El fenómeno editorial detrás de los dos Lius, Ken y Cixin, lleva aparejado la traducción de literatura fantástica como no se había visto con otro país en décadas. Este pequeño acontecimiento es tan llamativo que ha propiciado la publicación de Planetas invisibles y Estrellas rotas, dos antologías de Ken Liu que ejercen de muestrario de la mejor ciencia ficción china contemporánea. La semana pasada Mario Amadas escribió sobre el volumen más reciente, Estrellas rotas. Aprovechando la ocasión me he leído el anterior, aparecido en EE.UU. en 2016; una selección con relatos de los diez años previos, con abundantes premios locales y algunas traducciones a EE.UU. más allá del omnipresente Cixin Liu. El mascarón de proa de una literatura en expansión del que Planetas invisibles recoge dos cuentos ya traducidos: “El círculo” y “Cuidando de Dios”.
Este último figuraba en el tercer volumen de Terra Nova. Frente a la perspectiva más seria de las novelas de Los tres cuerpos o la mayoría de relatos de La Tierra errante, “Cuidando de Dios” es una sátira de la colonización y la cuestión generacional; ese qué hacer con nuestros mayores cuando se jubilen. Ambas cuestiones se sustancian en una extravagante especie alienígena con apariencia de venerables ancianos que pasan por ser los creadores de la humanidad. Tras varias visitas a la Tierra para controlar el desarrollo de su experimento, han regresado a pasar sus últimos días con su “descendencia”. Debido a su número (dos mil millones de nada), cada familia terrestre se ve obligada a dar cobijo a uno o dos de ellos, con el problema que supone tanto individual (la convivencia no es sencilla) como globalmente (los recursos necesarios para hacerlo). Cixin desarrolla este choque mediante los conflictos de uno de estos señores con los miembros de su familia de acogida. Los disparates y la incomprensión a lo extraña pareja se suceden de una ligera amargura que ayuda en la digestión del deje parabólico. Esta faceta alegórica se complementa con “El círculo”, un cuento más didáctico sobre la construcción de una máquina de calcular en un entorno medieval que se acerca a la megalomanía de los grandes timoneles y cómo su obsesión puede ser el origen de su caída. Al igual que “Cuidando de Dios”, ya había sido traducido. Con alguna modificación, formaba parte de El problema de los tres cuerpos. Esta autonomía recién ganada le sienta bien al impulsar el aroma a cuento tradicional legendario.
Ambos relatos se acompañan de un artículo breve donde Cixin escribe sobre la evolución de la ciencia ficción china, desde su carácter pedagógico orientado a los jóvenes a su encarnación actual. A la hora de resumir la producción de los últimos años se apoya en dos ideas: la “suspicacia y ansiedad por el progreso tecnológico” y pintar futuros “oscuros e inciertos”. La confluencia de ambos enfoques, generalmente ajeno a lo que ofrece un Cixin cuyo aliento se siente más clásico, abarca la inmensa mayoría de Planetas invisibles. Basta mirar los tres cuentos de Chen Qiufan elegidos para abrir la antología.
“El año de la rata”, “El pez de Lijiáng” y “La flor de Shazui” están dominados por componentes distópicas donde la falta de control sobre el libre mercado socava al individuo y al propio sistema. Es evidente en “El año de la rata”, con un joven sin perspectivas laborales (lo que los gurús económicos llaman ahora baja empleabilidad) obligado a alistarse en una brigada que lucha contra unas ratas que han escapado de un laboratorio y asolan el país. También en “La flor de Shazui”, una abierta crítica a las zonas económicas especiales (Shenzhen) y una corrupción sistémica que agrava las condiciones de vida de un proletariado abandonado a su suerte. Sin embargo, es en “El pez de Lijiáng” donde mejor se respira ese aire de falsa utopía a través de un trabajador de vacaciones en una especie de resort para aliviar el estrés de su labor. Allí experimenta el colapso de todas las certezas que tenía en el sistema.
