Crónicas marcianas es uno de los libros clave de la literatura de ciencia ficción. En palabras de Santiago L. Moreno
Quien lee Crónicas marcianas por primera vez se encuentra con un libro cautivador, lírico, repleto de momentos mágicos y también terroríficos. En todos sus cuentos se encuentra un Marte imposible, que procede más de la fantasía que de la ciencia ficción, más de la imaginación que de la realidad. No hay hecho tecnológico, sólo paisajes geográficos y humanos, bellos y fantasmagóricos, y nostalgia por un futuro que se basa en un pasado que ni siquiera existió. La lectura de Crónicas marcianas deja, por encima de todo, un retablo de seductoras imágenes. Las ciudades marcianas abandonadas, los veleros que navegan desiertos, los ecos nocturnos del pasado, los canales vacíos y una fuerte melancolía, el lado romántico de una norteamérica soñada. Paralelamente a su poder de fascinación, Crónicas marcianas representa un canto al pasado y a una ciencia ficción distinta, una visión del género disidente, a años luz de las frías ecuaciones, dada de lado durante lustros por el canon del discurso racionalista.
Aparte de todas estas cualidades, su composición captura un momento, la ciencia ficción de los años 40 tal y como derivaba del pulp, y ejerce de declaración de principios de un escritor que llevaba una década batallando por dar a conocer sus relatos.
La dimensión alcanzada por Bradbury a raíz de Crónicas marcianas resonó con tanta fuerza que en 1955 Francisco Porrúa compró los derechos de este y otros de sus libros (El hombre ilustrado primero, más tarde Fahrenheit 451, El vino del estío y Las doradas manzanas del sol) para publicar su obra en castellano. El mismo Porrúa se encargaría de traducirlos con el seudónimo de Francisco Abelenda, en una labor esencial para entender la edición de fantasía y ciencia ficción en nuestra lengua. Fueron gran parte de los primeros cimientos de Minotauro, una sello que durante décadas marcó los estándares más elevados en la ciencia ficción en nuestra lengua.
De un tiempo a esta parte, cuando se hablaba de diversos aniversarios alrededor de Bradbury o al recordar su figura tras su muerte, unos pocos reclamamos una nueva traducción. Habían pasado suficientes generaciones como para pensar en una reinterpretación de su obra desde unos estándares actuales. Al final no ha sido Minotauro quien ha abordado esta tarea sino Cátedra y Letras populares. Esta decisión fue muy bien recibida cuando se anunció, no sólo por esto o el habitual estudio crítico. Después de unos años en los que Letras populares se había acomodado a traer, sobre todo, libros con derechos de edición baratos, cuando no gratuitos, sus responsables apostaban por un clásico que continúa teniendo ventas considerables. Una promesa ilusionante por lo que supone si consigue calar, especialmente en diversos grados relacionados con la Literatura. Es inevitable fantasear con qué otros títulos pueden verse en la colección con una nueva traducción y un estudio exhaustivo sobre el contenido. Sobre todo si se enmienda el gran handicap de, esta, su primera edición de Crónicas marcianas.