El Rito, de Laird Barron

El Rito

En estos años de escribir crítica por internet así sin tener ni puta idea y a la buena de Dios, he descubierto que tengo una costumbre pelín inquietante y es que, a pesar de intentar mantener el máximo respeto posible por el autor o autora y su obra, hay novelas, tebeos y películas que poseen la virtud de ponerme de mal humor. Que nada más terminarlas y como poseído por el espíritu del dueño de la Mazmorra del Androide, siento el impulso irrefrenable de abalanzarme sobre el teclado para dejar muy clara mi imprescindible opinión en internet, ¡esto es una mierda, que lo sepa el mundo!. Lo inquietante, decía, es que me cuesta mucho más escribir sobre algo que me ha gustado que hacerlo sobre una obra que he odiado muy fuertemente. Este último caso resulta sencillísimo; poseído por el fuego purificador de la ira reprimida durante mi vida cotidiana, el odio fluye que da gusto, convirtiendo en ceniza los escrúpulos que intento mantener con otras obras que me han medio gustado o no me han convencido del todo. Vamos, una cosa ni medio normal en una persona sana mentalmente. Y no se ría, que sospecho que no soy el único.

Algo así me ha ocurrido con El Rito, de Laird Barron, un autor y una novela de terror muy influenciados por Lovecraft y de la que ya se ha hablado largo y tendido, casi siempre para bien. Se trata de la primera novela de Barron, un escritor especializado en relatos, con dos antologías ya publicadas, y del que había leído muchas cosas y todas buenas, así que le tenía bastantes ganas a esta novela, confiado en disfrutarla. Desgraciadamente no; me ha gustado poco, tirando a nada. Pero antes de empezar quisiera ofrecer mis disculpas al autor, su familia, los editores, el traductor, los de la imprenta, distribuidores, libreros y lectores a quienes les haya gustado mucho; si sois fans de El Rito parad aquí, porque me voy a despachar a gusto. Y voy a destripar la novela, ¡así que ojocuidao!

El arranque de El Rito es ciertamente curioso e interesante, se nos presentan dos relatos y un interludio que, aparentemente, no tienen nada que ver entre sí. El primero es una reinterpretación adulta para el gusto moderno del cuento de Rumpelstiltskin, muy al estilo Sapkowski; sarcástico, áspero y crudo, un relato que destacaría sin problemas en cualquier antología. Sin embargo, un detalle me puso la mosca detrás de la oreja; el sacrificio de una bella señorita en un altar de piedra, un cliché pulp que imagino es un homenaje al clásico relato “La piedra negra”, de Robert Howard (a su vez inspirado en Machen), y que presagia alguno de los problemas que vendrán después.

La segunda historia también resulta satisfactoria, presentándonos a los personajes que a la postre serán protagonistas de la novela, un matrimonio de investigadores universitarios, un geólogo, Don, y una antropóloga, Michelle, de vacaciones en el México de 1956. Tras una llamada de teléfono de un colega profesional, Michelle se marcha apresuradamente sin dar explicaciones a su marido, quien, pasados dos días sin noticias de ella, sale en su búsqueda. Pero nada es lo que parece en la historia de un Orfeo norteamericano perdido por los infiernos de los bajos fondos imaginarios de una ciudad mexicana. Otro buen relato que con un par de retoques podría funcionar de forma autónoma perfectamente.

Hasta aquí bien. Superado el preámbulo entramos en el meollo de la novela. Ahora es el presente de 2010 y Don y Michelle viven semirretirados en un pueblecito del estado de Washington. Don es un anciano atacado por lagunas de memoria y dificultades cognitivas provocadas por misteriosas experiencias traumáticas y su esposa Michelle es una todavía activa investigadora que prepara una expedición a Turquía para asistir a una especie de aquelarre o sarao similar. En este punto el ritmo de la narración se frena ostensiblemente, puesto que tenemos que acostumbrarnos a vivir siguiendo la cadencia que nos marca Don según va averiguando el secreto que rodea a su mujer, que ha provocado su demencia prematura y que se ve venir desde que terminas de leer el segundo relato.