Además de la abierta crítica al capitalismo tal y como se ha concebido en China desde los años 80, extensible a la realidad postfordista del mundo desarrollado, estas tres historias exhiben músculo postcyberpunk. De la terna me quedo con “El pez de Lijiáng”. Aparte del derrumbe del sistema monolítico, es el relato que mejor concilia la forma con el fondo gracias a cómo evoca un entramado de emociones en sintonía con el embotado mundo interior del protagonista. A esta estética se acerca desde otra sensibilidad “Chica de compañía”. Tang Fei juega con lo que cuenta y oculta en una historia donde una joven estudiante se prostituye para mantener a su madre. El objeto de sus transacciones con la elite económica de la ciudad, en vehículos de lujo, desnuda al lector frente a sus prejuicios.
Los futuros ya directamente postapocalípticos se abren en dos de los relatos de Xia Jian: “Cientos de fantasmas desfilan esta noche” y “El peso nocturno del dragón equino”. Situados a continuación de los de Chen Qiufan, cuentan con una base tradicional importante, con personajes y encarnaciones culturales relevantes abandonadas después de un acontecimiento traumático. Y durante su transcurso, hay algún tipo de ordalía que sirve para dejar al descubierto una identidad escondida, olvidada. Hay en ambos imágenes logradas y una confluencia de personajes que simbolizan la tragedia de la pérdida, pero me cuesta apreciarlos más allá de esa caracterización. Mientras, “El verano de Tongtong” enfoca su desarrollo sobre el cuidado a la tercera edad desde una óptica más sentimental que “Cuidando de Dios”. Si Cixin apostaba por la comedia, Xia Jian se decanta por una narración más dramática. Se apoya en la emoción de los vínculos familiares, confía en la tecnología para tejer conexiones entre generaciones y aquilata la experiencia acumulada tras décadas de trabajo.
En esa carga política presente en toda historia, quien más se expone es Ma Boyong con “La ciudad del silencio”. En sincronía con el espíritu de Orwell, urde un futuro donde la intervención de las comunicaciones, orales, escritas, digitales, hace que el Estado controle el intercambio de ideas a partir de las palabras que se pueden utilizar. Su protagonista se las ve y se las desea para poder comunicarse a medida que mengua la lista de palabras disponibles. Encuentra una tabla de salvación gracias a un pequeño grupo clandestino donde la comunicación verbal no está intervenida. La construcción de este pequeño oasis es un tanto torpe (un cúmulo de tópicos incluido un enamoramiento adolescente) y la fuerza del relato es mayor por lo que cuenta que por el cómo. De hecho, “La ciudad del silencio” me ha recordado lo que me pasó con las películas de Zhang Yimou antes de que se wuxiazara; en las escasas narraciones chinas que he leído/visto me cuesta distinguir la contención de la frialdad. A pesar de esta problemática personal, la relevancia de “La ciudad del silencio” me parece indiscutible; afianza la problemática derivada de la censura externa e interna con la gravedad de los grandes cuentos distópicos.
Este relato le sirve a Ken Liu para cargar en su presentación contra la tentación de interpretar los relatos en clave local y no como una manera de tocar ideas universales. Según su discurso, los textos seleccionados conectan con las inquietudes y necesidades expresivas de su tiempo independientemente de la procedencia del lector. Más allá de las formas, en Planetas invisibles se aprecia agudeza a la hora de entrar en temas ecológicos y de sostenibilidad; la necesidad de una ética en el desarrollo científico y el daño detrás de la ausencia de equidad; la frágil pátina de la civilización y el drama que supone su pérdida. Sin embargo, si exceptuamos este relato de Ma Boyong, y algún otro texto más sibilino como “La flor de Shazui”, me resulta inevitable enfatizar la superficialidad, cuando no ceguera, de las cuestiones más inherentes al sustrato comunista de la organización política y social de China. Un detalle, por otro lado, esperable dada la censura sistémica y el trato a la disidencia. En cambio, creo percibir una cierta añoranza de un sistema pre libre mercado, más igualitario, sin ajustar cuentas con sus facetas más oscuras más allá de cargar contra elementos que el propio sistema comunista ya se encargó de etiquetar como un lastre, caso de la revolución cultural.
