencia y de clase, se enamora de un joven implicado en un grupo revolucionario, se ve apartada de los estudios por un profesor y termina asociada a los preparativos de un alzamiento armado.
El acercamiento de Soto Ivars es costumbrista, muy adecuado para contar cómo la joven escapa del sumidero de su pueblo para malvivir en la precariedad de la capital, y ayuda a crear el lugar narrativo más consistente de Crímenes del futuro. No tanto por lo original (es la enésima historia del éxodo rural) sino por la naturalidad con la que la yuxtaposición de situaciones guían a Julia por una senda que profundiza en su rol entre espectadora y víctima, atrapada por unas fuerzas que la dejan de lado y la condenan a ese destino con el que nacía marcada.
Su implicación en los círculos del descontento, esos elementos subversivos que aspiran a un alzamiento para romper con la segregación social y económica, permite la conexión entre esta novela corta y las dos que la siguen. La primera de las cuales transcurre unas semanas después y la segunda unas décadas más tarde, y cuentan con protagonistas que bien se mencionan en sus páginas, bien figuran como secundarios. También este tramo de “Los decapitados” exhibe la laxitud de Soto Ivars a la hora de crear un narrador coherente.
Aunque en la mayor parte de su extensión mantiene el tono y una cierta distancia, salvo en algunas frases admonitorias (generalmente, anticipando lo que está por llegar), al inicio del capítulo 6 rompe el discurso para dirigirse a los personajes y al lector como si su novela se hubiera transformado en una columna de opinión. La pedante homilía, aunque breve, evidencia la escasa pericia de Soto Ivars para trabajar la prédica en la ficción. Más cuando el textillo de marras podría haberse puesto de manifiesto a través de alguna argucia, tipo fragmento de un texto real o ficticio en el encabezamiento del capítulo. Esta deriva al sermoneo se sustancia también en una sucesión de discusiones entre los elementos revolucionarios alrededor de Julia a la mayor gloria del Podemos pre Vista Alegre II. Diálogos que llaman la atención por el nivel de detalle en una narración que hasta entonces habían sido breves y certeros.
“El diluvio universal” deja el terreno distópico para introducirse en el preapocalíptico cuando una pareja abandonada en una isla desierta se enfrenta a la ausencia material y psicológica de la civilización. El carácter paradisíaco de las primeras páginas se torna pesadillesco cuando al esperado deterioro de lo tecnológico se unen una serie de desavenencias no resueltas. Alejado de las veleidades políticas de “Los decapitados”, el narrador engarza el relato a partir del dualismo entre tecnología y naturaleza, vinculados con la duda y la incomunicación como origen de los males en una pareja. Cada personaje abraza uno de esos extremos tras atravesar una cruda degradación en las que son las páginas más desagradables de Crímenes del futuro, en una línea que profundiza en las catástrofes cotidianas de J. G. Ballard.
La última historia, “La salud de los ojos”, muestra la recuperación de la península ibérica tras el conflicto desatado en “Los decapitados”. Una mujer ciega, confinada en una cárcel, sufre las represalias de la junta militar y padece los abusos de sus compañeras de presidio. Su único consuelo está en el recuerda de su hermano, ejecutado tiempo atrás. Su abandono cambia cuando el nuevo gobierno la selecciona para experimentar un tratamiento para devolverla la visión. El insospechado éxito la pone en la calle de la autoproclamada Patria Nueva, la supuesta metamorfosis de la vieja España cuya transformación no pasa de mínimo lavado de cara.
El tono esta vez oscila entre la aspereza y la cotidianidad. La personalidad propia llega por la potencia de los elementos de ciencia ficción (el tratamiento para recuperar la vista, el uso que Patria Nueva hace de ello), necesarios para mostrar el salto, y la continuidad, respecto a las anteriores historias, incidir en el carácter invasivo y manipulador del Estado y conducir el relato hacia su amargo desenlace. Sin embargo también es en estas páginas donde la tensión se evapora mientras se describen los experimentos a los que se somete a la protagonista, y donde se constatan de nuevo las inconsistencias del narrador. Por ejemplo cuando, tras presentar los nuevos nombres de los países, continúa haciendo alusión a los viejos.
Estos problemas para mantener el pacto de ficción, unidos al pulso de un narrador volátil, debilitan los aciertos de un libro que, también, huye de la complacencia y se reivindica gracias a unas partes que suman más que la obra en su conjunto. Sea como fuere, Crímenes del futuro es por derecho propio una lectura atractiva si interesa la secuencia “El futuro ya no es lo que era“. Una fuente que acumula ya un puñado de títulos bastante meritorios.
Crímenes del futuro, de Juan Soto Ivars (Candaya, col. Candaya Narrativa nº50, 2018)
352 pp. Tapa Blanda. 18€
Ficha en la web de la editorial