El marciano, de Andy Weir, y Marte, según Drew Goddard y Ridley Scott

Marte

Recupero –adecentado para C–, un antiguo texto sobre la adaptación al cine de El marciano, de Andy Weir, aprovechando que se publica la traducción al castellano de Project Hail Mary, su nueva novela. Parafraseando al Rodrigo Fresán de El fondo del cielo, cuando matizaba que la suya no era una novela de ciencia ficción sino con ciencia ficción, podemos decir que Marte no es una historia sobre el planeta rojo, sobre sus características y potencialidades, sino ubicada en Marte. Nada más. De ciencia ficción tiene poco.

Es tanto el rigor, tanta la ciencia que desprenden las páginas de la novela, que lo imaginado no es un descabellado salto al vacío sino los siguientes pasos, muy documentados, de lo que la ciencia actual permitiría. Weir estudió la realidad de nuestro tiempo, el estado de las ciencias duras, llegó hasta el límite mismo de lo posible, y dio sólo un pasito más. Con eso y, sobre todo, con el sorprendente talento que tiene para la recreación literaria de la personalidad humana, consiguió una de las mejores novelas de ciencia ficción dura de lo que llevamos de siglo.

Artemisa, su siguiente novela (auténticamente soporífera), se centraba demasiado en los supuestos enigmas de una trama de contrabando y sabotaje, de corrupción y crímenes, que no acababa de funcionar: era aburrida y las páginas avanzaban sin gracia, salvo, otra vez, por la imantadora personalidad de su personaje principal, Jazz, que era carismática y chispeante. Weir dio un paso más en sus atrevimientos imaginativos, y así como en su ópera prima, como digo, se empapó de la última ciencia puntera y dio el siguiente paso lógico, autorizado por el conocimiento, respaldado por la empírica ciencia de sus estudios, para orquestar su situación de supervivencia en Marte, en Artemisa se atrevió a crear una sociedad lunar, dando así un buen salto imaginativo con respecto a la realidad contrastable.

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Gótico, de Silvia Moreno-García

GóticoHay muchas cosas que Silvia Moreno-García hace bien en Gótico. La más relevante la sugiere el propio título: ofrece un relato gótico en toda su amplitud. Desarrolla un argumento con una fuerte componente romántica a través de unos personajes y un lugar narrativo que remiten a un imaginario clásico, a los que Moreno-García aporta un cariz contemporáneo que tarda un poco en ganar momentum. De hecho, esta historia de una joven que acude a socorrer a su prima, Catalina, casada con un hombre de origen inglés perteneciente a una familia de rancio abolengo muy venida a menos, quizás sea el mayor disuasor para acercarse a Gótico. Lo atractivo, y lo que me ha llevado a disfrutar de su lectura, es lo que ocurre en los entresijos del arquetipo; la tarea de recreación y resignificación de los elementos que componen la narración, comenzando por el misterio en las entrañas de High Place, la inevitable mansión escenario de la novela.

Cuando la protagonista, Noemí Taboada, llega hasta la pequeña ciudad donde se encuentra el edificio, Moreno-García enfatiza su alejamiento del resto del país donde se encuentra. Por las reglas que operan en su interior, su aislamiento físico en un paisaje montañoso sin infraestructuras dignas de tal nombre, y su traumática historia para la población local. La casa fue levantada sobre una mina de plata explotada por los españoles que vivió un nuevo proceso de colonización cuando una familia británica, los Doyle, se hizo con ella a mediados del siglo XIX. Esta repetición de la jugada, con su abuso de los nativos, es la que cobra relevancia cuando se comenta la extraña plaga padecida durante el Porfiriato, que exterminó a la práctica totalidad de los trabajadores, y la ruina económica ocasionada por la Revolución, y un turbulento suceso familiar cuyos detalles tardan en conocerse. Los Doyle intentan paliar la situación a través del matrimonio del heredero, Virgil, con Catalina, aunque esta aqueja una enfermedad que lleva a Noemí hasta allí; a averiguar qué ocurre con su prima y, necesariamente, resolver el enigma de detrás de High Place.