Creo que el problema principal (aunque no el único, como veremos más adelante) de El Rito es que es un relato largo obligado a ser novela y se nota muchísimo. Los primeros capítulos son especialmente tediosos, es como si imitando a Lovecraft, Barron intentara recrear en el estado de Washington un microcosmos similar al Arkham de los Mitos, pero de una sentada. Así que Barron se limita a acumular detalles sobre antepasados, familiares, mansiones y terrenos durante páginas y páginas, sin distinguir lo superfluo de lo necesario. En otras ocasiones parece que se ve obligado a hinchar como sea la historia; por ejemplo en el capítulo cuatro. Durante una reunión familiar, el hijo de Don y Michelle, Kurt, narra una anécdota sobre el encuentro que tuvo con una bruja cuando era adolescente. Al principio Kurt remolonea, así que se tiran dos páginas para convencerle hasta que finalmente acepta, claro, y comienza su relato sobre un verano que pasó solo en casa, que si el fútbol americano, que si una novieta, que si un amigo suyo al que le pegaba su padre y se emborrachaba buscando pelea… ZZZzzzz. Nada de esto tiene influencia alguna ni aporta nada a lo que Kurt está contando, pero la frustraciòn es aún mayor cuando el clímax de la historia es la clásica escena de ouija con una tía buena y dos góticas, típica de película de terror de saldo. Un relato, este de la bruja, que, repito, no aporta nada en absoluto a la trama principal e, incluso, al relacionarlo tangencialmente con la misma, queda como un cabo suelto bastante absurdo.

Tampoco me ha funcionado en absoluto Don, el insípido protagonista. La historia está narrada desde su punto de vista, es el típico “narrador poco fiable” pero enseguida te das cuenta de que se trata de un mero mecanismo de la trama para ir dosificando la información al lector a discreción del autor. A veces se acuerda de cosas, a veces no, a veces es descaradamente tramposo “ay, querido lector, se me olvidó contarte aquella vez que mi mujer se desayunó media docena de bebés”. Otras veces tiene reacciones, por decirlo de alguna manera, de persona alelada, como cuando se encuentra en una caverna milenaria esculpida por alienígenas con un pozo insondable a sus pies y a punto de ser absorbido por un portal dimensional que se abre en un altar de huesos humanos y todo lo que se le ocurre decir es “Dios mío, esto es increíble”. O el nulo interés que le provocan unos cuadros espantosos y fascinantes que guarda en el trastero. Todo este comportamiento se justifica con unas “lagunas mentales” provocadas por unos “traumas” que son el nudo que ata la novela pero que llega un momento que no parecen más que excusas para disimular que Don no es más que una herramienta para manejar la intriga de forma cómoda (el incidente de Michelle en Siberia, que se explica cuando conviene a la trama de manera muy descarada). Ni siquiera su relación con Michelle fluye de forma natural, se supone que tienen una historia de amor tremenda y emotiva, pero dicha relación sólo se refleja en soporíferos monólogos interiores de Don, en que follan muy bien y en díálogos como del Frank Miller de Sin City en horas muy bajas.

La torpeza con la que está tratado este aspecto resta toda efectividad al tema central del relato, descubrir que la persona a quien más has amado y con quien has compartido sesenta años de tu vida, te ha estado engañando y utilizando. Un conflicto que pide a gritos que empatices con los personajes, que les cojas cariño incluso. Si Barron hubiera logrado lo que consigue Jonathan Carroll con Thomas y Saxony, la pareja protagonista de El país de las risas, por poner un ejemplo de novela fantástico-costumbrista, el final de El Rito habría sido demoledor. Sin embargo, todo el empeño que Barron pone en desgranar hasta el último detalle de la parentela de Don y Michelle, lo escatima para desarrollar de forma adecuada su relación amorosa, así que, al final su tragedia no me afecta como debería, es más, me da igual. Y es que este es otro problema gordísimo del libro, Barron parece un escritor de pulp noir de los años treinta esforzándose por escribir en el estilo naturalista que le pide la historia, pero como no le sale, le queda un frankenstein de novela que navega entre lo soporífero y lo ridículo.

