Ciudad de heridas, de Miguel Córdoba

Ciudad de heridasLa noche en que los perros de Gran Salto empiezan a atacar a sus habitantes, la policía investiga sobre el terreno la muerte de la familia del escritor Damián Mustieles, probablemente a sus manos. Y mientras los detectives recorren la casa, se topan con una serie de extraños acontecimientos. Si cierran la puerta de la habitación donde yacen los cuerpos de sus hijos se escuchan sus voces, y al abrirla de nuevo se encuentran sus cadáveres en una posición diferente. Y el manuscrito en el que estaba trabajando termina teletransportado a casa de un antiguo amigo de adolescencia donde otra escritora, Gabriela Flanagan, se ha refugiado junto a un grupo de escolares. Flanagan, desvelada, inicia la lectura del texto de Mustieles, de un nítido componente autobiográfico. Comienza durante su juventud cuando, junto a tres amigos, encontró unos papeles que anunciaban lo que les deparaba el futuro junto al cadáver de un hombre con chistera y abrigo raído. Folio a folio descubre otros recovecos de una vida atormentada, con diversos episodios de locura, una incontrolable dependencia del alcohol y los ansiolíticos, el apoyo y sufrimiento de su mujer y una carrera profesional en la que destaca una novela que está protagonizada por una escritora también llamada Gabriela. Este cabalgamiento entre planos narrativos, de ficción dentro de algo pretendidamente real donde se encuentran ecos de una base ficcional, es la base de Ciudad de heridas, la primera novela de Miguel Córdoba publicada por El Transbordador. Un narración construido sobre múltiples capas que alientan una serie de lecturas, literarias y metaliterarias, que pueden quedar en cuestión según se vaya avanzando a través de ellas camino de la comprensión.

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De la nueva carne a la nueva naturaleza

No lo oculto: este artículo se construye como una excusa para recomendar tres de los libros que más me han impresionado en los últimos meses. Se trata de Cero, de Kathe Koja, El alfabeto de fuego, de Ben Marcus, y Fafner, de Daniel Pérez Navarro, todos de reciente publicación en nuestro país, aunque escritos en un amplio espacio de tiempo entre 1991 y 2017.

Existe un vínculo posible entre estas tres remotas novelas, más allá de que se adentren por el territorio de lo fantástico y lo inquietante; tiene que ver, por un lado, con su apuesta por el relato físico, por la corporeidad como escenario y como código expresivo; por otro lado, los tres libros comparten una atmósfera de condición póstuma (término que tomo muy libremente de la filósofa Marina Garcés). Todos sus protagonistas se enfrentan a la certeza de un tiempo que se acaba: se acaba el amor en Cero, se acaba la familia en El alfabeto, se acaba el mundo tal y como lo conocemos en Fafner. La idea de extinción, íntima o colectiva, atraviesa el núcleo de estas tres novelas como una revelación fatal, un aprendizaje sin recompensa.

Videodrome

Clive Barker, fundador de la nueva carne junto con David Cronenberg a mediados de los ochenta, decía que sus historias no eran censuradas tanto por el exceso de violencia como porque amenazaban la integridad y la dignidad del cuerpo humano. Era necesario, para el ojo censor, preservar los límites de lo que se puede o no se puede hacer al cuerpo y con el cuerpo. Contra ese tabú, desde ficciones como Videodrome, Libros de sangre, la literatura cyberpunk o incluso el splatterpunk se abrió la veda para especular con todo tipo de transgresiones corporales, degradaciones, violaciones, mutaciones o hibridaciones que coincidió con la época dorada de los videoclubs y la efervescencia de cierta subcultura hecha en trastienda del mainstream.

Jamás he encontrado disfrute en el gore, pero en lo que se refiere a la exploración de lo físico siempre me ha atraído más el camino del terror que el de la ciencia ficción, quizá porque pone más el foco en el padecimiento humano que en el novum especulativo. Y padecimiento es otra palabra clave que vincula estas tres novelas, de las que solo Cero puede adscribirse al fenómeno de la nueva carne. Por supuesto, lo excepcional de estos tres títulos no proviene de la crudeza con que muestran la corrupción, el sexo o la violencia, sino de cómo consiguen que nos importe. El truco, como sucede siempre con la gran literatura, está en el lenguaje. Marcus, Koja y Pérez Navarro trabajan concienzudamente la prosa, en unos casos más lírica y en otros más directa o asfixiante, para sumergirnos en las tribulaciones emocionales y físicas de los protagonistas hasta lograr nuestra total identificación.

