La ciencia ficción mexicana, al igual que ocurre con la procedente del resto de hispanoamérica, es una gran desconocida para el lector español. Es una pena, porque la coincidencia idiomática se presta a un mayor intercambio cultural también en lo que se refiere al género fantástico. Sin embargo, la realidad editorial es la que es y no parece que vaya a cambiar a corto plazo. Por ahora nos tendremos que conformar con las ocasionales narraciones que nos llegan a través del premio UPC o con las contadas novelas que se publican, como la reciente Ygdrasil del chileno Jorge Baradit.
“Gel azul”, obra de Bernardo Fernández “Bef” publicada dentro de la colección Vórtice de Ediciones El Parnaso, incluye dos novelas cortas y un relato. La primera de las novelas cortas, que da título al libro, es una mezcla de cyberpunk con novela negra hard boiled, dos géneros que tienden a combinarse bien debido a la deshumanización que puede llegar a producirse en las sociedades en las que se mezcla la tecnología avanzada y la pobreza de amplios sectores de la misma.
Crajales, antiguo hacker al que le quemaron la interfase cerebral de conexión a la red, es ahora un detective en horas bajas al que se encomienda la investigación de un crimen cometido contra Gloria Cubil, hija de un magnate multimillonario. Gloria, como muchos jóvenes pudientes, ha rechazado la realidad y vive permanentemente inmersa en la realidad virtual de la red, atendida por una máquina que mantiene su cuerpo con vida mientras ella disfruta de los paraísos privados diseñados por su mente o de la Red. Lo inusual es que en el tanque líquido en que permanece su cuerpo se ha encontrado un feto muerto, un hijo que Gloria, aislada desde hace mucho tiempo, no debía haber tenido por razones obvias. El pintoresco detective, amargado y de vuelta de todo, inicia una investigación con la que va descubriendo una trama criminal de grandes dimensiones.
Particularmente interesante resulta el dibujo de una sociedad sin valores, en la que se entremezclan la alta tecnología con la miseria y la riqueza más extremas. El personaje de Crajales no deja de ser el tópico detective de novela negra, sin mostrar otros rasgos que le den mayor complejidad. Tampoco es que la extensión del relato se preste a ello, justo es reconocerlo. Lo novedoso es que Bernardo Fernández lleva el estereotipo del detective endurecido a su mayor expresión, llegando por momentos a parecer una parodia de sí mismo:
Al pasar junto a la recepcionista, Crajales escupe un gargajo sobre su escritorio. La mujer no logra reaccionar antes de que el detective abandone el hospital.
También llama la atención, aunque se trata de un recurso común en el género cyberpunk, la descripción de la actividad de los hackers mediante realidad virtual. Así, los piratas informáticos no programan ni encuentran agujeros de seguridad en el código, sino que tienen que eludir a perros guardianes que representan a programas de protección y pueden incluso llegar a atacar físicamente. Sin duda más dinámico de contar, pero no muy realista.
Lo mejor de “Gel azul” es la frescura e intensidad de sus imágenes, tanto en las partes ambientadas en el mundo real como en el ciberespacio –no en vano su autor ha trabajado en el mundo del cómic–. El problema, por otra parte, es que como novela negra resulta fallida. Está escrita como una sucesión de escenas cortas, y carece de sensación de continuidad o impresión de progreso a base del trabajo y la perspicacia del detective. En lugar de ello, todo llega rápidamente, sin apenas esfuerzo investigativo. En un par de ocasiones Crajales lanza acusaciones sin pruebas para ser recompensado con un «¿cómo lo supiste?». Si a esto le unimos que la trama criminal en sí es poco convincente –no resulta verosímil que se elija a los más ricos como víctimas de este tipo de crímenes–, nos encontramos con una historia interesante pero que podría haberse beneficiado de una reescritura que hubiese pulido algunos de sus defectos.
La segunda novela corta, “El estruendo del silencio”, recibió una mención honorífica en el premio UPC 2004. Kobayashi, un egocéntrico magnate japonés de madre mexicana, prepara su boda mientras maneja de forma despiadada sus negocios e impulsa un proyecto faraónico que debería convertirle en pionero del viaje espacial. Por otra parte, MaReL y el Señor Ká son la inteligencia artificial de una nave que transporta el material genético para colonizar un nuevo planeta y el capitán cibernético de la misma. Ambos han sido diseñados para hacer un trabajo, pero con el tiempo comienzan a desarrollar otras inquietudes. Como no podía ser de otra forma, los dos hilos argumentales acaban entremezclándose.
Aquí la narración, sin abandonar la técnica de capítulos muy cortos, funciona mejor para un relato más intimista que el anterior. Bernardo Fernández transmite de forma eficaz la sensación de desamparo y deshumanización de las inteligencias artificiales, así como el aislamiento e inutilidad última de la vida del megalómano magnate.
Sigue estando presente la tendencia al exceso. A Kobayashi no le basta con gobernar sus empresas con mano de hierro y hacer básicamente lo que le viene en gana. También tiene que ordenar abiertamente que peguen una paliza a los ejecutivos de una empresa extranjera que se reúnen con él cuando no le complace el resultado de las negociaciones. Como ilustración del poder sin medida y la carencia de escrúpulos del personaje está bien, pero a veces se echa en falta algo más de sutileza. Algunos aspectos científicos resultan cuanto menos discutibles, cosa que también se observaba en “Gel azul”.
A pesar de que todavía hay recorrido para la mejora, estamos ante una buena novela corta, con temas de más profundidad tratados con sensibilidad.
Cierra el volumen el relato “Bajo un cielo ajeno”, que trata de la vida de los inmigrantes pobres que marchan a trabajar a Marte. Se trata obviamente de un traslado directo al ámbito de la ciencia ficción de una problemática situación social que bien conocen muchos ciudadanos latinoamericanos.
En resumen, estas tres historias de lenguaje colorista nos descubren a un escritor con puntos de vista, inquietudes y sensibilidades distintas a aquellas a las que estamos acostumbrados. Posiblemente carece todavía del oficio y el dominio técnico del que hacen gala algunos escritores anglosajones o españoles de género fantástico, pero esto es algo que se puede conseguir con la práctica.