Junto a nuestro mundo existe el Crepúsculo y entre los humanos se mueven los Otros. El Crepúsculo es un lugar tenebroso, un mundo superpuesto al nuestro al que sólo se puede acceder caminando a través de tu propia sombra, que se alimenta de la energía vital de los que entran en él y que transforma para siempre al que traspasa sus límites. Los Otros, los únicos capaces de entrar al Crepúsculo, son los magos, los chamanes, las brujas, los vampiros, los licántropos; seres alineados desde tiempos inmemoriales en el bando del Bien y la Luz o del Mal y las Tinieblas. Después de miles de años de guerra, y ante la posibilidad de que su conflicto eterno terminase por destruir a la humanidad –de la que dependen y son parásitos– ambos bandos se ven obligados a firmar el Gran Pacto, que les obliga a mantener una tensa paz y un estricto equilibrio: cada acción benéfica de los Luminosos permite una reacción maligna de los Tenebrosos, y viceversa –si un Otro de la luz utiliza sus poderes para hacer el bien los Tenebrosos están autorizados a causar una cantidad equivalente de mal, y lo mismo ocurre al contrario–. Y para asegurarse el mutuo respeto a este pacto, crean la Guardia Nocturna –Luminosos que vigilan las acciones de los Tenebrosos– y la Guardia Diurna –Tenebrosos que controlan al bando de la Luz–.
Han pasado varias décadas desde aquel Pacto y la lucha entre luz y tinieblas no se ha detenido, tan solo se ha vuelto más sutil. Una y otra Guardia vigilan atentamente a su contrario a la espera de que sus agentes cometan algún desliz que les permita actuar; lo que antes era una lucha brutal y constante ahora es una maquiavélica partida de ajedrez entre Hesser y Zavulón, las cabezas visibles de los bandos del Bien y el Mal. En este, en realidad, primer volumen de una tetralogía –con el resto aún inéditos en nuestro país– asistimos a tres de estos encontronazos en la forma de tres novelas cortas conectadas entre ellas por sus protagonistas –la Guardia Nocturna de Moscú y, en especial, Antón Gorodetski, un agente de perfil bajo y mago de poca categoría– y por una trama general que sólo se hace evidente conforme avanza la historia y que, a la vez que las une en un todo, sirve como reflejo de la naturaleza conspirativa de las propias Guardias, para las que incluso el suceso más trivial puede formar parte de un plan mayor que los propios agentes –meros peones la mayor parte de las veces– son incapaces de percibir.
Y es que así nos presenta Lukyanenko el mundo de las Guardias: puede que Rusia haya dejado atrás su pasado comunista, pero para los habitantes sobrenaturales de Moscú la Guerra Fría, ahora entre la Luz y la Oscuridad, aún existe. Las Guardias son una mezcla entre agencias de espionaje y policías secretas, que ejercen un control implacable y a ratos asfixiante sobre los Otros; su Moscú es una ciudad decadente, gris, empobrecida, aún lastrada por un pasado terrible bajo la capa de una progresiva occidentalización. Un lugar en el que ni tan siquiera el Bien y el Mal son tan diferentes entre sí: más que paladines de sus respectivas causas, los Otros luminosos y oscuros están atados por la moralidad que han elegido –y he aquí uno de los conceptos más interesantes con los que juega el libro–. Así, y como podemos comprobar a lo largo de la historia, la Guardia Nocturna está obligada a obrar el bien, lo que no implica que sus fines sean menos egoístas o sus métodos menos terribles –fueron los Otros Luminosos, y no los Oscuros, los responsables del ascenso del nazismo y el comunismo en su intento por traer el Orden a la humanidad a toda costa–, del mismo modo que la tendencia de los Oscuros al mal no los convierte necesariamente en monstruos sino en, simplemente, gente que hace lo único que sabe hacer.