Retomando los relatos, hay unas gotas de espíritu crítico de Ma Boyong en “Entre los pliegues de Pekín”, de Hao Jingfang; un viaje surrelista entre las capas superpuestas de una Pekín reconstruida para dar cobijo a tres estratos diferentes. Tres ciudades complementarias levantadas la una en los intersticios de las otras en las cuales sus habitantes se turnan en el uso de los espacios y del tiempo gracias a una arquitectura imposible; su geografía cambia dependiendo de la hora para realizar las diferentes actividades de su día a día y, una vez agotado el tiempo, dormir en sus habitáculos mientras otro grupo se despliega para realizar sus quehaceres cotidianos. La explicación de cómo funciona este constructo es la base del periplo de uno de los ciudadanos del nivel más bajo, encargado de las tareas más básicas, hacia al nivel más alto. Mientras se “eleva”, conoce a otros habitantes y observa sus actividades, cobra forma una distopía en la que vibran las cuerdas de una utopía clásica (ese viaje didáctico) que dibuja una China entre Dark City y Elysium.
De Hao Jingfang es también “Planetas invisibles”, una sucesión de descripciones de planetas y sus extrañas sociedades en un par de páginas. La fuerza imaginativa o el potencial transgresor me han parecido bastante atenuados. Si lo destaco es porque es el primer cuento que, más allá del decorado y alguna idea, se siente diferente a un relato de ciencia ficción estadounidense o española. Desde este ángulo es mucho más potente “La tumba de las luciérnagas”, de Cheng Jingbo, estéticamente la gran aportación de Planetas invisibles, especialmente para quienes gusten de unas formas que pongan a prueba la sensibilidad europea con un exceso a mitad de camino entre el cuento clásico y un delirio de ciencia ficción dura. Cheng Jingbo utiliza un exuberante caudal expresivo para integrar ideas físicas, relacionadas con los agujeros negros y la dilatación temporal, con elementos tradicionales, en un gran trabajo de traducción Manuel de los Reyes. Merece la pena perseverar unas páginas hasta cogerle el sentido.
Este arrojo hace brillar a “La tumba de las luciérnagas” y me hace pensar en la escasa capacidad transgresora del resto de la selección. Más cuando pongo este volumen al lado de Japón especulativo. Acepto que no es justo comparar libros de dos países tan diferentes, provenientes de épocas irreconciliables (los 60-70 frente al siglo XXI). Pero en aquella selección había varios relatos con estructuras, imágenes, situaciones no convencionales y arrojaban al lector a lugares novedosos o incómodos. Planetas invisibles se siente como un artefacto creado para apenas alejarse de la zona de confort de la mentalidad occidental. La carta de presentación de una forma de entender la ciencia ficción con marcas propias pero, salvo un par de casos, tradicional y fácil de asimilar.
Al final del libro se incluyen tres breves artículos. El ya comentado de Cixin, y otros dos escritos por Quifuan y Jia. El trío esencialmente trata lo mismo: la transición de la ciencia ficción china de una concepción socialista hasta su forma actual, de la que ellos forman parte. En su brevedad, asientan dos o tres ideas generalmente apoyadas en su experiencia personal, y, en este contexto que no tenemos ni puta idea de lo que allí se hace, son satisfactorios. Pero si estás acostumbrado al estándar de antologías que se hacen en España para recoger la ciencia ficción que escriben nuestros autores, no veo por qué no se buscó algo un poco más extenso que estas visiones coincidentes y el inevitable quién es cada autor. Cierto que Planetas invisibles no tiene un fin académico como si hubiera sido publicado por Cátedra, y se puede pensar eso de “los relatos hablan por sí mismos”. Pero a la hora de satisfacer la curiosidad del lector de ciencia ficción se ha perdido una oportunidad única para ir un poco más allá del mínimo.
Al menos la selección de relatos tiene la elocuencia necesaria. Desde la desvergüenza de mi desconocimiento sobre la ciencia ficción escrita en China, quizás carezca de una aventura espacial, un poco más de humor, un par de relatos más experimentales… Pero la mayor parte del contenido se lee con agrado. El factor decisivo para recomendar la lectura de una buena antología.
Estrellas rotas (Alianza Editorial, col. Runas, 2017)
Invisible Planets (2016)
Traducción: Manuel de los Reyes y David Tejera Expósito
Tapa Blanda. 382pp. 22,90 €
Ficha en la web de la Tercera Fundación