La Isla Grande en el mar eterno, de Pablo Loperena

La Isla Grande en el mar eternoEs un gran creador de mundos, el navarro Pablo Loperena. Lo demuestra con creces en Ciudad nómada, rebaño miseria —la novela que brotó de su relato homónimo, ganador del premio Alberto Magno en 2016—, y vuelve a hacerlo en La Isla Grande en el mar eterno, recientemente publicada por Insólita, donde se zambulle en la mitología del vudú caribeño para desgranar el devenir de los miembros de una tribu en Haití. Aunque el escenario es nuevo —la historia se desarrolla en esa «Isla Grande» del título—, el marco temporal es el mismo futuro postapocalíptico que ya pudimos atisbar en su primer libro: un planeta Tierra sobreexplotado, exprimido como un limón, que el capitalismo ha devorado hasta los huesos.

Se intuye detrás de La Isla Grande en el mar eterno una labor de documentación mastodóntica, exhaustiva. Es obvio que Loperena sabe de lo que está hablando, y que está encantado de mostrárselo al lector. Consagra su pluma exuberante, casi barroca, a la construcción de la sociedad que ha concebido, y lo hace con minuciosidad y sin prisas, como si del mecanismo de un reloj se tratara, recreándose en cada rito de la congregación, mostrándonos con abundancia de detalles cómo es la vida cotidiana de los habitantes de la isla, qué clase de artefactos utilizan, cuáles son sus valores y creencias, cómo se relacionan entre ellos y cómo se articulan sus políticas con otros grupos vecinos. El worldbuilding, en resumen, es deslumbrante. Y cuánto mérito, además, esto que consigue hacer el autor: ahondar en el universo de Ciudad nómada, rebaño miseria con una novela tan radicalmente distinta de la anterior.

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Así se pierde la guerra del tiempo, de Amal El-Mohtar y Max Gladstone

Así se pierde la guerra del tiempoLa metamorfosis de los usos y costumbres de la ciencia ficción son curiosas. Hace seis décadas, en los primeros años del premio Hugo, una novela como Así se pierde la guerra del tiempo, de más de 50000 palabras (60000 en español), habría sido candidata en la categoría de mejor novela; así lo atestiguan “libritos” como El hombre demolido, Un caso de conciencia, Estrella doble, Estación de tránsito… Hoy, sin embargo, se considera demasiado breve para esa categoría y se introduce en la de novela corta, violentando su límite superior cuando, claramente, merecía haber competido con sus pares en Mejor Novela. Y es una pena porque habría sido una más que digna finalista, si no ganadora. Amal El-Mohtar y Max Gladstone culminan un canto de amor a la ciencia ficción en un ejercicio de síntesis que es mucho más que un homenaje a multitud de historias. Lo atestiguan su argumento y multitud de guiños (argumentales, textuales…) desperdigados a lo largo y ancho de su extensión. De ahí que, en esta reseña, terminen guiando mi recomendación.

En esta guerra en el tiempo entre dos facciones es inevitable ver una puesta al día de la Guerra del cambio. Aquella lucha por la dominación universal entre arañas y serpientes alrededor de la cual Fritz Leiber escribió una novela y varios relatos (“No es una gran magia”, “Movimiento de caballo”, “Intenta cambiar el pasado”) y asentó gran parte de los estereotipos sobre los conflictos temporales. También se hace evidente la materia prima de las historias formistas-mecanistas de Bruce Sterling, con ese enfrentamiento entre un transhumanismo alrededor de la tecnología-máquina y su alternativa capitalizada por la ingeniería biológica. Hasta unos extremos que sólo los lectores de Cismatrix (y Crystal Express) pueden atestiguar.

