Coger Estrellas rotas –la segunda antología de ciencia ficción china publicada por Alianza, después de Planetas invisibles–, es como hacer un viaje a tierras lejanas y desconocidas, donde encontramos imaginarios y atrevimientos característicos de nuestro género, pero con ese aroma de novedad y frescura que aportan las literaturas emergentes. ¿China? ¿Literatura emergente? Como veremos en los ensayos finales que cierran el volumen, a la ciencia ficción, en China, le ha costado abrirse paso y darse a conocer, le ha costado existir; ha crecido en un entorno que le era hostil, que tenía programas que cumplir en el teatro cultural, y donde nadie tenía tiempo para las desmelenadas invenciones de la ciencia ficción. Así en China como en España, vemos.
Preparada, prologada y, en su versión en inglés, traducida por Ken Liu, esta antología, que, como digo, es la segunda parte de un proyecto de representación que tiene, en total, casi mil páginas, es una puerta de entrada inmejorable a una realidad no anglófona que conviene dar a conocer, que ya es hora de que se propague. Los cuentos van precedidos de una pequeña nota biográfica de los autores, para que les pongamos cara y circunstancia, y una contextualización de sus aportaciones al género. En ese sentido, tanto el prólogo y las notas, como, sobre todo, los tres ensayos del final, contribuyen a la creación de una cartografía útil, precisa e iluminadora sobre una literatura que está despuntando en un género particularmente dominado, como sabemos, por la palabra anglófona. Me parece un gesto, el incluir tres ensayos en una antología de cuentos, por otra parte, brillante, atrevido: primero porque el ensayismo sobre ciencia ficción se tiene que reivindicar, tiene que haber más y el que hay tiene que ser más visible, y, segundo, por la necesaria función analítica e interpretativa (aparte de divulgativa), con la que cumplen siempre estos textos, sobre todo si hablamos de una literatura foránea que ni siquiera en su país, por la férrea estructura cultural a la que tiene que enfrentarse, ha tenido mucha visibilidad.
No es difícil ver –prensa occidental aparte– el prometeico papel que ha tenido Cixin Liu en la difusión, aceptación y despertar de la ciencia ficción china (en China y fuera de ella). La voz de alarma la ha dado él solito. Su cuento, de hecho, “Luz de luna”, que por cierto no forma parte de La Tierra errante, es un buen ejemplo de esa ciencia ficción dura que no da por sentado que eres científico. El yo del futuro llama al del pasado para prevenir desastres ecológicos (y por tanto humanos), pero en vano. La futilidad del gesto humano ante la sinrazón colectiva, condensada en un cuento triste y bonito, estructurado en oleadas temporales, lo convierten en uno de los mejores de la selección. (Pero no sé si en el mejor).
De todos modos, retrocedo al primer cuento de la antología, “Buenas noches, melancolía”, de la escritora Xia Jia, en el que vemos robótica e inteligencia artificial, soledad e incomprensión en la línea del mejor Asimov. Varias voces se entrecruzan en este cuento, de los pocos en incluir Inteligencias Artificiales, en el que vemos que una de las constantes del libro es el viaje en el tiempo y la mezcla de elementos de fantasía tradicional china con características propias de la ciencia ficción. Chuanye es el nombre con el que se conocen estos textos. En “Estrellas rotas”, cuento de Tang Fei que da nombre al volumen, vemos un relato sobre las relaciones familiares en un contexto de tensiones de instituto, sobre las estrellas y su relación con la familia. Que estén rotas es sólo una parte del significado global de un cuento en que se habla de “la inevitable desaparición de las cosas”. O el aire de leyenda del cuento de Fei Dao, “El robot al que le gustaba contar trolas”, donde se entreteje, como digo, la ciencia ficción con ese manto acogedor que suele ser la leyenda o la fábula. O como “Bajo un cielo tentador”, de Cheng Jingbo, que también participa de esa intención, de esa vocación de pasadizo entre épocas e imaginarios.
“Submarinos”, de Han Song, me ha recordado a esa pieza maestra de Domingo Santos que es “Gira, gira”, encontrable en la sesuda Historia y Antología de la Ciencia Ficción española, de Julián Díez y Fernando Ángel Moreno. Porque así como en el cuento de Santos veíamos el horror infinito de la megurbe contemporánea representado en el vano intento de aparcar un coche, en “Submarinos”, de Han Song, vemos cómo el frenesí de la vida urbana lleva a la gente a vivir en submarinos, y cómo la paulatina invasión de los ríos es una consecuencia más de ese capitalismo devorador que todo lo quiere. Un gran cuento logrado con un resorte sencillo. Como imprescindible resulta también la “Historia de las enfermedades futuras”, de Chen Qiufan, último relato del volumen en el que se advierte, con gracia y aire lúgubre, de los peligros letales de la tecnología. Ciencia ficción social que no falte, por favor.
Pero lleguemos a “Bajo una luz más halagüeña lo que ha pasado verás”, de Baoshu, que directamente es una novela corta y no un cuento. Fascinante, no es que narre cómo se avanza en el tiempo mientras el tiempo retrocede –que también– sino que consigue narrar la tensión misma, el mismísimo desgarro lógico que representa el que nazcas en un mundo, y que, mientras tú crezcas, pierdas todos los avances de tu época en un retroceso que te lleva, en contra dirección, a una pandemia del SARS, confinamiento y mascarillas incluidos (en un texto anterior a nuestra propia pandemia), de ahí al 11-S, de ahí a la caída de la URSS (y su posterior nacimiento), y así hasta al final. Que avances en un mundo involucionante y te salga bien narrado, generando esa sensación de paradoja y extrañeza y que sea natural e inevitable, como si el mundo, en el cuento, no pudiera avanzar de otro modo, es todo un logro del autor y, de rebote, de esta antología que, generosa, comparte sus talentos con públicos foráneos.
No he ido cuento a cuento porque quería reservar algo de espacio para el ensayismo presente en la antología. Con textos de Regina Kanyu Wang, Mingwei Song y Fei Dao, podemos ver lo cercanos que estamos a su literatura, lo familiar que resulta su caldo de cultivo y las dificultades a las que se han tenido que enfrentar. Describen el esnobismo literario al que tiene que arrostrar, desde sus inicios, la ciencia ficción, y también vemos, como explica Regina Kanyu Wang en su repaso historicista, algo que pasa en todo periodismo cultural, que es, al hablar de dos fanzines, tener que cerrar “porque a editores y escritores les resultaba complicado mantener vivos estos proyectos sin cobrar una remuneración por ello”. Tanto Mingwei Song como Fei Dao se centran en lo difícil que es agrietar el establishment literario con imaginarios y temas de ciencia ficción. La dificultad de mantenerse a flote, la escasa difusión, la dominación de otras literaturas de género, los prejuicios fomentados por la industria cultural y política, todo esto como impedimento está ahí, sí, pero vemos, con su repaso, que ellos se han hecho un hueco en un ambiente de negación de su existencia. Que lo han logrado.
De todos modos, y aunque quizá no en ese sentido de empezar a ser lejos de casa, cuántas similitudes hay entre la historia del género, el marco en que surge y su posterior evolución en China, y la que ha habido aquí, entre nosotros. Con tanto parecido, pues, leamos Estrellas rotas como ejemplo a seguir. Esta obra es una mano tendida.
Estrellas rotas (Alianza Editorial, col. Runas, 2020)
Broken Stars (2019)
Traducción: María Pilar San Román
Tapa Blanda. 480pp. 24 €
Ficha en la web de la editorial