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Esta noche arderá el cielo, de Emilio Bueso

Esta noche arderá el cieloDos de las cosas que siempre encontramos cuando leemos ensayos sobre ciencia ficción, casi como requisito indispensable para su existencia, son: primero, una historia del género, y, segundo, una (titubeante) definición del género. También existe la vertiente historicista del segundo requisito: historiar las distintas, y cambiantes, definiciones que ha tenido la ciencia ficción. Es inevitable. Abramos el libro que abramos, si habla de ciencia ficción, tendremos esos capítulos garantizados. Con Esta noche arderá el cielo, de Emilio Bueso, estamos ante un reto interpretativo que puede obligarnos a recurrir a esas reflexiones que los ensayistas del género han ido sembrando, puntuales, en sus libros: ¿es o no es ciencia ficción? ¿Será terror? ¿Fantasía macabra? Cada uno lo tiene claro a su manera.

Yo digo ciencia ficción, sin duda. Es tan buena que me gustaría adjudicársela al género como prueba de que está cogiendo forma, de que empieza a alzar el vuelo en nuestro idioma. En parte. Pero no sólo: el escenario de la novela es tan postapocalíptico como el de una novela que, esta sí, NO es del género pero coquetea con él: me refiero a Intemperie, de Jesús Carrasco. Bueso está a la altura. Bueso ha dibujado los bosques inhóspitos del Norte de Canadá –escenario original, silvestre, cautivador, “no por real menos imaginario y mitológico”, por decirlo con palabras ferlosianas– como un terreno devorado en el que sólo sobreviven animalillos perdidos, gente desorientada, locos. Son tierras arrasadas, deshumanizadas. Como abandonadas por todo. En este sentido, también se puede considerar directamente apocalíptica, como hace Elia Barceló.

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Fracasando por placer (XXVIII): The Magazine of Fantasy & Science Fiction, octubre de 1969. También Ciencia Ficción, Selección 20, Bruguera, 1976

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Ya he explicado varias veces que no me parece que pueda considerarse que la Edad de Oro de la cf se sitúe en los años cuarenta, como ha sido el convencionalismo impuesto durante décadas. En años sucesivos, la práctica totalidad de los mejores autores anglosajones de esa primera época publicaron buena parte de sus obras más destacadas (Sturgeon y Heinlein en los sesenta, Asimov, Pohl y Clarke en los setenta), a la vez que se consolidaban como figuras también los mejores de los aparecidos en los cincuenta (Silverberg, Dick, Ballard, Aldiss), y los posteriores se encontraban en una prematura plenitud (porque Le Guin, Zelazny, Disch, Delany, Niven o Tiptree nunca superaron el nivel de sus primeros quince años de carrera). Aunque el final de los ochenta y comienzos de los noventa presenció la hegemonía de una nueva aristocracia (Gibson, Willis, Robinson, Vinge…) posiblemente nunca como en ese periodo entre 1965 y 1980, aproximadamente, se produjo un cruce de talentos generacional tan importante dentro del género.

Y así podían producirse fenómenos como que The Magazine of Fantasy & Science Fiction se marcara un número de aniversario con un cartel como este: Asimov, Bradbury, Dick, Sturgeon, Aldiss, Ellison, Zelazny, Niven y Bloch. Creo que ningún número de revista en la historia del género ha presentado una alineación tan poderosa, ni siquiera la propia F&SF cinco años después, cuando en sus bodas de bronce incluyó algunos nombres para mí de menor interés como los de Anderson, Dickson, Merrill o Bretnor. Si bien ese 25 aniversario entraría a la historia quizá más que este número que vengo a comentar por distintas razones: un Hugo para Ellison, el maravilloso “Tam, mudo y sin gloria” de Frederick Pohl sobre notas de Cyril Kornbluth (uno de los mejores relatos poco conocidos de la historia del género, para mí), y un cuento infame de Dick que sus seguidores preferimos olvidar, “Las prepersonas”, que generó gran polvareda al hacer montar en justa cólera a Joanna Russ, entre otras. Pero esa es una historia para otro día.

