No recuerdo si les he dado la brasa todavía con la piedra angular de mis primeros pasos en esto del fantástico, es decir, los tres primeros números de la revista Gigamesh. Si no ha sido así, ya iba tocando. Para un jovencito de veinte años, pretencioso pero despistado, que apenas salía del cascarón escogiendo lecturas de lo más variopintas por el infalible método de “la portada mola” (tenía la estantería llena de ultramares) y cuyos ídolos del momento eran William Gibson y Gene Wolfe, la constante lectura y relectura de aquellos tres números supusieron la forja del lector profundamente snob que soy ahora, el periodo larvario de un crítico furibundo. Y es que, en unas circunstancias de escasez de información y desconocimiento del panorama editorial, aquellas páginas se convirtieron en imprescindible guía de compra (el primer estado del lector de crítica) a la que acudir para escoger lecturas. Además de las numerosas reseñas (muy graciosas en su mayoría), se incluían listas con lo mejor del año o especiales como aquel cyberpunk, abundante en nombres y libros, una mina para un lector solitario de ciudad dormitorio en los tiempos inmediatamente pre-internet. Y de entre toda aquella avalancha de títulos enseguida me llamó la atención Homúnculo, de James P. Blaylock, que recomendaba fuertemente el crítico y traductor Albert Solé, cuyos artículos y reseñas me molaban bastante por su sentido del humor y porque más o menos coincidíamos en gustos, para qué engañarnos. Era una novela con buenas puntuaciones en el Hit-parida de la crítica y la etiqueta con la que se vendía resultaba de lo más sugerente; steampunk, un “movimiento” literario que había surgido hacía algunos años en USA y que poco a poco iba llegando al mercado español.
Como ocurría con todo lo que venía de fuera antes de que internet irrumpiera en nuestras vidas, el steampunk desembarcó en España lentamente y a trompicones. Bueno, en realidad sólo habían llegado las novelas de Tim Powers gracias a las colecciones de fantasía y ciencia ficción de la editorial Martínez Roca que por aquella época dirigía Alejo Cuervo. Al calor del éxito de Powers y tras recibir el premio Philip K. Dick en 1987, Ultramar se animó a publicar Homúnculo en su colección de bolsillo. Homúnculo venía con el aura de ser un título más reposado, más literario, que la novela-blockbuster de Powers, un rollo así como steampunk de qualité para los que van de listos. Es decir, ideal para mí. Por supuesto, me pillé Homúnculo, me gustó mucho, etc, pero, desgraciadamente, Blaylock no caló en España. Ultramar lo intentó de nuevo con La tierra de los sueños, una novela de fantasía que se llevó unos cuantos palos del propio Solé y Blaylock desapareció del mapa del mercado editorial español y casi de la memoria del lector del género.
Porque la verdad es que no hay mucha gente se acuerde a estas alturas de los padres del steampunk tal y como lo conocemos ahora. La fantasía victoriana de callejeos londinenses, salchichas con ale y alta tecnología de madera y latón fue invención de tres amigos californianos aquejados de esa enfermedad de señores, la anglofilia literaria. Tim Powers, James P. Blaylock y, sobre todo, K. W. Jeter, quien no sólo inició a los otros dos en el culto a autores victorianos de novela histórica prácticamente olvidados como Harrison Ainsworth, cultivadores del realismo social a lo Dickens como George Gissing o escritores famosísimos en su época pero completamente denostados hoy en día como Bulwer-Lytton, sino que además fue el inventor del término steampunk como parodia del famosísimo cyberpunk, inaugurando la simpática tradición de añadir el sufijo -punk a lo primero que se te pasase por la cabeza con el ánimo de petarlo, algo que se ha convertido en un running gag a lo largo de estos años y que nos ha proporcionado felices y efímeros hallazgos; dieselpunk, atompunk, silkpunk, yeyé-punk, hopepunk… Blaylock logró ser el primero en publicar una obra steampunk, el relato “The Ape-box Affair” y, poco después Jeter vio su nombre impreso en la portada de Morlock Night en 1979, una loca revisión de La máquina del tiempo, en la que los morlocks acaban conociendo al Rey Arturo. Pero de aquello sólo las novelas de Powers alcanzaron la fama y la repercusión que merecían y la sugerente estética que proponían estos autores en sus novelas cautivó la imaginación de todo tipo de artistas en diferentes medios, desde los videojuegos hasta la música pop, pasando por el cine, los tebeos, el cosplay o la artesanía. En cierto modo, el gran éxito del steampunk, identificado por el gran público más con una estética que con un discurso literario, eclipsó a sus fundadores.
