La colección SF Masterworks es un buen termómetro del estado actual del canon por anglosajonia. Mi idea de cómo ha ido su evolución en los últimos 25 años más allá de lo que se ha ido traduciendo es muy limitada, así que me tomo su selección de títulos como una medida de lo que para sus editores merece la oportunidad de figurar en las estanterías junto a Le Guin, Dick, Bester, Tiptree, Jr y el resto de grandes nombres. Una de esas obras semidesconocidas en España es Sarah Canary, la opera prima de Karen Joy Fowler, escritora con al menos otros dos títulos traducidos: El club de lectura Jane Austen y Fuera de quicio, finalista del Man Booker Prize de 2014. Cuenta con varios premios de ficción breve (Nebula, Shirley Jackson, World Fantasy), y fue, junto a Pat Murphy, impulsora del premio Tiptree, el galardón cuyo objetivo es traer la atención sobre textos que traten la cuestión de género.
Si tu acercamiento a Sarah Canary es más o menos como el mío (la has visto en una colección de ciencia ficción y buscas una lectura en este sentido), lo lógico es salir escaldado. Desde su cubierta trasera se revela como un cruce entre western moral e historia de costumbres sin apenas espacio para lo especulativo. En este terreno tan escasamente transitado, Fowler se cuida mucho de escribir una novela de frontera convencional. Aunque utiliza elementos claramente reconocibles, se aleja de los tropos habituales para dar voz a los oprimidos en los tiempos posteriores a la Guerra de Secesión de EE.UU. Las mujeres, los nativos americanos, los orientales ocupan la centralidad del relato y padecen, de múltiples maneras, el peso opresivo de la “civilización”.
Chin Ah Kin ha llegado a la costa oeste de EE.UU. como reemplazo de los afroamericanos una vez estos se ganaron el derecho de ser ciudadanos de “tercera”. Malvive junto a su tío y miles de compatriotas en el Territorio de Washington, empleado en una de las líneas de ferrocarril en la carrera de conectar las dos costas del país. Una noche se cruza en el camino de Sarah Canary, una mujer poco agraciada, incapaz de articular una palabra inteligible, que no sabe si es una aparición, una prostituta, una huida de una institución mental… y su tío le encarga llevarla hasta la ciudad. Durante el viaje la pierde vista y termina con sus huesos en la cárcel local. Éste es el inicio de un periplo en el que Chin conocerá un nutrido grupo de personajes. Cada uno, al relatar su historia, desplegará una parte del drama de no ser un hombre blanco en estos EE.UU. donde la vida de un oriental, un indio, una mujer queda en la escala de valores bastante por debajo del de la maquinaria.
Lo más flojo de Sarah Canary es la trama, apenas una excusa para propiciar el encuentro, exhibir la parcela representada por cada uno y, dependiendo de quién sea el interlocutor, mostrar su faceta de víctima o verdugo. La estancia de Chin en la cárcel, su posterior paso por una institución mental, su reunión con un naturalista ermitaño… se suceden empujados por las apariciones y desapariciones de esa figura femenina inaprensible, casi espectral, que todo el mundo persigue, nadie termina de saber realmente quién es y sobre la cual se proyecta la visión de la mujer en ese momento del siglo XIX.
En este sentido hay dos personajes fundamentales cuando la narración llega a su segundo tercio, entre los que se establece el conflicto más evidente: Harold, un hombre que explota a Sarah Canary como una atracción de feria, y Adelaide Nixon, una sufragista que intenta liberarla. Su irrupción desemboca en una persecución primero por los alrededores del estrecho de Pudget y después en San Francisco. Escribo de persecución, pero quizás no sea la palabra más adecuada para describir el mínimo de acción presente en esta novela casi sin peripecia, donde existe misterio (sobre la figura de Sarah Canary, ciertos acontecimientos inexplicables, algún crimen) pero todo el atractivo se fía a unos personajes entrañables, odiosos, desagradables, fascinantes, que remueven las emociones del lector y albergan una miríada de historias y pensamientos.
El aire evocador de la prosa, melancólica cuando trata de las pérdidas de cada uno o al introducir un cuento en la narración para subrayar o sugerir un sentimiento, cruel cuando el objeto de su mirada forma parte de la visión dominante que coarta la libertad de los personajes, es lo más gratificante del trabajo de Fowler. Además sus palabras no están exentas de una fina ironía, especialmente en los interludios que separan muchos capítulos entre sí, utilizados para contextualizar el lugar narrativo. Una ambientación donde se establece el movimiento de liberación de la mujer, la lucha de los derechos civiles o de un primer ecologismo y las reacciones con las que fueron recibidos.
Resulta inevitable discutir sobre si puede o no considerarse ciencia ficción. Sarah Canary fue nominada al premio Nebula en 1992, el año que ganó El libro del día del juicio final, y forma parte de la lista de 101 novelas en la que Damien Broderick y Paul di Filippo continuaron la propuesta de canon anglosajón de David Pringle. El único elemento que remite a la ciencia ficción puede ser la naturaleza de su personaje catalizador: su procedencia y ciertas acciones dan a entender un origen ajeno a esa época. Sin embargo la sutileza y, especialmente, el escaso peso que tienen pueden producir la indignación de quien se haya acercado a este libro buscando una temática afín. De manera colateral, la aproximación de Fowler al fenómeno de la alteridad, cómo el relato conecta a seres ajenos entre sí, pone de manifiesto sus culturas en muchos casos más allá de su capacidad de comprensión y trata las consecuencias de este choque, pueden acercarse más a las bases del género… como podría hacerlo Bailando con lobos. Con sus pequeñas gotas de misterio y (para la época) magia también puede ser divertido ver un contenido no realista equivalente al de Hasta que llegó su hora, aquí un Érase una vez el (otro) oeste.
Entre la dificultad de encasillarla, esa narración tan centrada en pequeñas historias personales, no llevarse premio y su aparición coincidiendo con uno de los períodos de vacas flacas de la edición en España, Sarah Canary quedó inédita y ha mantenido esa condición durante un cuarto de siglo. Viendo el recibimiento de otras novelas diferentes alejadas de las corrientes principales de los géneros, como La joven ahogada, es razonable pensar que para las colecciones especializadas es lo más sensato. Una vez más nos encontramos con una historia demasiado mainstream para el núcleo duro y, quizás, demasiado de género para los de fuera. Una pena porque la minuciosidad de su construcción, su riqueza temática y estilística, la compasión y ternura de sus personajes, eran dignas de mejor suerte.
Sarah Canary, de Karen Joy Fowler
Hodder & Stoughton, 1992
298 pp. Tapa dura.