Clásico o polvoriento

¡Están vivos!

El acercamiento a la ciencia ficción de muchos medios generalistas con frecuencia se me antoja mohoso. Sirva de ejemplo la recomendación de títulos básicos de Kiko Llaneras en Jot Down apostando por una lista embadurnada en naftalina, sin resquicio a la más mínima sorpresa; no sólo entendida desde la actualidad sino desde una aproximación diferente a lo esperado/lo-que-debe-ser-porque-siempre-ha-sido-así. Esta atención al canon con la C de clásico y caballero mientras se olvidan las últimas tres décadas en las cuales la ciencia ficción se ha convertido en moneda común en las ficciones de cualquier tipo, contrasta con otros hechos difícilmente cuestionables.

Al poco de conocerse la muerte de Brian Aldiss me dio por comprobar en la tienda Cyberdark.net cuántas de sus obras continuaban en catálogo. El resultado no por esperado fue menos desolador: apenas aparecían Un mundo devastado y Enemigos del sistema, no precisamente entre lo más memorable de su bibliografía. Esta carestía se ha convertido en norma en un mercado donde, salvo excepciones muy contadas, los “clásicos” en reimpresión se reducen a unas decenas de títulos. Los nombres fuera de circulación son tan abracadabrantes como que algunos de los logros más destacables de la ciencia ficción de todos los tiempos, desde El libro del sol nuevo, de Gene Wolfe, a la obra de Octavia Butler, pasando por los relatos de Cordwainer Smith, James Tiptree, Jr. o Robert A. Heinlein, no sólo no están disponibles. Sin peli, serie de televisión o presidente de EE.UU. que les haga un blurb, ni se les espera. Queda el consuelo de las bibliotecas con fondo, la segunda mano, la lengua de Ursula K. Le Guin o medios alegales. Aunque en las librerías uno espera algo más que novedades.

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Barbagrís, de Brian W. Aldiss

BarbagrísLo escribió Julio Numhauser y la cantó Mercedes Sosa, aunque ya lo sabíamos desde Heráclito. Panta rei, todo fluye, todo cambia; en la realidad y en la vida, en las costumbres y los hábitos. Y en los pequeños asuntos cotidianos. Si se compara el mercado del libro actual con el del pasado se percibe enseguida un claro contraste. Aquellas tendencias que hace treinta años apenas comenzaban a vislumbrarse, hoy son imperio. La necesidad de estar al día, de leerse lo último, esa novedad de la que todo el mundo habla, ha pasado de mero postureo a obligación. Las editoriales se encargan de que la dependencia sea intensa y esté bien cubierta. No puede ser de otra forma en nuestra amada sociedad capitalista. El negocio es el negocio. El caudal insostenible de novedades, así como la obligación autoinfligida de leer lo que hay que leer, acaba provocando un cierto estrés a ambos lados del libro. Como “ritmo demencial” lo denunciaba el escritor Guillem López, ganador de los dos últimos premios Ignotus en la categoría de novela española, en un tweet reciente. “Un día de estos, alguien tendrá que plantear el debate, porque no es normal y no está bien”, acababa diciendo.

Lo cierto es que, antes del cambio de siglo, aun existiendo el normal interés por la novedad, no se llegaba a estos extremos. Entonces pesaban más los nombres antiguos que los nuevos, uno quería leerse antes a los escritores consagrados que al autor del último hit, comentar las grandes obras antes que las novedades. Buscabas primero en la biblioteca y luego en la librería. Ahora sucede al revés, el orden se ha invertido y realiza más estar leyendo (e informar de que se está leyendo) lo últimísimo que hayan puesto a la venta las editoriales o los autores mejor promocionados. Las novelas con más de diez años solo son rescatadas por sucesos ajenos: alguna iniciativa de club de lectura, una película o, como ha sucedido con El cuento de la criada, de Margaret Atwood, gracias al éxito de una serie de televisión. Y esta displicencia se da con los clásicos, a los que es difícil ignorar debido a su pervivencia en las listas o en los escritos de los críticos viejunos; si vamos un paso más allá, encontraremos que las novelas con solera cuyo pecado fue el de ser “solamente buenas” están, a estas alturas, casi enterradas.

