La normalización de la fantasía, la ciencia ficción y el terror en la literatura ha llegado hasta el punto que, al menos en EE.UU. y Gran Bretaña, una serie de libros con claras marcas de género están convirtiéndose en habituales galardonados de los premios con jurado más renombrados (National Book Award, el Booker o el Pulitzer…). Además de su calidad, destaca la clarividencia de Jesmyn Ward, George Saunders o Colson Whitehead para capturar y amplificar el alma oscura de EE.UU. gracias a los recursos del fantástico, en especial ese racismo que devora su país desde las entrañas. Obviamente, no es algo nuevo (por ejemplo, hace un par de años nos llegaba a España la excelente Parentesco, de Octavia Butler), pero después de décadas de búsqueda, reconocimiento crítico y popular se conjugan. Sin embargo, no ha sido del todo completo. Lincoln en el Bardo o El ferrocarril subterráneo han sido obviadas por los lectores que más tiempo llevaban buscando ese objetivo. No ya aquí en España, donde los temas, lugares y personajes pueden sentirse lejanos. En los propios EE.UU. estos títulos ni siquiera se han considerado en los grandes premios del género. Los muros del gueto no se sostenían sobre contrafuertes exteriores sino sobre pilares internos, inasequibles a una realidad mucho más inclusiva y abierta de lo asumido.
Jesmyn Ward es probablemente quien menos ha sonado en España dentro de las webs del fandom. La canción de los vivos y los muertos fue publicada por Sexto Piso, una editorial con menos visibilidad que Seix Barral o Random House. Es la tercera novela de una pseudo-serie donde el contenido fantástico se limita a esta obra. También es la más localista; sus historias suceden en un bayou de la desembocadura del Mississippi, Bois Sauvage; un lugar deprimido que se convierte en un caso práctico de la xenofobia y la miseria que padece la población afroamericana. Ninguno de estos factores debiera ser obstáculo para acercarse a los dos libros traducidos, de lectura independiente y apenas conectados entre sí. La escritura de Ward se sostiene sobre un andamiaje que invita a degustarla desde una enorme variedad de niveles, en esta novela con una amplitud mayor que en Quedan los huesos.
Más de la mitad de la extensión de La canción de los vivos y los muertos toma la forma de un viaje de carretera. Leonie viaja a recoger a su ex-pareja al penal de Parchman junto a sus hijos Jojo (adolescente) y Kayla (una niña pequeña), y una amiga. Su relación ha sido, cuanto menos, ajetreada. Michael ha cumplido condena por un asunto de drogas. Mientras, su familia estuvo involucrada en la muerte del hermano de Leonie, Given, y tampoco ha aceptado su relación con una mujer negra. Hasta el punto que cuando Leonie pasa por casa de los padres de Michael para anunciarles que irá a Parchman, tiene que salir por piernas para librarse de una paliza… o algo peor.
La novela se cuenta mediante los testimonios de Jojo y Leonie. En capítulos alternos, narran las peripecias del viaje mientras rememoran sucesos de su vida en Bois Sauvage. Al principio la única coincidencia parece ser la que define la relación materno-filial. Sin embargo, a medida que se acumulan situaciones y recuerdos, se observan más puntos en común que atañen a otros personajes y situaciones. Especialmente su vínculo con los padres de Leonie, Ma y Pa, a la sazón los encargados de la crianza de sus nietos; y una característica que conecta a Leonie y Jojo con Ma: ciertas capacidades sobrenaturales. Para Leonie, ver junto a ella el fantasma de su hermano. Para Jojo, escuchar a los animales. Estas habilidades tendrán un peso fundamental, bien como fuente de recuerdo, remordimiento y redención, bien como vínculo con una tradición ajena a la cultura dominante fuera del bayou.
Existe un tercer punto de vista. Se manifiesta cuando este personaje, clave en la estancia en Parchman del padre de Leonie, se materializa a la llegada al penal. En su relato y en su aparición en el de Jojo se sustancia el racismo más explícito. Igualmente ayuda a delimitar la unión de Jojo con su abuelo y la culpa que este siente. Las historias de su reclusión, acentuadas por su imposibilidad a la hora de terminar de contarlas cuando se aproximan a un hecho traumático, introducen una maldición que lo estigmatiza al mismo nivel que su color de piel y la pobreza sistémica de Bois Sauvage.
Este encadenamiento de perspectivas con vivencias de tres generaciones establece un fresco ambicioso que toca los abusos institucionales o a manos de sus vecinos. Ese racismo soterrado, resiliente a cualquier integración, se hace todavía más sangrante en el caso de unas nuevas generaciones que continúan padeciendo como si las leyes de Jim Crow continuaran vigentes. Asimismo, este cambio de narrador equilibra un relato plagado de claroscuros. Los más evidentes cuando a través de Jojo se vislumbra la relación con una madre negligente en el trato con sus hijos, matizada cuando Leonie cuenta su participación.
La suma de paisajes exteriores e interiores se beneficia del vibrante trabajo sobre la historia de carretera, planificada alrededor de una serie de encuentros que suponen otro acicate para pasar páginas. Algo que vuelve a decir mucho y bueno del talento de Jesmyn Ward para contar historias y, en ellas, ficcionalizar una serie temas relevantes en la sociedad de EE.UU. Siglo y medio después de la Guerra de Secesión, continúa rota por dentro. Quedan los huesos y La canción de los vivos y los muertos ayudan a entender por qué, desde una emoción y una empatía trazadas por una escritora en la categoría de Toni Morrison.
La canción de los vivos y los muertos, de Jesmyn Ward (Ed. Sexto Piso, 2018)
Sing, Unburied, Sing (2017)
Traducción: Francisco González López
Rústica. 260pp. 19,90€
Ficha en la web de la editorial