Esta vertiente de la singularidad ejerce de materia fundacional de Así se pierde la guerra del tiempo. El salto brutal en el progreso humano permite a los dos bandos luchar adelante y atrás en el tiempo; manipular su curso introduciendo semillas del cambio mientras se podan otros hilos gracias a una tecnología indistinguible de la magia. Las invenciones humanas ponen a nuestro servicio un universo convertido en arcilla tal y como reafirman los diversos planos narrativos: en la relación epistolar entre las dos protagonistas, Roja y Azul, un diálogo repleto de alusiones a interpretar sobre ese toma y daca; y en los fragmentos que rellenan los espacios entre misivas en los que un narrador omnisciente expone el descubrimiento de la siguiente carta. Así lo enfatizan El-Mohtar y Gladstone con una retórica que reformula los campos semánticos de muchas palabras para ampliar sus significados.

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Sabio idiota, de Ricardo Montesinos

Sabio idiotaHay quien, como Irene Vallejo, sostiene que se publica y se lee más que nunca. No cabe duda de que la oferta editorial es enorme y que la lectura se ha hecho más accesible que nunca. A pesar de todo esto a muchos nos resulta cada vez más difícil encontrar una historia lo suficientemente novedosa como para que nos atrape si no viene acompañada de algo más, como de unos buenos personajes o de una prosa lo suficientemente seductora. En mi caso, posiblemente se deba a un exceso de lecturas, así que cuando uno ve comentarios tan entusiastas como los que aparecen en la web de Insólita, la editorial que publica Sabio idiota, no puede evitar hacerse ilusiones. A estos elogios hay que añadir además otros igual de magnánimos de los blogs más conocidos dedicados al género fantástico. Y me vuelven a surgir las dudas sobre la validez de mis apreciaciones, sobre mi buen juicio a la hora de valorar un libro. El caso es que estaría de acuerdo con casi todo lo que se dice si no estuviéramos hablando de un libro dirigido a un público adulto.

Este exceso de superlativos y de términos tirando a hiperbólicos como «magistral», «imaginación desbordante», «pluma afilada»…, lo cierto es que no le hacen un gran favor al libro que no es más que una sencilla y entretenida novela de aventuras juvenil. ¡Qué dirán ante libros como La bomba número seis y otros relatos, de Paolo Bacigalupi o Hyperion, de Dan Simmons, por no hablar de Nunca me abandones, de Kazuo Ishiguro o de La carretera, de Cormac McCarthy habiendo agotado todos los adjetivos! La mayoría de esos aspectos fabulosos que se dice que Sabio idiota toca con maestría, desde mi punto de vista no sirven más que de envoltorio de una aventura entretenida y no creo que tengan otra razón de ser que la ornamental. Hay un poco de matemáticas, que funciona como un «Macguffin» y poco más. La injusticia social está presente pero de ahí a decir que hay una trama política existe un abismo. Se habla de «steampunk», de ucronía e incluso de ciencia ficción hard, vamos, muchas más etiquetas que la enjundia que pueda tener el libro.

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Ciudad de jade, de Fonda Lee

Ciudad de JadeEs digno de estudio el complejo que te puede entrar cuando disfrutas con una novela tan aparentemente insustancial como Ciudad de Jade. Una historia encuadrada entre la fantasía y la temática criminal, en la línea de Yendi. Duelo de rufianes, el segundo libro de la serie de Vlad Taltos. Una guerra de bandas por el control de un distrito de la ciudad Adrilanka que no deja de dar golpes de remo desde empujones más propios de un relato de hampones en el Chicago de la ley seca. El discurso cultural dominante sitúa una historia de este pelaje como necesariamente menor y casi ni se entra en la discusión de si ese disfrute es una cuestión de simpatía o puede haber algo más. Esa ausencia de debate, fiarlo todo a “es una mierda, pero es mi mierda”, resulta empobrecedor.

Ciudad de Jade, agraciada con el premio Mundial de Fantasía a la mejor novela en 2018 y publicada en España por Insólita Editorial, se sostiene sobre la enésima historia de familias en conflicto por el dominio de un territorio y una sustancia con una base maravillosa: el Jade. Esta piedra preciosa, controlado por un cartel de la isla de Kekon, puede dotar a quien lo porta de habilidades sobrehumanas de diversa índole, desde una percepción afilada a una piel inquebrantable, pasando por la telequinesis o una velocidad endiablada. Aunque dependiendo de la base genética del individuo, su formación, su abuso, puede generar resistencia, hipersensibilidad o dependencia. Como sólo los oriundos de Kekon han evolucionado para poder canalizar esa energía, hay incluso una droga sintética que permite llegar a controlarla, aunque tiene unos efectos secundarios que llegan a poner en riesgo su vida.