Llama la atención ese desafecto por lo anterior, el hecho de que atraiga más una novedad cuya calidad está por ver que un libro cuya bonanza literaria ha sido confirmada tanto por numerosas opiniones como por su perdurabilidad. Más cuando el descubrimiento de esos libros añejos por parte del devorador de novedades suele acabar con exclamaciones de sorpresa y satisfacción. Desentrañar las causas de semejante fenómeno no es labor de este texto, pero sí tratar de recuperar uno de esos libros a dos pasos de la excelencia. El fallecimiento de Brian W. Aldiss y algún comentario sorprendente sobre su irrelevancia no me han dejado opción a la hora de elegirlo.

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Synners, de Pat Cadigan

SynnersPara el lector en español Pat Cadigan es más conocida por el sobrenombre de “La Reina del cyberpunk” (el propio Neil Gaiman se refiere a ella así en la introducción, destacando lo curioso que resulta que siempre haya Reinas y Grandes Damas de un género y nunca Reyes, y si no que se lo pregunten a Patricia Highsmith o a nuestra Elia Barceló) leído mil y una veces en artículos al respecto que por cualquiera de sus obras. Entre otras cosas, porque apenas hay traducciones al castellano: una antología publicada en Argentina, varios relatos diseminados en revistas y, por supuesto, su aparición en la famosísima antología Mirrorshades, siendo la única mujer entre los Cyberpunkis Originales. Claro que esa antología no sería publicada en castellano hasta 1998, cuando su producción comenzaba a decaer después de haber ganado dos veces el Arthur C. Clarke a principios de la década de los 90 del siglo pasado. Incluso hoy en día, en un panorama en el que las nuevas autoras han tomado al asalto el género y se reparten los grandes premios, y algunas ilustres olvidadas como Margaret Atwood consiguen por fin el prestigio y la atención que merecen, parece poco probable que se recuperen sus obras. Como muchos otros nombres, Cadigan parece condenada a seguir siendo conocida solo por el dichoso mantra que abre estas líneas.

A pesar de ello su segunda novela, Synners, forma parte de la colección SF Masterworks de Gollancz, dedicada a reeditar los “clásicos básicos” del género. Gracias a una oferta de ebook pude hacerme con el libro en una de esas compras compulsivas que se queda guardada en un disco duro hasta que decides que ya va siendo hora de pagar tus deudas y separarte, aunque solo sea un instante, de la riada de novedades y prometidas revoluciones que terminan dejándolo todo igual de cada año. Y, como les sucede a muchas novelas de futuro cercano, encontré una novela que es difícil de entender fuera de su contexto pero que al tiempo no deja de ser perfectamente adaptable a la actualidad. Si algo es cierto de los autores de hace 30 años (sí, el cyberpunk tiene ya 30 años y los nacidos en 1990 están a punto de cumplirlos) es que podrían haber escrito esto hoy en día apenas con algunos cambios cosméticos. El reaganismo-thatcherismo no es tan distinto del trumpismo-brexitiano en el que nos ha tocado vivir, solo que antes los punks eran los que contestaban al sistema y ahora es el sistema el que se ha vuelto punki.

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Memorias de una superviviente, de Doris Lessing

Memorias de una supervivienteSiempre tengo la sensación de que nos cuesta abarcar todo lo que tenemos delante. Doris Lessing ganó el Nobel hace diez años y cuenta con varias obras que tocan la temática fantástica. Sin embargo, galardonada con el máximo reconocimiento que puede tener un escritor, no será nombrada si se le pregunta a cualquier aficionado al género. Cuando se me pidió un libro sobre algún autor olvidado, pensé en ella tras la campaña para que Margaret Atwood recibiese también el Nobel.

Memorias de una superviviente es un buen reflejo de la obra de Lessing. Una novela no muy larga, contundente en su propuesta y que utiliza un desencadenante llamativo para dialogar sobre lo que le interesa en realidad.

Doris Lessing parece una escritora desencantada con la humanidad. Tuvo una vida interesante y, como muchos otros autores, existe un manto de desesperación en todos sus personajes. La visión de sus obras tiende al pesimismo y en Memorias de una superviviente queda claro desde las primeras páginas de la narración que no vamos a esperar una salida positiva. En esta novela se encuentra una civilización que ha llegado al colapso, ya no hay autoridad ni una misión ideológica que ordene la sociedad, sólo supervivientes. Como uno de esos apocalipsis lentos que se nombran ahora, se relata la transición entre el final del paradigma social y el comienzo de una vida casi tribal en una ciudad de occidente.

