El año del diluvio, de Margaret Atwood

El año del diluvioEl año del diluvio tiene algo de decepcionante. Oryx y Crake se movía adelante y atrás entre dos tiempos y géneros antagónicos, la distopía y el postapocalíptico. Así, entrelazaba causas y consecuencias de un acontecimiento catastrófico en una incisiva reformulación de un futuro cercano. Su desenlace daba paso a un camino que podría haber abierto el foco y penetrar en una historia futura que resolviera la disyuntiva ¿es realmente el fin del mundo o simplemente un nuevo comienzo? El año del diluvio le arrea un martillazo a estas expectativas: mucho más que Oryx y Crake, la autora de El cuento de la criada indaga en facetas de la distopía que conducen hacia la historia postapocalíptica a través de una serie de personajes con un protagonismo marginal en la anterior novela. Esta decisión se sostiene sobre la voluntad de desarrollar nuevos reflejos de la relación especular entre la sociedad occidental y su proyección en esta ficción. Durante bastantes páginas se enrosca en situaciones que avanzan en una espiral muy próxima a un círculo. Y aunque llegado el momento el futuro vuelve a ponerse de manifiesto, lo leído refuerza la idea de que MaddAddam, la tercera y última novela de la secuencia, posiblemente trabaje en esta misma línea. Pero de eso ya hablaré en unas semanas, que ahora mismo estoy con su lectura.

Como apuntaba, en El año del diluvio se alternan dos tiempos: unas migas del presente después de que un virus mortal haya asolado el planeta y el recuerdo de ese pasado que llevó hasta ahí. Ambas secuencias se cuentan a través de dos protagonistas: Toby y Ren. Las secuencias de Toby se cuentan a través de un narrador omnisciente que alterna dos tiempos (presente y, sobre todo, pasado), y las de Ren se relatan en primera persona. Este encadenamiento y sucesión de puntos de vista y aspectos verbales le sirven a Atwood para abarcar una ambiciosa amplitud de mirada: el complejo escenario en el que ambas se desenvuelven y unas vicisitudes emocionales que ponen en primer plano la precariedad de dos mujeres enfrentadas a situaciones de abuso y sus procesos de supervivencia.

Margaret AtwoodToby ha visto a su madre hundirse en la enfermedad entre las deudas médicas y a su padre caer en la desesperación. Su trabajo en una franquicia desquiciada se revela como una trampa cuando comienzan los abusos sexuales por parte de un jefe que, seguramente, terminen con su muerte. Evita este callejón sin salida cuando encuentra asilo entre una secta cristiana new age, los jardineros. Preparacionistas meticulosos, inician a Toby en sus entresijos a un nivel complementado con la visión de otra recién llegada al grupo: Ren. Su madre se la ha llevado del complejo de HelthWyzer, la megacorporación en la que trabaja su padre, después de enamorarse de Zeb, un verso suelto de los jardineros. Ren se relaciona con los miembros más jóvenes de la secta hasta que, tras un enfrentamiento con Zeb, su madre decide regresar a su antigua vida.

Aunque hay algunos vistazos posteriores al apocalipsis donde se vislumbra cómo Toby y Ren han dado esquinazo a la muerte, el protagonismo está en los jardineros. Este grupo ha aprendido a medrar en los márgenes de la sociedad mientras se preparan para ese acontecimiento terminal al que se refieren como el diluvio seco. Su modo de vida, sus contradicciones, el liderazgo pragmático de Adan y su tensa relación con Zeb, son tan importantes para el relato como el crecimiento de Toby y Ren y sus vínculos con los diferentes miembros de la secta.

En esta construcción inclinada hacia lo coral, Atwood vuelve a demostrar sus fortalezas al diseñar su especulación, fundada sobre su conocimiento de grupos neoecologistas, el rechazo a la tecnología y el discurso de regreso a la naturaleza, el arraigo de la religión y una estructura que no por deliberativa deja de ser un patriarcado de los de toda la vida. Sus dinámicas muestran las complicaciones a las que toda estructura humana se enfrenta cuando tiene que vérselas con las emociones de sus miembros. La rigidez mental y las tradiciones, los duelos de poder, las relaciones sentimentales y las venganzas, minan los los propósitos de la comunidad y la solidaridad con la que se guía.

El año del diluvio

Este drama humano, con inevitables rasgos culebronescos, aqueja un cierto cansancio en sus primeras trescientas páginas, cuando las tensiones se dilatan y repiten. Por ejemplo, Ren termina atrapada en un nicho que recuerda al punto de partida de Toby o al de Oryx en la anterior novela. En un sistema desprovisto de mecanismos de equilibrio, Atwood enfatiza cómo los hombres cosifican y explotan a las mujeres, pero narrativamente se siente reiterativo. La construcción parsimoniosa, con un cúmulo de tiras y aflojas entre lo mundano y lo irrelevante, a veces muy de brocha gorda (la mujer despechada, el calzonazos), y una dispersión con coste pero sin beneficio, tampoco ayudan a mantener el interés.

El relato se hace más vibrante cuando, por fin, se suelta el lastre de ese pasado y llega el momento en el cual el diluvio seco toma el protagonismo. Todos los fragmentos se conectan en una narración más canalizada y concreta. Bien llevada pero, también, con sus sinsabores. Como comentaba, la trilogía parece revelar al final su estructura. Se retoma la acción donde se había dejado en Oryx y Crake, se aumenta el caudal de personajes que regresarán en el siguiente libro para terminar de ilustrar el cuadro, pero apenas se les lleva unas escenas más allá de aquel encuentro entre Jimmy, el hombre de las nieves, y los supervivientes de la fogata. La base sustancial de la historia (¡una venganza!), su entramado, sus temas, la propia materia del lugar narrativo, no han progresado proporcionalmente al número de páginas invertidas.

Sigue habiendo fragmentos brillantes, en particular los textos que abren las diferentes partes, unas lúcidas homilías con las que un pastor nos sermonea desde su púlpito. Pero el relato, más convencional, funciona peor. La ambición detrás de la descripción de la distopía y del apocalipsis, en el aumento de los elementos que afirman el final de la historia, no abarca el terreno especulativo, un poco atorado. Esa cierta cojera tiene mucho que ver con unas expectativas desajustadas por mi parte, pero también en una Atwood que se ha dejado llevar por una ciencia ficción donde el mundo se construye y se describe desde un barroquismo en la construcción, menos en sus objetivos y propósitos. Un triunfo en sí mismo pero insuficiente para una escritora como Atwood.

El año del diluvio (Editorial Bruguera, 2010)
The Year of the Flood (2009)
Traducción: Javier Guerrero Longo
Rústica.
Ficha en la Tercera Fundación

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