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Ciudad nómada, rebaño miseria, de Pablo Loperena

Ciudad nómada, rebaño miseriaImaginativa, compleja y original, hay mucha tela que cortar en Ciudad nómada, rebaño miseria, primera novela de Pablo Loperena, publicada en 2020 por la editorial Insólita y cuyo germen es el relato del mismo nombre que ganó el premio Alberto Magno en 2016. Su principal virtud es el universo en el que se desarrolla, su complejidad y la minuciosidad con la que el autor construye cada detalle: estructura social, sistemas político y económico, lenguaje, valores, historia, mitos… Paradójicamente, el motivo por el que su lectura se me hizo, en ocasiones, cuesta arriba, está relacionado precisamente con esto: el suministro de información al respecto es constante y prolijo a lo largo de toda la narración (unas veces a través del narrador, otras mediante personajes que se explican cosas los unos a los otros) y acaba resultando abrumador. En general, da la sensación de que la trama es, más que el motor de la novela, la excusa para presentarnos el escenario en el que todo sucede con el mayor detalle posible.

Ciudad nómada, rebaño miseria transcurre en un mundo en el que la humanidad ha transformado el planeta en un gigantesco campo de cultivo (gracias a un proceso global denominado “Reparcelación”) que es trabajado incesantemente por monstruosas ciudades-máquina que lo recorren sin parar sembrando, cosechando y procesando los productos. La inmensa mayoría de la población mundial reside en el interior de estas “ciudades nómadas”. Pero en el exterior, en torno a ellas y en perpetuo movimiento para no quedarse atrás, se arraciman los marginados de la sociedad, los “rebaños miseria” del título, que reutilizan como pueden los desperdicios de la ciudad y se insultan entre sí con expresiones tan molonas como “sesoseco”, “chuscado” o “saco de costras”. La obra se centra fundamentalmente en la vida de los “rebaños miseria” a través de las andanzas de Salvaje, una niña paria que se ha consagrado en cuerpo y alma a una misión de venganza, y Diantre, el tecnomago que la toma bajo su protección. Un porcentaje de la acción, no obstante, se produce en las ciudades, que Loperena nos muestra a través de los ojos de Bo, un ciudadano de clase media, y Nat, una mecaingeniera perteneciente a las capas más bajas de la sociedad urbanita.

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Todos los pájaros del cielo, de Charlie Jane Anders

Todos los pájaros del cieloCharlie Jane Anders consiguió con su primera novela, Todos los pájaros del cielo, hacerse con dos de los premios literarios de género más importantes el mundo: Locus y Nebula. La historia, que va desgranando la relación de sus protagonistas —una bruja y un científico— desde la infancia hasta la edad adulta, parte de una premisa arriesgada, porque se mueve a caballo entre dos géneros —ciencia ficción y fantasía— en principio antagónicos, a pesar de esa frase de eslogan, “la ciencia y la magia pueden ser las dos caras de una misma moneda”, que reza la contraportada del libro. Y aunque el resultado, en mi opinión, esté más cerca del cuento de hadas que de ninguna otra cosa (por mucho que haya entre sus páginas inteligencias artificiales, tablets hiperevolucionadas y máquinas generadoras de agujero de gusano), el experimento es un éxito debido sobre todo al carisma de sus personajes, el ritmo ágil y una cierta socarronería que parece impregnarlo todo, como si Anders, en el fondo, no esperara que el lector se tomara su obra completamente en serio.

La novela arranca con la presentación de dos niños, Patricia y Laurence, que tienen muchas cosas en común: ambos están inadaptados en el colegio, son incomprendidos por sus familias y tienen capacidades extraordinarias: ella puede hablar con los animales y él consigue construir una máquina del tiempo que le permite viajar dos segundos hacia el futuro. Entre ambos no tarda en surgir una bonita amistad (y soy consciente de lo desgastado que suena ese adjetivo, “bonita”, para calificar una amistad, pero la relación de camaradería que mantienen los dos es realmente cautivadora) que se mantendrá con sus más, sus menos y sus paréntesis, a lo largo de sus vidas.