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Strangers, de Gardner Dozois

StrangersNo sólo esté descatalogada en inglés en su versión impresa (existe una edición digital disponible en Amazon); Strangers, obra de Gardner Dozois de 1978, sigue inédita en castellano. Pensar en Gardner Dozois es pensar en uno de los mejores editores y difusores de ciencia ficción de todos los tiempos. Pensar en él un poco más es caer en la cuenta de que no sólo ha antologado cuentos de ciencia ficción: también los ha escrito. También ha escrito ensayos y, como es el caso del libro que menciono, novelas. Su trabajo como editor y la modestia que desprende en las entrevistas puede ser una de las razones por las que no tengamos más libros de Dozois en nuestras estanterías. Dijo en una entrevista que en sus primeras lecturas infantiles buscaba “la visión de una vida que no era la mía”, y, cuando se dio cuenta de ello, empezó a leer ciencia ficción. Tal como lo dice, parece que su amor por el género sea un poco como el que pueda sentir un enfermo por la cura.

En Strangers hay una historia de amor en la que vemos, entre otras cosas, cómo los prejuicios, los sobreentendidos y demás derivados etéreos del lenguaje pueden acabar con una relación, o con el amor mismo. El de la novela es un amor entre dos seres que son alienígenas, el uno para el otro. A Dozois, en este sentido, se le nota la tremenda admiración (comprensible, por otra parte), que sentía por James Tiptree, Jr. La influencia de Tiptree a la hora de crear mundos alienígenas a todo color, en los detalles con que reviste su cosmovisión, o, sobre todo, en el tratamiento del amor interracial, es muy clara en esta novela. Como Tiptree, Dozois revela una mirada no sólo tolerante y de admiración por ese otro que es el alienígena, sino de abierta lascivia. Porque aquí también vemos cómo surge una sexualidad heterodoxa, derivada de un amor nuevo (consecuente con ese amor nuevo). Es un sexo que, aun siendo explícito, no pierde la ternura, y en ese sentido está más cerca de un John Varley que de un Philip José Farmer. El protagonista humano prefiere a su amante alienígena por encima de la humana. De todos modos, estoy diciendo algo mal: aquí el alienígena es el humano. Es la humanidad la que llega de visita a un planeta extraño, congelado, y no al revés.

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Sarah Canary, de Karen Joy Fowler

Sarah CanaryLa colección SF Masterworks es un buen termómetro del estado actual del canon por anglosajonia. Mi idea de cómo ha ido su evolución en los últimos 25 años más allá de lo que se ha ido traduciendo es muy limitada, así que me tomo su selección de títulos como una medida de lo que para sus editores merece la oportunidad de figurar en las estanterías junto a Le Guin, Dick, Bester, Tiptree, Jr y el resto de grandes nombres. Una de esas obras semidesconocidas en España es Sarah Canary, la opera prima de Karen Joy Fowler, escritora con al menos otros dos títulos traducidos: El club de lectura Jane Austen y Fuera de quicio, finalista del Man Booker Prize de 2014. Cuenta con varios premios de ficción breve (Nebula, Shirley Jackson, World Fantasy), y fue, junto a Pat Murphy, impulsora del premio Tiptree, el galardón cuyo objetivo es traer la atención sobre textos que traten la cuestión de género.

Si tu acercamiento a Sarah Canary es más o menos como el mío (la has visto en una colección de ciencia ficción y buscas una lectura en este sentido), lo lógico es salir escaldado. Desde su cubierta trasera se revela como un cruce entre western moral e historia de costumbres sin apenas espacio para lo especulativo. En este terreno tan escasamente transitado, Fowler se cuida mucho de escribir una novela de frontera convencional. Aunque utiliza elementos claramente reconocibles, se aleja de los tropos habituales para dar voz a los oprimidos en los tiempos posteriores a la Guerra de Secesión de EE.UU. Las mujeres, los nativos americanos, los orientales ocupan la centralidad del relato y padecen, de múltiples maneras, el peso opresivo de la “civilización”.