No había conseguido este número del 20 aniversario hasta hace muy poco, en perfecto estado con su cubierta negra mate y su papel de mala calidad, pero en la compra me cegó su fulgor: todos los cuentos están en el número 20 de las selecciones de Bruguera, salvo el de Bloch, que apareció en el último número (el 4) del extraño experimento de selecciones de fantasía que hizo la misma casa. Por tanto, había leído tiempo ha todos los cuentos. La razón de que me pasara inadvertido en detalle fue que, mientras el Selección 25 destacaba desde la portada que remitía al número aniversario correspondiente (del que se saltaban varios cuentos), en esta selección 20 sólo había una mención al detalle en la contraportada. El propio Carlo Frabetti, en el prólogo, anda bastante a por uvas soltando una perorata sobre la falacia de identificar progreso con calidad de vida, que es un tema que solo se toca en alguno de los cuentos incluidos. Incluso manda su típico mensajito izquierdosillo que yo compro como el rojete de cuarta categoría que soy, mencionando “la trama de intereses creados que desvían el progreso lejos y a menudo en contra del bien común”. El hecho de presentar el mejor sumario que había tenido nunca sus antologías no parece despertarle a Frabetti ni frío ni calor.

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Vida y milagros de Stony Mayhall, de Daryl Gregory

Vida y milagros de Stony MayhallHace unos cuantos años que el subgénero de novelas apocalípticas con muertos vivientes como protagonistas ha pasado a mejor vida. Una frase irónica que en el caso de este libro cobra una dimensión especial ya que originalmente fue publicado en medio de toda la explosión de productos relacionados que casi acaba con nosotros hace una década al albor del éxito de The Walking Dead, entre otros. Con la perspectiva del tiempo no resultaría extraño que a mucha gente Vida y milagros de Stony Mayhall le pasara por alto en aquellos tiempos. Me imagino a lectores pensando aquello de ¿otra novela de zombis? ¿OTRA? No, gracias.

Pero ¿sería ese un juicio justo para Vida y milagros de Stony Mayhall? Probablemente no. Este es un libro protagonizado principalmente por zombis rodeados de seres de su misma condición. Sin embargo, olvidaos de un mundo apocalíptico, ruinas, supervivencia, etc. Aquí los supervivientes son los propios muertos vivientes mientras la humanidad continua con una vida más o menos normal.

En los años sesenta (concretamente en 1968, insertar saludo del autor de esta novela a George Romero) tiene lugar un brote vírico que convierte a los humanos en zombis. Un COVID-19 con potenciador que, por suerte, es finalmente controlado tras el fallecimiento de lo que algún político de nuestros días diría “un número razonable de muertes”. Con la pandemia encaminada, una familia encuentra una mujer congelada en una carretera cubierta de nieve. En sus brazos, un bebe de piel deshecha característica de los seres contagiados ahora exterminados. Aunque debería ser entregado a las autoridades para evitar cualquier brote, la familia decide quedarse con el recién nacido, alimentarlo, cuidarlo y verlo crecer siendo uno más en casa.

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Canciones de amor para tímidos y cínicos, de Robert Shearman

Canciones de amor para tímidos y cínicosMenudo órdago se lanzó Robert Shearman con Canciones de amor para tímidos y cínicos. Su título anuncia las guías que conectan sus relatos; historias con una base romántica donde Shearman explora la idea del amor en toda su amplitud: romántico, paterno-filial, tóxico, no correspondido… Esta variedad desacomplejada se acrecienta con las situaciones desde las cuales lo aborda, desde un fantástico que termina internándose en la fantasía o lo surrealista pasando por la autoficción o el terror. En ocasiones desde un punto absurdo que, aun cuando no termina de funcionar, demuestra una inteligencia, un vitriolo y, ocasionalmente, una mala hostia que afilan sus ideas en múltiples direcciones. Puede que ninguno llegue a resultar incontestable, de esos que alegremente solemos tildar como Obra Maestra, pero es fácil comprender a los jurados de los premios Británico de Fantasía y el Shirley Jackson cuando le otorgaron a Canciones de amor para tímidos y cínicos la categoría de Mejor Colección de Relatos el año de su publicación.

