Jonathan Strange y el Señor Norrell, de Susanna Clarke

Jonathan Strange y el Señor Norrell

Jonathan Strange y el Señor Norrell

Inglaterra misma fue modelada por la magia. Nombres como los de Gregory Absalom, Paris Ormskirk o Martin Pale aún son recordados como algunos de los magos más notables del glorioso pasado británico. Pero sobre todos ellos destaca la figura de John Uskglass, el Rey Cuervo, personaje casi mítico, tres veces rey –en Inglaterra, el país de las hadas y el Infierno– y auténtico padre de la tradición mágica de las Islas, cuya alargada sombra aún planea sobre el país siglos después de su desaparición.

Sin embargo, recién comenzado el siglo XIX, todo eso parece ya cosa del pasado; los únicos magos que aún se consideran como tales en estos días son simples estudiosos de la teoría, convencidos de que la práctica mágica ya no es posible hoy por hoy, o bien vulgares estafadores tan falsos como sus supuestos poderes. Esto es hasta que la magia, la verdadera magia, regresa inesperadamente al Reino Unido en la persona de Gilbert Norrell, un solitario erudito de York que demuestra ser capaz de obrar prodigios como los de los hechiceros de antaño. La creciente fama de Norrell pronto le llevará a ponerse al servicio del gobierno de la nación, en guerra con Francia, y a utilizar su nueva posición para disolver sociedades mágicas, perseguir impostores y, en general, asegurarse de que nadie pueda amenazar su posición como único mago en activo.

Y sin embargo, no conseguirá evitar que surja uno más. Se trata de Jonathan Strange, un joven aristócrata inteligente y con un gran talento natural que, tras aprender por sí mismo las formas de la magia, terminará por convertirse primero en pupilo del señor Norrell y después en su más encarnizado rival, cuando sus distintos puntos de vista sobre la magia, y su propio orgullo, terminen por enfrentarles irremediablemente y llevarles por el camino del desastre. Lo que ambos ignoran es que las puertas que inconscientemente ambos han ido dejando abiertas con sus prácticas han permitido entrar a nuestro mundo, después de mucho tiempo, a algo mucho más peligroso que conspira contra ellos y contra la mismísima Inglaterra…

La verdad es que resulta muy difícil hacer justicia a la impresionante novela que la prácticamente desconocida –al menos, en nuestro país– Susanna Clarke nos brinda. Y es que estamos ante uno de esos raros casos en los que confluyen una trama –hasta cierto punto– original y, sobre todo, creíble hasta en sus elementos más fantásticos, unos personajes tridimensionales y extremadamente bien elaborados, un mundo propio apasionante y detallado hasta extremos sorprendentes, y un cuidadísimo estilo cargado de elegancia e irónico sentido del humor, para formar un libro que engancha desde las primeras páginas y se disfruta de principio a fin. Los numerosos premios y parabienes que Jonathan Strange y el Señor Norrell ha recibido desde su publicación están, a mi parecer, más que justificados: se trata de una verdadera joya.

A lo largo de sus páginas la autora nos va a llevar a través de más de diez años en la vida de los dos personajes que le dan título: el misántropo señor Gilbert Norrell, hombre inteligente y culto dispuesto a devolver la magia a Inglaterra después de siglos, pero a la vez tan egoísta y, en ocasiones, miserable, como para impedir por todos los medios que nadie, salvo él, pueda practicarla; y el bienintencionado –aunque un tanto irresponsable– Jonathan Strange, que terminará chocando con Norrell con sus intentos de acercar la magia al resto de la gente. La relación entre los dos magos se convierte en el motor de la obra, mientras asistimos a sus encuentros y desencuentros, a su ascensión y caída, y a sus triunfos y fracasos; y es que, aunque ambos se nieguen a aceptarlo, cada uno es el reflejo del otro y se necesitan tanto como llegarán a odiarse.

