Atrapados en estrecha compañía, de Daniel Pérez Navarro

Atrapados en estrecha compañíaLa Cosa es una película impactante, más si cabe durante la adolescencia. Recuerdo verla en VHS con 15 o 16 años mientras pasaba unos días en casa de mi abuela, tras alquilarla en un videoclub del pueblo de al lado. Algo a lo que me había resistido porque me daba pavor lo que me habían contado sobre ella y recordar la imagen de carátula que tenía asociada; esa criatura informe, indefinida, hecha de carne y sangre que te contemplaba sobre esas tres siluetas en fondo blanco. La experiencia fue transformadora. Todas las películas con monstruo que vinieron posteriormente quedaron a sus pies y pocas veces recuperaría esa sensación de paranoia, intriga, duda. Además, La Cosa invita a la discusión y el debate. En un nivel más primario, el juego detectivesco de quiénes y cuándo se transforman en Cosas. Soterradas quedan muchas otras cuestiones que abarcan lo político, lo social, la manera de contar historias, el modo de acrecentar las emociones del espectador mediante la música…

Al igual que en su estudio sobre El resplandor, Torrance, en Atrapados en estrecha compañía Daniel Pérez Navarro reivindica el ensayo en su acepción primordial: tantear ideas, profundizar en sus significados y sacar a la luz su conexión con cualquier aspecto de nuestra cultura. Ese es el sentido de los 10 capítulos del libro. Cada uno abre en canal un tema que, en la secuencia en la que están engarzados, se realimenta con los anteriores y posteriores. Esa malla de argumentaciones analiza el entramado de La Cosa desde una multiplicidad de ángulos. Algunos bastante discutidos, otros inician exploraciones pioneras.

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Torrance. Símbolos, números, juegos y notas musicales en El Resplandor de Kubrick, de Daniel Pérez Navarro

TorranceQuien haya leído C durante algún tiempo seguramente recordará a Daniel Pérez Navarro. Entre 2015 y 2018 tuvimos la suerte de compartir su capacidad de análisis y de discurso alrededor de varias obras de actualidad siempre abiertas a interpretaciones y, por tanto, origen de controversia en las redes sociales. Sin embargo, en sus textos sobre Blade Runner 2049 o Aniquilación se alejaba de lo crematístico, estimaba valores que acostumbran a quedar en los márgenes de la conversación e invitaba a recalibrar la mirada. Así horadaba ese sustrato por debajo de la superficie, ese flanco apenas tocado en otros artículos. Por ese motivo cogí con especiales ganas Torrance. Si no me falla la Tercera Fundación, su primer libro de no ficción, escrito alrededor de El resplandor; una obra inagotable que continúa generando atención cuatro décadas después de su estreno.

En Torrance Pérez Navarro aborda aspectos de escritura, diseño y composición de la película en breves desarrollos que apuntan multitud interpretaciones. Abarca sus grandes clásicos, rollo la posición de la cámara, la disposición de elementos en el escenario o las diferencias entre la visión de Kubrick frente a la de King, sus vínculos con las dos grandes novelas de casas encantadas (Otra vuelta de tuerca y La maldición de Hill House), el uso de los espejos y su relación con los personajes, la conexión con los cuentos de hadas, sus nexos con Eyes Wide Shut y otras obras de otros directores… Algunos de estos elementos van y vienen en diferentes capítulos y tejen hebras que atan Torrance más allá de la propia película, pero ningún elemento resulta tan aglomerante como la presencia de una serie de números, por sí solos o en secuencias. El 12, el 21, el 42, los productos de 2×1, 3×7… se convierten en una base rítmica sobre la cual Pérez Navarro levanta las armonías y construye los temas.

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Fafner, de Daniel Pérez Navarro

FafnerEn 14 maneras de describir la lluvia Daniel Pérez Navarro ya había entrado en las relaciones intergeneracionales a través de una hija intrigada por el misterio de la profesión de su padre. En Fafner vuelve a tocar esta cuestión desde una órbita muy próxima al tiempo que vivimos. Si la novela publicada por Sportula se sostenía sobre un argumento próximo al thriller, en esta nos encontramos ante una redefinición de lo postapocalíptico. Un acercamiento que ha ocupado varios contenidos de los últimos tiempos en C y que en Fafner destaca por su valentía a la hora de afrontarlo. Lejos de limitarse a la pérdida de la civilización, Pérez Navarro plantea que la única viabilidad para quienes han nacido en esa realidad pasa por desprenderse de cualquier vestigio del pasado y abrazar el cambio. Una transformación que en estas páginas cobra brío gracias a cómo se formula.

