El declive de Detroit se ha convertido en uno de los iconos más representativos de la crisis global. Aunque es un proceso de largo recorrido con décadas a sus espaldas, no ha sido hasta los últimos diez años cuando ha copado los medios de comunicación con esa imagen tan próxima a la que Paul Verhoeven daba en su RoboCop de finales de los 80. La escritora sudafricana Lauren Beukes ha aprovechado su potencial para alojar historias de género y ha situado en sus calles Monstruos rotos, un afilado thriller además de una evocadora radiografía de la ciudad caída. Una simbiosis entre investigación policial y fresco social que no es algo nuevo en Beukes; tanto en Las luminosas como en la inédita Zoo City ya exhibía su inclinación hacia este tipo de historias.
Beukes secuencia Monstruos rotos alrededor de breves capítulos cada uno centrado en un personaje diferente y los agrupa según el día de la investigación. Dos semanas a lo largo de las cuales la ajada capital del motor observa y padece los crímenes de un demente cuyo primer asesinato (la muerte de un niño y su transformación en una macabra escultura formada por mitad superior de su cuerpo unida a los cuartos traseros de un ciervo) apenas es un aperitivo. La opinión pública se muestra ávida por conocer los aspectos más escabrosos, una notoriedad anhelada por el propio asesino.
La encargada de apresarle es la inspectora Gabriela Versado. Hispana, divorciada, enfrentada a su primer gran caso, vive junto a una hija adolescente, Layla, con la que mantiene una tensa relación. Sus horarios condicionan su vida personal y le dificultan atenderla como ambas necesitan. El tira y afloja madre-hija se convierte en el segundo gran eje de Monstruos rotos en cuanto Layla comienza a meterse en las telas de araña propias de una adolescente en plena exploración de sus límites; charcos del calado de ir a la caza de pedófilos para “destruirles” grabándoles mientras se masturban delante de sus webcams. La espiral autodestructiva en la cual Layla cae durante esos diez días, un caballo sin riendas en rumbo de colisión con la investigación de su madre, quizás fuerza la credibilidad de la trama pero también depara la relación más auténtica de la novela.
El excelente trabajo de caracterización por parte de Beukes se extiende a Jonno, un periodista en busca de un modo de ganarse la vida. Una iluminación que le llega de la mano de Jess, una DJ que le convence para retratar el Detroit más recóndito mediante videoreportajes distribuidos en internet. En otra esquina de la ciudad se mueve TK, un habitante del arroyo que menudea con los restos abandonados en los desahucios o las industrias clausuradas. Cada una de estas historias se apoya y realimenta con las otras para, a partir del nudo gordiano de mitad de su extensión, quedar indisolublemente vinculadas al hilo principal.
Si en Las luminosas los capítulos centrados en las vidas de cada víctima plasmaban la explotación y abuso de mujeres, en Monstruos rotos Beukes vuelve a explorar colateralmente las enlodadas fronteras de la sociedad occidental. En su faceta más evidente, las consecuencias de la crisis a través de ese Detroit en caída libre donde las clases más desfavorecidas se han quedado sin mecanismos de salvaguarda en contraposición a los que todavía conservan un estatus, únicamente preocupados por mantener una cierta ilusión de estabilidad. Este retrato, además, se acerca a la resiliencia de sus habitantes, cómo se adaptan a un entorno en descomposición y encuentran nichos donde pervivir.
A su vez, a través de Jonno cristalizan la macabra atracción por las facetas más escabrosas de la vida del lumpen, la explotación del dolor de las víctimas por sus familiares más cercanos, la necesidad de un público anónimo por sumergirse en las circunstancias más execrables de su hábitat para regocijo de los proveedores de carnaza… Vínculos con esa falsa moralidad de quien apenas se preocupa por la falta de ética mientras los afectados no sean ellos, el caldo donde se maceran unos adolescentes destinados a perder su inocencia por debajo del umbral de percepción de sus progenitores.
Esta descripción abordada mediante un discurso nada condescendiente, con un tono irónico a veces un poco grueso y, a diferencia de mi burdo resumen, exento de cualquier alarde moralizante, se toma su tiempo. Para algunos lectores quizás robe protagonismo a los fragmentos más primitivamente satisfactorios: el asesino, su naturaleza, su caza. En este sentido, Monstruos rotos es una novela diametralmente opuesta a Las luminosas. Aquí prima la construcción de un lugar narrativo más complejo y maduro, con relaciones más elaboradas. Eso tiene un efecto sobre la cadencia, más acompasada hasta su desatado último tercio donde espera una recompensa para los aficionados al mestizaje de géneros (y una bofetada en la cara para los más puristas). Sin duda, requiere de paciencia para obtener las recompensas que aguardan en su interior.
Monstruos rotos (Siruela, col. Nuevos tiempos nº335, 2016)
Broken Monsters (2016)
Traducción: Rubén Martín Giráldez
Rústica. 442pp. 21,95 €
Ficha en la web de la editorial