Casa de soles, de Alastair Reynolds

Casa de solesLos (contados) nostálgicos de La Fucktoría de Ideas, sección ciencia ficción, se hacen notar ocasionalmente en las redes sociales con un suspiro “ya no hay editoriales que apuesten por la cf como ellos”. Un lamento-desiderata que se puede compartir hasta que emergen detalles que harían hoy inviable aquella iniciativa. Primero, el derrumbe del mercado de lectores de cf más sostenida en la aventura y apegada a la base científico-tecnológica. Y, después, todo lo aparejado a unas ediciones entre lo mejorable y lo intolerable, con todo tipo de trapacerías en el trato a traductores y correctores, chapuzas editoriales de diversa índole… Dicho lo cual, de vez en cuando me leo alguno de los libros pendientes que tengo en la estantería y comparto esa desazón por la falta de un sello donde se publiquen libros como Casa de soles.

Alastair Reynolds vuelve a exhibir su ambición en la escala de espacio, tiempo y los elementos de los que se sirve para construir el relato. La trama principal abarca seis millones de años y tiene como protagonistas a Purslane y Campion, dos miembros del clan Gentian; un grupo de clones que viaja por la Vía Láctea negociando con información y creando diques que contienen estrellas cuya secuencia puede llevarlas a estallar. La primera parte del libro cuenta sus peripecias previas a una reunión de todo el Clan; el momento en el cual, tras 200.000 años, los shatterlings del grupo se juntan en un lugar prefijado para compartir/conjugar sus vivencias durante ese tiempo, antes de una nueva diáspora. A esa cita van a llegar con unas décadas de retraso, lo que les expone a una reprimenda. Sin embargo, este hecho desafortunado termina convirtiéndose en bienaventurado. En ese encuentro los Gentian van a darse de bruces con la posibilidad de su completa aniquilación.

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De librerías de segunda mano por Londres con £30 en el bolsillo (4)

El mundo del libro en Reino Unido es, a todos los niveles, muy distinto al que podemos conocer en España. Hablamos de un país donde no existe ley de precio fijo, las librerías independientes están en extinción, las editoriales anuncian novedades a bombo platillo a dos años vista y muchas de ellas tienen un tamaño medio que permite emplear a unas cuantas personas en la producción de nuestro adorado artículo.

En el ámbito cultural y social es muy interesante ver cómo la población inglesa compra, lee y recicla los libros. No voy a entrar tanto en las dos primeras dado que terminaría enrollándome mucho más de lo que debiera. Es en la parte de “reciclar” donde me voy a detener. Y lo voy a hacer gracias a las tiendas de segunda mano y las charities, esas tiendas de Oxfam, Cruz Roja u ONG similares que pueblan las principales calles comerciales del país y que cumplen una labor social imprescindible.

Cuando me mudé a Reino Unido hace unos años, mi mentalidad de ciudad pequeña española me hacía algo reacio a entrar en estas tiendas. La idea de comprar ropa y zapatos de segunda mano no me resultaba apetecible. Sin embargo, en el mundo del libro la cosa es diferente. Buena parte de la población británica aporta, de manera regular u ocasional, directa o indirecta, dinero u objetos a las ONGs. Esto hace que el catálogo de libros en estas tiendas sea sumamente interesante. Es muy habitual que una vez leídos acaben donados a estas tiendas como manera de aportar a casusas benéficas. Por tanto, es normal encontrar historias publicadas apenas unos meses antes en ediciones leídas una sola vez y por apenas dos o tres libras. Todos los libros que listaré a continuación se pueden encontrar por menos de cinco libras cada uno, con lo que la hipotética suma total no superaría los treinta o treinta y cinco euros al cambio actual.

A falta de que la nueva biografía del príncipe Enrique inunde las estanterías de estas tiendas en pocas semanas, y siempre teniendo en cuenta el gran tirón del thriller en este tipo de lecturas “palomiteras”, siempre queda un reducto en ellas para la fantasía y la ciencia ficción.

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El futuro visto desde 1998

Planeta Humano 36Hace unas semanas presenté un texto sobre la Worldcon de 1998 que preparé por encargo de la revista Planeta Humano, pero no fue el único que surgió de ese viaje. Además de conseguir varios contenidos publicados en Gigamesh en números sucesivos (desde una entrevista con John Clute hasta el premio Hugo al mejor cuento concedido en esa convención, «Vamos a bebernos un pescado», de Bill Johnson), hice preguntas concretas a unos cuantos autores sobre el futuro de la humanidad. Después, las trasladé también a varios escritores españoles, y el resultado apareció en el número 11 de Planeta Humano, el correspondiente a enero de 1999.

