Confieso que resulta difícil no caer en el escepticismo cuando aparece un nuevo movimiento literario agitando las aguas del mundillo, parafraseando a Sophia Petrillo; “soy vieja, lo he visto todo. Dos veces”. La historia es muy conocida y no sólo en el ámbito literario. Veamos. Una alegre y jovial muchachada (aunque siempre hay alguno ya talludito) de aspecto estrafalario y pésimos modales irrumpe en los aburguesados salones de sus mayores poniendo de nuevo la rueda en marcha; primero desconcierto y rechazo entre las gentes de orden, luego los intentos de apropiación ( “bah, el cyberpunk lo inventé yo en un fanzine de Cuenca en el 73″), y finalmente asimilación e integración mediante la aparición ritual de los otrora despreciables freaks en las páginas de algún suplemento cultural, informales pero arreglaos, de riguroso negro, despeinados y con un aro en la nariz. El eterno ciclo de la cultura y la civilización, como echar pestes de nuestros contemporáneos o añorar una imaginaria edad de oro. El truco, creo yo, reside en disfrutar de la diversión mientras dure (si la propuesta coincide con nuestra longitud de onda, claro), y saber en qué momento bajarse antes de que la Parodia entre en escena. O metérselo todo hasta el final, que más da, siempre que seamos conscientes de lo que estamos haciendo.
Y la última novísima tendencia más o menos subterránea que ha irrumpido en nuestro apacible club, el del fantástico, es el bizarro, un movimiento que ya lleva unos años dando guerra por los USA (Carlton Melick III, el autor de bizarro más conocido y prolífico, comenzó a publicar hace ya más de quince años) pero que recientemente ha desembarcado en el mercado español gracias a los esfuerzos de Orciny Press, que nos ha ofrecido Fantasma, de Laura Lee Bahr, La casa de arenas movedizas, del propio Carlton Melick III o Ciudad Revientacráneos, de Jeremy Robert Johnson con cierto éxito de crítica y público según me revela un estudio científico de probada eficacia; echar un vistazo a lo que sale por mi tuiter. Y ahora, en lo que es un recurso habitual en cualquier movimiento literario que se precie, Orciny nos presenta Bienvenidos al bizarro, una antología de autores que trabajan el bizarro en mayor o menor grado, un poco lo que Visiones peligrosas supuso para la new wave o Mirroshades significó para el cyberpunk, una eficaz carta de presentación a la vez que panorama narrativo y manifiesto de intenciones.
Bizarro es una bonita palabra que siempre relacionaré con el venerado fanzine Mondo Brutto, y que por tierras norteamericanas ha venido a ser sinónimo de lo extravagante, grotesco y un punto ridículo. “Bizarro”, así en castellano en el original, y no bizarre, como correspondería en el idioma inglés, en homenaje al entrañable Superman Bizarro y su Mundo Bizarro, reversos grotescos y absurdos del mundo luminoso de Superman y su idealizada Nueva York futurista, Metrópolis. El término acabó incorporándose al vulgo y finalmente ha bautizado un movimiento literario que viene a ser un aggiornamiento del surrealismo y el dada a los tiempos de la cultura pop (incluso existió una influyente revista cultural de esta cuerda con el título de Bizarre, en los 50 y 60 en Francia). Como muy bien explica Hugo Camacho en un prólogo muy útil para el lego en la materia (yo), los rasgos más característicos del bizarro abarcarían el gusto por el feísmo, tanto físico como psicológico, a través de la fascinación por lo monstruoso, lo gore y lo escatológico, darle un giro al pulp empleando argumentos extravagantes que presentan elementos absurdos en un entorno realista prescindiendo de la plausibilidad, satirizar los aspectos más ridículos de la sociedad moderna exagerando su lado más esperpéntico con ánimo provocador, e incorporar a sus relatos todo tipo de influencias de la cultura popular y la cultura basura (el cine trash, el porno, los tebeos underground, los fanzines, el ruidaco industrial…) algo que, convenientemente diluido, ahora se conoce generalmente como “cultura friki”, término que agoniza en el indigno papel de etiqueta que contribuye a organizar el mercado de la cultura y que, en mi humilde opinión, no debería revitalizarse, sino enterrarse en un hoyo bien profundo para que no haga más daño. Quizá sea en el bizarro donde, como ha ocurrido desde hace algún tiempo en otros campos, han arribado por primera vez al fantástico un grupo de escritores cuya principal influencia no es la literatura, sino el cine, los tebeos, la televisión, los videojuegos, la música pop e internet. Y no podemos olvidar un elemento fundamental, el humor, pero un humor casi adolescente, de trazo grueso, al estilo de Jackass, el famoso programa de televisión de la MTV y que podríamos definir como “cachondeína”, conocida entre los más jóvenes como “el LOL”, y que, junto al gusto por la extravagancia, lo grotesco y lo escabroso, genera un efecto de clickbait. Es decir, ese tipo de productos culturales que son más graciosos contados que leídos o vistos y tan agradecidos para reseñar en plan P.T. Barnum; ¡Un cruce entre William Burroughs y Pérez-Reverte! ¡Aquelarres satánicos caníbales en las catacumbas de la sede del PP! ¡Cthulhu se va de putas! ¡No te imaginas lo que pasó después!