Fafner dista de ser un mero ejercicio de estilo. Sin embargo, las características del texto ideadas por Pérez Navarro caminan de la mano de su argumento de manera que fondo y forman se ajustan en un todo sin fisuras. Esta aspiración de cualquier relato no debiera ser motivo de celebración. Pero no se puede hablar de esta novela sin incidir sobre este aspecto; la preponderancia en las valoraciones de ciertos elementos (la construcción del escenario, la novedad del argumento, la evolución de los personajes…) a veces tienen un peso excesivo frente a un equilibrio que aquí alcanza una armonía digna de encomio.

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Aguas profundas, selección de José María Nebreda

Aguas profundasEl verano pasado me zambullí (guiño, guiño) en Mares tenebrosos, la afamada antología editada por José María Nebreda para Valdemar. Por su selección de autores, la diversidad de narraciones, su calidad, un muestrario de relatos de terror y misterio en el mar imprescindible. En esta línea, Aguas profundas era una apuesta arriesgada. Al continuar la senda marcada por aquel libro, las comparaciones iban a ser inevitables.¿Estaría la galería de nombres a la altura? ¿Conseguiría Nebreda mantener las señas de identidad, variando el menú lo suficiente como para insuflar frescura en su propuesta? ¿Sería capaz de encontrar un nuevo “Al otro lado de la montaña“?

El primer “relato”, una columna del semanal del grupo Vocento escrita por Pérez Reverte, supone una pequeña bofetada en la mejilla. Vale, el creador del Capitán Alatriste habla sobre una supuesta experiencia con un barco fantasma mientras se encontraba en la costa de Tarifa, y la conecta con su bagaje personal sobre este tópico. Un texto anecdótico, que podría haber pasado como una presentación del volumen con mínimos retoques, se incluye como parte esencial en un puesto de privilegio. Me parece una decisión poco afortunada en una antología donde la atmósfera, la descripción de los escenarios, las emociones de los personajes, la pequeñez del hombre frente a la inmensidad del océano, marcan el paso de las páginas. Más cuando, puestos a alejarse del “clasicismo”, se incluyen un par de textos notables que podrían haber ocupado su lugar; sendos cuentos de escritores españoles impresos por primera vez en este libro.

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De la nueva carne a la nueva naturaleza

No lo oculto: este artículo se construye como una excusa para recomendar tres de los libros que más me han impresionado en los últimos meses. Se trata de Cero, de Kathe Koja, El alfabeto de fuego, de Ben Marcus, y Fafner, de Daniel Pérez Navarro, todos de reciente publicación en nuestro país, aunque escritos en un amplio espacio de tiempo entre 1991 y 2017.

Existe un vínculo posible entre estas tres remotas novelas, más allá de que se adentren por el territorio de lo fantástico y lo inquietante; tiene que ver, por un lado, con su apuesta por el relato físico, por la corporeidad como escenario y como código expresivo; por otro lado, los tres libros comparten una atmósfera de condición póstuma (término que tomo muy libremente de la filósofa Marina Garcés). Todos sus protagonistas se enfrentan a la certeza de un tiempo que se acaba: se acaba el amor en Cero, se acaba la familia en El alfabeto, se acaba el mundo tal y como lo conocemos en Fafner. La idea de extinción, íntima o colectiva, atraviesa el núcleo de estas tres novelas como una revelación fatal, un aprendizaje sin recompensa.

Videodrome

Clive Barker, fundador de la nueva carne junto con David Cronenberg a mediados de los ochenta, decía que sus historias no eran censuradas tanto por el exceso de violencia como porque amenazaban la integridad y la dignidad del cuerpo humano. Era necesario, para el ojo censor, preservar los límites de lo que se puede o no se puede hacer al cuerpo y con el cuerpo. Contra ese tabú, desde ficciones como Videodrome, Libros de sangre, la literatura cyberpunk o incluso el splatterpunk se abrió la veda para especular con todo tipo de transgresiones corporales, degradaciones, violaciones, mutaciones o hibridaciones que coincidió con la época dorada de los videoclubs y la efervescencia de cierta subcultura hecha en trastienda del mainstream.

Jamás he encontrado disfrute en el gore, pero en lo que se refiere a la exploración de lo físico siempre me ha atraído más el camino del terror que el de la ciencia ficción, quizá porque pone más el foco en el padecimiento humano que en el novum especulativo. Y padecimiento es otra palabra clave que vincula estas tres novelas, de las que solo Cero puede adscribirse al fenómeno de la nueva carne. Por supuesto, lo excepcional de estos tres títulos no proviene de la crudeza con que muestran la corrupción, el sexo o la violencia, sino de cómo consiguen que nos importe. El truco, como sucede siempre con la gran literatura, está en el lenguaje. Marcus, Koja y Pérez Navarro trabajan concienzudamente la prosa, en unos casos más lírica y en otros más directa o asfixiante, para sumergirnos en las tribulaciones emocionales y físicas de los protagonistas hasta lograr nuestra total identificación.

