Fracasando por placer (XXXVII): Ron Goulart

Ron Goulart

Se murió a comienzos de año Ron Goulart. Tenía 89 años, los había cumplido el día antes, estaba en una residencia. No he leído ningún libro suyo y no sabía gran cosa de él. Fue redactor publicitario antes de que su modesto éxito publicando a diestro y siniestro le permitiera convertirse en escritor a tiempo completo, con los sacrificios que eso conlleva si no consigues llegar a ser una estrella. Veo que tenía 180 libros publicados, porque hacía mucho material franquiciero, mucho refrito: tiene unas novelas que se firmó William Shatner pero escribió él, seis de Flash Gordon, siete de Vampirella, seis de una serie en la que Groucho Marx actúa como detective, la novelización de Cleopatra Jones, etcétera. Sólo tiene traducida al castellano la novelización de Capricornio Uno, sobre el guión original de Peter Hyams que dio visibilidad a la conspiranoia lunar. Se le consideraba un experto en general en la cultura popular, y escribió también ensayos.

Leo algunas curiosidades en el obituario de una cierta amplitud que le dedicó el New York Times, reproduzco una de ellas:

Una de las novelas de ciencia ficción más conocidas de Goulart fue After Things Fell Apart (1970), situada en 1995 después del colapso de los Estados Unidos. Cuenta la historia de un detective enviado a investigar los asesinatos cometidos por una organización lesbiana separatista radical llamada Mankill. Los escenarios de la obra incluyen Viena West, una recreación de la Viena de Freud; un motel dirigido por el FBI; y el Festival de Jazz Mecánico de Monterey, que muestra música de pinballs y lavadoras. La novela fue nominada al premio Edgar de la Mystery Writers of America y fue el primero de los cinco libros de una serie llamada “América Fragmentada”, que escribió a lo largo de las siguientes décadas.

La razón por la que decidí escribir sobre él no está ligado a todo esto, que no sabía o no recordaba (sí tengo Capricornio Uno en alguna parte). Es porque el de Ron Goulart era uno de esos nombres poco notorios de la fauna de las revistas de cf que a mí me hacía dar el visto bueno a un ejemplar. Las revistas estadounidenses suelen destacar el título de un contenido en portada (por lo general el más largo o el del autor más conocido, en alguna ocasión un texto que quieren destacar por su calidad), y luego los nombres sueltos de otros escritores destacados del número. No he conseguido dar con ninguna revista en la que el material de Goulart sea considerado el principal, el que merece que se cite su título en portada. Pero su nombre está en incontables ocasiones entre los secundarios. También hay alguna en la que figuran únicamente los nombres en orden de teórica relevancia: he encontrado un The Magazine of Fantasy & Science Fiction que reza simplemente, sin títulos: “Isaac Asimov. Ron Goulart. Wilson Tucker. Evelyn E. Smith”. Y yo, cuando veo una revista así, pienso durante un microsegundo: “Ah, Goulart, bien”. En ese caso, además, “ah, Wilston Tucker y Evelyn Smith. Pero qué bien”. Buenos rellenos. Quizá historias de calidad incluso, sorpresas bienvenidas. No serán contenidos vacíos producidos en el seno de un taller literario, eso fijo. Tendrán un argumento suficiente, estarán bien escritas. Goulart era calificado como camaleónico, quizá como un chiste sobre una de sus series más conocidas, y esa era también mi impresión: si bien una suerte de distopía humorística de baja intensidad era su sello más frecuente, podías encontrarte cualquier cosa en los textos firmados por él, y como mínimo sería profesional y tendría una idea curiosa sobre la que sostenerse.

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Fracasando por placer (XIX): Antologías que más o menos pretendían ser globales y/o definitivas

New Está lleno de estrellas

Voy a ir un paso más en el comentario previo acerca de esa obsesión por hacer antologías tan propia de la ciencia ficción, centrándome en las que se han consagrado a presentar el género en su conjunto. Hay unas cuantas. Supongo que por un lado tienen gancho comercial dentro, y por otro pueden atraer a algún curioso completista de fuera. El caso es que van unas cuantas, y aunque ya hablé extensamente de la que tal vez sea la primera, Adventures in Time and Space, permítaseme un repaso breve a todas las que poseo, que creo que podrá ser útil a algún lector con el mismo tipo de trastorno psicológico (en realidad, lo hago porque seguro que aparece alguien que conoce otras que me faltan), o bien para quienes vayan a escribir un ensayo para un medio generalista sin tener ni idea de la historia del género y quieran tener la honradez intelectual de informarse mínimamente leyendo alguno de estos tochos.

