Hijos de Marte, de Carlos Heras y Ricard Barba

Hijos de MarteTengo un cierto apetito por lo pulp; no hasta el punto de convertirlo en parte regular de mi dieta, sí a la hora de acercarme a algún libro que lo cultive sin rubor. Esta faceta de la ciencia ficción, la fantasía y el terror lleva unos años incapaz de sobreponerse a la desaparición de sus principales medios de propagación: el bolsilibro y el kiosko. En ese tránsito fue decisivo un cambio generacional, con unos nuevos lectores más interesados en otras formas de literatura de aventuras o hambrientos por acercarse a este tipo de historias en otro tipo de ocio. Aun así, descartando las franquicias y los pijamas editoriales, el pulp todavía se puede encontrar en la pequeña edición o en el mecenazgo, y cuenta con una presencia muy testimonial en unas librerías necesitadas de recuperar la inversión con volúmenes de costes más altos; algo que con el formato bolsillo, a 7 u 8 euros el ejemplar, se antoja imposible. Sin embargo, inasequibles al desaliento, los escritores cultivan el formato y hay editoriales dispuestas a darles cancha. Tal es el caso del colectivo La Máquina y su colección Máquina negra; libros de bolsillo escritos con la idea de mantener esta manera de enfocar historias centradas en la intriga, la peripecia, la carnaza, eludiendo los desarrollos elaborados, propios de una ficción más extensa y alambicada.

En Hijos de Marte, Carlos Heras y Ricard Barba entrelazan al menos dos tramas. En la superficie, el argumento se sostiene sobre una intriga: descubrir qué ha ocurrido en Marte con una estación extractora de tierras raras. Estos minerales imprescindibles para la industria de alta tecnología siguen llegando a la Tierra con regularidad, pero se ha perdido toda comunicación con el personal encargado de su gestión en el planeta rojo. Se envía un pequeño grupo con la misión de retomar el contacto y descubrir por qué cesó el intercambio de mensajes. Este misterio se desentraña desde dos narraciones intercaladas: la primera sigue a Toni Hernán, el profesor universitario al mando del rescate; la segunda a Liam Keller, uno de los científicos de la mina, testigo de lo sucedido.

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La odisea de Green, de Philip José Farmer

La odisea GreenEste es el primer libro de La biblioteca del laberinto que aparece en C, una efeméride un poco injusta a la hora de reconocer el trabajo de su editor, Francisco Arellano. Lleva años apostando bien por autores españoles, viejos y nuevos; bien por títulos de escritores largamente olvidados por nuestro mercado editorial (Henry Kuttner, C. L. Moore); bien por la traducción de obras más recientes que, en algunos casos, de ser el contexto más propicio, habrían aparecido en colecciones de primera línea en librerías (El ángel de Pasquale, de Paul McAuley). Llevo unos años muy alejado del tipo de literatura que suelen publicar, pero la recuperación de un Farmer inédito, su primera novela impresa, me ha servido para solucionar esta falta en el nutrido “fondo” con el cual contamos en la web.

La odisea de Green es una aventura pulp heredera de las historias de Marte o Venus de Edgar Rice Burroughs. Green, su héroe terrestre, quedó varado en otro mundo y, tras servir como esclavo en una sociedad medievaloide, haber formado una familia con la antigua concubina del duque, Amra, y ascendido hasta la posición más elevada permitida por su condición, tiene la oportunidad de huir hacia la Tierra: una nave se ha estrellado en otra ciudad y sus dos ocupantes han sido hecho prisioneros. Para escapar necesita llegar hasta allí y liberarlos, algo que requerirá cortar lazos con sus dueños y con su nueva familia. Todo esto se revela una tarea más complicada de lo previsto: por la tela de araña construida a su alrededor, por la determinación de Amra y por la geografía alienígena del planeta. Para alcanzar su destino debe atravesar un mar de hierba inmenso, perfectamente navegable en la tradición de las praderas oceánicas de la ciencia ficción, con sus peligros y misterios.

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Fracasando por placer (XXXIII): Géneros que manchan

AlmasDeMetal

En una conversación con amigos surgió el tema de un articulito que escribí hace veinte años y no está disponible online. Como alguna otra de mis ocurrencias de antaño, caso del «efecto Connery» (que hoy ya ha perdido valor porque es un estándar imprescindible de cualquier peli de gran presupuesto) o el «momento atiza», su idea central parece ser citada de cuando en cuando. Es la de los «géneros que manchan», elementos temáticos que hacen que cualquier otro contenido quede en un segundo plano cuando se trata de hacer una clasificación. Lo explicaré con un ejemplo: tomemos una película desarrollada en el antiguo oeste y con continuas escenas de sexo explícito. No será considerada como una película del oeste, sino como una porno.