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Hablemos de la Eurocon 2016

EuroCon 2016

Hablemos de la Eurocon 2016 (1). Aunque más que de la Eurocon como un ente bien definido (2) y objetivo (3), hablaré de mi Eurocon (4). Lo de la experiencia en Barcelona se parece a la gota de agua que tira Jeff Goldblum en Jurassic Park: cada vez coge un camino diferente (5). Como hubo varias salas con programaciones simultáneas (6), además de múltiples eventos fuera de los recintos oficiales (7), a los que habría que sumar los que tuvieron lugar en cafeterías (8) y restaurantes (9), sólo veo dos maneras de resolverlo: con un juego de replicación e interdimensionalidad que nadie va a creerse o siendo pobremente subjetivo (10). Además, ¿para qué resumir por escrito los contenidos, si hubo streaming? (11). El mundo entero ha podido seguir cada acto a través de la red, y como todo está grabado, todo ese mundo puede volver a deleitarse con cada golpe de tos y cada palabra mal pronunciada. ¿Tiene sentido entonces resumir ahora lo que cada gota de Goldblum escuchó en las salas? (12) Esta gota vio y escuchó a algunos escritores interesantes y famosos, como Sánchez Piñol, Joe Haldeman, Brandon Sanderson o Richard Morgan (13). No se acercó a pedirles una firma. La gota no es fetichista (14), así que nada de eso puede enseñar. Lo mejor será tirar por la calle de en medio y soltar como breve resumen: fue guay (15)

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A propósito de La Estrella de Ratner: la desprestigiada herencia de Voltaire y Swift

La estrella de RatnerBilly Twillig, un genio de las matemáticas de 14 años galardonado a tan temprana edad con el Nobel, es trasladado a una megaestructura apartada del ruido contemporáneo en la que trabaja el exquisito grupo de elegidos del Experimento de Campo Número Uno. ¿Y para qué una reunión de escogidos cerebros superespecializados, que trabaja y vive allí enclaustrada? Para lograr el Conocimiento. Con C mayúscula. En concreto, a Billy Twillig lo han llamado para que descifre un código de números en apariencia muy simple. La señal procede de algún lugar invisible cercano a la estrella de Ratner, y parece tratarse del primer contacto con una inteligencia alienígena. Esa es la excusa para, a lo largo de los 12 capítulos que conforman la primera parte, ir presentando de la mano del joven Billy a los diversos pobladores del Experimento de Campo Número Uno, científicos disfuncionales socialmente en el mejor de los casos y del todo idos en el peor. La segunda parte, como un juego musical de Preludio y Fuga, conduce a los elementos presentados en la primera -una riada de personajes, ideas e historias en las que prevalece el desconcierto y el sinsentido- hacia un desenlace coral y en bucle acorde con lo mostrado.

Han tenido que pasar 38 años para que La Estrella de Ratner conozca una primera edición en español. Si no fuera una novela del ya entronizado Don DeLillo, cabe preguntarse cuántos más habrían transcurrido hasta que hubiera visto la luz en la lengua de Cervantes, o si alguna editorial habría encargado una traducción. Tildada de espesa, extraña, enigmática, La Estrella de Ratner se ha convertido en una rara avis dentro de la producción del norteamericano. Y, es cierto, la novela exige, pero sobre todo obliga a romper con el estereotipo de novela realista contemporánea al que el lector de hoy está tan acostumbrado (asaltado constantemente por lo que se podría llamar el pienso editorial o, con menos finura, proteínas prensadas y ofrecidas en paquetes blandos similares a las de Snowpiercer).

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14 maneras de describir la lluvia, de Daniel Pérez Navarro

14 maneras de describir la lluviaBajo este sugerente título se halla una novela peculiar sobre una hija, un padre y el misterio que ambos ocultan. Un enigma relacionado con la profesión del padre y el origen de su hija que pone en peligro a todos los que se relacionan con ellos. Lo refrescante viene del camino elegido por Daniel Pérez Navarro para construir esta historia sobre el cambio generacional en un pueblo del litoral Mediterráneo, con gotas de thriller y de tebeo de superhéroes underground.

Como el propio autor ha revelado, en el estilo de 14 maneras de describir la lluvia se adivina la influencia de El Jarama. Tengo demasiado atrás en el tiempo la obra de Sánchez Ferlosio, pero se puede encontrar su rastro en cómo Pérez Navarro ha enfocado al narrador omnisciente. Al igual que el de El Jarama, es completamente imparcial; no se entromete en la narración y prescinde de acotaciones que suelen sobre explicar los hechos. Tal ejercicio de objetividad tiene un precio. Estamos demasiado habituados a que se nos describa con pelos y señales qué piensan o qué les ocurre a los personajes. La eliminación de parte del contexto implica, primero, un distanciamiento que puede derivar en una ligera dificultad para comprender la narración; y, segundo, dota de una importancia decisiva a los diálogos.

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