Ya iba siendo hora que escribiera una modesta reseña sobre Grendel, de John Gardner, reseña que en mi cabeza iba a ser más larga, más compleja, más culta y más de todo, pero que a la hora de ponerla por escrito se ha quedado en un vulgarísimo “destripo el argumento y arreando” (¡aviso!). ¿Y por qué Grendel, una oscura novela de un escritor ya un poco olvidado que alcanzó su mayor momento de gloria cagándose en la obra de casi todos sus contemporáneos? (bueno, exagero, Pringle la incluyó en su selección de las cien mejores novelas de literatura fantástica anglosajona y además se ha reeditado recientemente en la colección Fantasy Masterworks). Pues no lo sé muy bien, pero es otro de esos libros con los que estoy obsesionado, que me lleva acompañando desde que lo leí por primera vez hace más de veinticinco años, y, como suele ocurrir, en cada relectura he ido descubriendo nuevos significados que han ido marcando mi crecimiento como lector. También, con el tiempo, se ha convertido en una especie de grimorio que guardaba las claves para interpretar o desentrañar otras obras, aparentemente tan dispares como Soy leyenda de Richard Matheson, Ampliación del campo de batalla, de Michel Houellebecq, el Brian the Brain de Miguel Ángel Martín, el American Psycho, de Bret Easton Ellis o la peripecia de Dawn Wiener, la antiheroína de las películas de Todd Solondz. Por no hablar de la reciente irrupción, sobre todo en el medio televisivo, de un arquetipo que fascina a las audiencias, el personaje misántropo que navega contra los valores (o la narrativa, que se dice ahora) de su tiempo (True Detective, Mr Robot, House, Dexter, etcétera), pero cuyo verdadero origen dejo a gente más inteligente y culta que yo.
Leí por primera vez Grendel en una vetusta y manoseada edición de Destinolibro, atraído por su postmodernísima premisa; se trataba del poema épico de Beowulf pero contado desde el punto de vista del monstruo. Lamentablemente no me enteré de nada, demasiado joven para el postmodernismo, ésta fue la única lección que obtuve de la novela. Pero por esa costumbre que tengo de llevarme la contraria a mí mismo y a pesar de no entender que quería decir Gardner, disfruté muchísimo leyéndola; fantásticamente escrita (o eso me pareció siempre, pero debía estar gravemente equivocado puesto que se decidió volver a traducir en la reedición en castellano de 2009 a cargo de la editorial Meettok), divertidísima y estrafalaria, con su salvaje y amargo humor negro y absurdo, su mezcla de soliloquios, poemas, diálogos teatrales y filosóficos, su poética de la cochambre medieval y sus extraños y bruscos cambios de registro, de lo grave o emotivo a lo grotesco y humorístico casi en cada pasar de página.
Como ya sabrán, Grendel es un monstruo que vive en una cueva bajo un lago con su madre (detalle que siempre me ha hecho muchísima gracia) y que al principio del libro se comporta de manera más o menos fiel a su naturaleza de bicho monstruoso medieval; vaga libremente por el bosque declamando majaderías a voces, ronda por los dominios del rey Hrothgar con la esperanza de zamparse alguna vaca u oveja de vez en cuando, y masacra a sus gentes según esté de humor, por la curiosidad, por putearlos un rato y por las risas, como un niño jugando con un hormiguero. Grendel es un monstruo sí, pero se hace las preguntas que desde tiempo inmemorial nos hemos hecho los seres humanos; ¿qué es la existencia? ¿qué hago aquí? ¿cuál es el sentido de todo esto? como todo un filósofo presocrático, o mejor aún, como un cínico tomando el sol en su barril. Además, le encanta observar a los súbditos de Hrothgar atareados en sus quehaceres y miserias diarias, evaluando negativamente sus esfuerzos; a los ojos de Grendel los seres humanos son absurdos, estúpidos, mentirosos, ladrones, asesinos e hipócritas, seres cuya miserable existencia es difícil de entender. Aunque le fascinan se encuentra completamente alienado, incapaz de relacionarse con ellos si no es por medio de la violencia.
A causa de un accidental (y ridículo) roce con la muerte a cuernos de un toro salvaje (en este punto es interesante hacer notar que el hermano pequeño de Gardner murió en un accidente con un tractor cuando ambos eran niños, accidente que marcó la vida del escritor que no pudo superar jamás el complejo de culpa), Grendel comienza a tejer su corpus filosófico; la existencia es un sinsentido, mero producto del azar, o la concatenación de casualidades y decisiones tomadas por instinto. Sin embargo, aún manteniéndose firme en sus convicciones, hay alguien en la corte de Hrothgar que fascina y turba a Grendel; el Shaper. El Shaper es el trovador o poeta que mediante su arte, genera una narrativa que da a su sociedad una cohesión, un significado, un sentido y un propósito, algo en que creer y que, a la vista de los actos de los hombres, Grendel considera de una hipocresía insoportable, como ocurría con el ideal caballeresco del medioevo que los caballeros cristianos invocaban una y otra vez para, a continuación, pasárselo por el forro. Los cantos del Shaper sobre el bien y el mal, la aspiración del hombre a lo que es bueno, es bello y es verdadero y sus alabanzas a la Creación Divina, ordenada y por tanto, moral, a la vez atraen y repugnan de forma indecible a Grendel.