Admitiré de entrada que todo este tema de la taxonomía de géneros es un pasatiempo estéril, pero también una realidad cotidiana. Las etiquetas nos ayudan a escoger una película en el servicio de streaming, a pasar más tiempo en una u otra sección de la librería, a hacer búsquedas de podcasts. Es un mecanismo artificial, con numerosos defectos, que no responde a la realidad de los contenidos cada vez más sofisticados que se producen o escriben en la actualidad, pero no se puede decir que no sirva para nada cuando lo usamos de forma tan continua pese a que las obras con temáticas mixtas, o al menos con elementos de distintos territorios, sean hoy predominantes. Y por ello, precisamente, es curioso cómo se mantiene la prevalencia de ciertos ingredientes en esas mezclas, que manchan más y son los que predominan a la hora de clasificar.

En esta jerarquía de géneros contaminantes, no cabe duda de que el porno está a la cabeza. Cualquier cosa calificable como porno (no erotismo, que como definición de género suena a muy viejuno y hoy es un contenido evidentemente normalizado) lo es, al margen del resto de consideraciones. Las posibles excepciones que puedan encontrarse (podría citarse alguna cosa de Von Trier, por ejemplo) son muy pocas al menos hasta hoy.

Lo curioso es que mi conclusión es que en el segundo puesto de esa jerarquía estaría la ciencia ficción. Una historia que se desarrolle en la Antigua Roma con elementos de cf, será cf. Todo lo demás queda siempre subordinado a la cf (salvo Flesh Gordon, El despertar con la fuerza si es que tal película existe, que seguro que sí, o similares).

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Gideon la Novena, de Tamsyn Muir

Gideon la NovenaEn ese carrusel de expresiones manidas en el que demasiadas veces se convierte una reseña, “la primera novela” se mantiene como uno de los valores más seguros a la hora de establecer cualquier consideración cuando existe la oportunidad de utilizarla. Esa fuerza, ese vigor, esa transgresión que empujan al autor nuevo en el formato, ávido por culminar un caso práctico de que una fantasía innovadora es posible, con gotas de hibridación con la corriente X o el género Z mientras se incorpora lo aprendido del mundillo Y. En el caso concreto de Gideon la Novena ponen más carne en el asador de participar del estereotipo su aparición en los diferentes premios (finalista del Hugo, el Nebula y el Mundial de Fantasía), el texto de la cubierta trasera

El Emperador necesita nigromantes. La nigromante de la Novena necesita una espadachina. Gideon tiene una espada, unas revistas guarras y ninguna paciencia para tonterías con los muertos vivientes.

, los blurbs de rigor

«No habrás leído nada parecido.»
Forbes

«¡Nigromantes lesbianas exploran un palacio gótico encantado en el espacio!»
Charles Stross

y una serie de problemas narrativos acuciantes. Al final me va a resultar imposible escapar de esta marca.

Gideon la Novena abre la trilogía de La tumba sellada, la serie de libros que han dado a conocer a Tamsyn Nuir. A tenor de sus títulos, cada una tendrá una protagonista distinta vinculada con La Novena Casa, una de las facciones que, repartidas por los planetas de un extraño sistema, sirven al Rey Imperecedero. En el diezmilésimo año de su reinado este emperador inmortal ha convocado a los herederos de las ocho casas (la Primera es la suya) a una prueba en la Morada Canáan; una mansión de dimensiones colosales que dejaría como una humilde choza a un palacio real del barroco. Todos ellos, nigromantes avezados en diferentes artes, acuden en compañía de sus caballeros, sus mejores vasallos especializados no sólo en el manejo de armas blancas sino en entregarse en cuerpo y alma si así les es requerido. Ante ellos se abre una ordalía para determinar quiénes serán los lictores del Emperador. Todas las casas parecen mejor preparadas que la Novena. Su caballero, Ortus, ha desertado y su lugar ha sido ocupado por Gideon, una paria repudiada por su casa y con problemas para aceptar cualquier jerarquía: está enfrentada a muerte con Harrow, la nigromante a la que debiera servir. Pero sin este tipo de retos insuperables el space opera sería mucho más aburrido, ¿no?

