César Mallorquí no puede regresar porque jamás se fue. Aun cuando su paso a la literatura juvenil pudiera hacer pensar lo contrario, ciencia ficción y fantasía han mantenido un rol protagonista en parte de lo que ha escrito estos últimos 20 años: la historia de fantasmas detrás de Las lágrimas de Shiva, los viajes en el tiempo en La fraternidad de Eihwaz, la mezcla entre mitos celtas y fantástico de Leonís, la ciencia ficción de La isla de Bowen… Tampoco han estado ausentes en sus relatos, un formato donde se ha prodigado mucho menos; la vida del escritor profesional tiene sus servidumbres y su sustento ha llegado escribiendo novelas.
Este mes de Septiembre nos ha llegado Trece monos, su segunda colección de relatos. En su interior aguardan trece relatos fantásticos escritos durante los últimos 20 años. A diferencia de la primera, El círculo de Jericó, en Trece monos Mallorquí prescinde de cualquier intención de vincularlos dentro de una historia “mayor” que los contenga. Esta vez ha preferido escribir brevísimas presentaciones en las cuales ofrece una somera idea sobre su escritura y su publicación. Para profundizar en su trayectoria, el volumen se abre con un extenso prólogo escrito por Juanma Santiago. En él se contextualiza su obra en una introducción que revaloriza una tipología textual convertida demasiadas veces en una entradilla de blog o una sinopsis trivial. Quizás en tres o cuatro momentos su tono se desliza hacia el entorno aficionado, con expresiones y aproximaciones chocantes para un lector ajeno al pequeño mundillo de la ciencia ficción y la fantasía. Pero también evidencia el conocimiento, la calidad expositiva y la amenidad de uno de los mejores ensayistas de la ciencia ficción en España. Su inclusión me ha parecido un gran acierto.
Entre las ficciones que recoge Trece monos, la mayor aportación a la obra de Mallorquí viene de “Naturaleza humana”, la novela corta que cierra el libro, mención especial en el premio UPC de 2012. Una historia de ciencia ficción clásica muy adecuada para descubrir sus cualidades como narrador y su manera de concebir el género, bastante ajena a los modos actuales. En su ambientación, “Naturaleza humana” recuerda a historias como Tropas del espacio, los primeros thrillers de Joe Haldeman o esos relatos de Dick donde la humanidad estaba enfrentada a un enemigo extraterrestre y nada era lo que parecía. Así, a finales del siglo XXIII, una humanidad que ha trascendido los gobiernos nacionales se enfrenta en una guerra sin cuartel a una civilización alienígena. A través de un relato en tercera persona, Mallorquí enhebra un thriller donde a dos personajes se les asigna una misión casi suicida: descubrir los posibles agujeros de seguridad del gobierno mundial. Una tarea durante la cual descubrirán el mundo al otro lado del muro de la caverna; la realidad detrás de la distopía en la que están atrapados.
La intriga se mantiene gracias a un narrador omnisciente que relata lo que ve y experimenta el personaje de Cecilia Álvarez. Es a través de sus acciones, y las conversaciones que mantiene con su compañero, como se transmite el escenario. Para aumentar el grado de detalle, en las dos primeras páginas de cada capítulo introduce una serie de textos provenientes de bases de datos, enciclopedias, conversaciones… Fragmentos que aportan información para entender el mundo y satisfacer la curiosidad del lector. Así, la novela corta se hace ágil y mantiene un ritmo sostenido mientras desgrana el misterio. En este sentido resulta muy fluida.
El calificativo clásico no es gratuito. La construcción del futuro apenas supone una ligera deformación del presente; aunque durante el siglo XXI se produjo un supuesto salto tecnológico, la singularidad no se aprecia por ningún lado: el software de búsqueda de información parece el perrito del Windows XP y todavía existen pendrives. También, a pocas historias de la edad de oro que se hayan leído, el enigma no resiste como tal. Pero no importa demasiado. Bajo el conjunto subyace un sustrato ligado al destino de su protagonista y una desgarradora visión de nuestra especie que conecta “Naturaleza humana” a “La pared de hielo”, con un imperativo biológico superponiéndose sobre cualquier emoción, sentimiento, empatía… No obstante, en mi caso, esa comparación juega un poco a la contra, con un discurso más soso y con un desenlace tan supeditado al misterio que termina por eclipsar levemente su final. Aun así me ha parecido una buena novela corta, bastante más aseada que la ganadora del UPC de 2012 (“La epopeya de los amantes“, de Miguel Santander).
