Stardust, de Neil Gaiman y Charles Vess

Stardust

Stardust

Cuando a Tristran Thorn su adorada Victoria le pide nada más y nada menos que una estrella como prueba de su amor y requisito ineludible para obtener el beso que busca, el joven enamorado no lo duda un instante antes de partir en pos de la que, poco antes, ha visto caer del cielo más allá del muro que su pueblo guarda con celo desde hace siglos. Al otro lado de ese muro está el País de las Hadas, y algunos de sus habitantes también se han puesto en marcha para hacerse con la estrella, que no solo tiene valor para el pobre Tristran, sino también para las brujas –para las que consumir el corazón de una estrella supone el único medio de conseguir una falsa apariencia de juventud y belleza– y para la fratricida estirpe de herederos del señorío de Stormhold, para los que está en juego quién recibirá el legado de su padre. Unas y otros están dispuestos a todo para hacerse con la que ha caído de los cielos, quien, a su vez –porque la estrella, hija de Selene, es también una hermosa mujer– tiene sus propias ideas al respecto.

Para empezar con sinceridad, nunca he sido muy devoto de Neil Gaiman en su faceta más conocida, la de guionista de cómics; no me parece un buen narrador y recurre demasiado al reciclaje de ideas de otros autores a la hora de construir sus propios mundos. Aún así, no puede negársele una creatividad e imaginación en ocasiones brillantes que, me temo, han terminado contribuyendo a que Stardust me haya supuesto una pequeña decepción; supongo que esperaba que, con años de oficio ya a sus espaldas, y en un medio distinto, hubiera pulido lo suficiente esos defectos como para darnos una obra a la altura de lo que, creo, podría conseguir a la vista de sus virtudes. Y, precisamente –o eso pensaba– nada mejor que un cuento de hadas para dar rienda suelta a esa imaginación que se le presupone al inglés. Por desgracia no ha sido así y me he vuelto a topar con sus defectos de siempre en un libro que tras un buen comienzo –en ese pueblo a medio camino entre el mundo de las hadas y el de los mortales que, a su vez, es barrera entre ambos–, deriva pronto hacia una aventura rutinaria y mil veces vista.

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Guardianes de la noche, de Sergey Lukyanenko

Guardianes de la noche

Guardianes de la noche

Junto a nuestro mundo existe el Crepúsculo y entre los humanos se mueven los Otros. El Crepúsculo es un lugar tenebroso, un mundo superpuesto al nuestro al que sólo se puede acceder caminando a través de tu propia sombra, que se alimenta de la energía vital de los que entran en él y que transforma para siempre al que traspasa sus límites. Los Otros, los únicos capaces de entrar al Crepúsculo, son los magos, los chamanes, las brujas, los vampiros, los licántropos; seres alineados desde tiempos inmemoriales en el bando del Bien y la Luz o del Mal y las Tinieblas. Después de miles de años de guerra, y ante la posibilidad de que su conflicto eterno terminase por destruir a la humanidad –de la que dependen y son parásitos– ambos bandos se ven obligados a firmar el Gran Pacto, que les obliga a mantener una tensa paz y un estricto equilibrio: cada acción benéfica de los Luminosos permite una reacción maligna de los Tenebrosos, y viceversa –si un Otro de la luz utiliza sus poderes para hacer el bien los Tenebrosos están autorizados a causar una cantidad equivalente de mal, y lo mismo ocurre al contrario–. Y para asegurarse el mutuo respeto a este pacto, crean la Guardia Nocturna –Luminosos que vigilan las acciones de los Tenebrosos– y la Guardia Diurna –Tenebrosos que controlan al bando de la Luz–.

Han pasado varias décadas desde aquel Pacto y la lucha entre luz y tinieblas no se ha detenido, tan solo se ha vuelto más sutil. Una y otra Guardia vigilan atentamente a su contrario a la espera de que sus agentes cometan algún desliz que les permita actuar; lo que antes era una lucha brutal y constante ahora es una maquiavélica partida de ajedrez entre Hesser y Zavulón, las cabezas visibles de los bandos del Bien y el Mal. En este, en realidad, primer volumen de una tetralogía –con el resto aún inéditos en nuestro país– asistimos a tres de estos encontronazos en la forma de tres novelas cortas conectadas entre ellas por sus protagonistas –la Guardia Nocturna de Moscú y, en especial, Antón Gorodetski, un agente de perfil bajo y mago de poca categoría– y por una trama general que sólo se hace evidente conforme avanza la historia y que, a la vez que las une en un todo, sirve como reflejo de la naturaleza conspirativa de las propias Guardias, para las que incluso el suceso más trivial puede formar parte de un plan mayor que los propios agentes –meros peones la mayor parte de las veces– son incapaces de percibir.

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Jonathan Strange y el Señor Norrell, de Susanna Clarke

Jonathan Strange y el Señor Norrell

Jonathan Strange y el Señor Norrell

Inglaterra misma fue modelada por la magia. Nombres como los de Gregory Absalom, Paris Ormskirk o Martin Pale aún son recordados como algunos de los magos más notables del glorioso pasado británico. Pero sobre todos ellos destaca la figura de John Uskglass, el Rey Cuervo, personaje casi mítico, tres veces rey –en Inglaterra, el país de las hadas y el Infierno– y auténtico padre de la tradición mágica de las Islas, cuya alargada sombra aún planea sobre el país siglos después de su desaparición.

Sin embargo, recién comenzado el siglo XIX, todo eso parece ya cosa del pasado; los únicos magos que aún se consideran como tales en estos días son simples estudiosos de la teoría, convencidos de que la práctica mágica ya no es posible hoy por hoy, o bien vulgares estafadores tan falsos como sus supuestos poderes. Esto es hasta que la magia, la verdadera magia, regresa inesperadamente al Reino Unido en la persona de Gilbert Norrell, un solitario erudito de York que demuestra ser capaz de obrar prodigios como los de los hechiceros de antaño. La creciente fama de Norrell pronto le llevará a ponerse al servicio del gobierno de la nación, en guerra con Francia, y a utilizar su nueva posición para disolver sociedades mágicas, perseguir impostores y, en general, asegurarse de que nadie pueda amenazar su posición como único mago en activo.

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Siembra de jade, de Alex Irvine

Siembra de jade

Siembra de jade

Estamos en 1842. En las profundidades de la Cueva del Mamut, en Kentucky, Stephen Bishop, esclavo y guía de los turistas que visitan el complejo de cavernas, hace un sorprendente descubrimiento: una momia precolombina en perfecto estado de conservación. Pero esa momia es más de lo que parece. Riley Steen, un siniestro personaje, buhonero, médico, titiritero y poderoso mago, antiguo miembro de la conspiración de Aaron Burr, logra adquirirla del propietario de la cueva –el doctor John Croghan– para llevarla a Nueva York y venderla allí al museo del célebre Phileas T. Barnum.

En esa ciudad, en el infame barrio de las Cinco Puntas –una de las zonas más deprimidas de Manhattan–, vive Archie Prescott, un periodista de segunda cuya vida está destrozada desde la muerte de su esposa y su hija en un incendio hace siete años. Lo que Archie no sabe es que ese incendio no fue ningún accidente y que su hija, Jane, sigue viva y es parte esencial en los planes que Steen tiene para con la momia. Durante una investigación sobre la corrupta aristocracia política de la Sociedad Tammany (base del partido Demócrata Neoyorkino), los destinos de Prescott, su hija y Steen se cruzarán ineludiblemente cuando la momia, el chacmool, sea devuelta a la vida…

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