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Fracasando por placer (XVIII): Isaac Asimov Magazine nº 11. Forum, 1986

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Si sumáramos las cinco encarnaciones que ha tenido la Isaac Asimov’s Science Fiction Magazine en castellano, resultaría ser la segunda revista con más números de la historia, sólo por detrás de Nueva Dimensión. Sin embargo, esa suma sería totalmente ficticia: cada una de esas etapas fue llevada por una editorial distinta, con propósitos y resultados dispares, sin casi nada más en común que el hecho de que el material anglosajón traducido en ellas fue publicado originalmente en la homónima estadounidense.

También coinciden en el empeño en hacer constar el nombre de Asimov bien gordo, como si fuera un talismán que, obviamente, nunca tuvo gancho suficiente como para llamar la atención de lectores ajenos al género y hacer viable el proyecto. Ya mencioné en otro artículo la extraña obsesión de los editores españoles durante varias décadas por pagar para contar con ese apellido que sólo ha tenido eficacia comercial dentro de la cf cuando se trataba de alguna obra «mayor». Y fuera de él, apenas en contados casos (pienso en la magnífica, al menos para mí como lego, Introducción a la ciencia, los muy amenos tomos de historia aparecidos en Alianza, e imagino que las primeras selecciones de ensayos en Bruguera). El resto, diría que tres cuartas partes largas de las versiones de publicaciones con la rúbrica Asimov en su portada, ha terminado más bien indignamente en las pilas de saldos, fueran antologías, novelas desarrolladas en su universo creativo y apadrinadas de manera discutible o ensayos científicos.

En el caso de las revistas, casi nunca dieron tampoco buenos resultados literarios. En sus números siempre parece haber material procedente del mismo lapso temporal, como si en el acuerdo con la editorial estadounidense, Davis, se incluyera alguna condición al respecto. La consecuencia es que lo traducido es muy irregular, como lo son en sí las revistas americanas de género, que publican tanto cada año que deben tener una manga mucho más ancha que una publicación española que pueda escoger lo que quiera de la fuente que desee siempre que pueda pagar la traducción. El caso extremo es el de la primera encarnación de Asimov’s en español, la de Picazo en 1979-80, que recogía de manera íntegra volúmenes estadounidenses, concretamente los doce primeros. Mala idea a varios niveles, porque la revista americana nació en 1977 y tardó varios años en cobrar fuste; estos números de arranque fueron pestilentes casi de manera íntegra. En 1983, Shawna McCarthy sustituyó a George Scithers, un viejo amigo de Asimov, y arrancó una orientación «literaria» de la publicación obviando totalmente la supuesta herencia del autor que daba nombre a la revista; un giro al que daría continuidad Gardner Dozois desde 1985. Asimov comentaría en alguna ocasión que no acababa de entender muy bien la revista en sus últimos años, pero que le parecía todo bien.

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Esposa hechicera, de Fritz Leiber

Esposa hechicera¡Cuánto daño hicieron aquellas ediciones piratas de Pulp Ediciones! Y, aun así, en el caso de Fritz Leiber la bomba de destrucción lanzada contra su recuperación no se lo ha llevado del todo por delante gracias a la obstinación de Alejo Cuervo y Gigamesh al recuperar, primero, todas las historias de Lankhmar en dos fantásticos volúmenes, y reeditarlas actualmente dentro de la colección Omnium. Sin embargo, no se puede decir lo mismo del resto de la obra de Leiber. Mi novela favorita, Nuestra señora de las tinieblas, vio quemada cualquier posible recuperación tras su edición pirata y el posterior saldo, mientras que el resto, entre su caída en el olvido y el escaso interés por cualquier libro que no haya hecho su carrerita previa en el circuito de reediciones, yacen sepultados bajo su efigie convertida en aquel señor que le daba a la espada y brujería. Y como con tantos otros escritores, es un asunto sumamente injusto.

Aunque Leiber pertenece a una generación previa a Ray Bradbury, Robert Bloch o Richard Matheson, en mi recuerdo no sólo está a la par de todos ellos; en el caso de Bloch y Matheson los supera. Me pierde esa creatividad juguetona donde la falta de complejos se manifestaba a través de un talento imaginativo y una picardía afiladas, casi siempre al servicio de unas marcas genéricas muy acusadas, alejadas de la sobriedad que en demasiados círculos es sinónimo absurdo de buen gusto. Si a esto le añades lo escasamente adaptables al cine o la televisión de sus ficciones, o que ningún superventas lo haya señalado como su maestro, es fácil entender su condena a galeote de gueto de la cual ya no ha sido rescatado. En un grado mayor que Philip José Farmer.