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El país de las risas, de Jonathan Carroll

El país de las risasCuando las vidas de Thomas Abbey y Saxony Gardner se cruzan en una librería de segunda mano, ninguno de los dos podrá imaginar hasta donde les llevará ese camino que apenas comienzan a andar. Al igual que nos podría suceder a nosotros con algunos de nuestros amigos más cercanos, los gustos comunes o, en este caso, la afición por un escritor hace que se planteen llevar su entretenimiento más allá de lo meramente ocioso. En el momento en que deciden traspasar la frontera entre el divertimento y el trabajo descubrirán que nada es lo que parecía en un principio.

El país de las risas fue la primera novela publicada por el escritor norteamericano Jonathan Carroll en 1980. Con ella abría las zanjas para los cimientos de una carrera dominada por su cercanía al realismo mágico y una fantasía disfrutable para cualquier lector no especialmente acostumbrado al género. Aunque no fue hasta un tiempo después que Carroll empezó a recoger los frutos de su trabajo en forma de premios y nominaciones, la novela sirve para marcar esas pautas que serían reconocidas posteriormente. Y, sobre todo, es una magnífica obra que cautiva desde las primeras páginas a aquellos que son ávidos lectores.

Sus protagonistas son dos jóvenes que se encuentran en una librería mientras buscan ejemplares del fallecido escritor Marshall France. Su colección de grandes éxitos de género juvenil necesita algunos títulos difíciles de encontrar y ello termina provocando, no sin tras dimes y diretes, que Thomas y Saxony unan sus pasiones: por los libros y por este autor en concreto. De la misma manera que ahora nosotros rebuscamos por la red información sobre aquellos autores u obras de nuestras largas listas de pendientes, ambos se trasladan a conocer más sobre su figura a su localidad, Galen, donde pretenden pedir permiso a su hija, Anna, para escribir una biografía sobre su padre desde el mismo lugar donde vivió. Al poco de llegar allí, antes incluso de tener la aceptación, la pareja protagonista comienza a descubrir que las cosas no parecen exactamente normales. Algo que se les escapa provoca que las personas que los rodean, aunque de buen trato y amables en su mayoría, no actúen con la naturalidad que se podría esperar. Mucho menos cuando la intención de la visita de Thomas y Saxony sea moneda de curso común. Y todo ello mientras su propia relación progresa a pasos agigantados.

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La piel fría, de Albert Sánchez Piñol

La piel fríaNada más empezar a leer La piel fría, se experimenta un regusto a ciertas lecturas iniciáticas: a Louis Stevenson y a Daniel Dafoe, y también a Jack London y algún otro que con los años he olvidado. Desde las primeras páginas, la novela nos habla adoptando el lenguaje clásico de la aventura: la isla perdida en una latitud ignota, la llegada del oficial atmosférico con la sola misión de anotar la fuerza y la dirección de los vientos, la profunda soledad que experimenta un personaje del que se nos dice que es, además, huérfano. En la isla hay, aparte de su casa, un faro abandonado habitado por un ser huraño y brutal, un personaje que no se sabe muy bien si ejerce de antagonista o colaborador, una criatura que responde al nada críptico nombre de Batís Kaffó, y que termina siendo el vínculo entre Kollege (otra referencia robinsoncrusoniana) y el misterioso mundo acuático que vomita cada noche una caterva de criaturas monstruosas con la –aparente- determinación de eliminarlos a los dos.

Sin énfasis, sin calor alguno, Batís Kaffó y Kollege se ven en la tesitura de defenderse mutuamente del puntual asedio de unos seres de piel fría, lisa, cráneos pequeños y ojos redondos a los que disparan y dinamitan sin piedad. El hosco farero oculta, además, a una criatura que ha hecho suya y que se llama Aneris (¿Sirena?), y que se mueve en el límite entre una humanidad primitiva y la animalidad más abyecta e indiferente. Es así que van emergiendo otros ecos literarios, otras visiones: la segunda parte del Viaje al fin de la noche de Céline, cambiando la clave húmeda y tropical por una ambientación gélida y acuática; pero sobre todo, El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. La referencia a la antropología de salón, al etnocentrismo de la visión del protagonista, se esboza en la conservación de un único libro en la isla: La rama dorada de sir James Frazer.