Otra historia de ciencia ficción bien elaborada con sabor añejo es “Fiat Tenebrae”, donde la religión tiene un peso fundamental. Un carguero espacial es contratado por los restos de una decadente Iglesia Católica para observar un planeta alienígena y averiguar si sus dogmas basados en la vida de Cristo son exclusivos de la Tierra o aparecen en otras civilizaciones. Contada en primera persona por el capitán del carguero, relata el viaje y las complicaciones que surgen cuando uno de sus tripulantes rompe las normas de la observación. Nos encontramos con otro ejemplo de ciencia ficción en la intersección de clásicos como Un caso de conciencia, de James Blish, y relatos de Clarke como “La estrella” o “Los nueve mil millones de nombre de Dios”, con unas lecturas menos ricas aunque Mallorquí acierta a imprimir su perspectiva con un giro final hacia un horror no exento de un humor que es otra de las constantes de la colección.
En esta clave humorística se mueve “Cuento de verano”, un homenaje a “Un cuento de Navidad” de Dickens adaptado a tiempos modernos con los fantasmas clásicos acosando a un comercial de productos eróticos en el Londres de las Olimpiadas de 2012. Aunque las primeras páginas se hacen un tanto insípidas su desenlace es muy divertido, muy en la línea del humor británico entre absurdo y surreal de Tom Sharpe. Me ha hecho reír. También son muy divertidas dos de las historias de Navidad aparecidas en su blog: “El regalo” y “Ensayo general”, donde el tema religioso vuelve a ser punto de partida de situaciones mucho más diáfanas, menos retorcidas.
Como bien señala Juanma Santiago, la muerte se respira a lo largo y ancho de Trece monos. Esta juega un papel esencial en “La isla del cartógrafo”, una bonita historia sobre el poder de la creación y la tristeza del sentimiento de pérdida, o de un relato cuya publicación se ha demorado más de una década: “El jardín prohibido”, perteneciente al ciclo de Umbría (esa región de España ideada por Mallorquí, Elia Barceló, Julián Díez y Armando Boix sobre la cuál sólo los dos primeros llegaron a publicar creaciones). La razón de la demora viene a que, tras unas páginas, el enigma que encierra es tan cristalino que una parte de la gracia de la narración se volatiliza. Aunque a diferencia de otras historias, esta vez el estilo no sólo está orientado hacia esa revelación final sino que consigue una buena verosimilitud a la hora de construir la voz de una joven de 13 años que relata su vida en los días previos a la Navidad a comienzos del siglo XX.
Hay cuentos muy breves, con ideas sugerentes sobre extraños virus de ordenador poseídos por personalidades creativas (“Virus”), otros menos ocurrentes y más pesados sobre el nacimiento y muerte de una IA (“Océano”). Algunos un poco más extensos pero sin chispa como “El muro del trillón de euros” sobre la muerte de la vieja Europa asociada al envejecimiento de su población o “Todos los pequeños pecados” sobre el perdón y la redención de las faltas cometidas durante la juventud. Y “El décimo quinto movimiento”, su cuento más conocido entre los no publicados en El círculo de Jericó, una notable historia de intriga sobre una partida de ajedrez en marcha desde hace siglos y cuyas jugadas llevan décadas.
Recapitulando, he disfrutado con Trece monos. Un conjunto de relatos a veces demasiado centrado en una intriga que, al no levantar una atmósfera de incertidumbre potente y no abundar en situaciones emocionantes, personajes que generen empatía o carecer de formas más elaboradas, se ha quedado a las puertas de transmitirme las sensaciones que tengo asociadas a “El rebaño”, “La pared de hielo”, “La casa del Doctor Pétalo” o “El coleccionista de sellos”. Las mejores obras breves de Mallorquí a las que Trece monos no ha logrado añadir una alternativa.
Antes de terminar, quería felicitar al equipo gráfico de Fantascy. Esta vez sí que ha conseguido un volumen atractivo, con un grafismo tan llamativo como elegante. Lo mejor que han realizado en sus dos años de trabajo. Ya era hora.
Trece monos (Penguin House Mondadori, Fantascy, 2015)
Rústica. 400 pp. 16.90 €
Ficha en la tienda Cyberdark.net
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