Esposa hechicera, reciente ganadora de un premio tan disparatado como el retro Hugo, es una agradable muestra del Leiber más pulp. El mundo universitario en que la sitúa se convierte en el escenario perfecto para una comedia oscura, con todos los estereotipos habidos y por haber. Alumnos desquiciados por no superar una asignatura, la salvaje competencia entre profesores por lograr un puesto de prestigio, el miedo al plagio, la tensión sexual entre alumnado y profesorado… se benefician no sólo de la multitud de detalles que los alejan de lo vulgar sino, sobre todo, de la celeridad con la que se entremezclan y se suceden. Esposa hechicera tiene mucho de screwball comedy, otro género caído en el olvido.

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Antisolar, de Emilio Bueso

Para muchos de sus lectores y unos cuantos críticos, los textos de Emilio Bueso producen el mismo efecto que un puñetazo en el estómago, un directo al hígado o un gancho a la mandíbula. Con estas frases lo reflejan en sus opiniones y reseñas. Para sus incondicionales, las historias de Bueso son revolucionarias, inesperadas idas de olla, una puta locura; leerlas, dicen, es apostarse el pellejo, jugar a la ruleta rusa y exponerse a una literatura nunca vista. ¿Por qué los libros de Bueso parecen afectar a sus adeptos hasta, por decirlo de algún modo, reventarles la patata? Gran parte de ese efecto, tan contundente como viral, habría que apuntárselo a la imagen que el propio escritor ha ido potenciando en sus discursos, pero la simple propagación por simpatía no es suficiente de por sí para provocar semejante emoción en tal número de personas. Hay algo más, y a poco que se fije, un lector atento podrá encontrar la explicación acudiendo al foco de origen, en novelas como Cenital, Esta noche arderá el cielo o la muy publicitada Transcrepuscular; y de forma más evidente aún, en Antisolar, su continuación. El secreto a voces reside, precisamente, en eso mismo, en la voz narrativa, de la que hablaré al final, después de referirme a una obviedad y acometer un breve análisis.

En una serie lineal como ésta, siempre es más complicado para el critico elaborar un texto largo sobre las continuaciones que sobre el libro que la originó. La materia de la que hablar se reduce, puesto que el escenario, los personajes y la trama ya fueron presentados en el libro anterior y tratados por el reseñador en el análisis que éste dedicó al primer volumen. Le queda entonces, para no repetirse, limitar el estudio a las novedades y a la evolución de lo ya planteado, a valorar cómo se desarrolla lo que quedó en el aire. Para el escritor la restricción es parecida. Sí, ya tiene “hecha” una gran parte del trabajo, pero eso, precisamente, coloca en primer plano su capacidad imaginativa, su pericia para introducir elementos originales que se integren bien con lo anterior y consolidar y hacer avanzar la trama principal mediante un correcto desarrollo de las distintas subtramas, sean estas heredadas o nuevas. El director de cine Juan Antonio Bayona, que acaba de estrenar con éxito Jurassic World 2, decía, hace unos días: “…hay algo gratificante en estas continuaciones y es que en estos episodios es cuando la historia se vuelve más compleja. Es el nudo de la historia. Coges las repercusiones de la parte inicial y las llevas de la forma más compleja posible a la tercera”. Y sin romper la coherencia con el mundo preestablecido, o al menos con cierta continuidad en la historia, apuntaría yo.

En los volúmenes intermedios de una serie, el lector espera que se dé una cierta evolución en la historia sin que cambie del todo el fondo que le sedujo en la primera entrega. Es decir, busca esa complejización y función de puente a la que se refiere el realizador español; tanto la confirmación de los valores que le gustaron en la primera parte como el crecimiento de aquello que los conforman: el escenario, las subtramas, los personajes e incluso el mensaje, que no siempre existe. ¿Qué hay de eso en Antisolar? Digamos que el relato de aventuras se mantiene, que los personajes evolucionan un poco, que las nuevas localizaciones fascinan por igual, que hay menos profundidad de contenido, que se añade poca información a la trama principal y, sobre todo, que la voz del narrador agudiza su presencia.