Excluyo de este repaso a las antologías muy limitadas de alguna forma (a un año, a una revista, a un premio, a una temática), para ir a las que se supone que han escogido a calzón quitado los mejores relatos de la historia, o de un periodo suficientemente amplio, al parecer del seleccionador. También me salto las que han sido bautizadas en español con títulos rimbombantes pero en realidad se corresponden a contenidos menos ambiciosos: el caso más notable es el de Los mejores relatos de ciencia ficción, prologados por Narciso Ibáñez Serrador, que tuvo varias ediciones en Bruguera y se correspondía a dos antologías de buenos cuentos escogidos por Groff Conklin, puestas una detrás de otra.

Y no, no las he leído todas enteras, pero sí son para mí un muy útil material de referencia, por supuesto. Las coloco por orden de publicación original, aunque en muchas ocasiones tengo ediciones posteriores. Me abstengo de mencionar la ocasional inclusión de Cordwainer Smith por no insistir siempre en lo mismo.

Prepárense para el chaparrón de namedropping, estimados amigos, porque esta vez va a ser de órdago.  Sigue leyendo

Fracasando por placer (XV): Antología de novelas de Anticipación XIX. Ediciones Acervo, 1973

Antología de novelas de anticipación

Acervo fue durante una década larga el referente principal del comprador de libros de ciencia ficción en España. El fichaje de Domingo Santos como asesor/traductor llevó a que esta pequeña editorial barcelonesa, que empezó con la publicación de antologías, pasara a publicar novelas de cf: títulos tan significativos en la historia del género como Dune, Todos sobre Zanzíbar o La luna es una cruel amante, en sus primeras traducciones.

La positiva experiencia de las antologías caras, de la que ya hablé hace unos meses, le había enseñado a Acervo que podía correr el riesgo de publicar volúmenes gruesos y caros en tapa dura. Se convirtieron durante un tiempo en una suerte de santo grial de los aficionados. Cuando yo, con quince años, fui por primera vez a una librería del centro de Madrid a buscar libros de cf (hasta entonces, me alimentaba de la biblioteca y de los Bruguera o Ultramar que llegaban a los kioscos del barrio), quedé fascinado por esos gruesos volúmenes de precios inalcanzables, cercanos a las mil pesetas; los autores de los que había leído cuentos sueltos que me habían fascinado (Niven, Brunner, Dick) tenían novelas enteras a las que algún día quizá podría llegar a acceder, como a las de Asimov o Clarke. En la posguerra, según nos transmitió el cine español de los noventa, se entró en la madurez viéndole los pechos por una rendija del pajar a Maribel Verdú; yo creo que uno de mis momentos de acceso a la edad adulta en los ochenta fue acariciar, con la sensación de que jamás podrían llegar a ser míos, aquellos librotes cuyo diseño hoy me parece tan tosco y entonces encontré el súmmum de la sofisticación.

La relación de Acervo y Domingo Santos se fue deteriorando por impagos y detalles feos numerosos; al parecer, la señora Ana María Perales, que quedó dueña del lugar, era una dictadora de tomo y lomo. Luego llevó esa teoría a campos más prácticos dedicándose a la publicación de textos de veteranos nazis o simpatizantes, notablemente el militar-aventurero Otto Skorzeny. En cf, una vez que se marchó Santos, se limitaron a comprar lo que salía como lo más vendido en las listas de Locus. Pero la progresiva mala distribución, unas portadas que ya iban más allá de lo feo para adentrarse en lo grotesco y el desinterés por entonces del lector español por la fantasía hizo que autores como Stephen Donaldson, Terry Brooks o Anne McCaffrey, de grandes ventas fuera, nunca terminaran de cuajar aquí. El que sean bastante malos (bueno, démosle un aprobado a McCaffrey) igual también tuvo que ver. Pero otros muchos escritores malos han arraigado, así que quién sabe.