Y ya por fin, ¿cómo ha tratado el paso del tiempo a Homúnculo? Pues hay que decir que bastante bien. Para quien desconozca la obra, Homúnculo narra uno de los episodios de la larga rivalidad, desarrollada a lo largo de varios libros, entre el caballero y científico inglés Langdon St. Ives, entusiasta cultivador del optimismo cientifista de la época y orgulloso poseedor de una nave espacial a medio construir en el granero de su casa en plena campiña inglesa, y su archienemigo, el doctor Ignacio Narbondo, un malévolo científico loco y jorobado, parodia-homenaje al villano de serial, dedicado a experimentar con los aspectos más oscuros y arcanos de la ciencia. En esta aventura, St. Ives y sus amigos del Club Trismegisto (entre los que se encuentra Tim Powers en el papel del Capitán Powers), se ven envueltos en un folletín de misterio, terror y ciencia ficción bajo la ominosa sombra de un dirigible pilotado por un cadáver. Aventura que incluye un homúnculo con fantásticos poderes, el ya mencionado doctor Narbondo y su ayudante Willis Pule, dedicados a revivir a los muertos gracias a una glándula que extraen de las carpas, el predicador loco Shiloh y su ejército de ghouls en bastante mal estado repartiendo folletos milenaristas por las calles de Londres, un extraño juguete sexual y la loca persecución del mcguffin de turno, cuatro cajas que guardan valiosos objetos. En definitiva, un pastiche victoriano escrito desde la admiración y el cariño, una carta de amor a la obra de Stevenson, Conan Doyle, H.G. Wells y Julio Verne regado con una simpática exaltación de los pequeños placeres materiales de la vida (comer, beber y fumar} y un extravagante sentido del humor que recuerda tanto al Oscar Wilde de relatos deliciosos y divertidísimos como “El crimen de Lord Arthur Savile” (Blaylock introduce un guiño a este relato con el fabricante de bombas anarquista) como al clásico de la comedia de horror de inspiración stevensoniana, la estupenda The Comedy of Terrors, de Jacques Tourneur (que guionizaba, cuidao ahí, Richard Matheson).
Recuerdo de mi primera y ya lejana lectura, que donde más brillaba Homúnculo era en la ambientación, y esa apreciación se mantiene. Basándose en la crónica por excelencia de la vida cotidiana de la clase baja londinense durante la época victoriana, el monumental London Labour and the London Poor, de Henry Mayhew, Blaylock logra, gracias a su habilidad para escribir bonito y a su atención al detalle, levantar un Londres de mercados, tabaquerías, callejas adoquinadas a la luz de farolas de gas, cementerios y sórdidas pensiones que casi se sienten escenarios teatrales extremadamente vívidos y detallados, donde se huele, se palpa y se saborea como si estuviésemos presentes en el escenario de un retablo de las maravillas. Por otro lado, el ritmo de la aventura es mucho más ágil de lo que recordaba, la novela, que ya de por sí no es demasiado larga para los estándares actuales, se estructura en capítulos que se dividen a su vez en pequeñas escenas, según la narración de voz a uno u otro personaje, lo que genera un ritmo muy ágil a la vez que presenta un intrigante mosaico que el lector habrá de ir componiendo poco a poco, puesto que cada uno de estos personajes nos irá proporcionando fragmentos de información que irán cobrando sentido a medida que avance la narración e interactúen entre sí. Dicho ritmo incluso se acelera en el tramo final, convirtiéndose en una farsa casi montypythonesca, punto en el que es mejor dejarse llevar y no preocuparse demasiado por los detalles, puesto que la trama se cierra satisfactoriamente y con todas las explicaciones necesarias para alivio de los más cuadriculaos. Me gustaría además, señalar algo que me ha llamado la atención a la vista de cómo ha evolucionado el steampunk posteriormente, y es que los elementos fantásticos de la novela no habrían desentonado en la obra de Verne o Stevenson. Aquí no hay proto-computadoras a vapor, barrocas ciudades de gótico industrial, fantasiosas fuentes de energía o enormes dirigibles continentales. Y es que, un poco como haría más tarde Alan Moore con su Liga de Caballeros Extraordinarios, Blaylock y sus compañeros están mucho más interesados por explorar y homenajear de forma lúdica y desenfadada la ficción de una época (semillero de mucha de la literatura popular tal y como la conocemos hoy en día, desde la ciencia ficción a los superhéroes pasando por el género negro), que en la distopía, la especulación, o la parafernalia hipertrofiada que vendrían más tarde. Simplemente eran tres tíos raros divirtiéndose con la literatura que les apasionaba, y yo muy a tope con eso.