Y por lo leído en Bienvenidos al bizarro, el predominio de la cachondeína y el efecto clickbait, en detrimento de otros aspectos literarios, sumado al empeño en continuar picando en la agotada mina del pulp, dañan gravemente la calidad general de la mayoría de relatos. Detengámonos, por ejemplo, en el cuento que abre la antología, “La liga de los Céroes”, de Jeremy Robert Johnson, que más o menos marca las pautas de la mayoría de historias que vendrán a continuación. Se trata de una sátira sobre la fama obtenida de forma absurda por cualquier chorrada, en este caso personas que se realizan modificaciones quirúrgicas repugnantes o extrañas (extirparse los labios, plantarse rábanos en las orejas) ya que por alguna razón la gente sometida a estas alteraciones desatan las pasiones del público. Es un perfecto ejemplo de no-cuento, más allá de la posible gracia del planteamiento (tampoco especialmente novedoso ni extraño, existe gente que ya hace esto desde hace mucho tiempo; la actriz que se aumenta de forma enloquecida los pechos para sobresalir en competitivo mundo del porno como Beshine, el desgraciado caso de Stalking Cat, o los artistas extremos del body art, como Orlan o Stelarc), no hay nada. No hay conflicto, no hay desarrollo, no hay alguna imagen memorable, no hay un estilo interesante, no hay ambiente, no hay reflexión sobre este fenómeno de la fama mediática. Básicamente el argumento está estructurado en tres escenas, un tío decide sacarse el cerebro y meterlo en una caja para hacerse famoso, va a un cirujano ilegal que se lo hace, aparece aupado ya a la fama pero los efectos secundarios no le molan nada. Ya está, parece una idea surgida de una noche bebiendo cerveza con los colegas mientras sueltas gracietas viendo Gran Hermano o Las Kardashian con poco o nulo desarrollo y reflexión. En este molde podría encajar también “Pequeña Miss Ultrasonido”, de Robert Devereaux, una parodia del fenómeno ya de por sí tremendamente grimoso de los concursos de belleza para niñas o de belleza a secas (sólo hay que recordar el caso JonBenét Ramsey). Abizarrar la ya de por sí bizarrísima realidad es una tarea complicada y su autor tira por la vía fácil del exabrupto entre amigotes; “y ahora… CON FETOS”. Como en el cuento anterior, no hay nada más que la vacua voluntad de exagerar los síntomas de una turbia psicopatía que lleva años a la vista de todo el mundo. Un fallido tono a lo película de John Waters, sobre todo en el personaje de la mamá malvada y psicótica entregada a ganar concursos, y escabrosas escenas de pederastia fetal, es todo lo que tiene que ofrecer este cuento. Para añadir sal a la herida, con la excusa del pulp, ambos relatos aparecen escritos en un estilo desmañado e impersonal (si no se indicaran los nombres de los autores, yo sería incapaz de distinguir a Carlton Melick de Robert Devereaux o Jeremy Robert Johnson). Se supone que los autores de bizarro no quieren confundir aún más al lector añadiendo un estilo difícil a su loca inventiva, pero es que la inventiva es de todo menos loca y la simpleza de los relatos y la superficialidad con que se ven tratados solo se ve empeorada por este estilo tan pedestre.
Algo más elaborado resulta “Orgía fantástica” de Carlton Melick III, una historia que parece el típico guión que escribirían Garth Ennis o Mark Millar para el origen de un grupo de superhéroes mezclado con la comedia Zombies Party si hubiese transcurrido en una orgía en la que la gente se intercambia enfermedades de transmisión sexual que les otorgan capacidades fantásticas y sobrehumanas. Una historia que nada en torrentes de cachondeína pulp que ahogan las pretensiones de presentar una fábula, aún muy superficial, sobre el hecho de ser diferente y el orgullo de ser freak. Al menos el relato tiene cierto desarrollo, las enfermedades y el aspecto de los seres que pululan por la orgía están descritas con imaginación y resulta mínimamente entretenido. Otro cuento salvable podría ser “El vendedor de dildos a domicilio”, de Kevin L. Donihe, un relato de bizarro existencial cuya maquinaria interna recuerda mucho a la obra maestra de Roland Topor, El quimérico inquilino. Se trata de las psicodélicas vicisitudes de un sufrido vendedor de consoladores que deviene en reescritura del mito de Sísifo como relato caótico y nihilista y que, aunque le sobran páginas y cachondeo, se deja leer, sobre todo en la parte final donde se atisba levemente una emotividad ausente en casi todos los demás cuentos.