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Ciudad, de Clifford D. Simak

CiudadAl igual que otros grandes autores que no cuentan con la bendición de las principales editoriales, la obra de Simak ha caído en el olvido. Mucho ha llovido desde que apareció la primera y única traducción al castellano de Ciudad, allá en los cincuenta. Fue reeditado en España por última vez en 2006 y hoy solo se puede encontrar en el mercado de segunda mano. Saturados como estamos por títulos cuya espectacular promoción muy rara vez se corresponde con las expectativas generadas, me pregunto qué podría suponer Ciudad para el lector actual de ciencia ficción. Por desgracia, las únicas alternativas con las que cuenta para averiguarlo son buscar en Internet, acercarse a una biblioteca o preguntar a un amigo benevolente, al menos mientras el sector editorial siga preocupándose más por los beneficios que por la calidad de los lanzamientos que coloca puntualmente en las mesas de novedades.

La ciudad… esta ciudad, todas las ciudades… ya están muertas.

A finales del siglo XX el desarrollo tecnológico ha llevado a la civilización a un mundo sin guerras. La amenaza atómica ha desaparecido, la nueva agricultura proporciona alimento en abundancia y el transporte y las comunicaciones han mejorado hasta tal punto que cualquiera puede ir de un sitio a otro velozmente y con total seguridad. En este contexto, la razón de ser de las ciudades como núcleo social se desvanece. La gente es libre de volver al campo y hacer realidad el viejo sueño de una existencia familiar y autosuficiente. Pero el cambio no ha sentado bien a todos: muchos trabajos han dejado de tener sentido, y quienes los desempeñaban deben ser asimilados al nuevo orden. Algunos nostálgicos, que recuerdan y anhelan los viejos días, se niegan a abandonar las últimas casas habitadas de las ciudades. Individuos como John J. Webster advierten que, a causa de la deshumanización y el aislamiento crecientes, el hombre corre el peligro de olvidar su propia identidad.

Así da comienzo Ciudad, crónica narrada desde un futuro remoto al que los ecos de la humanidad han llegado en forma de leyenda. A través de los siglos seguimos el hilo conductor de los Webster, una familia poderosa, un linaje que encarna los valores de toda la raza humana. Desde el punto de vista de unos seres —los perros— sobre los que nada sabemos inicialmente, el relato describe el ascenso y la caída del hombre, criatura mitológica que tal vez nunca existió.

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Homúnculo, de James P. Blaylock

No recuerdo si les he dado la brasa todavía con la piedra angular de mis primeros pasos en esto del fantástico, es decir, los tres primeros números de la revista Gigamesh. Si no ha sido así, ya iba tocando. Para un jovencito de veinte años, pretencioso pero despistado, que apenas salía del cascarón escogiendo lecturas de lo más variopintas por el infalible método de “la portada mola” (tenía la estantería llena de ultramares) y cuyos ídolos del momento eran William Gibson y Gene Wolfe, la constante lectura y relectura de aquellos tres números supusieron la forja del lector profundamente snob que soy ahora, el periodo larvario de un crítico furibundo. Y es que, en unas circunstancias de escasez de información y desconocimiento del panorama editorial, aquellas páginas se convirtieron en imprescindible guía de compra (el primer estado del lector de crítica) a la que acudir para escoger lecturas. Además de las numerosas reseñas (muy graciosas en su mayoría), se incluían listas con lo mejor del año o especiales como aquel cyberpunk, abundante en nombres y libros, una mina para un lector solitario de ciudad dormitorio en los tiempos inmediatamente pre-internet. Y de entre toda aquella avalancha de títulos enseguida me llamó la atención Homúnculo, de James P. Blaylock, que recomendaba fuertemente el crítico y traductor Albert Solé, cuyos artículos y reseñas me molaban bastante por su sentido del humor y porque más o menos coincidíamos en gustos, para qué engañarnos. Era una novela con buenas puntuaciones en el Hit-parida de la crítica y la etiqueta con la que se vendía resultaba de lo más sugerente; steampunk, un “movimiento” literario que había surgido hacía algunos años en USA y que poco a poco iba llegando al mercado español.

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