Ha valido la pena revisar de nuevo Homúnculo, la novela es tremendamente entretenida y mantiene su encanto, su desenfado, su extravagancia y su estupenda ambientación. Quizá la mala suerte de Blaylock en España se debe a que Homúnculo no se entendió bien (la traducción de Ultramar es mejorable), no llegó en el momento adecuado, o a que las continuaciones no estuviesen a la altura (como le ocurrió a la obra del gran clásico del “iba a petarlo y le petaron”, David Zindell). Quede, sin embargo, esta novela como testigo y recuerdo del talento de Blaylock, como esa fantástica ciudad marciana fugazmente atisbada en el interior de un huevo de cristal que busca St. Ives al principio de Homúnculo, antes de que, como a muchos otros, caiga en el olvido.
Homúnculo, de James P. Blaylock. Ed. Ultramar, colección bolsillo (1990).
Homunculus, Ace Books (1986). Premio Philip K. Dick 1987.
Traducción de Domingo Santos.
Rústica bolsillo. 286 pp.
Genial esa etiqueta “Iban a petarlo y le petaron”, que le da al carácter de Blaylock, Zindell y tanta otra gente de los 80 (Kadrey, Laidlaw…), ese punto maldito que no tiene “One Hit Wonder”. Y el punto erudito con la mención a Bulwer-Lytton, que quizás sea el autor del libro que más rápidamente he dejado de leer de mi vida: 3 páginas de La raza venidera. U (ovación en pie) ese recuerdo al origen del steampunk, tan necesaria y autosatírica.
No recuerdo Homúnculo tan bien quizás porque cuando la leí, supongo que al mismo tiempo (mis tres primeros números de Giga sólo se sostienen porque las tengo comprimidas entre el resto), me faltaban referentes para disfrutarla. Además la vi demasiado anquilosadamente decinomónica. Pero con el tiempo sigo recordando imágenes como ese Hampstead Heath plagado de criaturas y cosas raras. Tengo en las estantería desde la era Cyberdark La Tierra de los sueños, sin leer por esa misma reseña negativa. Algún día…
Lo que es la memoria, yo recordaba “Homúnculo” como una novela todo ambientación, muy literaria y un poco eso que dices, lenta, decimonónica… Con la relectura mi opinión ha cambiado totalmente, es un folletín muy entretenido, muy ágil, de ir de allá para acá, con su punto majara y sus sugerentes detalles fantásticos, entre el cariñoso homenaje a la literatura victoriana y el “tongue in cheek” que dicen los ingleses. Si un día no se te ocurre que leer, échale un tiento, porque aunque no va a cambiar tu vida, pasarás un buen rato. Si puede ser en inglés, mejor. “La tierra de los sueños” la ponía Solé tan mal que ni con los ojos de otro.
De Bulwer-Lytton tenía mi padre el tocho de “Los últimos días de Pompeya”, yo de chaval era un joven Lovecraft y tenía poco en qué entretenerme, así que leía todo lo que había por casa y este también cayó. Era un rollazo de romanos dándoles la brasa a las pobres esclavas para ligárselas y la explosión del Vesubio que no llegaba nunca, creo que no lo acabé, jajajajaja, lo que es leer estas cosas con trece o catorce años.
“Iban a petarlo y les petaron” es un homenaje al podcast Campamento Krypton y su serie de especiales de grupos pop que parecía que iban a triunfar por todo lo alto, se la pegaron y ya poca gente se acuerda de ellos. Lo que en ciencia ficción sería David Zindell totalmente. Voy a poner el link en la frase, ¡no sea que la gente piense que es invención mía!
Ahora que caigo, al menos Laidlaw triunfó con los Half-Life, cosa que no me extrañó cuando me enteré, había leído su “Neon Lotus” (la edición en rústica es el libro con una de las portadas más feas de la historia) y era el argumento de un videojuego tipo Zelda disfrazado de novela cyberpunk.