En alguna ocasión me he preguntado si, leyendo una página de un libro, sería capaz de reconocer a su autor basándome en el estilo o su mirada a los temas tratados. Si más allá de las marcas argumentales y de trama, podría reconocer la personalidad de la escritura, esas características a las que aludimos los reseñistas y la mayoría de las ocasiones escondemos detrás de tres fórmulas generales. En mi caso, pecando de inmodestia, creo que sería capaz de reconocer la mayor parte de obras de J. G. Ballard. Además de tenerlo bastante leído, es de los pocos escritores del cual soy capaz de hacer ese ejercicio de síntesis estilística y temática. Aunque el Ballard de 1962 no es el mismo que el del año 2000, hay una serie de cuestiones que prefiguran sus inquietudes y visiones a la hora de escribir y terminaron configurando una literatura que, con mérito propio, se ha convertido en un calificativo (lo ballardiano) que trasciende una serie de iconos que también se sienten suyos. Y no hay nada como coger este libro para comprobarlo.
Guía del usuario para el nuevo milenio es el típico popurrí de artículos donde se arrejuntan textos de diarios (The Guardian), semanarios (Sunday Magazine) o revistas (New Statesman o New Worlds). Hay desde reseñas de biografías (Elvis, Marqués de Sade) ensayos o películas, columnas de opinión (las de New Worlds son imprescindibles) y notas autobiográficas; las más interesantes, cómo no, sobre su vida en Shepperton y su infancia en Shanghái, paisajes que han prefigurado el obsesivo imaginario del autor. Esta reunión no se ha hecho de cualquier manera: David Pringle colaboró con el autor de El mundo sumergido y Rascacielos para imponer la estructura y el orden necesario para afinar la realimentación de los más más de 100 artículos que contiene. Y esa división funciona muy bien. Si hay algún tema que se hace bola, se pueden ojear los siguientes textos, más o menos relacionados, y prescindir de algunos hasta encontrar un nuevo tema y continuar desde ahí. Pero lo más destacable es cómo, independientemente de que esté escribiendo sobre Nancy Regan, la obra de William S. Burroughs, las pinturas de Salvador Dalí, la Coca-cola-colonización o una exposición de fotografía bélica, su mirada se impone sobre cualquier otra consideración como si estuviera ante un encargo tan personal como relatar un viaje que hizo en los 90 a Shanghái para reencontrarse con su niñez.
Es algo esperado en los textos relacionados con la ciencia ficción, en minoría frente al resto (no llegan al 20% del libro) y, sin embargo, el contenido más significativo. Tres o cuatro artículos funcionan como el manifiesto de cómo concebía el género. En su mayoría ahondan en su predilección por la exploración del espacio interior. Su aburrimiento frente a la aventura espacial y toda la tradición más afín al pulp se siente en parte como un rejonazo-provocación (New Worlds no era precisamente Página Dos), pero también como muestra de su agotamiento hacia una serie de fórmulas mayormente estancadas, en el origen de una realimentación negativa respecto a la evolución de la carrera espacial. Las mismas historias responsables de alentar el sueño por alcanzar las estrellas eran para Ballard la causa del posterior distanciamiento del gran público, por el desajuste entre la promesa de lo que sería y lo que fue, y la inevitable reiteración de temas y visiones. Una idea que no se puede juzgar desde el presente y el recuerdo de lo mejor de aquella época, sino desde cuando se escribió y lo que fueron las revistas de relatos predominantes.
Frente a ese espacio exterior sitúa, cómo no, la exploración de ese espacio interior materializado en sus primeras novelas de catástrofes, y la experimentación formal como vehículos para nuevos temas y acercamientos que recuperaran para la ciencia ficción su papel como literatura del futuro, porque
los criterios que establece para sí misma son más elevados que los de cualquier otro género literario especializado, y creo que de ahora en adelante, el mayor esfuerzo recaerá no tanto en el escritor o el editor sino en los lectores. Es suya la responsabilidad de aceptar un estilo narrativo más indirecto, temas menos obvios, símbolos y vocabularios privados. La primera historia verdadera de ciencia ficción, y que yo me propongo escribir si nadie más lo hace, es sobre un hombre con amnesia que está acostado en la playa y mira una rueda oxidada de bicicleta, mientras trata de descubrir la esencia absoluta de la relación que hay entre ambos. Si esto suena insólito y abstracto, tanto mejor, puesto que a la ciencia ficción le hace falta una buena dosis de experimentación; y, si suena aburrido, pues por lo menos será un nuevo tipo de aburrimiento
También escribe sobre por qué una novela como Crash es para él cf, hay un listado comentado de sus películas favoritas de género, y hay algunas reseñas potentes, como las de Billion Year Spree (ey, Brian, fuiste demasiado bienqueda) y en la que mete caña a Kingsley Amis por su avinagramiento en La edad de oro de la ciencia ficción. La convicción del potencial de la ciencia ficción como la literatura de la segunda mitad del siglo XX queda fuera de toda cuestión.
El resto supongo que interesará un poco menos al lector de esta web. Aunque le otorgaría el beneficio de la duda. Por ejemplo, cualquiera interesado en la literatura encontrará en el apartado “Escritores” atractivas visiones personales. Pero si además se es lector de Ballard hay siempre el bonus de descubrir qué detalles tomó de ellos, como la influencia de Graham Greene a la hora de utilizar la descripción del escenario como preámbulo de la descripción del terreno psicológico del relato.
Ocasionalmente hay que tener alguna tragadera. En mi caso, hay un par de artículos del apartado “Ciencia” que encienden las alarmas “columnista hace el cuñado”, con unos párrafos sobre la relatividad de vergüencilla ajena. Pero son los menos en una propuesta que jamás se casa con el lector y busca ir más allá de la zona de confort empujando los temas hacia los límites con esa inteligencia fría y perturbadora tan característica. Sin duda, una de las cuestiones más demoledoras surge de uno de sus textos autobiográficos en el que cuenta lo que hubiera ocurrido con los internados en su campo de concentración de haberse extendido la Segunda Guerra Mundial; los planes de los soldados japoneses de abandonarlos para regresar a defender Japón después de haber exterminado a todos sus ocupantes. Uno de los pilares que le permiten recordar que Hiroshima y Nagasaki, además de dos atrocidades, también pueden verse como dos males necesarios que seguramente evitaron la muerte de millones de personas. Esta idea, unida a la fluidez con la que se percibe hoy el papel de Japón en los años previos a la Guerra, o su forma de comportarse desde el ataque a Pearl Harbour, aparece en otros textos.
Lo peor de Guía del usuario para el nuevo milenio está en el mal de las ediciones de Minotauro de los tiempos de la venta a Planeta. A las cosas de la traducción de Octavio di Leo le añade una corrección deficiente (por no decir inexistente) que, por ejemplo, no acierta a traducir bien una parte de las obras citadas (“La *insistencia* de la memoria”, de Dalí), aparte de las que deja en inglés teniendo edición en castellano. Pero, como digo, merece la pena vencer estos detalles para acercarse a esta visión del mundo cultural occidental del siglo XXI a través de los ojos del autor clarividente a la hora de entender las dinámicas entre sociedad, tecnología e individuo.
Guía del usuario para el nuevo milenio, de J. G. Ballard (Minotauro, 2002)
https://tercerafundacion.net/biblioteca/ver/ficha/2225 (1996)
Traducción: Octavio di Leo
Rústica. 323pp.
Ficha en La tercera fundación
Grande. Para los incondicionales de Ballard me parece imprescindible.