Con este pitote en lo alto de la cabeza, a Grendel no se le ocurre otra cosa que buscar el consejo de La Serpiente, un dragón que embaucará al pobre monstruo con su consolador y sensual nihilismo materialista. Sentado sobre su montaña de oro y joyas, el dragón (que yo siempre me imagino con el jeto de Jean Paul Sartre) pontifica sobre la existencia. El universo es indiferente, la existencia humana carece de sentido, nada es real ni tiene valor, exceptuando la montaña de oro en la que el dragón está sentado. Y el conflicto de Grendel, es decir, su incapacidad de integrarse en la sociedad, sólo puede solucionarse generando su propio relato. Vamos, convertirse definitivamente en monstruo por voluntad propia, por la interiorización de una serie de valores algo trastornaíllos, no por el rechazo que provoca en los seres humanos. Sí amigos, el coaching lleva arruinado vidas desde la noche de los tiempos.
Así que Grendel se entrega a la lucha armada de carácter caótico y al happening nihilista, con el objeto de destruir la narrativa, el orden, los valores humanísticos del pueblo de Hrothgar, tomando el papel de la fuerza ciega e indiferente de la naturaleza y el universo, con el objeto de demostrar a los hombres que la existencia carece de sentido. Pero esta vida encarnando el Terror, el Caos Primigenio y la Muerte que Acecha al Hombre desde tiempo inmemorial como que no le llena a Grendel, la violencia irracional a voleo resulta una experiencia vacía, aunque como experiencia vacía sea de las más divertidas. Grendel, tras superar de una forma un tanto cafre un bizarrísimo enamoramiento platónico, está cada vez más obsesionado con el Shaper y su idea del carácter moral de la Creación, que la existencia tenga un propósito, el de alcanzar la transcendencia a través del cultivo del Arte, la Ciencia y la Espiritualidad, en oposición al Caos, el Mal y la Oscuridad, representados por el monstruo.
Y Beowulf, un héroe solar, avatar del mismísimo Jesucristo, será el encargado de representar el clímax de la historia en un combate de arquetipos superheróicos, evangelizando al pobre Grendel como se ha hecho toda la vida de Dios, esto es, arreándole una buena somanta de hostias físicas y filosóficas que le dejan fino y listo para la catarsis y la salvación. Pero la destrucción del monstruo no sólo es física, sino que también ha de ser espiritual, la suya y la de la filosofía que representa, así que Beowulf, convertido en la mente de Grendel en un Dragón rodeado de un coro de ángeles, le susurra al oído el mensaje que es como ese muro contra el que el Héroe sajón estampa repetidas veces la cabeza de Grendel, algo muy duro y muy real, por mucho que cubriéndolo de palabrería querramos convertirlo en otra cosa:
Aunque asesines al mundo, transformes los llanos en piedra, transmutes la vida en el yo y el ello, vigorosas y ávidas raíces quebrarán tu cueva y la lluvia la depurará: el mundo arderá verde, el esperma volverá a formarse (…) Con eso yo te mato.
Así Gardner revierte la melancolía fatalista del poema original, convirtiéndolo en un relato optimista acerca del triunfo de la humanidad, el cristianismo y el carácter moral de la Creación sobre el psicoanálisis, el materialismo, la postmodernidad, el existencialismo y demás filosofías pesimistas del siglo XX. Desde luego este no es un argumentario con el que yo coincida, pero aparte de las discrepancias ideológicas, hay una idea muy poderosa en la novela que quizá sea lo que realmente me ha obsesionado desde que leí Grendel por primera vez, y es el propio monstruo y su incapacidad de integrarse con el resto de seres humanos, internándose por los estériles senderos de la violencia, el cinismo, la ironía y el nihilismo, que resultan útiles como herramientas de agitación o de crítica, pero que no pueden ser las directrices sobre las que guiar nuestras vidas puesto que sólo conducen a la locura, el aislamiento o la muerte. El pobre Grendel ha sufrido un accidente y se tambalea al borde del abismo, os podría suceder a vosotros.
Grendel, de John Gardner (Grendel, 1971).
Destinolibro, 1ª ed. 1981. Trad. Camila Batlles.
Rústica, de bolsillo. 190 pp. Descatalogado.
Grendel, de John Gardner (Grendel, 1971)
Ed. Meettok (Octubre, 2009). Traducción y prólogo de Jon Bilbao.
Tapa blanda. 128 pp. 16,15€
Pingback: Grendel - John Gardner - El lector compulsivo : El lector compulsivo