Pinceladas (VII): las ensoñaciones del futuro de Gorodischer y Simak

TrafalgarCuando oímos ‘ciencia ficción’ lo más probable es que le asociemos, al instante, imaginarios propios de la space opera. Es el imaginario que con más fuerza invade nuestro pensamiento. Más, diría, que las sociedades robóticas o los viajes en el tiempo. Proclive a la monumentalidad, el subgénero, colosal e inabarcable, nos empequeñece como lectores. Nos abruma la envergadura y el alcance de sus imágenes, de su topografía sideral. Las distancias, los planetas, las civilizaciones, las tecnologías: es el imaginario de la aventura pero también el del ansia de conocimiento. Es la inmensidad de la mar océana.

Quizá podamos decir que en Argentina se haya escrito la mejor ciencia ficción en castellano. No lo tengo muy claro, pero se podría decir. Trafalgar es un conjunto de cuentos vagamente relacionados entre sí. Son las vivencias que le explica el propio Trafalgar a quien quiera oírle, y así, nosotros, al leer, tenemos el mismo estatus que los personajes oyentes que, fascinados y escépticos, le escuchan perorar ante sus siete cafés dobles. La idea de Angélica Gorodischer recuerda a los Cuentos de la taberna del ciervo blanco, de Arthur C. Clarke, aunque las historias son mejores. Hay humor y prosa rápida, y, cuento a cuento, aparte de adentrarse en las posibilidades que ofrece el imaginario de la ciencia ficción, se va afianzando la personalidad de Trafalgar Medrano. Es el retorno a la literatura oral. La pura inercia humana de expresarse, representada aquí en estos textos, en estas ensoñaciones del futuro.

Dos de Simak, por favor. Qué bueno sería pedir así en las librerías, con esa familiaridad, las obras que nos faltasen de Clifford D.  Simak. The Trouble with Tycho, que no sé si tiene traducción al castellano, es una novela corta, excelente, ambientada en la Luna, que merece un estatus parecido al de El laberinto de la Luna, de Algis Budrys. Su protagonista quiere demostrarse a sí mismo, y, sobre todo, a los que le esperan en la Tierra, en su pequeño y endogámico pueblo de Millville, en Minnesota, que el sí es capaz de triunfar en la Luna. En el cráter de Tycho desapareció, veinte años antes de que empiece la historia, una expedición. Hay líquenes cotizados en la Tierra, y unos sabuesos chispeantes (en sentido estrictamente literal: no son perros sino brillos amalgamados en la oscuridad), y ese cráter que todo el mundo teme. Pero bueno: el protagonista acaba yendo acompañado al cráter, y ahí se dispara la imaginación de Simak. Qué talento para la imagen hipnótica, fascinante, para, con tan poco –unos contrastes de luz, unos intentos de comunicación, unas parcas insinuaciones– conseguir tanto, tanta imagen bonita en la mente lectora. Clifford D. Simak supo llevar al ser humano de cada día a las lejanas visones del futuro que aliviaban, un poco, lo que al protagonista de esta novela: el juicio permanente de la mirada ajena. En la novela también se ve, como quien no quiere la cosa, lo relativas que son las verdades. Consigue que la Luna, con su abrumador silencio y su inmovilidad, con el blanco y negro de su superficie, quede retratada como fuente de misterio atávico. De repente, unas líneas rectas, incongruentes y alienígenas, entre los riscos y promontorios de su superficie.

Quizás algún día muy lejano se lea el megatexto de la ciencia ficción como documento histórico. Quizá se pierda el relato histórico oficial de los libros de texto y queden sólo las visiones del futuro, fijadas en la página impresa, y la futura humanidad encuentre en estas historias el origen de sus costumbres y la razonable explicación de su idiosincrasia. Como los poemas homéricos, sobre cuya autoría no podemos estar seguros pero en cuya historia creemos, gracias, en parte, a los trabajos arqueológicos de Schliemann –que encontró Troya–, los textos que se concibieron como nostálgicas ensoñaciones del futuro, que miraron hacia adentro de nosotros y lo proyectaron en un imaginario futuro, se leerán como el primer registro documentado de la era posthumana. Algún día mirarán atrás y encontrarán, como Schliemann, algún documento que demuestre que aquí, ahora, en este tiempo que será su pasado remoto, vivimos juntos un puñado de seres humanos que interactuaron con máquinas primitivas, y tendrán así la reconfortante seguridad de conocer su origen y verlo descrito en unas páginas que ya no serán literatura.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.