Pero la historia va mucho más allá de ellos dos. A su alrededor la autora teje un mundo que a la vez es la Inglaterra de comienzos del siglo XIX y no lo es. Porque ése es otro de sus grandes aciertos: concilia el elemento “realista” de la ambientación –Inglaterra está en guerra con Napoleón, reina en ella el demente Jorge III y los protagonistas conocerán a personajes como Wellington, Von Blücher o lord Byron; en muchos aspectos éste sigue siendo el mundo que conocemos– con un pasado y presente mágicos detallados con extrema riqueza, y logra que la mezcla funcione perfectamente. Las hazañas legendarias del Rey Cuervo aún dejan sentir sus efectos sobre Inglaterra después de haber transcurrido siglos; el mundo de las hadas –y hablamos aquí de auténticas hadas, tan temibles, caprichosas y peligrosas como lo eran las hadas del folklore anglosajón antes de que Disney nos las caramelizara–, con toda su aterradora belleza, está a sólo un paso del de los mortales, y la frontera entre ambos se desdibuja una y otra vez; y, poco a poco, la magia que Norrell y Strange practican va cambiando el mundo, en ocasiones con sutileza y en otras de manera radical, como podemos apreciar de primera mano en el divertido episodio ambientado en la guerra de la Independencia española. Y todos esos elementos se integran de manera tan natural en la trama que en ocasiones se hace difícil determinar cuándo estamos ante hechos históricos reales y cuándo ante los que son fruto de la imaginación de la escritora.

No vamos a contemplar ese mundo solamente a través de los ojos de los magos. A veces Strange y Norrell cederán su protagonismo a alguno de los –numerosos– personajes secundarios que pueblan esta historia, que tan pronto pasarán a ocupar durante uno o más capítulos el centro de la narración como volverán poco después a un segundo plano. Desde la desdichada Lady Pole al íntegro Stephen Black; del rastrero Drawlight al misterioso Vinculus; de la encantadora Arabella al caprichoso e innominado caballero feérico; todos resultan, cada uno a su modo, memorables y creíbles, y de este modo asistimos a todo un rico desfile de sujetos y situaciones a través de los que, con gran habilidad, Clarke compone su historia. Los cambios constantes en el punto de vista, el escenario e incluso el tiempo no solo nos obligan una y otra vez a replantearnos lo que creíamos saber tanto sobre hechos como sobre personajes –en más de una ocasión el que empezaba pareciéndonos repugnante y villanesco terminará por revelarse como alguien noble en el fondo,… o justo al contrario– sino que además mantienen una narración fluida con tan solo alguna ocasional –e inevitable– ralentización en el ritmo de la historia, lo que, tratándose de una novela tan extensa como ésta, es doblemente meritorio.

En conjunto, todo ello conforma un fresco cuya verdadera protagonista es, en realidad, la propia magia –y no cualquier magia, no, sino la Magia Inglesa, como bien se repite a lo largo del libro. Muy en consonancia con la forma de pensar de los británicos de la época, para los personajes de la novela existen dos clases de países: Inglaterra y el Resto del Mundo–. Desde el primer momento en que hace su primera aparición, en el impresionante capítulo sobre las estatuas de la catedral de York, queda patente que no se trata aquí de ese algo rutinario y casi de relleno en que tantas obras menores del género la han convertido, sino que es, casi, un personaje más, del que Clarke no deja de aportar datos a través, en especial, de los abundantes y característicos pies de página que pueblan casi cada página de su obra –y que constituyen, quizás, un arma de doble filo: aunque es un auténtico placer leer las imaginativas anécdotas, leyendas, cuentos de hadas o referencias a libros imaginarios que aportan, y que contribuyen en mucho a dar trasfondo y profundidad al mundo de la novela, nos obligan una y otra vez a aparcar la trama principal y pararnos a leer el pie correspondiente, lo que en ocasiones puede llegar a distraernos de la historia– y que, en cada una de sus apariciones, nos sorprende y maravilla por igual. Porque pocas veces encontraremos una obra en que la magia parezca realmente magia; algo vivo, extraño y siempre asombroso, mucho más que un par de conjuros sacados de algún juego de rol o un mero deux ex machina. La magia es, pues, el eje en torno al cual gira toda la novela y se le concede exactamente la importancia que tiene, además de constituir un verdadero testimonio, por momentos, de la imaginación que aporta la autora.

Jonathan Strange y el señor Norrell es, en conclusión, un libro que recomiendo sin reservas a cualquiera que esté buscando una fantasía distinta y, ante todo, de calidad; no creo que quede decepcionado. Los comienzos de Susanna Clarke en la novela no podían ser más prometedores y, si podemos considerar este libro un indicativo de lo que es capaz de hacer, nos encontramos sin lugar a dudas ante una autora a seguir muy atentamente. Algún día, este libro será considerado uno de los clásicos del género fantástico. Y no hace falta ser un practicante de magia inglesa para darse cuenta.

Un comentario en «Jonathan Strange y el Señor Norrell, de Susanna Clarke»

  1. Como bien has dicho, esta novela es una verdadera joya. No podría asegurar si es mi novela favorita, pero sí una de ellas, ya que me la habré leído unas cinco veces, y aún así, nunca dejo de descubrir nuevos detalles en la historia.

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