Todo esto que vengo comentando entre espumarajos se condensa en el capítulo cinco que les resumo a continuación. Don se marcha de excursión a Alaska a superar la crisis de los cuarenta durante cientos de páginas en las cuales nos cuenta como conoció a Michelle, lo mucho que la quiere y el enésimo detalle raro e inquietante sobre ella. El caso es que se vuelve con Michelle porque tienen que ir al entierro o funeral o responso de un amigo fallecido. El sarao es en una mansión perdida en el monte propiedad de un ricacho vecino suyo, un tal Wolverton. Bien, van para allá, Barron te cuenta pormenorizadamente todo el viaje en coche, charlan, Michelle se la chupa un rato a Don mientras éste conduce, paran a comer, reanudan el viaje y vuelven a parar para fumarse un porro en una escena que parece un diálogo entre Bogart y Bacall escrito por Ed Wood;

“Ella dijo con voz ronca y grave:
—Así me gusta, gatito.
—¿Perdón?
—¿A qué te referías con lo de«puede suceder cualquier cosa»?
—Sólo tienes que echar un vistazo. Podríamos estar en plena Edad Oscura, nena.
—No me llames nena, nene.
—Entendido. Aquí estamos, (…) Los lugareños encerrados en sus casonas, las persianas bajadas. Así vivimos durante siglos. Arracimados junto al fuego, escuchando los aullidos de la tierra salvaje.
—Vente un día conmigo al mundo no anglo. Eso es lo más normal del mundo para muchísima gente.
—Ahí voy. Nena. La noche no ha cambiado. Es tal como era hace cien años. Hace mil años”.

“Nena. La noche no ha cambiado” dice el notas, si es que parece una letra de Ramoncín, la madre que me… Les recuerdo que estos personajes que hablan son reputados profesionales en sus respectivos campos científicos aunque se hayan fumado un flai. Bueno, siguen conduciendo otro rato, llegan a la mansión, hay una fiesta de ricos que no sé que me da que van a montar un Eyes Wide Shut (desgraciadamente, no), vienen Hernández y Fernández y le cuentan al lector, perdón, a Don, todo el intríngulis de la trama con palabras de una sola sílaba (aunque en otro lugar del texto se nos dice que son “advertencias crípticas”, ¿?). Don tiene un encuentro con un tipo chunguísimo, probablemente diabólico, le quieren secuestrar, sufre una alucinación, viaja por el espacio y el tiempo o asín y pum, Lost. A ver, escribir pulp no es algo malo per se, pero joer, es que esto es muy pedestre, es que parece un borrador, es que un poquito de por favor.

Respecto a la parafernalia del terror, resulta bastante anodina si exceptuamos los relatos de inicio y el tramo final del último capítulo, vamos, que ni da miedo, ni inquieta, ni las escenas terroríficas son especialmente repugnantes, sugerentes o memorables, todo lo contrario. El incidente en la carretera al principio de la novela, o los sustos en plan casa encantada que sufre Don son directamente ramplones, clichés de película de terror. Sólo salvaría un par de detalles, el gato parlante y el contenido de las vitrinas de la mansión Wolverton. La parte final recupera algo el pulso, pero Barron parece empeñado en sabotearse a sí mismo con su querencia por la parodia pulp. Le tengo que dar la razón a Jeff Vandermeer, resulta complicado crear atmósferas terroríficas utilizando comparaciones con bolas de bolos, torres de control o hula-hops. Por no hablar de la escena de la caverna que se supone un clímax en la historia, con ese villano soltando su discurso de villano y peña saliendo por sorpresa de detrás de estalagmitas o saltando desde las sombras; ta-chán, ahora el otro malo disfrazao de sacerdote con una toga y toda la bisutería, ta-chán, ahora  el extraterrestre chungo. Todo aderezado con diálogos de novela pulp como de hacer reír.