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Verbum, selección de Susana Arroyo y Silvia Schettin

VerbumEn 2016 se publicaron tres antologías cuya lectura se me ha demorado un tanto: la selección de Concepción Perea para Fábulas de Albión, Cuentos desde el otro lado; el volumen recopilatorio anual de Cuentos para Algernon; y este Verbum, la primera colección de relatos escritos en castellano de Fata Libelli. Un selección heterogénea y con criterio donde destaca una labor de edición que para los más talluditos recuerda las tres últimas épocas de Artifex. Aquellas fantásticas selecciones de Julián Díez y Luis G. Prado (y Juanma Santiago en su última etapa).

Como todos los libros de la casa, sus primeras páginas recogen una introducción que sintetiza la propuesta de Susana Arroyo y Silvia Schettin. Aluden a cómo la globalización ha afectado a la literatura de fantasía, ciencia ficción y terror; el auge de una literatura transnacional con un bloque anglosajón cada vez más multipolar a medida que más autores provenientes de diferentes entornos culturales se incorporan a él. Desde esta visión, cuando llega el momento de establecer si tiene sentido hablar de una literatura fantástica típicamente hispana o si ésta ya no se puede entender sin la influencia foránea, llegan a la conclusión de que ambas coexisten sin tiranteces. Verbum puede tomarse como su defensa de este alegato.

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Bienvenidos al bizarro

Confieso que resulta difícil no caer en el escepticismo cuando aparece un nuevo movimiento literario agitando las aguas del mundillo, parafraseando a Sophia Petrillo; “soy vieja, lo he visto todo. Dos veces”. La historia es muy conocida y no sólo en el ámbito literario. Veamos. Una alegre y jovial muchachada (aunque siempre hay alguno ya talludito) de aspecto estrafalario y pésimos modales irrumpe en los aburguesados salones de sus mayores poniendo de nuevo la rueda en marcha; primero desconcierto y rechazo entre las gentes de orden, luego los intentos de apropiación ( “bah, el cyberpunk lo inventé yo en un fanzine de Cuenca en el 73″), y finalmente asimilación e integración mediante la aparición ritual de los otrora despreciables freaks en las páginas de algún suplemento cultural, informales pero arreglaos, de riguroso negro, despeinados y con un aro en la nariz. El eterno ciclo de la cultura y la civilización, como echar pestes de nuestros contemporáneos o añorar una imaginaria edad de oro. El truco, creo yo, reside en disfrutar de la diversión mientras dure (si la propuesta coincide con nuestra longitud de onda, claro), y saber en qué momento bajarse antes de que la Parodia entre en escena. O metérselo todo hasta el final, que más da, siempre que seamos conscientes de lo que estamos haciendo.

Y la última novísima tendencia más o menos subterránea que ha irrumpido en nuestro apacible club, el del fantástico, es el bizarro, un movimiento que ya lleva unos años dando guerra por los USA (Carlton Melick III, el autor de bizarro más conocido y prolífico, comenzó a publicar hace ya más de quince años) pero que recientemente ha desembarcado en el mercado español gracias a los esfuerzos de Orciny Press, que nos ha ofrecido Fantasma, de Laura Lee Bahr, La casa de arenas movedizas, del propio Carlton Melick III o Ciudad Revientacráneos, de Jeremy Robert Johnson con cierto éxito de crítica y público según me revela un estudio científico de probada eficacia; echar un vistazo a lo que sale por mi tuiter. Y ahora, en lo que es un recurso habitual en cualquier movimiento literario que se precie, Orciny nos presenta Bienvenidos al bizarro, una antología de autores que trabajan el bizarro en mayor o menor grado, un poco lo que Visiones peligrosas supuso para la new wave o Mirroshades significó para el cyberpunk, una eficaz carta de presentación a la vez que panorama narrativo y manifiesto de intenciones.

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Croatoan, de José Carlos Somoza

CroatoanUn grupo de biólogos recibe un correo electrónico con una única palabra: Croatoan; la misma que quedó grabada en un árbol de la isla de Roanoke cuando toda la población de su asentamiento desapareció sin dejar ni rastro a finales del siglo XVI. Pero lo desconcertante viene de su remitente: Carlos Mandel, un compañero que se suicidó dos años atrás. Su llegada coincide con la muerte de los miembros de una familia mientras estaban en la sierra de Madrid. Un acontecimiento grabado por una cámara puesta allí por Mandel y conectado con otros similares a lo largo y ancho del planeta. Así inicia José Carlos Somoza Croatoan, su última novela publicada por Stella Maris. En ella, el autor de La caverna de las ideas o Dafne desvanecida se aferra una vez más a las fórmulas del thriller. Durante gran parte de su extensión se convierte en una historia de suspense en medio de un aparente apocalipsis de infectados aderezada con el enigmático mensaje a descifrar, la investigación policial destinada a revelar la magnitud del evento, la huida de una serie de personajes cuando llega el colapso de todos los servicios…