Quedarían por reseñar varios relatos por los que pasaré de puntillas porque básicamente cumplen con lo expuesto anteriormente y porque tampoco disfruto dando palos. Basta decir que “Dinámica de clase”, de D. Harlan Wilson, “La noche de las chonis”, de Grant Wamack y “Hay un millón de maneras de hacer lo correcto”, de Matthew Revert son chistes demasiado alargados sin gracia ninguna, y que “Señor Felpa, detective”, de Garret Cook consiste en algo tan sobadísimo a estas alturas como es otra insulsa parodia del pulp noir. Así que mejor pasemos a las cosas buenas, que también las hay.
Y lo bueno de la antología proviene de la contribución femenina (dejo para los estudiosos de las cuestiones de género la posible conexión LOL-testosterona), que se aleja del frikismo y el pulp, y, que, sobre todo, denotan una preocupación por escribir con estilos personales e identificables. “Gigantas sentadas en la bahía de Berangkat”, de Tamara Romero es un cuento más cercano al fantástico “convencional”, correcto y bien escrito sobre unos gigantes de forma humana que emergen del mar en media docena de ciudades costeras. Su planteamiento me ha recordado al clásico de J.G. Ballard, “El gigante ahogado”, pero bañando con ironía la amarga misantropía del relato del escritor británico y que resulta sugerente e intrigante, aunque esperaba un mayor desarrollo de la propuesta. Más redondo me ha parecido “Bailarina exótica”, de Violet LeVoit, una pasada de rosca que Clive Barker leería con envidia. “Bailarina exótica” me ha gustado mucho porque la voz de la protagonista funciona muy bien, porque tiene fuerza, tiene rabia, luce un humor negrísimo muy gracioso y es muy, muy bruto. Es como si comprimieras las dos horazas de Showgirls en veinte segundos, los quemaras en una cucharilla y te los pincharas en el globo ocular. La tensión insoportable de una mujer anulada y convertida en objeto de deseo definido por la mirada ajena, toma la forma de un rabioso tour de force de drogas, un hambre que te cagas, autodesprecio y autodestrucción. Finalmente, el cuento que más me ha gustado de todo el volumen, “Pastel de terciopelo azul” de Laura Lee Bahr, un relato de obvio homenaje a David Lynch, aparentemente sin ningún elemento fantástico, y que podría figurar tranquilamente en una antología que también incluyera a Bret Easton Ellis o Barry Gifford. Una narración sobre actores y actrices, aspirantes y acabados, en un Los Ángeles nocturno y fantasmal, en el que el estilo elaborado y evocador de Bahr y su forma de presentar de forma fragmentada y asimétrica dos historias paralelas de personajes que deambulan por el relato como fantasmas atrapados en espejos deformantes rotos, configuran un relato de una poética misteriosa, desconcertante, extraña y sugestiva, que casi se retrotrae a Robert Aickman, y que en mi caso ha resultado casi un bálsamo entre tanto despiporre pulp.
A menudo leo reivindicaciones del cuento frente a la novela y aunque no es mi intención rebatir este argumento, si procuro ser más precavido; los cuentos son muy difíciles de escribir porque dan poco o ningún margen al error y hay que tamizar mucha arena para encontrar oro. Es posible que a la mayoría de autores presentados en Bienvenidos al bizarro se les haya quedado grande la dificultad de la narrativa breve y den lo mejor de sí mismos en las novelas, o que simplemente este es el resultado normal cuando se intenta ofrecer una panorámica lo más amplia y variada posible de cualquier movimiento literario (al fin y al cabo, el mitificado Mirrorshades tampoco es nada del otro jueves). Pero no invita demasiado a profundizar en el subgénero que los relatos más potables sean los que escapan al corsé del bizarro y entran en terrenos más amplios, personales e interesantes.
Bienvenidos al bizarro, VV.AA.
Orciny Press. Colección Midian nº4 (2017).
Traducción: Hugo Camacho.
Rústica con solapas, 256 páginas. 15,95€