Fracasando por placer (XLII): La estrella, ed. Caralt, 1978

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¡Una antología de ciencia ficción navideña! ¿No es maravilloso que pueda contribuir a estas fechas tan señaladas con algo tan superfluo y a priori poco interesante? Pero sí, Terry Carr tuvo a bien reunir nueve relatos de esta temática. Apenas un año después la editorial Caralt, la de los tres nombres escogidos aleatoriamente para adornar la portada, consideró una idea atractiva ofrecer tan jugoso producto a sus amables lectores. Y una década más tarde, lo adquirí por 45 pesetas en un gigantesco saldo con la práctica totalidad de la misma colección, que abarrotó estantes unos días en los hoy olvidados almacenes Simago: una suerte de pequeño Corte Inglés mierder para la gente de barrio (como yo) o pequeñas ciudades de provincias allá por los procelosos setenta y ochenta. Sí, fue un día feliz de mi vida, llevarme como treinta antologías de ciencia ficción a casa por menos de lo que hoy serían nueve euros. Y entonces hasta te regalaban la bolsa para trasportar el cargamento. Sí, por suerte he tenido a veces días más felices, cosas como éxitos laborales, viajes al extranjero, buenas compañías, vástagos y eso. No os preocupéis por mí, gracias por el interés, mi vida no ha sido friki full time. Pero ese día, cuando pasé por allí no sé a cuento de qué con 18 o 19 años, después de terminar mi jornada en un trabajillo de verano, fue lo suficientemente feliz como para que lo recuerde hasta hoy.

El caso es que el librito me ha acompañado cuatro décadas de peregrinaje por no menos de cuatro domicilios hasta que he reunido el valor de enfrentarme a él ahora, por aquello de las risas y las añoranzas. En justicia, creo que también lo fui posponiendo porque, una vez más, los cuentos más tentadores los había leído ya en otras partes. Y como casi siempre en estos volúmenes, lo desconocido es de menos categoría, por mucho que el solvente Terry Carr (del que ya he escrito aquí suficientemente) firme la selección.

Al menos en esta oportunidad la traducción es más legible que en otros volúmenes (aunque inferior al estándar actual), ya que firma Antonio-Prometeo Moya, que es un señor con alguna carrera literaria y traducciones finas posteriormente. Aunque tiene una entrada en Wikipedia de esas no wikificadas que inspiran ternura y suenan a llamamiento en petición de casito, con frases como «Moya no cree en la espectacularización de la cultura, es enemigo de premios, estrellatos y mitomanías, y vive alejado del circo literario». No haga como que huye, Antonio-Prometeo, que igual tampoco le persiguen.

En fin. Caralt, que solía hacer estas cosas, altera el orden de los cuentos en el volumen original para poner por delante «La estrella», de Arthur C. Clarke, que da título a su librito. Y creo que no es una buena decisión. Porque empezar una antología bastante flojilla con uno de los mejores relatos de la historia del género, así, con todas las letras, y lo digo recién releído sabiendo de antemano su desarrollo y presunto final sorpresa, sólo te lo puedes permitir cuando luego no vas a bajar el listón tantísimo y no va a quedar tan patente que el resto es una pendiente cuesta abajo.

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Trilogía de los trípodes, de John Christopher

Las montañas blancasNo siempre es tan fácil como parece determinar si un libro es clásico o polvoriento. Supuestamente, el paso del tiempo nos permite distanciarnos de una obra para poder juzgarla con perspectiva. Pero en ocasiones una novela está tan ligada a nuestras vidas que acaba convirtiéndose en parte de nosotros mismos. Y, cuando eso ocurre, todo intento de distanciamiento es imposible.

Leí y releí la Trilogía de los trípodes (ed. Alfaguara) un montón de veces de niña, y no solo fue uno de mis primeros contactos con la ciencia ficción (con permiso de Julio Verne), sino también uno de los libros —con independencia del género— a los que más veces regresé a lo largo de mi infancia.

Abrir de nuevo esta novela (que por supuesto no es una, sino tres, y eso sin contar la precuela When the Tripods Came, que Christopher escribiría veinte años después y de la que me parece que voy a pasar) ha sido, fundamentalmente, un placer, y no solo por motivos nostálgicos. El planteamiento es atractivo, el desarrollo es emocionante, el estilo narrativo es sencillo, pero eficaz. Sin embargo, la trilogía está lejos de ser perfecta, y es duro detectar fallos flagrantes en cosas que tenías idealizadas cuando vuelves a ellas por primera vez en décadas.

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Ecos postapocalípticos

Barcelona vacía

Haciendo memoria, me doy cuenta de la gran cantidad de libros de literatura postapocalíptica que he leído en los últimos años. No es nada extraño, se trata de uno de los subgéneros de la ciencia ficción que más me gustan. Además, su presencia en las librerías de todo el mundo ha sido apabullante durante las dos últimas décadas, imposible de resistir. Ahora que el confinamiento comienza a estar en el recuerdo, me ha parecido interesante hacer un somero comentario sobre los últimos libros de este subgénero que pasaron por mis manos. No quiero cansar a nadie, así que solo van a ser tres; no deseo hacer una lista de grandes recomendaciones, que ya se han visto demasiadas en los grandes medios, sino significar brevemente la poca conciliación que suele darse entre la ficción literaria y la realidad. Aunque, para qué voy a mentir, estas lecturas son apetecibles sin necesidad de utilizar subterfugios, por sí mismas. Confieso que soy un lector más bien de contraste, de los que prefieren leer aventuras en los mares del sur durante el invierno y relatos polares en verano, pero creo que la excepcionalidad de la situación que vivimos durante cien días y que aún sufre gran parte del planeta bien merece saltarse la norma, y que, por pura catarsis o por identificación escapista, también es sugerente leer ahora historias enmarcadas en escenarios tan singulares (y fascinantes si logramos abstraernos de lo trágico) como el que se ha extendido los últimos meses más allá de nuestras ventanas y hacia el futuro. Lo cierto es que jamás ha habido una atmósfera más propicia para sumergirse en este tipo de lecturas. Los libros son La ciudad, poco después, de Pat Murphy; La muerte de la hierba, de John Christopher y La sequía, de J. G. Ballard.

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