A pesar de todo, este tramo final del capítulo nueve se deja leer, las descripciones de las galaxias devoradas por la oscuridad y los planetas muertos donde habitan y se retuercen los Hijos de la Vieja Sanguijuela están conseguidas, la conclusión del relato de Rumpelstiltskin y cómo se integra en la novela, el “enfrentamiento” final con el enano-gigante o la resolución, sardónica y cruel, con la salvedad antes mencionada, también me han gustado, pero son gotas en un océano de parodia involuntaria. Por no hablar de lo absurdo del Culto a la Sanguijuela y la Oscuridad, es decir, ¿qué ganan los humanos adorando a la Oscuridad? ¿una inmortalidad de mierda para dos o tres afortunados, hechos un despojo bebiendo sangre tirados en playas de huesos hasta el fin de los días? Al menos en “La Sombra sobre Innsmouth” de Lovecraft a los adeptos al culto se les prometía un regreso a la libertad de las profundidades oceánicas, un concepto poderoso y evocador que remite a la liberación del subconsciente, pero claro, aquí estamos ante la diferencia entre un verdadero artista capaz de volcar sus terrores, desequilibrios  y traumas sobre el papel y un imitador bregando con las complejidades de escribir una novela. Tan sólo espero que el género terror supere pronto este sarpullido de devoción e imitación lovecraftiana y encuentre otros horizontes, porque la cosa empieza a tener una pinta francamente mala.

El Rito, de Laird Barron.
(The Croning, Ed. Night Shade Books, 2012).
Trad. Rubén Martín Giráldez.
Ed. Valdemar – Col. Insomnia. 1ª Ed, 2014.
Tapa blanda. 352 pp. 22,80€

4 comentarios en “El Rito, de Laird Barron

  1. Gracias por tu reseña, Alfonso.
    Yo sí soy de los que han disfrutado muchísimo con el Rito ( me duró una sentada). Sólo manifestar mi opinión de que, precisamente, lo que a mi más me gustó de la novela ( más allá, incluso, de esos dos electrizantes primeros capítulos) es la ” morosa” ( no tanto en realidad) exposición de la vida matrimonial del protagonista. La narración me convenció en todo momento. A mí sí, al menos. Creo que la sensación, permanente, ominosa, inquietante, de que la vida del octogenario protagonista se ha levantado a un milímetro de un infierno secreto, y se desliza, imparable, a toda velocidad, hacia ese infierno, está muy conseguida y es convincente en extremo ( al menos, para mi sensibilidad): Las descripciones de la casa, los descubrimientos ( re-descubrimientos) de viejos recuerdos y fotos en el desván, las confidencias padre-hijo sobre las mujeres de la familia, la permanente ambigüedad moral y los siniestros detalles que, de a poco, van anegándolo todo … , leñe, a mi entender, están superconseguidos. En fin, para gustos los colores ( a mí si me gustó esa conversación del coche que reseñas …). Lo único que sí me pareció deslavazado ( y, es porque el narrador está puesto hasta las trancas) es la escena de la casa ( cuyo sentido más coherente no se hace obvio hasta el cierre de la novela …yo sí creo que el escritor está asumiendo un riesgo narrativo en esas escenas …!!). Y lo último. Lo de la bruja. Para mí es de lo mejor de la novela. Las reservas, las demoras de quién la cuenta tienen su origen en el más puro terror …( ojo, aquí viene un espoiler), porque obvias señalar que, avanzado el libro, en una de las conversaciones padre-hijo de cerca del final, el hijo ( quién contó la historia de esa forma casi indirecta) revela a quién pertenece el rostro de la bruja … ese es un detalle muuuy importante ( desde mi punto de vista) que explica muchos de los silencios, ironías, miradas y tensiones implícitos en la escena en que se inserta el relato de la bruja ( y desde luego, entiendo, justifica de modo pleno las vueltas que el hijo-narrador da para afrontar la historia …). Anyway, un abrazo y gracias por tu reseña.

  2. Hola Álvaro. Te agradezco mucho tu comentario porque, aunque no coincidimos en absoluto en la interpretación de la novela, deja patente algo que hay que tener siempre en cuenta al leer una reseña y es que es muy posible que yo no haya entendido las intenciones de Barron, es decir, que no me he enterado de nada, jajaja.

    Además, es interesante que aparezca una interpretación distinta a la mía, es posible también que le fuese cogiendo manía a la novela según la fuese leyendo y ya me molestase cualquier chorradica.

    Saludos!

  3. Tremenda decepción la que me lleve con este libro después de disfrutar bastante de sus excelentes recopilaciones The imago sequence and other stories y Occultation (si lees en inglés te las recomiendo ya). No sé, me queda la impresión de no haberme enterado de nada porque la verdad las vicisitudes del protagonista no me interesaban en absoluto. Como alguien dijo en sedice se esperaba mas de un autor con un parche en el ojo

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