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El largo viaje a un pequeño planeta iracundo, de Becky Chambers

El largo viaje a un pequeño planeta iracundoEl fenómeno de los libros autopublicados y más tarde recuperados por una editorial se ha convertido en moneda de curso común. Son múltiples los títulos aparecidos en los últimos tres o cuatro años que, relanzados por sellos establecidos, han permitido a sus autores hacerse un hueco en el siempre abarrotado panorama profesional. Becky Chambers y El largo viaje a un pequeño planeta iracundo suponen uno de los últimos ejemplos de esta oportunidad. Según cuenta la escritora en las notas incluidas al final, pudo terminar la novela gracias a una campaña iniciada en una plataforma de mecenazgo. Y ya publicada, le llevó a firmar un contrato para continuar su carrera, ser traducida a otras lenguas… El sueño de cualquier escritor novel. Personalmente mantengo un arraigado prejuicio sobre este tipo de títulos. Como lector chapado a la antigua con el argumento de autoridad casi impreso en el ADN, soy un firme creyente en la labor del editor. A la hora de valorar una obra, auspiciar su publicación y, sobre todo, en el trabajo intermedio, en el caso de ser necesario algún diálogo con el autor para ajustar el original y lograr el mejor resultado posible. Después, cuando hablo con profesionales el tema pierde ese aire mitificado, pero en la soledad de la lectura mi apolillado clasismo se regenera. Más cuando me enfrento a una opera prima que sobrepasa las 400 páginas.

El largo viaje a un pequeño planeta iracundo parece levantarse sobre la visión del mundo de su autora. Apuesta por unas relaciones sociales utópicas que, en una aventura espacial clásica, rompen con la peripecia tecnificada, los personajes oscuros y sus tragedias, o diferentes dosis de autoparodia; los ingredientes dominantes de este tipo de historias. Rebosa la frescura y el rechazo por los corsés propios de la ausencia de complejos. Sin embargo, más allá de cómo pueda cada uno responder ante las ideas, las situaciones, los personajes y los desarrollos utilizados por Chambers, cae en una tendencia hacia la digresión que, siendo parte de la gracia de una novela que huye de una trama y una estructura al uso, se vuelve un poco en su contra.

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El archivo de atrocidades, de Charles Stross

Poco se imaginaba el bueno de H.G. Wells que la parábola socialista escenificada por los morlocks y los eloi que el escritor inglés presentaba en su clásico La máquina del tiempo, acabaría convirtiéndose en metáfora de uno de los conflictos laborales más crudos y despiadados de nuestra contemporaneidad; la guerra soterrada que transcurre en las oficinas de todo el mundo entre los ingenieros y técnicos de IT, popularmente conocidos como “los informáticos”, y todos los demás. Así que por un lado tenemos a los eloi, los de contabilidad, ventas o marketing, que consideran a los trabajadores de IT poco más que un mal necesario, quejicas y rezongones a la hora de colaborar o solucionar entuertos, siempre presentando irritantes objeciones expresadas con una condescendencia apenas reprimida en el mejor de los casos. Y por otro lado los morlocks, los sufridos trabajadores de IT, atrincherados en el rincón más apartado de la planta baja, presas de un complejo de superioridad técnica e intelectual, pero cuyos conocimientos de cómo funciona la realidad de las cosas informáticas no son valorados en absoluto. Esclavos de horarios demenciales, sufren el desprecio y la incompetencia de los eloi quienes, atrapados aún en el pensamiento mágico en lo que a tecnologías de la información respecta, solicitan características imposibles de implementar en los sistemas, no se molestan en leer los putos correos de seguridad y encima imponen una serie de procedimientos y directrices administrativas absurdas que complican cada vez más el trabajo. Y mientras, se consuelan a la hora de comer; “ay, el día que hagamos huelga se lía, vaya si se lía…”

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