Cinco duros: 1981-1987, de Diego Vargas Pardo

Cinco DurosDescubrí el podcast Cinco duros a raíz del anuncio de la publicación de este libro y me escuché todos los episodios disponibles en apenas diez días. Su artífice, Diego Vargas Pardo, entrevista a mayoría los creadores/distribuidores de videojuegos españoles más significativos desde principios de los años 80 y estructura sus testimonios alrededor de pequeñas unidades temáticas que buscan dar sentido a su escucha más allá del homenaje, la nostalgia y el recuerdo deslavazado. En la secuencia que está trabajando hay una labor periodística de hondura que asienta una memoria sistemática de la cual hasta ahora sólo podíamos acceder a partes. Frente a otros esfuerzos de documentar esta industria, limitadas en lo temporal o centradas en una empresa, Vargas Pardo logra una visión de conjunto que toca facetas generalmente olvidadas como la piratería, proyectos fallidos… Así, comienzan a aparecer ciertas cuestiones recurrentes que delimitan sus fortalezas y debilidades.

En su colección dedicada a los videojuegos, Dolmen le ha hecho un hueco a Vargas Pardo y ha publicado un primer volumen de lo que parece será una serie articulada alrededor del podcast. Sentía curiosidad por ver cómo quedaba la iniciativa puesta en papel y, sobre todo, si el cambio de medio sería una mera explotación del trabajo realizado o si podría aprovechar para explorar nuevas facetas. Y el tema, más allá de la parte crematística para que quede bonito en la estantería, funciona. Vargas Pardo ha sabido quedarse con lo más relevante de las ocho horas que venían a contar los siete años que abarca el libro, además de aportar información que se quedó en el tintero en las grabaciones. Por ejemplo, en el libro figuran detalles sobre la creación de dos videojuegos que no llegaron a publicarse (Cristalis y Zero Kelvin) que permiten no sólo ver lo que podía haber habido detrás. Esas páginas abren la puerta a algo que apenas se toca en estas labores de recuerdo más que como curiosidad: el fracaso en la fase de producción. Además permite ver diseños y pantallas, lo que da un valor añadido a un libro que no sólo se apoya en lo archisabido. También es bastante conocida la historia de la piratería, el daño producido a los creadores, la defensa de la incipiente industria primero con mecanismo de los más extravagantes y después con la bajada de precios… Pero en Cinco duros se pone el micro a un pirata para que contara un poco cómo funcionaba el tema desde su lado de la valla. Logra una visión más global de la producción de videojuegos que otras obras, más prolijas en detalles (Ocho quilates).

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La historia de Dinamic, de Jesús Martínez del Vas

La historia de DinamicEmpiezo a parecer un disco rallado cuando escribo sobre los libros que recogen la historia de la creación de software en España. La dedicación y el cariño que llevan detrás chocan con la falta de un editor profesional que dirija la redacción y/o corrija el borrador para lograr el mejor resultado posible. En el caso de La historia de Dinamic esta carencia se ve además contrastada por el trabajo de edición del libro en papel: tapa dura, papel de buen gramaje, abundante material gráfico y una maquetación deslumbrante. Por ejemplo, se han utilizado elementos gráficos característicos de cada juego para enmarcar las partes del texto que se centran en ellos. Este desequilibrio de la labor de edición enfatiza la importancia actual del producto y su valor añadido estético por encima de un contenido, con un acabado al que se niega la posibilidad de estar a la altura del continente.

La estructura ideada por Jesús Martínez del Vas tiene, en principio, todo el sentido. Después de las introducciones, las primeras 50 páginas repasan la historia de Dinamic sin (a priori) entrar en muchos detalles de los juegos para, en las 250 posteriores, dedicar un espacio (entre 2 y 6 páginas) a cada uno de los títulos que aparecieron bajo esta marca desde 1984 hasta 1992. Esto permite primero crear el lienzo y abocetar la base, la evolución de unos estudiantes de instituto hasta convertirse en una empresa de referencia en la programación de los 8 bits en España, para después focalizarse en los detalles sobre sus numerosas producciones, propias o ajenas. Sin embargo, esta decisión empieza a trastabillar con ciertas elecciones a la hora de elegir qué contar. En los primeros capítulos se abunda en un tono narrativo (la evocación del ambiente de la casa de la familia Ruiz y sus amigos; su creación de juegos electrónicos caseros…), que se alejan del carácter enunciativo que debiera haber asentado la base para lo que viene después. No es ya que la redacción se centre en una línea que va a desaparecer cuando empiecen a llegar los juegos o sea ramplona; entra en detalles que no asientan otros mucho más necesarios para entender el contexto posterior.