Shearman hace crecer sus ficciones siempre desde lo ordinario, con tres opciones de partida. Una es un principio cotidiano en el que irrumpe un suceso extraordinario destinado a darle una sacudida sin, por ello, abandonar ese entorno costumbrista. Sería el ejemplo de “Animal atropellado”, el texto más largo de Canciones de amor para tímidos y cínicos. Se inicia cuando dos compañeros de trabajo, en un incómodo viaje por carretera durante el cual no fluye la conversación, atropellan un conejo que, para su sorpresa, cuenta con unas alas a lo murciélago. Lo insólito ejerce de rompehielos y terminan consumando en un motel de carretera la química recién aparecida entre ambos. Lo mejor de “Animal atropellado” llega de la caracterización del varón dentro de un patetismo extremo junto a un subtexto sobre la necesidad de aire fresco en relaciones estancadas por lo rutinario, pero no es suficiente para hacer olvidar su falta de regularidad. Lo descabellado de ese elemento fortuito, y su trivialidad, entorpecen bastante la recepción de una historia que avanza a salto de mata. Como otros cuentos, el desarrollo es errático y amenaza con devorar, si no devora, algunos de los logros. Por fortuna, otros se mantienen incólumes.

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Los fantasmas de mi vida, de Mark Fisher

Los fantasmas de mi vidaDe los tres libros de Mark Fisher que llevo leídos, éste es el que más me ha costado. Aunque hay una serie de ideas que lo recorren de principio a fin, su estructura capitular recuerda en todo momento su origen como recopilación de ensayos; una sensación bastante, mucho más profunda que en Lo raro y lo espeluznante y Realismo capitalista. Además abunda en dos cuestiones problemáticas según sea tu bagaje. Primero, el peso de la crítica musical. Durante los años 90 Fisher tocó en un grupo tecno y, tras doctorarse en filosofía, se convirtió en uno de los más reputados analistas musicales en el Reino Unido. Esta inclinación se deja sentir en más de la mitad de los textos de Los fantasmas de mi vida. Igualmente, el ensayo donde siembra las ideas guía del libro a ratos me ha resultado oscuro, demasiado para ser una introducción que debe abrirte las puertas e iluminar lo que vas a leer a continuación.

“La lenta cancelación del futuro” es, al mismo tiempo, el esqueleto y el tejido conectivo de Los fantasmas de la vida. La ligazón destinada a presentar los temas principales y dar sensación de conjunto. El título ya aclara su dirección; cómo una maquinaria corporativa basada en el consumo y la represión ha sesgado las mayores manifestaciones culturales del cambio hasta instaurar ese realismo capitalista sobre el cuál escribía en su obra más conocida; un presente asociado a la idea de fin de la historia en el cuál es más fácil imaginar el fin del mundo que una alternativa al capitalismo. El principal vehículo para exponer este proceso, y a lo que va a dedicar gran parte de las 200 páginas posteriores, es la música. Según Fisher, el árbol filogenético de la música, bastante sencillo de detallar a lo largo de los años 60, 70 y 80, perdió su linealidad y se quebró en las últimas décadas. Hasta el punto que resulta imposible establecer el origen o las consecuencias de cualquier movimiento en un entorno que se ha vuelto circular. La repetición de estilos y temas ha frustrado cualquier posibilidad de progreso y aboca a un presente estancado en la nostalgia. Esta cancelación del futuro se pone en contraposición a las hauntologías; artefactos culturales creados por una serie de artistas, atrapados por la melancolía de ese futuro que ya no iba a ser y la forma en que la tecnología materializa la memoria.

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Oryx y Crake, de Margaret Atwood

Oryx y CrakeHan tenido que pasar 10 años para que una editorial retomara MaddAddam; la trilogía escrita por Margaret Atwood entre 2003 y 2013 cuya edición quedara inconclusa tras la publicación Oryx y Crake y El año del diluvio. Antes de traducir el inédito MaddAdam, Salamandra ha recuperando este verano los dos primeros volúmenes. Conviene recordar la excelente acogida entre el aficionado a la ciencia ficción del primero de ellos, una recepción que no se repitió con El año del diluvio, un poco por la curiosa concepción de esta novela sobre la cual ahora escribo. En Oryx y Crake Margaret Atwood carga el peso sobre la invención de dos escenarios bien delimitados en el tiempo y las relaciones causa-efecto. En ese contexto, la pequeña peripecia que comprende empieza y (más o menos) termina, con lo cual, sin más información, nadie puede aducir que se haya quedado colgado. Si a esto le añades los seis años transcurridos entre la traducción de este título y la publicación de El año del diluvio, la situación puede entenderse un poco mejor.

