En 14 maneras de describir la lluvia Daniel Pérez Navarro ya había entrado en las relaciones intergeneracionales a través de una hija intrigada por el misterio de la profesión de su padre. En Fafner vuelve a tocar esta cuestión desde una órbita muy próxima al tiempo que vivimos. Si la novela publicada por Sportula se sostenía sobre un argumento próximo al thriller, en esta nos encontramos ante una redefinición de lo postapocalíptico. Un acercamiento que ha ocupado varios contenidos de los últimos tiempos en C y que en Fafner destaca por su valentía a la hora de afrontarlo. Lejos de limitarse a la pérdida de la civilización, Pérez Navarro plantea que la única viabilidad para quienes han nacido en esa realidad pasa por desprenderse de cualquier vestigio del pasado y abrazar el cambio. Una transformación que en estas páginas cobra brío gracias a cómo se formula.
Fafner dista de ser un mero ejercicio de estilo. Sin embargo, las características del texto ideadas por Pérez Navarro caminan de la mano de su argumento de manera que fondo y forman se ajustan en un todo sin fisuras. Esta aspiración de cualquier relato no debiera ser motivo de celebración. Pero no se puede hablar de esta novela sin incidir sobre este aspecto; la preponderancia en las valoraciones de ciertos elementos (la construcción del escenario, la novedad del argumento, la evolución de los personajes…) a veces tienen un peso excesivo frente a un equilibrio que aquí alcanza una armonía digna de encomio.
Fafner se cuenta como una historia de aprendizaje. O, más bien, dos. La más importante por su peso es la de Fafner, un joven cazador de cuerpo imponente que sobrevive en un medio natural trastocado por un acontecimiento desconocido. Se enfrenta a los hijos del viejo mundo, unos congéneres que se agarran a los legajos de sus costumbres y supersticiones para salir adelante en un medio hostil. Y recibe en sus carnes una serie de heridas que desencadenan la metamorfosis necesaria para integrarse en el nuevo paisaje.
Mientras, cada tres o cuatro capítulos aparecen unos interludios que nos trasladan a otro marco temporal: la crisis económica de hace una década (que perfectamente podría ser la del próximo año), durante la cual un padre batalla por educar a un hijo con el que ha perdido toda afinidad. Este segundo plano, la versión ibérica de Sukkwan Island, establece junto a unos breves fragmentos de un ensayo ficticio, “La nueva naturaleza”, el corpus sobre el cuál gira Fafner: la xenogénesis. Ese proceso de alienación entre progenitores y descendencia, luchado a brazo partido y fuente de una amargura tremenda por esa incapacidad de ajustar expectativas y resultado. Además del tema, lo interesante es cómo se narra cada parte y la eufonía de cada relato.
Las vivencias de Fafner se cuentan en presente con un registro lacónico. Apenas hay diálogos y las descripciones se ciñen a nombrar la flora y fauna entre las cuales vive el protagonista, un extrañamiento de plantas y animales actuales. Demasiado basadas en la enumeración de especies, pasan por alto la oportunidad de evocar la belleza de lo que irrumpe entre lo conocido. Pero este ascetismo, que podría calificarse de materialismo estilizado, se convierte en esencial para armonizar la personalidad de Fafner, un ser empujado a acciones que terminan desprendiéndose de la empatía y la solidaridad con lo viejo. Esta inclemencia naturalizada en un contexto que empuja al cambio, ve su reflejo en la historia de nuestro tiempo a través de los extensos diálogo entre padre e hijo, de una incomunicación sobrecogedora.
Fafner fuerza una lectura áspera cuya hermosura no surge de la emoción sino de la crudeza de estas narraciones entrelazadas. Y de plantar una serie de nociones que apuestan por una ficción donde el futuro se levanta desde cimientos míticos. Se puede citar a Howard, se puede hablar de Gardner, aunque sobre ellos predomina una visión Nietzschana de la existencia. La muerte de la humanidad tal y como la entendemos no es un canto trágico sino un elogio de la oportunidad para ese nuevo ser humano surgido del conflicto y el trauma.
El logro de la unificación de estas cuestiones a través del relato vuelve a poner en valor la carrera de Daniel Pérez Navarro. Un culo inquieto que con cada novela nos aleja de las zonas de confort para tentar la auténtica dimensión de lo insólito. Consumada o no, suele merecer la pena acompañarlo en ese descubrimiento.
Fafner (Antipersona, 2018)
Rústica. 206pp. 12€
Ficha en la web de la editorial