Parece mentira que después de la atención concitada por Las luminosas durante los meses previos a su lanzamiento, y con la publicidad (relativa) lograda con la reciente adaptación por Apple TV, Afterland haya pasado tan desapercibida. Llegó a nuestras librerías a principios de 2021 de tapadillo sin apenas reseñas en medios especializados y su irrelevancia ha persistido; entre los aficionados a la ciencia ficción y, lo que es peor, entre ese público generalista al que, mirando el aspecto externo del libro, parecía estar destinado. Aunque siento afinidad por Beukes, encuentro una cierta alegría en esta invisibilidad: de sus tres novelas traducidas al español me parece, con diferencia, la más floja. Un peñazo a pesar de hacer uso de toda una serie de recursos que se dan por sentado como escape infalible del territorio modorra.
En Afterland Beukes regresa al thriller, aunque esta vez abandona la franja criminal “hay un psicokiller suelto” que tan buenos réditos le diera en Las luminosas y Monstruos rotos. La intriga criminal y los toques de novela negra son aquí reemplazados por una historia de carretera: gran parte de la novela relata la huida de una mujer, Cole, y su hijo, Miles, por medio EE.UU. para regresar hasta Sudáfrica, y la caza por parte de su hermana, Billie, rezagada tras una desavenencia que casi termina con su muerte. Detrás de esta persecución no solo hay un deseo de venganza; Billie ha llegado a un acuerdo para vender a Miles. En un mundo en el cual una pandemia ha llevado al 99% de la población masculina al cementerio, ser varón te convierte en un bien muy escaso que interesa atesorar.