Aun a riesgo de repetirme, me ha sorprendido el peso que Margaret Atwood pone sobre la construcción del lugar narrativo. No tanto de los personajes y sus relaciones, sino sobre el escenario y su transmisión. Un aspecto crucial cuando estás ante una distopía y un postapocalíptico, las dos historias entrelazadas en Oryx y Crake, pero cuya relevancia es tan determinante que en muchos momentos el argumento se me ha antojado casi trivial. Además Atwood entrelaza una serie de ideas profundamente reaccionarias y perturbadoras en lo que se refiere a la relación del hombre con la tecnología y la naturaleza, y la ficcionalización de las tensiones de la sociedad occidental contemporánea, que siempre se sustentan sobre una elaboración concienzuda.

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Sabio idiota, de Ricardo Montesinos

Sabio idiotaHay quien, como Irene Vallejo, sostiene que se publica y se lee más que nunca. No cabe duda de que la oferta editorial es enorme y que la lectura se ha hecho más accesible que nunca. A pesar de todo esto a muchos nos resulta cada vez más difícil encontrar una historia lo suficientemente novedosa como para que nos atrape si no viene acompañada de algo más, como de unos buenos personajes o de una prosa lo suficientemente seductora. En mi caso, posiblemente se deba a un exceso de lecturas, así que cuando uno ve comentarios tan entusiastas como los que aparecen en la web de Insólita, la editorial que publica Sabio idiota, no puede evitar hacerse ilusiones. A estos elogios hay que añadir además otros igual de magnánimos de los blogs más conocidos dedicados al género fantástico. Y me vuelven a surgir las dudas sobre la validez de mis apreciaciones, sobre mi buen juicio a la hora de valorar un libro. El caso es que estaría de acuerdo con casi todo lo que se dice si no estuviéramos hablando de un libro dirigido a un público adulto.

Este exceso de superlativos y de términos tirando a hiperbólicos como «magistral», «imaginación desbordante», «pluma afilada»…, lo cierto es que no le hacen un gran favor al libro que no es más que una sencilla y entretenida novela de aventuras juvenil. ¡Qué dirán ante libros como La bomba número seis y otros relatos, de Paolo Bacigalupi o Hyperion, de Dan Simmons, por no hablar de Nunca me abandones, de Kazuo Ishiguro o de La carretera, de Cormac McCarthy habiendo agotado todos los adjetivos! La mayoría de esos aspectos fabulosos que se dice que Sabio idiota toca con maestría, desde mi punto de vista no sirven más que de envoltorio de una aventura entretenida y no creo que tengan otra razón de ser que la ornamental. Hay un poco de matemáticas, que funciona como un «Macguffin» y poco más. La injusticia social está presente pero de ahí a decir que hay una trama política existe un abismo. Se habla de «steampunk», de ucronía e incluso de ciencia ficción hard, vamos, muchas más etiquetas que la enjundia que pueda tener el libro.

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Oscura deriva, de Carlos J. Sánchez

Oscura derivaDos de los atrevimientos de Oscura deriva son de una osadía fuera de lo común: la narración en segunda persona, y la presencia permeante, casi diría que enaltecedora, de la rabia, del odio, la culpa y la venganza, en el corazón de la historia. Como motor de la historia. Hay que atreverse a erigir una primera novela sobre estos andamios (y que, como es el caso, no parezca una primera novela). Pero no basta con decir esto. Hay que explicar qué tienen de osado esas intenciones, qué tiene de valentía el autor, Carlos J. Sánchez, al haber parido una novela como Oscura deriva, que no intenta, ni quiere, congraciarse con nadie.

La segunda persona es un riesgo por la dificultad que encarna, porque esa voz se dirige a un tú odiado y por lo tanto a quien lee le llega esa voz narrativa como teledirigida, como personalizada, y en Oscura deriva, como decía, nos hablan desde unas coordenadas muy poco complacientes. Nos está desorientando, esa voz: hay una dirección única, es decir, hay alguien que tiene el control de la situación y no es precisamente el protagonista de la acción, sino una voz in absentia que nos habla desde un futuro no cartografiado, alguien a quien aún no hemos visto en acción pero que lo domina todo, y, en cambio, a quienes sí conocemos, como al capitán Thomas Shrike y su tripulación, no sabemos qué les pasa en tiempo presente ni por qué no responden a esa segunda voz de la dominación. La segunda voz es un desplazamiento.

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