La brigada de luz, de Kameron Hurley

La brigada de luzHace tres meses escribía sobre Las siete muertes de Evelyn Hardcastle, y la esmerada labor de Stuart Turton sobre su trama; una novela trazada en una pared, situando una línea temporal de varios metros de largo con una pléyade de personajes y sucesos conectados por una multitud de hilos para marcar el curso de una narración plagada de saltos adelante y atrás para dar forma a un particular continuo espacio-tiempo. Ahora mismo no se me ocurre mejor imagen para comenzar a escribir sobre La brigada de luz, la última novela traducida de Kameron Hurley. Supongo que para alejarme en un primer momento (después será inevitable) del gran lugar común a la hora de referenciarla: Tropas del espacio y la ciencia ficción militarista estadounidense. El recurso al viaje temporal se encuentra tan impreso en su ADN que en esta reseña voy a romper el tabú de entrar en temas de argumento más allá de lo superficial. Avisados quedan si tienen intención de saltar al siguiente párrafo.

Porque además de hablar de Tropas del espacio, La guerra interminable y La vieja guardia, hay otras historias de Robert Heinlein que merece la pena encuadrar en la reseña: Puerta al verano, “Por sus propios medios” y, sobremanera, “Todos vosotros zombis”. La brigada de luz se constituye como un gigantesca secuencia causal en la que el narrador termina atrapado. En principio condenado a experimentar una serie de sucesos desperdigados en el tiempo y en el espacio para, llegado un grado de comprensión, convertirse en el motor de sus decisiones en un momento donde la frontera entre predestinación y libre albedrío termina difuminándose. Este aparente giro no solo no supone un recurso injustificado sino que se realimenta con la historia bélica hasta el punto de convertirse en parte sustancial del novum de la historia.

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Razonables pasadizos

Forever War

A los parecidos razonables que a veces identificamos entre obras, Vicente Luis Mora los llamó, hace tiempo, pasadizos. Los hay entre Menos que cero, Contacto e Historias del Kronen. Estas novelas de Bret Easton Ellis, Dennis Cooper y José Ángel Mañas, respectivamente, tienen un aire parecido, como de lejano parentesco. Se escribieron con pocos años de diferencia y no creo, o nada nos puede hacer pensar, que los autores hablaran entre sí ni se conocieran. La explicación hay que buscarla en otra parte.

Una época, con todas sus manifestaciones sociales, temáticas, políticas, estéticas y ambientales, incide, o puede incidir, de maneras distintas en distintas personalidades. Pero, de la misma manera, puede también estimular o avivar los talentos de personalidades parecidas, de sensibilidades afines, e incidir en ellos de manera similar, y el resultado pueden ser textos que comparten algunos de sus rasgos constitutivos esenciales, como el enfoque de determinado tema, el tema en sí, los escenarios, el argumento o el punto de vista, y nada de esto, cuando ocurre, tiene por qué ser sospechoso ni desvirtuador.

En la ciencia ficción hay un caso paradigmático de estos parecidos inquietantes, de estos sorprendentes pero comprensibles pasadizos literarios. Me refiero a ese binomio formado por La guerra interminable, de Joe Haldeman, y El juego de Ender, de Orson Scott Card (a mi juicio bastante inferior en sus méritos que la novela de Haldeman). Estas novelas son hijas de la herida emocional, psíquica, social y (también) literaria que dejó en Estados Unidos la guerra de Vietnam (en la que Haldeman, por cierto, luchó en su juventud). Hay parecidos en sus novelas que se deben a su tiempo, al crisol político-social que les dio vida. Guerras, enemigos mayormente desconocidos, ignorancia de los motivos políticos que orquestan la guerra, etc. Los autores metabolizan un mismo momento histórico, desde perspectivas cercanas.

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Vida en tiempo de guerra, de Lucius Shepard

Vida en tiempo de guerraEn España la valoración de obras y autores de género, su relevancia y su recuerdo con el paso del tiempo están, hasta cierto punto. mediatizados por la colección en la que se publicaron. Lucius Shepard me parece el mejor ejemplo de ello. Traducido a finales de los 80 por colecciones de corto recorrido como Júcar o Alcor, con la crisis editorial de mediados de los 90 quedó relegado a la esquina de los autores para gafapastas. Un buen escritor, con una visión rarita de la ciencia ficción, conocido por unos pocos al que ni siquiera rescató del ostracismo la recuperación de su excelente colección de cuentos El cazador de jaguares por Círculo de lectores. Como ocurre con otros tantos autores, apenas nos ha llegado una pequeña parte de su obra generalmente seleccionada entre sus primeros títulos. Resulta complicado hacerse una composición de lugar; saber si su evolución siguió un crescendo, un sostenuto o si su calidad fue menguando, algo que me apena más tras disfrutar de Vida en tiempo de guerra. Una novela de ciencia ficción bélica que podríamos tomarnos como la respuesta slipstream a Tropas del espacio o La guerra interminable.

