22/11/63, de Stephen King

22/11/63El asesinato de JFK en Dallas, el 22 de Noviembre de 1963, es uno de los fulcros de la historia de EEUU del siglo pasado. Sobre el suceso se han escrito miles de libros, no ya desde el campo de la (supuesta) no-ficción. Novelistas como Don DeLillo (Libra) o James Elroy (América, Seis de los grandes) lo han utilizado como punto de partida o final para indagar en las causas, radiografiar algunos de sus participantes desde el mundo de la ficción o plasmar una visión de su país en los momentos previos a ese punto de inflexión. King, un adolescente en aquel momento, también lo ha convertido en el motivo central de esta novela. Un proyecto de larga gestación, prácticamente desde su inicio como escritor en la década de los 70. Sin embargo no pudo llevarlo a buen puerto hasta bien avanzado este siglo, cuando pudo dedicarle la ingente labor de documentación que demandaba.

La novela, larga, muy muy larga, arranca con un tutorial de 200 páginas durante las cuales su narrador, Jake Epping, se introduce con el lector en los entresijos del viaje en el tiempo tal y como King lo ha concebido. A través de un conocido, Epping descubre una pequeña grieta que le permite viajar a un día concreto de 1958: la madriguera de conejo. El regreso al presente mediante esa singularidad se realiza siempre dos minutos después de haber partido, cualquier materia transportada en ambos sentidos se conserva, iniciar un nuevo viaje a 1958 pone a cero los cambios introducidos en la anterior ocasión… El funcionamiento de la discontinuidad parece definido para eliminar cualquier posible paradoja. King no está interesado en contar una historia de viajes en el tiempo más.

Gran parte de 22/11/63 explota la nostalgia de ese tiempo que se fue para no volver. Una época a caballo entre la década de los 50 y los 60, previa al despertar de la guerra de Vietnam y los conflictos raciales, donde la vida parecía mucho más sencilla y, supongo, puede llegar a observarse como idílica. Ese lugar común a mitad de camino entre las ilustraciones de Norman Rockwell y American Graffityde bailes de instituto, hamburgueserías los viernes por la noche, gente sencilla y honorable, vehículos míticos… Un poco como la primera película de Regreso al futuro, con una historia de amor ciertamente hermosa entre Jake y Saddie, la joven a la fuga de un matrimonio fracasado a la cual conoce en Jodie, el pequeño pueblo de Texas donde pasará los años previos al asesinato. Afortunadamente esta nostalgia no es una mera exaltación de una Arcadia idealizada y se equilibra con la faceta en general olvidada en cualquier añoranza de tiempos mejores. El pasado es sucio y huele mal, la pobreza anega amplios sectores de la población, la sanidad estaba a eones de la actual, se hace hincapié en la segregación racial, las mujeres son ciudadanos de segunda, la sexualidad está reprimida…

A esta parte, muy bien construida, se unen las primeras correrías de Jake por Derry. Un fragmento importante con un aire oscuro, casi ominoso, con referencias a It y tremendamente sugerente no tanto por lo que sucede como por lo que apunta que puede llegar a suceder. El shock temporal, el contraste entre lo que el viajero cree saber y lo que ve, la posibilidad de que los hechos se hayan podido desarrollar de otra manera… impregnan cada página e imprimen carácter a una historia por otro lado un tanto estirada. También destaca cómo King aprovecha la tendencia del tiempo para defenderse de modificaciones para dar salida a su personalidad más macabra. Momentos en los cuales los personajes, especialmente Jake, sufren como condenados.

Stephen KingTodos estos aciertos chocan con el gran problema de la novela. Jake viaja al pasado para cambiarlo y, así, conducir a EEUU hacia un futuro mejor. Busca la mejor manera de evitar el asesinato de JFK y, aunque intenta mantenerse lo más alejado posible de Lee Harvey Oswald, termina siguiendo su vida con la dedicación de Carrie Mathison. Primero para decidir si eliminándolo de la ecuación realmente el presidente se salvará. Después, para determinar el mejor momento para hacerlo y evitar la respuesta del tiempo. En estas partes la novela se transforma un poco en La conversación de Coppola. Se observa con detalle a Oswald y su familia, se plasman las pequeñas miserias cotidianas de su vida, se analiza sus relaciones con movimientos anticastristas, la comunidad rusa de Dallas… Microhistorias supongo vibrantes para los aficionados a la Oswaldología, un tostonazo para los interesados en leer un relato con algo de emoción, apenas aliviadas por la plácida vida en Jodie.

La cosa se anima un poco cuando se acerca Noviembre de 1963. Jake choca con las condiciones adamantinas del tiempo y se llega al día de autos, un cinético tour de force por las calles de Dallas. Cien páginas que me han hecho olvidar un poco las 300 anteriores y que conducen hacia un final de novela durante el cual, tristemente, King se siente obligado a dar una explicación “cabal” a sus viajes en el tiempo. Ahí choca con la barrera de lo absurdo y pone en juego una visión sumamente reaccionaria en la línea apuntada por Julián Díez en su artículo sobre El Ministerio del Tiempo.

Cuando Jake regresa a través de la madriguera lo hace a un mundo donde unos EEUU en descomposición se enfrentan no sólo a las consecuencias de una política interior y exterior desastrosa sino a un colapso del espacio tiempo por los continuos cambios introducidos en cada viaje. Un mundo preapocalíptico fácil, tontón, la burda manera de King de decirnos que el tiempo está bien como está y alterarlo trae insospechadas consecuencias. Algo que se habría logrado más convincentemente con una visión menos basta, más cercana a la distopía y, por tanto, más insidiosa; un supuesto mundo mejor donde sólo una visión detenida pudiera mostrar su putrefacción interior. Supongo que de haber respetado la cadencia mantenida hasta el momento, dicho efecto habría necesitado tranquilamente de otro libro de la misma extensión.

Al final, 22/11/63 se revela como un popurrí de novelas encadenadas o entrelazadas donde los puntos positivos de unas se neutralizan, si no se desvirtúan, con los agujeros negros de las otras y, en mi caso, acaban conduciendo a un conjunto final de suma negativa. Aun cuando he disfrutado con una parte, también le he dedicado un tiempo que podría haber empleado mejor en leer otro libro. Y eso últimamente se ha convertido en una falta de difícil redención.

22/11/63, de Stephen King (Plaza & Janés, col. Éxitos 2012)
11/22/63 (2011)
Trad. Gabriel Dols Gallardo y José Óscar Hernández Sendín
864 pp. Tapa dura. 28,90€
Ficha en La tercera fundación

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