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Fracasando por placer (X): El secreto del caos y otros relatos, originalmente New Writings in SF 1. Selección de John Carnell. Col. Anticipación nº 2. Edhasa, 1967

El secreto del caos

Hubo un tiempo, allá por el segundo lustro de los años sesenta, en que a sucesivos editores españoles se les ocurrió la estrafalaria idea de que los cuentos de ciencia ficción eran una cosa de gran prestigio que valía la pena publicar en tomos de tapa dura, como de leer ante una chimenea mientras se fuma en pipa y se agita un brandy en copa de balón (lamento la figura heteropatriarcal, usada en beneficio de la comprensión del contexto histórico). Sé que la idea parece absolutamente ridícula, pero a las pruebas me remito: lo hicieron editores de variada ralea y prestigio, a un precio elevado para la época. No tuve jamás la ocasión de preguntarle a ninguno de los implicados, y dado que hablamos de algo que pasó hace camino de sesenta años, creo que va a ser ya complicado salvo por güija. Confieso mi absoluta estupefacción acerca del fenómeno.

En ese momento, no había ninguna razón para una, digamos, dignificación del género. No había aparecido ningún fenómeno mediático (como 2001 poquito después) de prestigio. Las novelas seguían publicándose en formatos modestos, bordeando el bolsilibro, en traducciones infectas, en editoriales relativamente marginales, sin que ninguna hubiera conseguido aún dar una campanada en ventas o asomarse a los suplementos literarios. Ni siquiera Bruguera había empezado a dar cabida a la cf en formato bolsillo a escala popular, como haría inmediatamente después. Borges ya había dicho varias veces que le gustaba Bradbury, pero no estoy seguro de que Borges importara demasiado en España a esas alturas. No había revistas especializadas y las argentinas habían cerrado. Se hablaba en algunos ámbitos de la cf a causa de El retorno de los brujos, de Pauwels y Bergier, pero no parece un colchón suficiente para justificar el fenómeno si lo centramos en la edición más o menos de lujo.

En este contexto, la editorial Acervo, que llevaba publicando antologías policiacas desde 1959 podemos suponer que con algún éxito comercial, arrancó en 1963 con antologías de ciencia ficción, aunque bajo el dignificador título de «de anticipación». Otro rato me releo alguna: ya he explicado en varias ocasiones que estos veinte tomos blancos, primorosamente encuadernados y con sobrecubierta plastificada, gracias a su aspecto pulcro y esa denominación aséptica, se incorporaron a la biblioteca de mi colegio. Yo los leí dos veces de forma íntegra entre los doce y quince años, con las divertidas consecuencias ya conocidas de que accedí al género a través de Aldiss, Ballard y Dick en vez de con Louis G. Milk y Ralph Barby, como se me ha explicado repetidamente que hizo la gente normal. Dado su carácter formativo para mí, recuerdo bastante vivamente esos relatos. No sé si releerlos, aunque puede valer la pena. Por el rollo de hablar de Acervo y su posterior deriva hacia el nazismo, también. But I digress

El caso es que aquella peregrina idea de coger la parte menos comercial de un género a todas luces maldito y venderla en el formato en que debían comprarla los lectores más elitistas debió funcionar por algún motivo que, francamente, escapa por completo a mi capacidad de análisis. Acervo reeditó algunas de esas antologías. Y otras editoriales se pusieron a imitar la idea sucesivamente con más o menos insistencia, incluyendo algún caso mítico como el de Labor. También se fijó en esa opción, con perspectivas más modestas, la reina de la cf en España: Edhasa. En 1967 llevaba 130 números largos de la colección Nebulae. Había publicado a Asimov, Heinlein, Clarke, Simak, Sturgeon, Anderson, Pohl… E incluso los jóvenes pujantes del momento, Aldiss, Ballard, Dick, Silverberg. Todos en modestas ediciones de tapa blanda. Con perspectiva, la colección debía andar en sus últimos estertores, porque no duró mucho más. Decidieron hacer una apuesta nueva, más cara, y usar la tapa dura para sacar antologías. De autores ingleses desconocidos.

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