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Obsequium

ObsequiumResulta fascinante el culto alrededor de La abadía del crimen, el programa de Paco Menéndez y Juan Delcán considerado el mejor videojuego para un computador de 8 bits hecho en España. Basta ver la multitud de remakes centrados en él, como la versión programada por Manuel Pazos y accesible desde cualquier navegador.

Mi llegada a La abadía del crimen fue un poco diferente a la mayor parte del público adolescente de la época de su lanzamiento; por entonces era superfan de El nombre de la rosa. Lo leí hacia 1986 o 1987 en una edición de Círculo de Lectores, circunstancia que llevó a uno de los religiosos del colegio donde estudiaba a mantener una entrevista con mi madre preocupado por mis lecturas. “Normal” que estuviera preocupado; aparte de la trama detectivesca, las diatribas teológicas sobre la pobreza de Cristo o la naturaleza de la risa me atraparon tanto como el relato de la herejía fraticelli. No voy a pegarme el pisto de que lo entendía todo, pero ese material plagaba de atractivas contradicciones ese mundo repleto de contrastes donde los libros eran el centro del universo.

Si había un juego basado en esa novela tenía que hacerme con él.

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Ocho quilates II: 1987-1992, de Jaume Esteve Gutiérrez

Ocho Quilates IIComo poseedor de un MSX, recuerdo lo que supuso la bajada del precio de los juegos en cinta en 1987. El paso de tener un puñado de títulos que costaban un cuarto de riñón a disponer de más material y mantenerme al día de las novedades. No sólo por poder adquirir algún título más sino porque podía intercambiar con un par de amigos “sufridores” de los ordenadores del sistema abierto nipón. Esa decisión tomada de manera unilateral por la distribuidora Erbe y, en cierta forma, obligada a ser seguida por el resto de sellos, es el punto en el cual arranca este segundo y último volumen de Ocho quilates. El momento en el cual la industria del videojuego español extendió su penetración en el mercado hasta el punto de minimizar el incipiente mundo de la piratería.

La estructura de este Ocho quilates vol. 2 sigue la línea marcada en la primera entrega, así que no me extenderé más sobre ella; todo lo que escribí hace un par de meses es extensible a este volumen. Sí que, a medida que pasan las páginas y nos aproximamos a los últimos años de la llamada Edad de Oro del software español, la narración se vuelve bastante más ágil y, tengo la sensación, un tanto más pulida en la forma. Aunque no sabría decir si es una impresión subjetiva ayudada por la progresiva simplificación de la historia. Al final de la década de los ochenta, ya pasado el enmarañado nudo de su cenit, el mercado de los 8 bits en España comenzó un lánguido fade out hacia su desaparición un par de años más tarde. Algo que se nota también en unas notas al pie que, tras extenderse y entrar en abundantes detalles en los primeros años, se convierten durante los capítulos finales en algo mucho más exiguo; apenas un conjunto de referencias sin demasiado interés.

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Ocho quilates I: 1983-1986, de Jaume Esteve Gutiérrez

Ocho QuilatesLa fiebre nostálgica en la que nos refozilamos los que andamos sobre los 40 parece inagotable. Una generación criada alrededor de la marca “los 80”, un punto de encuentro tan reivindicable o bochornoso como cualquier otra década, cuya cultura popular se exhibe a través de Papel y plástico, la fiebre Yo fui a la EGB… Entre tanto cine, juguete, canción pop, gloria sepulcral y serie de televisión, hay un producto que tiende a pasar desapercibido aun cuando fue una de sus manifestaciones más idiosincrásicas. De hecho su aparición vino de la mano de un tótem ahora tan arraigado como la informática del hogar. Me refiero a los videojuegos, un sector tecnológico que en España despegó en parte gracias a un limitado número de compañías nacionales durante los años 80. A pequeña escala y con sus propias características, un deformado reflejo de los orígenes de las grandes marcas de hardware y software estadounidenses.

Si se hace una comparación al detalle, el símil yerra por seis o siete órdenes de magnitud. Sin embargo, algo hay del empresario hecho a sí mismo en aquellos grupos de chavales trabajando en el salón de sus casas o en una oficina puesta por el emprendedor de turno. Jóvenes en la Universidad o, incluso, el Instituto, con un Spectrum regalado por un tío con posibilidades, programando de manera casi autodidacta y progresando juego a juego mientras creaban una industria y descubrían a golpes conceptos como logística, distribución o requisitos legales y sufrían en sus carnes los primeros desengaños. Ocho quilates es un tributo a aquellos años. Una década que, desde una perspectiva actual, parece una deliciosa anomalía anacrónica.

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