A comienzos de la década de los 80 Shepard trabajó de corresponsal en El Salvador. De aquella experiencia bebió su obra inicial; a nivel de ambientación, situando en el polvorín centroamericano una fracción relevante de sus historias breves (“Salvador”, “R&R”), y por su enfoque. Shepard se aproximó al hecho fantástico de manera heterodoxa, con una concepción influenciada por lo real maravilloso de Alejo Carpentier y su gusto por el mestizaje cultural y el surrealismo. En este sentido, Vida en tiempo de guerra podría ser la novela más representativa de este período, una obra además con leves conexiones con el movimiento cyberpunk.

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La libertad interminable, de Joe Haldeman

La libertad interminableDebe ser duro que, justa o injustamente, todo el mundo recuerde tu primera novela como tu mejor obra. Más cuando acumulas una extensa carrera plagada de nuevas historias, enfoques, estructuras, personajes… y una profundización / progresión / llámeloX en esto de la narrativa. Joe Haldeman me parece el mejor ejemplo de esta situación. Su opera prima, La guerra interminable, arrasó en los premios de género el año de su publicación. Se ha mantenido en el mercado de manera ininterrumpida durante cuatro décadas (incluso en España), figura dentro del canon de la ciencia ficción y es la medida con la cual se ha comparado toda su obra posterior. En la cual, por cierto, hay títulos como los de la trilogía iniciada en Mundos, Compradores de tiempo o ese solvente juego narrativo que es La llegada. De sus últimas novelas traducidas, como Camuflaje, Viejo siglo XX o Rumbo a Marte mejor no escribir mucho.

Era inevitable que tarde o temprano terminara regresando a aquel universo creativo y aquellos personajes. Al menos más allá del retorno parcial a su corpus de temas en la fallida La paz interminable. Y eso hizo hace quince años con La libertad interminable. Novela que, de manera inexplicable, permaneció inédita durante más de una década, varios años con su traducción guardada en un cajón.

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Viejo Siglo XX, de Joe Haldeman

Viejo Siglo XX

Viejo Siglo XX

Vaya por delante una cuestión importante. Aprecio sobremanera a Haldeman como escritor, y tengo a La guerra interminable como ni novela preferida de ciencia ficción. No digo que sea la mejor, aunque si podría estar en un hipotético top ten; simplemente afirmo que es la obra de este género con la que más he disfrutado. Y empiezo por aquí porque no me queda más remedio que decir, con gran dolor de mi corazón, que Viejo Siglo XX es un libro flojo donde los haya, lo peor que se ha publicado de este autor en nuestro país e indigno de él. Es lamentable ver cómo, con demasiada frecuencia, muchos escritores pierden el rumbo al final de su carrera y sus últimos libros parecen ser una parodia de sus obras maestras iniciales. Le pasó al gran Heinlein con bazofias como El número de la Bestia o El gato que atravesaba las paredes, les está pasando al revolucionario Silverberg, cuya Roma eterna es una burla a su profesionalidad, y, parece, también a Haldeman.

Viejo Siglo XX hace aguas por demasiados sitios. Desde un punto de vista estrictamente narrativo la historia es un palimpsesto de demasiados temas que difícilmente encajan entre sí: inmortalidad, exploración espacial, realidad virtual, inteligencias artificiales, tecnofobia y un recorrido nostálgico por nuestro siglo XX. Demasiadas cosas en muy poco espacio y sin acabar de centrarse en ninguna de ellas convierten al libro en una coctelera caótica sin pies ni cabeza. Haldeman es como un malabarista que intenta mantener en el aire un objeto tras otro hasta que, al final, todos se estrellan en el suelo.

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Series

2010

2010

Al contrario de lo que se suele afirmar, las continuaciones y requetecontinuaciones no son un fenómeno moderno dentro de la ciencia ficción, y ni siquiera original del género. Me temo que siempre que una creación ha cautivado la imaginación popular, su responsable ha sido asaeteado por demandas para prolongarla en alguna medida. Un género tan venerable como la épica tiene su origen en ese comprensible deseo de «saber más», empezando por el propio Homero, y hasta este siglo encontramos amigos de las series y continuaciones tan respetables como Cervantes, Shakespeare o Dumas.

Como literatura popular, la ciencia ficción usa las series como uno de sus principales ganchos desde su mismo nacimiento. Verne no se salvó del todo de la tentación –véase los dúos 20.000 leguas de viaje submarinoLa isla misteriosa y Robur el conquistadorDueño del mundo–, de la que sí escapó H.G. Wells. Pero después llegaron Edgar Rice Burroughs con sus series de Marte y Venus o E.E. “Doc” Smith con sus Lensmen y su Alondra del espacio y consagraron la popularidad de los seriales de ciencia ficción.

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