Cuando el tiempo de ocio estaba más repartido entre distintas artes, a alguien se le ocurrió la idea de que K. W. Jeter escribiese Blade Runner 2: El límite de lo humano. Esta novela es la secuela de la película de Ridley Scott. Para mí, que no estoy acostumbrado a estos movimientos, me resulta extraño que se escriba una secuela de la película y omita en todos los planos la novela original de Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, pero lo cierto es que el autor lo consigue y resulta algo peculiar por motivos que van más allá de lo literario.
K. W. Jeter era junto a Tim Powers una de las personas cercanas a Philip K. Dick. No un conocido más, sino de los que acostumbraban a ir su casa y formaban parte de esa especie de círculo literario llamado el Grupo de California. Durante la lectura, no han sido pocas las ocasiones en las que he valorado esta circunstancia y si Jeter pensó mucho en Dick, si tuvo dudas sobre el legado de su amigo, pero también en cómo es realmente este autor de segunda línea que apenas conozco. En todo caso, Blade Runner 2 se publicó en 1995, trece años después del fallecimiento de Dick y el estreno de la película y la experiencia debió convencer al sector editorial, ya que escribió otras dos secuelas más de la película.
En lo que respecta a la novela, Blade Runner 2 es una obra que, adelantaré, resulta de segunda fila. Por situarla, empieza meses después de la huída de Deckard y Rachael de Los Ángeles. El deterioro de la replicante ha sido tal que Deckard la mantiene en una especie de ataúd y la enciende una vez cada dos meses. Un día recibe la visita de la mujer en que se basaron a la hora de crearla, la Rachael original, que no es otra que la hija de Eldon Tyrell y actual dueña de Tyrell Corporation. Tras un extraño encuentro entre los dos, ella le informa de que existe otro replicante más que llegó junto a los de la película original y que lleva todo ese tiempo viviendo como un ciudadano cualquiera. Deckard acepta cazarlo por unos motivos que resultan más lujuriosos que otra cosa, decisión que resulta muy extraña.
La sensación de confusión es continua y creo que se debe a varios motivos. El primero son los saltos al vacío que se dan en la narración. Hay acciones y diálogos que resultan injustificados y poco creíbles. Además, la novela acusa un ritmo pesado, con unos párrafos que en ocasiones me han resultado demasiado extensos, a pesar de que al hojear el libro no lo parecen. Pero entiendo que se debe al estilo. La distancia con Philip K. Dick, o el haberlo ignorado por completo, vuelve a aparecer; lo que Dick hubiese narrado en un párrafo, Jeter lo alarga durante páginas. Esto me ha hecho preguntarme cómo lo asimiló el lector objetivo que llegó desde la película, que entiendo buscaba más pasatiempo que un intento de alta literatura.
Pero este lector seguramente encontrará adecuados los guiños (¿o peajes?) que acumula Jeter para atraer su atención y decirle “Eh, no me olvido de ti”. Igual que cualquiera de las imposturas sobre los 80 que asfixian actualmente multitud de series y películas, en Blade Runner 2 aparecen un buen número de personajes de la película, entre ellos el mismo Sebastian, el más interesante, como en la película se podría decir. También se recurre al búho del que todos conocemos el reflejo de Los Ángeles en su ojo y, en un ejercicio de poco pudor, se comentan diálogos de la misma película y apuntan supuesto giros y malentendidos que ocurrieron y que es necesario aclarar para justificar decisiones de la novela.
Entiendo que elegir una novela de calidad más que discutible en el mes que organiza esta página para recuperar obras antiguas puede resultar extraño. Pero la lectura en estos tiempos me ha generado algunas cuestiones que en cierto modo se ajustan al contexto, aunque debamos tirar de lo que podemos llamar el Universo Blade Runner.
Si algo hemos visto en estos años, es que la nostalgia es un valor clave en nuestra cultura. En este aspecto, Blade Runner es un caso importante porque la misma película (que ya rompía con la novela) venía con este sentimiento integrado. La nostalgia de un futuro ya pasado sacudía al espectador en el visionado de la obra de Ridley Scott y todavía permanece como clave para entenderla. En los últimos tiempos he hablado de ella con gente en la veintena y, en general, me han comentado el aburrimiento que sienten con una película que catalogan como lenta, cuando no mala. Pero la perspectiva para entenderla se sitúa en conocer todo lo que aparece por primera vez en Blade Runner, eso que está en la mirada de Deckard, del búho, de un planeta que se apaga y del que se huye ante la evidente falta de futuro. Algo que en cierto modo podemos sentir este 2020.
Si el videojuego se centraba en una acción paralela y simultánea a la narrativa de la película, Blade Runner 2 vive de la referencia. Entre sus grandes problemas está que expone los sentimientos y momentos, pero no los crea en el lector, uno de los grandes peligros que puede sufrir cualquier autor. Ante esa inutilidad, solo queda mostrar escenas y buscar el guiño.
En el caso de Dick, no se encuentra la nostalgia que tan bien trabajó en obras como Una mirada en la oscuridad o Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, y en cierto modo hasta en El hombre en el castillo. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? es muy funcional y se dedica a plantear más dudas que crear universo a pesar de la indudable mirada noir y algunas sensaciones desasosegantes que la integran.
Blade Runner 2049 volvió a este sentimiento, pero desde el manierismo que empuja la nostalgia hacia la misma película de 1982 y no desde cualquier creación propia. Denis Villenueve es mejor cineasta de lo que Jeter escritor y sabe distinguir el guiño de la nostalgia, aunque esta bloquea su capacidad de crear un universo nuevo y los momentos más emotivos son los que se dirigen a la nueva imposibilidad del amor, esta vez entre androide e IA incorpórea, no entre replicante y humano.
Personalmente, Dick es el autor del que he leído más libros y al entrar en Blade Runner 2 buscaba la influencia de algún modo. Quizá es una lectura tramposa la que busca el truco y no la emoción, pero también sabía que la novela no iba a ofrecerme mucho más allá de un divertimento.
En todos estos planos fracasa Blade Runner 2. Como si la hubiese escrito un algoritmo de Netflix, los elementos están, pero carecen vida propia. Esto me hace situar la novela de 1995 en la actualidad y preguntarme hasta cuándo podemos vivir de la nostalgia, ¿debemos darle tanta importancia? ¿Es una llave tan buena para lo comercial? ¿Aunque puede que tan limitada? ¿La ciencia ficción se ha convertido en una nostalgia de nuestros sueños perdidos? Pero también me pregunto si participar en un especial con el objetivo de recuperar novelas ya polvorientas me sitúa en el amor hacia la literatura que he leído o en la pesadez por hablar de obras que el canon comercial ha decidido desechar.
Blade Runner 2: El límite de lo humano, de K. W. Jeter. (Blade Runner 2: The Edge of Human, 1995)
Martínez Roca, 1997.
Traducción de Albert Solé
351 pp. Rústica
Ficha en la web de la tercera fundación