Su protagonista, Carmela Garcés, mejora otros protagonistas femeninos creados por Somoza, caso de su prima übermensch de Zig Zag, aunque le falta mordiente. Aparte de su vínculo con su antiguo mentor, su relieve se reduce al conflicto que le une con su ex. Un tipo que abusó de ella hasta el punto de tener una orden de alejamiento y al cual se mantiene atada por una enfermiza dependencia que se ve incapaz de romper. Más atractivos resultan dos de los secundarios: Nico Reinosa, antigua pareja del científico, ex-policía, pintor de relativo éxito y colega de Carmela en su camino hacia resolver el enigma. Y Joaquín Laredo, comisario responsable de indagar en el origen de la crisis, el rostro de la impotencia de unas estructuras gubernamentales sobrepasadas por los acontecimientos. El resto de personajes se agrupa en dos extremos: o son cargantes o superfluos.

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Mister B. Gone

Mister B. Gone

Mister B. Gone

Jakabok Botch, el Mr. B. que da título al regreso de Clive Barker a la ficción para adultos tras años de dedicación casi exclusiva –literariamente hablando, al menos– a la serie de Abarat, es un demonio venido a menos, literalmente un pobre diablo nacido en los arrabales del círculo más modesto del infierno, hijo único y malquerido de una diablesa con escasas aptitudes maternales y Gatmuss, un demonio con muy malas pulgas y peores sentimientos hacia su unigénito. Privado de poderes extraordinarios debido a lo diluido de su linaje en relación con los primeros pobladores del averno, Lucifer y su cohorte de primeros ángeles caídos, abucheado y maltratado por los demás diablillos de su edad, ignorante de lo que es el afecto de una familia, el pequeño Jakabok sólo encuentra refugio del mundo cruel en que le ha tocado vivir en las letras; y no en la lectura, puesto que Pappy Gatmuss no ve con buenos ojos que haya libros bajo su techo, sino en la escritura.

¿Que qué escribe el pequeño y desdichado Jakabok? Pues todo tipo de torturas y truculencias, de las que su acomplejada mente está repleta, historias de sufrimientos y muertes dolorosas con un único protagonista: su padre. Lástima que Pappy Gatmuss descubra sus imaginativos escritos; y lástima también que, como cabría esperar en alguien de su carácter, decida acabar con ellos expeditiva y espectacularmente, con una gran hoguera. Lástima, por último, que un «accidente» tuviera que dar con su retoño de bruces en las llamas, convirtiera al joven Jakabok en una deforme colección de cicatrices supurantes y desencadenara su fuga del hogar de los Botch. Lástima para el diablillo, en fin, y suerte para nosotros, pues este hecho es el que motiva a Jakabok a fugarse de casa, en lo que es el primer paso hacia una serie de peripecias que nos irán descubriendo qué clase de ser es realmente este desfigurado Mr. B.

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Paura 2

Paura 2

Paura 2

Lo primero de lo que uno se da cuenta al observar la nómina de autores en este segundo volumen de Paura al compararla con el primero es que los más conocidos y, por tanto, sonoros han desaparecido del elenco para ceder su puesto a escritores más o menos “noveles”. Sólo Rodolfo Martínez y, en menor medida, Santiago Eximeno se puede decir que son autores consagrados. Sin embargo el resultado no sólo no queda por detrás sino que resulta más compacto y agudo. Lo triste es que no está recibiendo la debida atención del público. Y esto en una publicación que ofrece un número de páginas considerable a un precio la mar de contenido, escama. Más si se considera que está publicado bajo economía de guerra con unos gastos mínimos, en el que selección, corrección y publicación, con un acabado profesional, se realizan por amor al arte y los autores se contentan con recibir los debidos ejemplares como pago por sus servicios.

Además tenemos la calidad intrínseca del material recogido. Cierto, lejos de las añoradas muestras de terror clásico que publica Valdemar –como si fuese una comparación sostenible–, pero con una factura formal consistente y una preocupación por temas muy próximos a nuestro ámbito cotidiano. Para comprobarlo nada mejor que detenerse en el cuento que abre Paura 2, “Dragón podrido”, de Juan Díaz Olmedo, uno de los finalistas del Premio Xatafi-Cyberdark al mejor cuento nacional; una narración inspirada en esos turistas que acuden al sudeste asiático en pos de sexo fácil, barato, ilegal e inmoral. Olmedo, con un aire sórdido, violento y descarnado que recuerda a los mejores cuentos de Clive Barker, relata el encuentro de un españolito a la busca de nuevas sensaciones con un ser de otra era que va a cobrarle en sangre, dolor y vísceras lo que occidente ha tomado de oriente durante centenares de años. Una narración cruda y poderosa que se sustenta en una voz en segunda persona versátil y con un pulso embriagador.

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