Así es como, precisamente, se nos presentan los personajes tanto de uno como de otro bando. Son gente. Aunque ellos no se definan como tales, son humanos. Los miembros de la Guardia Nocturna son compañeros de trabajo, y como tales tienen sus rivalidades y sus relaciones, encuentros y desencuentros que a veces nos hacen imaginarlos trabajando tranquilamente en una oficina al lado de nuestra propia casa. Entre ellos reconocemos a los novatos, a los enchufados, al tipo que trae de calle a todo el personal femenino –salvo que en este caso es un íncubo– y al veterano con una anécdota para cada situación –salvo que en este caso literalmente parece haber estado «en todas partes» y haber hecho «de todo»–. Tienen que hacer pruebas de capacitación y cursillos e incluso pasan sus vacaciones juntos haciendo barbacoas. El protagonista, Antón, además de servir como –no muy buen– mago, forma parte del departamento informático de la Guardia, se embarca en una relación que sabe condenada al fracaso de antemano, y trata de mantener una cada vez más quebradiza amistad con el vecino vampiro que, sabedor de que su trabajo consiste en vigilar y ejecutar a los que son como él, le teme tanto como le aprecia. Su existencia cotidiana –al igual que la de sus compañeros- es casi vulgar; tal vez el gran acierto de Lukyanenko es esta forma de presentar a los personajes y su mundo, alejada de artificios y despliegues vacuos, cercana y creíble. Es un mundo en el que los cuarteles de las fuerzas del Bien podrían ser la sede de una pequeña empresa privada y el objeto mágico más poderoso un simple trozo de tiza, en que los vampiros tienen padre, madre y novia y los licántropos casitas en el campo.
Las tres historias que forman Guardianes de la noche componen, tal y como aparecen planteadas, una mezcla entre la novela de espionaje y el género fantástico, con tramas en las que la manipulación y las falsas apariencias tienen una importancia central. Incluso sus propios argumentos remiten al género de espías y, de nuevo, a esa Guerra Fría que lo puso de moda. En la primera historia, “Su propio destino” –adaptada muy libremente en la película que comparte título con la novela– las Guardias compiten por atraer a Iegor, un niño que acaba de descubrir su propia naturaleza como Otro y que a la vez se ha convertido en víctima de una vampira perturbada. Mientras, a la vez, Antón intenta salvar a una mujer, Svetlana, de la poderosa maldición que amenaza su vida. En la segunda, “Solo entre los suyos” –que junto con la tercera, y de nuevo por vía de una adaptación muy libre, forma el cuerpo de Guardianes del día, película continuación de la anterior–, Antón Gorodetski es acusado por la Guardia Diurna del asesinato de una Otra tenebrosa y deberá resolver el crimen antes de convertirse en chivo expiatorio de la subsiguiente tensión política entre las Guardias. Finalmente, en la tercera, “Solo para los suyos”, el asesinato de un mensajero Luminoso por agentes de la Guardia Diurna llevará a Antón a descubrir una oscura trama con ramificaciones dentro de la propia Guardia Nocturna.
El lector que se acerque a Guardianes de la noche conocerá seguramente la novela a través de la película homónima, que tiene tantos detractores convencidos como defensores entusiastas. Pero lo mejor, seas de los primeros o de los segundos, es olvidarse de ella a la hora de abordar la novela; las diferencias, tanto en argumento como en tono y en fondo, entre una y otra, son muy significativas. Las mayores virtudes de la novela están, creo, en ese esfuerzo del autor en presentar lo sobrenatural desde una perspectiva cotidiana y, casi, desencantada, tan alejada de la que seguramente encontraríamos de haber sido escrita por un anglosajón; en unos personajes reconocibles, creíbles y un tanto grises –en especial ese Antón perdedor, cínico y progresivamente decepcionado de la Guardia–, y en los paralelismos que se entrevén entre la sociedad de los Otros y la propia sociedad rusa. Mientras que tal vez el principal aspecto negativo se encuentre en el ritmo de la narración, que alterna largos momentos introspectivos en que la trama apenas avanza con resoluciones que en ocasiones resultan demasiado rápidas o hasta bruscas. Tampoco podemos decir que el tema sobre el que gira la obra, ese enfrentamiento entre seres sobrenaturales ocultos dentro de la sociedad humana, sea precisamente novedoso, a estas alturas en las que ya estamos hartos de Underworlds, Mascaradas y demás; pero es la manera de abordarlo por parte de Lukyanenko lo que le da una personalidad característica y lo sitúa por encima de aquellos.
En conjunto, Guardianes de la noche es una muestra más que interesante del género fantástico que se escribe en el Este, y un comienzo muy prometedor para una serie que espero veamos publicada en su totalidad en España.