 


 

«Entramos en una era de incalculables novedades». Robert Silverberg, uno de los más notables escritores de ciencia ficción, lo explica con claridad: «El mundo del 3000 será tan distinto al nuestro que alguien a quien de repente enviáramos allí sólo podría preguntarse en qué planeta se encontraba». La evolución del ser humano en los próximos mil años puede alcanzar cotas difícilmente predecibles, que otro escritor, James Stevens-Arce, planteaba con un sencillo ejemplo: «Mi abuela vivió la invención de la bombilla y el viaje a la Luna. Y se calcula que el conocimiento humano se duplica cada dos años. Es imposible intuir hacia dónde vamos a partir de esos supuestos».

Es tal la velocidad de los cambios, que se puede llegar a plantear incluso si en el año 3000 existirá una civilización. Al respecto hay división de opiniones entre escritores españoles, más pesimistas, y anglosajones, mucho más optimistas. Así, César Mallorquí cree que el desarrollo de la bioingeniería permite que cualquier estado o incluso un particular pueda producir enfermedades epidémicas atroces. «Este es el peligro real. Un 90 por ciento de la población autóctona americana murió a consecuencia de las enfermedades importadas por los conquistadores».

El optimismo de los escritores anglosajones, en cambio, se sustenta en la capacidad de la especie humana para adaptarse a circunstancias difíciles y sobrevivir. Como explica Connie Willis, una escritora centrada en los cambios sociales, «la estupidez cobra todos los días nuevas formas y es cada vez más fuerte, pero ya llevamos siglos derrotándola y podemos seguir haciéndolo». El inglés Stephen Baxter, de sólida base científica, también está convencido de que «el futuro inmediato será el momento más difícil, porque en él deberemos enfrentarnos al fin a todos los problemas conocidos: agotamiento de recursos, polución, superpoblación…. Pero creo que tenemos un futuro real por delante una vez superemos este mal momento».

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La situación de la ciencia ficción a fin de siglo a través de una Worldcon

Planeta Humano 7He sido una persona bastante afortunada con mi trabajo: soñé ser periodista y tuve una carrera llena de satisfacciones. Se terminó, por una serie de factores que sería prolijo explicar, pero tuve la oportunidad de acumular muchas vivencias estupendas. Y colaboré con muchos medios.

Al que guardo más cariño no es aquel en que me leyó más gente, en el que estuve más tiempo o me reportó más dinero. Fue un proyecto modesto en medios pero muy ambicioso en objetivos llamado Planeta Humano. Entre 1998 y 2001 publicó casi cincuenta números con la idea de ofrecer historias positivas, originales, pero no ñoñas; su eslogan era «Para los que creen que sí se puede hacer algo». Y todo al modo de las grandes revistas estadounidenses: textos exhaustivos, material fotográfico de calidad. Es la única publicación para la que he trabajado que tenía una productora: una persona encargada de organizar los viajes, hacer los contactos necesarios y hasta concertar citas, de forma que el periodista tenía una orientación clara de lo que el medio quería que cubriera y se ahorraba complicarse con temas logísticos.

No llegué a estar meses con un reportaje, como Gay Talese siguiendo a Frank Sinatra o Tom Wolfe con los surferos de California en ocasiones que devinieron en legendarias para mi profesión, pero sí es el único medio que me envío a preparar una historia durante varios días, a veces más de una semana. Conservo la colección completa de la revista y está llena de historias estupendas, muchas de ellas adelantadas a su tiempo, con colaboradores extraordinarios (José Saramago, José Luis Cuerda, Dominique Lapierre, José Luis Sampedro, Eduard Punset, José Carlos Somoza…) y bastantes de los mejores fotoperiodistas del momento. He encontrado varios rincones en la web en que antiguos lectores recuerdan Planeta Humano con la misma intensa simpatía que siento yo. Incluso mencionan alguno de mis textos de forma específica, como el que hice en el primer número sobre la única comunidad en que conviven israelíes y palestinos en igualdad, con los niños compartiendo escuela. Está sobre una colina entre Tel-Aviv y Jerusalén y se llama Neve Shalom/Wahat al-Salaam, sigue existiendo hasta hoy por lo que sé.

La razón por la que no habrán oído hablar de esta revista es que no tuvo buena distribución, al tratarse de un medio independiente. La mantuvo un tiempo un mecenas muy ilusionado con ella, un tipo encantador que intentó por todos los medios cumplir el sueño de hacer algo distinto a todo lo que había en los kioscos españoles, pero al cabo del tiempo y varios intentos que no terminaron de funcionar (cambios de diseño, regalos promocionales…), no aparecieron vías alternativas de financiación y cerró.