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De Kant a la ciencia ficción

«Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera,
cortar tablas o distribuir el trabajo.
Evoca primero en las personas el anhelo del mar libre y ancho.»
(Antoine de Saint-Exupéry)

Historia y antología de la ciencia ficción españolaEn la introducción a la antología que trabajamos Julián Díez y yo para Cátedra, hacíamos una afirmación que varias personas me han cuestionado con mayor o menor escepticismo. La afirmación era la siguiente:

Tras Kant se había separado el conocimiento en dos grandes áreas complementarias: la cuantificable con fórmulas y números, y la que pertenece más al terreno de lo trascendente. Esta separación creó un nuevo concepto de sociedad, de ser humano, de universo. A partir de ese momento, comenzó a plantearse que la estética, la ética, la justicia, el amor… tenían una parte material y otra parte de construcción intelectual. Es decir, se certificó que muchos supuestos postulados se deben a opiniones nuestras disfrazadas de justificaciones divinas o (falsamente) universales.

Durante el siglo XIX este cisma derivó en el positivismo y en la pasión por la ciencia y la tecnología. Combinada con la revolución industrial que se producía de forma simultáneamente en esos años, introduciendo en la sociedad de manera progresiva elementos de ciencia cada vez más avanzada, constituiría así el germen del nacimiento de la ciencia ficción.

Este texto final ya contenía algunas modificaciones de Julián a mi teoría de que existe cierta vinculación entre la nuevas perspectivas de la Ilustración y lo que siglo y medio después sería conocido como «ciencia ficción». En fin, las puntualizaciones de mi querido colega me parecieron pertinentes, tanto desde un punto de vista teórico como desde lo divulgativo, especialmente en lo referido a la revolución industrial.

Considero justificadas las críticas que me han llegado desde la publicación, por el acto de fe que exijo ante una concepción de la historia del género que, hasta donde llego, nadie había defendido. Entiendo el escepticismo, que se dude de mi intención, puesto que no creo en ningún acto de fe en ciencias humanísticas. (Cuando dicho acto se le debe a un profesor de universidad, creo menos aún, si no se aportan explicaciones detalladas; conozco demasiado bien la universidad (española o no) como para confiar en los postulados de muchos investigadores.)

Por otra parte, me encantaría realizar algún día una comprobación empírica de mi teoría para satisfacer a los fanáticos irracionales de la razón. Lamentablemente, como tanto pasa en Humanidades, a menudo debemos basarnos en deducciones y justificaciones teóricas más que en comprobaciones empíricas. Eso no deslegitima a las Humanidades, sino que invita a trabajar sus afirmaciones, sincrónica y diacrónicamente, de una manera diferente que en las ciencias empíricas. Sobre esto también escribo más abajo.

Por cierto, aprovecho para defender que de ahí parte la necesidad de una imprescindible visión postmoderna de las mismas (no equivalente a un «todo vale»), visión no aplicable a las certezas empíricas de la tecnología. Esta manera de entender la cultura humana resulta fundamental para lo que pretendo exponer aquí, pero desgraciadamente su discusión merece otros espacios de debate. Espero que el propio desarrollo de mi argumentación permita prescindir por el momento de la eterna e interesante discusión sobre la postmodernidad.

En fin, todo esto me sirve para aclarar que mi afirmación se basa solo en una teoría, aunque esta parta, por supuesto, de las investigaciones y estudios que durante muchos años he realizado en torno a la ciencia ficción, la cultura popular y la filosofía y la historia del siglo XIX y principios del XX (con todas mis humildes limitaciones). Insisto: como debe hacerse siempre en Humanidades (y en cualquier tipo de estudio), mis afirmaciones habrán de ser complementadas, ratificadas, hundidas o matizadas.

Al lío…

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Perros del desierto, de Francisco Serrano

Perros del desierto

Perros del desierto

Un planeta inhóspito y comunicado con la Tierra mediante naves espaciales que necesitan cientos de años para llegar hasta él. Una biosfera semidesértica donde el agua es un bien escaso y cuyo acceso está limitado por la Autoridad Colonial. Unos colonos abandonados a la amenaza de tormentas de arena, criaturas salvajes y bandas de forajidos que acostumbran a matarlos tras una tortura atroz. Unas ciudades que más parecen poblados de Arizona de finales del siglo XIX donde las reyertas aguardan a la vuelta de la esquina.

Como queda claro desde su primer capítulo, Perros del desierto es una historia de frontera que aúna componentes derivados del western, la ciencia ficción, el thriller e, incluso, leves gotas de terror. Una novela breve escrita a la mayor gloria de la literatura pulp o, por qué no, los bolsilibros de nuestros años 60 y 70 que mantiene algunas de sus cualidades más populares a la vez que lima varias de sus carencias.

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