El hecho es que les propuse ir a una Worldcon, y aceptaron. Fue a la de 1998, en Baltimore, que tuvo a C. J. Cherryh como invitada de honor y en la que Joe Haldeman ganó el Hugo a la mejor novela por Paz interminable. También hubo un pequeño acto, escondido, a una hora poco concurrida, y al que acudí por casualidad. Se proyectaron veinte minutos de previa de una peliculita rodada en Australia, de directores desconocidos y protagonizada por una estrella entonces de capa caída, pero que terminaría por hacer historia: Matrix.

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El largo viaje a un pequeño planeta iracundo, de Becky Chambers

El largo viaje a un pequeño planeta iracundoEl fenómeno de los libros autopublicados y más tarde recuperados por una editorial se ha convertido en moneda de curso común. Son múltiples los títulos aparecidos en los últimos tres o cuatro años que, relanzados por sellos establecidos, han permitido a sus autores hacerse un hueco en el siempre abarrotado panorama profesional. Becky Chambers y El largo viaje a un pequeño planeta iracundo suponen uno de los últimos ejemplos de esta oportunidad. Según cuenta la escritora en las notas incluidas al final, pudo terminar la novela gracias a una campaña iniciada en una plataforma de mecenazgo. Y ya publicada, le llevó a firmar un contrato para continuar su carrera, ser traducida a otras lenguas… El sueño de cualquier escritor novel. Personalmente mantengo un arraigado prejuicio sobre este tipo de títulos. Como lector chapado a la antigua con el argumento de autoridad casi impreso en el ADN, soy un firme creyente en la labor del editor. A la hora de valorar una obra, auspiciar su publicación y, sobre todo, en el trabajo intermedio, en el caso de ser necesario algún diálogo con el autor para ajustar el original y lograr el mejor resultado posible. Después, cuando hablo con profesionales el tema pierde ese aire mitificado, pero en la soledad de la lectura mi apolillado clasismo se regenera. Más cuando me enfrento a una opera prima que sobrepasa las 400 páginas.

El largo viaje a un pequeño planeta iracundo parece levantarse sobre la visión del mundo de su autora. Apuesta por unas relaciones sociales utópicas que, en una aventura espacial clásica, rompen con la peripecia tecnificada, los personajes oscuros y sus tragedias, o diferentes dosis de autoparodia; los ingredientes dominantes de este tipo de historias. Rebosa la frescura y el rechazo por los corsés propios de la ausencia de complejos. Sin embargo, más allá de cómo pueda cada uno responder ante las ideas, las situaciones, los personajes y los desarrollos utilizados por Chambers, cae en una tendencia hacia la digresión que, siendo parte de la gracia de una novela que huye de una trama y una estructura al uso, se vuelve un poco en su contra.

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Justicia auxiliar, de Ann Leckie

Justicia auxiliarHugo, Nebula, British, Arthur C. Clarke… El arsenal de galardones acumulado por Justicia auxiliar es apabullante. Si atendemos a un criterio puramente cuantitativo en función de los premios recibidos, durante 2014 se convirtió en la novela de ciencia ficción más destacada de la historia. Sin embargo aquí en C, apoderados por ese espíritu iconoclasta que nos caracteriza, Alfonso García firmó uno de sus afilados análisis cargando contra los numerosos puntos débiles de una novela que se puede tomar como evidencia de la mediocridad de las novelas durante su año de publicación en el interior de ese cortijo llamado fandom. Como su reseña es excelente y apenas puedo añadir cuatro detallitos menores, he enfocado este texto como un resumen de los errores de concepto en los que he caído durante mi acercamiento al libro, y cómo quedaron tras su lectura.

El primer error con el que llegué parte de su ilustración de cubierta, la misma de su edición original en inglés: Justicia auxiliar es un space opera, pero olvídense de naves espaciales combatiendo entre sí o situaciones más grandes que la vida. Tampoco se puede decir que derroche “molonio“. Esta novela pertenece a otro tipo de aventura espacial, más cercana a las correrías por superficies planetarias y viajes entre sistemas a lo Jack Vance, sacrificando ese punto exótico y extravagante tan característico del autor de Los príncipes demonio o El planeta de la aventura en favor de rasgos a lo historia de costumbres de las novelas de Miles Vorkosigan creadas por Louis McMaster Bujold, más amanerada y extirpando por completo el humor, o una C. J. Cherryh cargada de diazepán hasta las cejas.

Porque Justicia auxiliar es una historia seria.

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